El gran dilema de cómo ayudar a los migrantes por el Mediterráneo

Ninguna duda de que todo ser humano es igual a otro ser humano, y que los desfavorecidos del mundo tienen todo el derecho a intentar mejorar su calidad de vida para ellos y para sus familias.

Pero tampoco la hay en que todo esto está muy sobrado de populismo y muy falto de racionalidad y orden, porque el mayor enemigo de la verdadera integración es y será al “buenismo” insensato.

Y entre el “no pasarán” de muchos menos de los que parece pese a los ruidos mediáticos, y la política de puertas abiertas de otros, muchos menos de los que parece pese a los ruidos mediáticos, hay toda una gama de posibilidades, todas ellas difíciles,  algunas muy difíciles y, las menos, imposibles.

 Y lo primero es diferenciar las migraciones que se generan por  guerras o persecuciones, y las que se originan  por razones económicas.

Las primeras casi no tienen de que discutir: los que huyen de países en guerra o situaciones de gran peligro físico deben acogerse porque, si es cierto, los acogidos son los más interesados en retornar a sus países cuando la situación se lo permita, entre otras cosas porque es allí donde tienen sus raíces y sus pertenencias. Y a nadie se le puede negar ayuda cuando su vida corre peligro.

El problema está en “que hacer” con las personas que huyen de sus países buscando una mejora de su situación. Mejora e incluso supervivencia.

Hay quién dice que también estos están amenazados de muerte por inanición, pero solo es demagogia que, en lugar de ayudar, complican más la situación porque, por extensión, toda calamidad o miseria amenaza de muerte a los que las sufren.

No invento nada nuevo si digo que las mejores medidas serían actuaciones en origen, tanto favoreciendo la contratación en los países de mayor emigración, como ayudando a crear puestos de trabajo en estos mismos países fundando empresas privadas o mixtas. Pero el mayor obstáculo, casi infranqueable en muchos casos, es que se trata de estados fallidos o casi fallidos, donde no hay una autoridad reconocible, o con tal nivel de corrupción en los gobernantes más consolidados que imposibilita esta última opción.

Porque muchos de ellos no quieren ayudas en forma de industrias, quieren dinero para ser ellos los que emprendan las acciones necesarias que, casi siempre, son quedarse con las ayudas, por lo que esta opción solo sería viable en países como Marruecos, Argelia, y otros de perfil similar, donde también se pierde dinero por el camino, pero no tanto.

Otra actuación en origen sería informar a los habitante de la realidad europea y de lo que les está ocurriendo a la mayoría de sus compatriotas que han llegado a la supuesta tierra prometida, pero eso tampoco interesa a sus gobiernos que, en la mayoría de los casos, prefieren perder población y evitarse así problemas.

Pero como todo esto es muy complicado, continúan llegando pateras con sudafricanos, de los cuales un porcentaje importante, aunque solo fuera el 0,01%, se ahogan en el Mediterráneo.

Y aquí es donde está el meollo de la cuestión y donde todos, yo el primero, tenemos las mayores dudas.

Porque las redes nos hacen aparecer como asesinos declarados, pero todos sabemos que España, Italia, y todos los países ribereños están acogiendo sin problemas a los que llegan a sus costas o a los que ven en peligro en sus aguas jurisdiccionales.

Otra cosa es lo que hagan después con ellos, que es otra cuestión y también muy importante, pero es incuestionable que todos los días vemos en los telediarios lanchas de la Guardia Civil o de la Cruz Roja desembarcando gente de pateras en los puertos del sur. En España centenares cada día.

Pero muchos países, Italia especialmente, se niegan a que barcos de rescate, como el Open Arms, traigan a migrantes desde las aguas de Trípoli para desembarcarlos en sus puertos. Dicen, con cierta lógica, que con estas operaciones están favoreciendo el tráfico de seres humanos y enriqueciendo a las mafias.

Porque lanzar lanchas neumáticas repletas de migrantes para cubrir una distancia de pocas millas, es más barato que fletar barcos nodriza que las acerquen a las costas de España o de Italia.

Y así mejoran su negocio. En primer lugar porque el mensaje que lanzan a los subsaharianos es de “ahora es más fácil” porque os esperan cerca de la costa, lo que engorda el número de sus “clientes”, y en segundo porque los que vienen desde Libia paga, y pagan cantidades muy importantes, miles de euros, por la travesía.

Son por tanto los menos pobres de los desfavorecidos. No son los que tienen que buscarse la vida en las vallas de Melilla o tratando de cruzar por su cuenta el Estrecho de Gibraltar en balsas hinchables como las que usan nuestros hijos o nuestros nietos para jugar en la playa.

Y es ahí, del grupo de los “menos pobres entre los pobres”, de donde salen las grandes cifras de los fallecidos.

Y de ahí mi duda. ¿Debemos apoyar a los barcos rescatadores, o estamos complicando más una situación ya de por sí muy compleja?

Yo sigo con interés lo que está ocurriendo y, entre otras herramientas, localizo continuamente la posición real del Open Arms y del Ocean Viking por internet. El primero está ahora entre Lampedusa, Italia, y la isla de Malta. Más cerca de Lampedusa.

Y tengo clara, muy clara, la labor de Médico sin Fronteras en África, y colaboro con ellos,  que la que están haciendo en un barco rescatador como el Ocean Viking. Francamente no lo entiendo, y no es por falta de solidaridad, sino porque creo que muchas veces el remedio es peor que la enfermedad,

¿Están favoreciendo, o complicando más la situación? ¿Están salvando vidas o, por muchos que rescaten, se generan más muertes porque el tanto por ciento de los que emprenden la aventura ha aumentado por la información que reciben de los traficantes?

Y son temas demasiado serios para que vengan los solucionadores populistas de siempre a ponerme a caldo.

A los que, sin querer establecer comparaciones, y por reducción al absurdo. ¿Qué ocurriría si todos los españoles nos levantáramos con la intención de irnos a vivir a Álava?

Tendríamos derecho,  pero sería una situación indeseable, peligrosa, utópica y fuera de toda lógica. Aunque la razón fuera  que en el resto de provincias se hubiera declarado una sequía similar a la de las plagas de Egipto. Como ocurrió en la pos guerra con muchos habitantes del campo que migraron a las grandes ciudades creando infinidad de problemas y miserias humanas,  y dando origen al chabolismo actual.

Razonemos  y ayudemos a encontrar soluciones, que por pura lógica deben de partir de nuestra muy timorata e indecisa Unión Europea, que es la que debe encontrar el equilibrio entre acoger y regular.

Y dejémonos de soluciones fáciles y frases grandilocuentes, que ser un gran líder en las redes es la cosa más fácil y más barata del mundo.

Y aparquemos las tan cacareadas posturas “progresistas” que lo mismo sirven para recibir al Aquarius a bombo y platillo que para negar la acogida de los embarcados en el Open Arms.

Casi siempre acabo mis notas con una opinión clara que no daré en esta ocasión, porque ni tengo toda la información, ni  tengo todas las claves.

De lo único que estoy seguro es que así no podemos seguir.

Y, como he dicho antes, cosa diferente de la que no quiero hablar ahora, es lo que debemos hacer con los que ya han llegado a Europa, en general, y a España en particular.

La ética social y los comportamientos grupales.

Ayer estaba recordando otros tiempos, cuando yo tenía la responsabilidad de dirigir a un grupo importante de empleados para conseguir determinados objetivos, tarea que compaginé con darles formación en relaciones interpersonales, puesto que su trabajo consistía en reparar equipos en los domicilios de los clientes, y en algunas otras áreas de sus competencias.

No se trata de hacer alardes de mi vida profesional como dirigente de una multinacional, tarea que cumplí con un éxito razonable, como tantos otros, muchos de los cuales fueron mis referentes y de los que aprendí tantas cosas, sino comentar que cuando empecé a actuar como “jefe” decidí conseguir formación e información sobre estilos de dirección, porque necesitaba saber más sobre cómo actuar en mis nuevas obligaciones.

Porque, claro, aquí nadie nace aprendido. Yo recibí formación y apoyo de la dirección de la empresa, pero traté de localizar literatura sobre “comportamientos grupales”, y entre lo leído y lo aprendido de mis fracasos o mis errores, también de algunos éxitos, llegué a un punto en el que confirmé que ese camino era un buen camino, porque me permitía compaginar la obtención de resultados con una adecuada motivación de los empleados.

Y así llegamos a formar un equipo en el que cada uno tenía su rol, pero en el que todos interactuábamos focalizando esfuerzos y estrategias  en un objetivo común.

Y ese momento llegó cuando todos aprendimos a no jugar con cartas marcadas, a trasmitir la información, la buena y la mala, con toda transparencia y sin letra pequeña.

Como he dicho, no es que fuera el único con ese estilo de dirección en mi empresa, pero en lo que a mí concierne, la practicaba si reservas. Las dos claves que facilitaron mi labor fueron manejar adecuadamente los comportamientos grupales, a nivel personal, y el soporte de la Calidad Total como marco de la gestión profesional de todo el equipo.

Por cierto y como anécdota. Hablando de obtener información, en los años 60/70, cuando en España gobernaba la dictadura, era casi imposible encontrar literatura al respecto porque en aquellos tiempos parte de la cúpula política entendía que controlar y armonizar los comportamientos grupales equivalían a facilitar riesgos de sedición o de movimientos revolucionarios.

Pero como siempre hay un cosido para cada roto, yo descubrí una librería, Isadora, en la que, junto  a los libros “legales” se  podía conseguir algunos en “B”. La librería estaba en la plazoleta que hay al final de la calle San Martín, la que tiene el busto de Luis Vives, y los propietarios, una pareja de jóvenes, corrían un doble riesgo porque, además de vender libros clandestinos, parecían ser homosexuales, cosa que en aquellos tiempos suponía una temeridad social evidente.

Tanto es así que, perdónenme los titulares de la noticia si estaba en un error, que siempre pensé que la policía secreta, la misma que tenía informadores de barrio, sabía quién compraba y que compraba, cosa que nunca me preocupó porque mis adquisiciones, por muy prohibidas que estuvieran, eran totalmente inofensivas para el régimen.

Y hablado de grupos y sus comportamientos, en la página web de C. Organizacional IBQ, en la Unidad 4, titulada “Comportamiento Grupal”, se dan algunas definiciones como estas:

John W. Santrock, Hilda L. González y Ma. De Lourdes Francke en su libro “Introducción a la Psicología” (Psicología Industrial), nos dice: “Un grupo se define como el conjunto de dos o más personas interdependientes e interactuantes que buscan una meta u objetivo en común”.

 El Dr. Eduardo Soto en su libro “Comportamiento Organizacional”, define un “grupo como el conjunto de personas unidas con un objetivo, finalidad o meta común”. 

Huse y Bowditch: En la terminología de los sistemas, lo definen como un “conjunto de sistemas de comportamiento mutuamente interdependientes que no sólo se afectan entre sí, sino que responden también a influencias exteriores”.

Así también hay definiciones como las de: Stephen P. Robbins en su libro “Comportamiento Organizacional” define grupo “como el conjunto de dos o más individuos que se relacionan y son interdependientes y que se reunieron para conseguir objetivos específicos”.

 John M. Ivancevich y Michael T. Matteson (“Organizational Behavior and Management”, Burr Ridge, III, 1993, p.286). Nos menciona que una definición general señala que los miembros de un grupo en una organización:

1. Están motivados para trabajar juntos,

2. Perciben al grupo como una unidad de personas que interactúan entre sí,

3. Contribuyen en distinta medida a los procesos grupales, lo cual significa que algunas personas aportan más tiempo y energía que otras, y

4. Asumen distintas formas de interacción que las llevan a tener coincidencias y desacuerdos.

Definición que, por cierto, me parece la más acertada.

Ni que decir tiene lo que disfruté con algunas lecturas relacionadas con este tema y lo que me ayudaron en mi vida profesional. Y como es inevitable en casi todos los casos, estos comportamientos, buscar objetivos comunes incluso en los grupos más dispares, y el uso adecuado de la calidad total como marco de actuación en los procesos, de trabajo y personales, pasaron a formar parte de mi personalidad y marcaron el entorno de mis relaciones personales con mis amigos o mis interlocutores.

Lo que me ha causado más de un problema, pero me resulta inevitable y gratificante.

Y todo esto viene a cuento de la frustración que me supone ver como han cambiado los roles sociales a una búsqueda de las diferencias, a la falte de colaboración grupal, y un desprecio por trabajar por la convivencia, suponiendo que, como ocurre con el bienestar y tantas otras cosas, que  “nos viene dado”.

Cuando deberíamos  saber que la amistad real, la convivencia y la búsqueda de proyectos comunes, solo puede triunfar como fruto de mucho esfuerzo por comprender, mucha paciencia, mucha tolerancia, y mucho distinguir argumentos y personas, de forma que nunca superemos esa línea roja que debe separar las confrontación de ideas de los ataques personales.

Ese espacio de muy difícil retorno que en la terminología de las relaciones interpersonales se define como entraren una “espiral de violencia”.

La falta de valores y de coherencia en nuestras comunidades es, y será, una de mis mayores decepciones personales. El bienestar, el “ser más que el que más” y el bombardeo en los medios de comunicación de un marketing pernicioso que nos invita a ser egoístas, a tratarnos los unos a los otros como enemigos potenciales o como objetos de placer.

Y todo esto, junto al uso inadecuado de la tecnología, nos hace volver al sexismo, a discriminar a los diferentes, a actuar con comportamientos excluyentes, o a seguir, si no a encabezar, pancartas contra los corrutos cuando acaban de pagar una factura en “B”, sin IVA.

Pero ¡qué le vamos a hacer! Espero no rendirme y seguir como hasta ahora. No va a servir de nada, pero dormiré un poco más tranquilo.