A poco que me conozcan saben que yo soy de la opinión de que el sistema electoral del Reino Unido es el más democrático de los que conozco y en este momento se está demostrando con la dimisión de Boris Johnson de la presidencia de su partido y también la del gobierno, aunque será necesario cumplir el proceso de sustitución que lo retrasará algún tiempo.
Allí como aquí, al presidente lo elige el parlamento, pero hay una pequeña diferencia: cada uno de los parlamentarios británicos ha sido elegido de forma individual en su distrito electoral, haciendo su propia campaña y con el único bagaje de su propio prestigio y de lo que ofrezca a sus electores.
Y es difícil “colar” a gente extraña porque son conocidos por sus votantes y porque saben que va a defender los intereses de su circunscripción. Entre otras cosas porque, si no hacen, le corren a gorrazos en esas audiencias abiertas obligatorias que tienen en su circunscripción, creo que cada mes e incluso puede que menos tiempo. Naturalmente en la campaña manifiestan si se van a unir a alguno de los partidos representados en la cámara, aunque también pueden hacerlo como libres.
Por lo que ni hay listas cerradas ni tienen ninguna disciplina de voto y cada parlamentario vota libremente según lo que crea más conveniente en cada votación y sin ninguna limitación. Y es por eso por lo que, cuando hay algún presidente que defrauda a una mayoría de los que le eligieron, los de su propio partido, tienen mecanismos para forzarle a rectificar su conducta e incluso para obligarle a dimitir.
Es algo que ya ha ocurrido en otras tres ocasiones anteriores, según creo recordar.
¿Cuál es el resultado de este sistema? Que el mentiroso o traidor a las obligaciones contraídas se va a la calle, pero el partido mantiene el gobierno hasta que se elija a un nuevo líder que, a su vez, será el presidente del gobierno. Y lo será porque será votado como tal por la casi la totalidad de los congresistas de su partido, partido que, en todos estos casos, tiene la mayoría en el parlamento británico.
Y, de esta forma, no hay traumas a nivel nacional, ni nada de nada, porque cambia el presidente, pero no lo comprometido en la campaña electoral que les dio la mayoría. Más bien la política y el partido salen reforzados, porque ha sabido rectificar su propio error al confiar en alguien que no debían.
Y mi envidia es porque si tuviéramos este mismo sistema, y de haber obtenido mayoría en las urnas, que no ha sido el caso, es muy probable que el Partido Socialista hace tiempo que habría defenestrado a Pedro Sánchez por sus mentiras de cada día o por no haber cumplido sus compromisos electorales.
¿Alguna semejanza con lo que tenemos en España? Ninguna. Aquí tenemos una bancada de congresistas aborregados que votan lo que les dice su coordinador levantando los dedos en cada votación, aunque perjudique a la comunidad en la que fueron elegidos.
Sabiendo que si no lo hacen serán sancionados o retirados de sus cargos parlamentarios sin opciones de recurso. Porque, moralmente, el escaño no es suyo ya que han sido elegidos por estar incluidos en la famosa lista y sin ningún mérito propio de cara a la ciudadanía, con el resultado de que la mayoría son auténticos desconocidos para los que los votaron
Legalmente si que es de su propiedad, pero ya sabemos que plantar cara al líder obliga a salir del partido y dejar el escaño o pasar al grupo mixto. Cosa que no ocurre en Gran Bretaña porque, repito, cada uno de ellos es el dueño y señor de su escaño y nadie puede arrebatárselo, salvo escándalo manifiesto o delito previsto en sus leyes.
Es decir, allí son los congresistas los que controlan a su líder y aquí es líder el que actúa como señor de horca y cuchillo, políticamente hablando y decide lo que deben hacer los congresistas y que hacer con ellos si no le obedecen.
Razón por la que, desde siempre, he pedido una reforma de nuestra ley electoral. Cosa que no veré porque el tinglado actual interesa a todos, desde VOX hasta el partido más extremo y minoritario de la extrema izquierda.
¡Ojalá lo vean mis nietas!