Ha fallecido Isabel II de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda y el mundo se ha conmocionado porque se ha dado cuenta de que nada es inmortal, de que, por muchos ordenadores, “tablets”, móviles de última generación, televisores de super alta definición y super panorámicos, y toda la tecnología de que podamos disponer, cada uno de nosotros somos polvo y en polvo nos convertiremos.
Pues bien, estamos en España y cada día se evidencia más que “Spain is diferent” según decretó, más que anunció, Fraga Iribarne en el año 1960. Y como Fraga era el que era y tenía la cabeza que tenía, ese ser diferentes, destinado a los turistas potenciales, se ha quedado entre nosotros y ha imprimido carácter a individuos e instituciones de nuestra querida España.
Y todo ello viene a cuento del funeral de la Reina muerta y de las invitaciones cursadas por la Casa Real británica a todo el mundo mundial: al resto de las otras casas reales, a los familiares y a los altos dignatarios de otras naciones del universo mundo.
Y, entre ellos, a Juan Carlos I, el que fue excelente Jefe del Estado en lo principal y bastante disoluto en lo personal, para desengaño de los que hemos admirado su labor pública, nacional e internacional, en momento tan complicados como los que le tocó vivir.
Y “Oh fortuna – como la luna cambiable – siempre creciente o disminuyendo – la vida de odio”, de Carmina Burana, los nuevos inquisidores de la izquierda, los puros en sus actos y limpios de corazón en sus intenciones, se han apresurado a clamar que no, que eso no puede ser, que el emérito no puede representar a España ni nada de nada, por lo que la Zarzuela, la Moncloa o el Papa si fuera menester, deben impedirlo.
Y es que en España y desde el principio de los escándalos del ciudadano Juanito, se ha magnificado, exagerado y super utilizado todo este desagradable asunto para atacar y desprestigiar a la monarquía. Como si Juan Carlos hubiera sido el primero y único que ha cometido graves errores personales entre las familias reales o entre los presidentes de repúblicas y sus familiares, cuando son legión los infractores conocidos.
La imagen de Juan Carlos fuera de España es la de un gran jefe de Estado que cometió errores personales. Y punto, sin más más ni más menos.
Pero es que, además, nadie en este mundo puede evitar que la familia de un difunto invite al funeral a quién le venga en gana, mucho más cuando se trata de un familiar, en lo formal, y muy querido en lo personal.
Perdón, cuando digo nadie en este mundo me refiero al mundo más allá de los Pirineos, porque en España si que se ha dado en el País vasco. Que lo recuerdo muy bien y recuerdo quienes fueron los protagonistas.
Así que, queridos amigos, vuelvan a lo suyo y no insistan en confundir la velocidad con el tocino. Malo era que quieran borrar la trayectoria oficial del antiguo Rey, pero el condenar que su familia de otras naciones le invite a lo que quiera invitarle es pasarse muchos pueblos.
Espero que asista nuestro muy prudente Rey Felipe, que lo está haciendo magníficamente bien, y también Juan Carlos, este último por vínculos familiares y méritos históricos propios. Y no estaría de más que padre e hijo se tomaran un té en alguno de los salones victorianos de Londres, tan propicios para el sosiego, y decidieran recomponer sus relaciones familiares y las institucionales, al margen de los deseos de los “podemitas”, “bildus”, “peeneuves”, independentistas catalanes, y “sanchistas” que acampan en nuestro país como si fuera suyo desde siempre y para siempre.
Que un funeral siempre es campo abonado para la reflexión y para reconsiderar hechos y situaciones.
Estoy contigo, pero esta gente no sabe lo que es la vergüenza ni la dignidad.
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Eso lo sabíamos y lo sabemos. El problema no es como son, sino la influencia que les conceden.
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