Las malditas reválidas.

Ayer escuché a una joven manifestante afirmar en la tele que había que quitar las reválidas porque era una medida franquista y “porque nos llevaba a muchos años atrás cuando los únicos que podían estudiar eran los ricos”.

Opiniones como esta son paradigmas de la mala información que tienen los jóvenes de hoy. Posiblemente el sistema educativo tenga algunas decisiones políticas que favorecen los estudios a “los hijos de los ricos”, muy pocas en la enseñanza primaria y la ESO, pero la reválida, precisamente, no fue una medida especialmente grata para este colectivo más favorecido.

En “aquellos tiempos” la gente se matriculaba en los institutos o, en el caso de los que vivíamos en Bocairent o en zonas rurales, si estudiábamos bachillerato recibíamos clases de los maestros nacionales u otros profesores (a mí me enseñó latín Juan Luna) fuera de horas, y nos cobraban algo por este servicio.

Cuando llegaba la fatídica fecha nos subían al taxi de Tonet o de Fonda y nos llevaban a Alcoi a examinarnos como “libres”.

Mientras, los hijos de familias con más “posibles” estudiaban en colegios particulares, y solían tener mejores notas académicas que nosotros, unos decían que por cierta condescendencia de los profesores y otros porque recibían una enseñanza más completa. Pese a las malas lenguas yo siempre he pensado que la enseñanza de “La Pureza” de Ontinyent, por ejemplo, debía ser muy buena, pero lo cierto es que cuando llegaba la reválida tenían que examinarse en institutos, como nosotros, y siempre habían sorpresas.

Por eso afirmo que las reválidas no favorecían a “los hijos de los ricos”, más bien les obligaba a pasar por el mismo aro que los demás, y ahí no valían coplas.

Así pues, querida estudiante, es cierto que los hijos de los ricos podían estudiar y los de los obreros no, pero la reválida, precisamente, no les daba ninguna ventaja.

El problema no eran las reválidas: Lo injusto es que muchos jóvenes no pudieron estudiar en colegios privados, ni en institutos, ni “por libre”, porque sus familias no tenían ningún poder adquisitivo y necesitaban sus jornales.

Yo creo que es bueno que se mantengan las reválidas siempre que sean adecuadas al fin propuesto, (repasar lo que aprendiste en los años anteriores), que no sean demasiado exigentes y, sobre todo, que no pregunten “chorradas”.

Me alegré cuando supe que el presidente de gobierno ofreció ayer aplazar la obligatoriedad de las reválidas hasta consensuar la educación con los otros partidos, pero no creo que la laxitud en las evaluaciones beneficie a los alumnos.

Si tengo que decidir entre dos posiciones extremas, valoro mucho más el “saber” sin títulos, que tener un título si no se tiene “el conocimiento”.

Y los padres deben pensar muy seriamente cual es la preparación adecuada para que sus hijos puedan abrirse camino en la vida. No les eduquen para el éxito: edúquenles para el fracaso porque todos ellos, incluso los más inteligentes, sufrirán muchas cornadas y tendrán que saber que eso “es lo normal” y que hay que seguir peleando.

Nadie, y cada vez menos, tiene “lo que se merece”.

Premios Princesa de Asturias 2016 – “Esa vida que nos es dada nos es dada vacía”

Otra entrega de premios a los galardonados con los “Princesa de Asturias”, y otra ocasión de recordar que no todo está perdido, que junto a la mediocridad y el ruido atronador de unos pocos, pero muy ruidosos, que están pudriendo a la sociedad con pequeñeces, egoísmos y mezquindades, sigue existiendo otro mundo que vale la pena.

Lo puebla, mayoritariamente, la gente que trabaja cada día o que sufre la frustración de no tener un puesto de trabajo, que se afana, que sufre sus contrariedades y sus carencias, pero que tiene ideales, que lucha por ellos mismos o por los suyos, que no pierden la esperanza.

Y también el mundo de la cultura, de la solidaridad y del esfuerzo, con mayúsculas, que deberíamos reconocer, y que yo reconozco en los galardonados de ayer, muestra de muchos otros más anónimos pero igual de importantes, que dan sentido a la vida y a las emociones, que nos permiten liberar los sentimientos, que dan esperanza.

Richard Ford defendía en su discurso que la literatura, que escribir, no tiene ninguna razón de ser si no era para unir a las personas, para describirnos lo que tenemos en común, para señalarnos los puntos de encuentro, para “expandir lo que nos une”.

Y lo ilustró con muchas citas, entre las que me quedo especialmente con dos: la de Ortega y Gasset y su afirmación de que “esa vida que nos es dada nos es dada vacía y el hombre tiene que írsela llenando, ocupándola”, y el “hoy es siempre todavía” de Antonio Machado, que forma parte de su reflexión “hoy es siempre todavía , toda la vida es ahora, y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde

Ambas referencias nos animan a movernos, a tomar decisiones, a llenar nuestra propia vida y a no vivir la de otros, a no practicar la pereza de “lo haré mañana”, o la cobardía de “no correr riesgos”, que equivale a vivir en una continua frustración de no haber hecho o dicho lo que debimos hacer o decir.

Mary Beard, premio de Ciencias Sociales, vitalista hasta el extremo, nos invitó, a conocer la historia, a disfrutarla, y a evitar los errores que ya se cometieron. A no repetirlos. Y lo hizo con ese gesto espontáneo que la que caracteriza, como si fuera una más de la pandilla, como si todo su saber fuera fruto de la casualidad, de ciencia infusa o de una revelación divina.

Gran conocedora y enamorada del Imperio Romano, primer ejemplo de globalización real, y firme defensora de la igualdad de oportunidades y de los derechos de la mujer, comentaba que a ninguna le gustaría trasladarse a los tiempos de Roma, a no ser que tuviera billete de ida y vuelta.

Cuando la escuchaba no podía por menos que pensar en la enorme suerte que tenían sus alumnos de la Universidad de Cambridge.

Y luego lo de Nuria Espert. En su disertación habló del sufrimiento de vivir la vida de otros cuando actúa, porque no son sus personajes. Los considera y trata como personas reales aunque nunca hayan existido.

Declaró su enamoramiento con el teatro, la mayor de sus pasiones, y el profundo dolor que le causa en muchas ocasiones, afirmando que “mi dueño es muy duro; me ha lastimado muchas veces”.

Y de momento el milagro: Nuria Espert desapareció de escena y Lolita la Soltera ocupó el atril para desgarrarse ante nosotros, para morir en vida contándonos las penas, las mentiras y los desengaños que la hizo sufrir un Federico García Lorca implacable y cruel con el personaje.

Y como muestra de su perfecta simbiosis entre lo español, su profunda catalanidad, y la universalidad de su cultura, nos recitó unas frases del Rey Lear, de Shakespeare, que definió como “las últimas palabras cuerdas antes de elegir la locura como única posibilidad de soportar el dolor”. Y lo hizo, emocionada, en catalán. Su lengua madre

También recuerdo a todos los demás, que todos son ejemplares y ejemplo de solidaridad, de esfuerzo, de tesón, de pasión por la ciencia.

Pero hoy no quiero distraerme con sus grandes logros. Son una evidencia de lo que “es”. De lo que muchas personas han conseguido viviendo sus propias vidas y corriendo sus propios riesgos.

Tampoco quiero comentar las palabras de nuestro Rey, sensatas y sentidas como siempre, porque quiero evitar cualquier interpretación política a estas reflexiones, aunque es justo decir que la unión y la solidaridad que reclamó en su discurso no admiten ningún tipo de matiz ni de manipulación.

Prefiero quedarme en mi butaca arrebujado por las palabras escuchadas, las que dan calor al alma y hacen aflorar los sentimientos, pensando en lo “puede ser”. En lo que “debería ser”. En que hay un mundo mejor que apenas hemos descubierto ni hemos explorado como se merece. No tenemos tiempo para ello.

Convencido, una vez más, de que solo la cultura real, que no el adoctrinamiento, puede ser el sustrato que nos permitiría sacar los pies de los lodos que amenazan nuestro “cada día”.

Y decido escribir estos pensamientos antes de que se enfríen las sensaciones y el próximo telediario me devuelva a la realidad, o antes de que me de pereza hacerlo.

La derecha, la izquierda, y la “izquierda progresista”

El otro día, en una tertulia de amigos, apareció una de la frases de moda, “la izquierda progresista”, que manejan habitualmente los líderes del PSOE, de Izquierda Unida, de Podemos, y de agrupaciones tan singulares como la CUP, BNG, En Marea, y otros.

Discutía, solo ante el peligro, que al día de hoy el término “izquierda” no tiene connotaciones claras ni puede agrupar a los partidos actuales, porque perdió parte de su razón de ser cuando desaparecieron las luchas de clases y las reivindicaciones obreras.

En la actualidad, en una sociedad regida por los mercados y por poderes supranacionales, las deficiencias sociales o la macroeconomía solo se pueden defender desde estrategias y alianzas mucho más poderosas que las tradicionales. Y en nuestro caso, la única posibilidad de sobrevivir, como país pequeño que somos, es formar parte de la Unión Europea.

No quiere esto decir que “las izquierdas” hayan perdido toda su vigencia, porque siguen habiendo temas “menores”, domésticos, dicho sea con todo respeto, en los que pueden y deben intervenir. Pero estamos hablando de pequeñas agrupaciones contra fuerzas muy poderosas, que solo pueden actuar influyendo en los gobiernos de cada país que, a su vez, tratarán de influir entre sus aliados. En estos tiempos David no hubiera tenido ninguna posibilidad de vencer a Goliat, porque los “Goliat” actuales son tan altos, que su frente está muy fuera del alcance de la honda del pastor.

Sin embargo el término se mantiene artificialmente para aparentar que existe algo en común entre partidos como los que he mencionado, cuando la propia Comunidad Europea está marcando la ruta a seguir y los políticos representantes de los países han acabado configurando dos grandes bloques: el compuesto por conservadores y socialdemócratas, que actúan conjuntamente en casi todas las ocasiones, y “el resto”, partidos revolucionarios, populistas, nacionalistas y, en ocasiones, antieuropeistas.

Por lo que sé, el origen de los términos “izquierda” y “derecha” fue puramente casual y se remonta al Siglo XVIII, durante los tiempos de Asamblea Constituyente en la Francia revolucionaria, en la que habían dos bandos significativos, ambos compuestos mayoritariamente por militares y funcionarios, que eran los que tenían influencia en la política.

Los Girondinos, que querían restaurar la monarquía y los valores tradicionales, y sus oponentes, los Jacobinos, revolucionarios republicanos, que tenían como lema “libertad, igualdad y fraternidad”.

Y, como suele ocurrir, había un tercer grupo moderado, menos numeroso y más imparcial, que se denominó “les Monarchiens”, que defendía la continuidad de la monarquía, pero modernizándola según el modelo inglés, en con un sistema bicameral.
En aquella ocasión, los Girondinos estaban sentados a la derecha de la presidencia, los Jacobinos a la izquierda, y los monárquicos en el centro.

A partir de entonces se aceptó que la izquierda es “ una de las dos tendencias ideológicas (la otra es su oponente la derecha) más populares del mundo. La izquierda propone entre sus máximas fundamentales el cambio en materia de estructura social y económica, para así lograr la igualdad social, y oponiéndose como consecuencia a la propuesta conservadora, bastante alejada del cambio, sostenida por la derecha política (sic)”.

Pero, como decía, los tiempos avanzaron y la evolución de la sociedad forzó a que los grandes partidos, sustentados por ideologías muy firmes fuente de inspiración de sus programas electorales, variaran sus posicionamientos.

Y, muy recientemente, este hecho ha coincidido en España con la aparición de nuevos partidos de cualquier tendencia, que han justificado su presencia diciendo que los “tradicionales” habían dejado huecos en la ideología y en la gestión pública que había que rellenar.

Con todos estos antecedentes ¿Qué son y que posicionamiento tienen en la actualidad la derecha y la izquierda españolas?.

La derecha, representada por el PP es, fundamentalmente, la heredera de dos grandes partidos: Alianza Popular, que agrupaba a un gran abanico de tendencias de lo que se podía llamar la derecha más montaraz, desde antiguos franquistas convertidos a la democracia, falangistas, nacionalsindicalistas y otros, y de UCD, que aglutinaba familias liberales, democratacristianas y socialdemócratas moderados.

El tiempo, y la evidencia de que el PP no seguía las pautas del antiguo régimen, hizo que una parte de sus militantes y/o votantes de lo que se podía considerar “extrema derecha” dejara el partido, y que otro grupo, menos extremista pero especialmente irritado por la actitud del PP al final del terrorismo de ETA, abandonaran el PP y fundaran VOX, partido no ha conseguido abrirse camino en elecciones generales.

Por todas estas razones, los afiliados y simpatizantes del actual Partido Popular integran un abanico de sensibilidades que engloba lo que se puede considerar derecha democrática y socialdemocracia del sector más moderado, o “de derechas”.

Sus mayores virtudes: haber conseguido formar un bloque cerrado, compacto, que defiende los valores tradicionales del estado español, con una sola voz y un mensaje claro en todo el territorio nacional.

Su gran defecto: La corrupción y la malversación de fondos de parte de su cúpula, fruto del exceso de tiempo de permanencia en los cargos, y de la falta de controles y de vigilancia del propio partido sobre sus dirigentes.

¿Y la izquierda?:

Continuando con su eficaz manejo de los conceptos y la semántica, y viendo que el término “izquierda” no podía agrupar a partidos tan diferentes en sus planteamientos y sus políticas como el PSOE o Izquierda Unida, por ejemplo, se inventaron la “izquierda progresista”, puro eslogan sin contenido, porque solo se soporta en dos “sub eslóganes”: “El cambio”, y el “no” a la política del PP, especialmente representada por la persona de Mariano Rajoy.

¿Cuál es el cambio que proponen? Escuchando a los protagonistas de estas iniciativas, solo aprecio dos propuestas:

1.- La referida a la forma de gobernar y a las personas que han compuesto los gobiernos, a los que algún emergente, como Podemos, han llamado “la casta”, concepto que no puede ser compartido por el PSOE porque es un partido tradicional, de gobierno.

Si que lo pueden esgrimir los partidos que nunca han gobernado, Podemos, IU, Esquerra Republicana y todos los demás, pero no lo han hecho, excepto Podemos que acaba de nacer, porque nunca les han votado de forma significativa. Porque estos partidos nunca han conseguido merecer la confianza mayoritaria de los españoles. Más bien han ido menguado o aliándose con terceros para no desaparecer, como es el caso de la misma Izquierda Unida, última mutación del Partido Comunista que, desaparecida la figura de Santiago Carrillo, su gran líder, no ha encontrado un nuevo rumbo y ha estado brujuleando durante bastantes años, hasta su práctica desaparición absorbido por Podemos.

Algunos de los “pequeños”, como Esquerra Republicana, por ejemplo, han tenido un importante rebrote como consecuencia de la marejada política de Cataluña, provocada por Convergencia y los Pujol para distraer sus vergüenzas bajo el manto de la independencia, pero nunca alcanzaron, ni alcanzarán, una posición relevante en el estado español.

Si al hablar “del cambio” se refieren a la visión y modelo de estado y tenemos en cuenta que España es una nación moderna, integrada en la Comunidad Europea, ¿Qué tienen en común los programas del PSOE y los de Podemos, EU, o los independentistas? Puede haber una mínima coincidencia en temas sociales, pero difieren radicalmente en todo lo demás. Si comparamos programas y líneas maestras de todos ellos, nos encontraremos con que, al día de hoy, son mucho más parecidos los objetivos del PP y del PSOE que los de la mayoría de partidos “de izquierdas” con los del PSOE, o entre cada uno de ellos.

2.- El “no” a Rajoy y al PP no es más que un banderín de enganche, un mínimo común denominador para llenar calles, manifestaciones y pancartas en un mensaje populista, y para calentar a los frentes “ultra” de cada partido, pero sin ningún fundamento político.

Nadie en su sano juicio puede pensar que el PP es un partido equivocado al 100%, ni que todos sus dirigentes, respaldados por muchos millones de votantes, sean unos corruptos incorregibles. Con el añadido de que tanto el presidente del gobierno como sus ministros tienen mucho predicamento y son escuchados en la Comunidad Europea.

En cuanto a sus políticas en la última legislatura, algunas muy duras, los dirigentes de otros partidos, digan lo que digan, saben que se han debido, sobre todo, a las exigencias de la situación provocada por la crisis y los “deberes” impuestos por la Unión Europea. De hecho fue Zapatero el primero que tuvo que mover ficha por estas mismas razones.

Se trata, pues, de un argumento puramente temporal porque, en mi opinión, Rajoy se retirará de la política activa en cuando dejen de pedírselo y/o cuando considere que su papel de “encauzador” de las desviaciones actuales ya no es necesario. Llegado ese momento cederá el liderazgo del partido a alguno de los “capaces” que han ido creciendo políticamente en el PP, relativamente jóvenes, con buena imagen interior y exterior, y con capacidad para dialogar con otros partidos.

En este comentario no puedo opinar sobre las razones por las que el PSOE interrumpió hace años esa evolución tranquila, después de otra refundación, que permitió refrescar ideas y poner en valor a personas. Simplemente ni lo sé ni lo entiendo.

Decía que el “no” a Rajoy tiene fecha de caducidad y, cuando suceda, muchos de los partidos de la “izquierda progresista” actual, se quedarán sin escalera y agarrados a la brocha. Cuanto más tarden en comprender que las reglas del juego ya no son lo que eran y que los problemas de la sociedad actual no son los que justificaron el nacimiento de los sindicatos y de los partidos obreristas, más fácil es que desaparezcan. Y alguno de ellos son muy necesarios.

El único que nació fruto de la actualidad es Podemos, pero opino que también tendrá una corta vida si disminuyen las desigualdades y mejora el estado de bienestar, tan maltratado actualmente, porque el crecimiento de este partido, en mi opinión, es más fruto del malestar generalizado que de la confianza de los votantes en sus soluciones, poco claras y “antiguas”.

Creo que Podemos acertó en el diagnóstico y en la forma de canalizar el malestar existente, pero, como digo, sus soluciones, basadas en el aumento del gasto público no parecen las más adecuadas en este momento. Esas eran las propuestas de IU, y nadie las compró.

¿Y Ciudadanos? Una incógnita. Si siguen en la línea de predicar desde el púlpito y aconsejar desde la orilla no le auguro mucho porvenir. A la gente le gusta que los partidos “se mojen” tomando decisiones, aunque cometan algún que otro error. Y el papel de “bisagra” también tiene fecha de caducidad. No está muy bien visto en España, denota una cierta cobardía política, y puede pasarles factura. Sería una lástima.

Militantes versus votantes, la democracia asamblearia como alternativa a la representativa, y los populismos

Es un hecho incuestionable que  el éxito electoral de los partidos no depende de sus afiliados, sino de sus votantes. Los afiliados, eso sí, sirven para animar, apoyar y realzar las virtudes de su partido, y para arropara a sus líderes cuando tratan de captar el mayor número de simpatizantes para que les den su apoyo en las elecciones.

Sin embargo, por un error de estrategias, se cambiaron los roles y alguien decidió que los afiliados debían de tener más protagonismo en los partidos, hasta el punto de que debían elegir a sus líderes. Era más democrático.

Y como hay que ser “más que el que más” y ponerse al frente de la manifestación, algunos partidos tradicionales, el PSOE uno de ellos, decidió implantar “las primarias”, modalidad de votación por la que los afiliados eligen directamente a su Secretario General.

Es decir, han cambiado el sistema representativo, en el que los delegados tomaban las decisiones, por otro asambleario, alegando que esta medida mejora la democracia interna.

Y, tomada la medida, insisten en que esta fórmula pase a ser obligatoria, por ley,  para todos los partidos.

En primer lugar, no juguemos con las palabras. El sistema representativo es tan democrático como cualquier otro. Cuando un grupo de personas eligen a alguien para que los represente ante terceros lo hacen en pleno ejercicio de su libertad y no están condicionados por nada ni por nadie, o al menos no están más condicionados que cuando ejercen el voto en unas primarias.

¿Cuál es la ventaja? En pura lógica, se supone que los votantes delegados, los representantes, están más “enterados” de los temas puestos en cuestión, están al tanto de los estatutos y los reglamentos del partido, y conocen más  a las personas a los que elegir que cada uno de los casos. En definitiva: Conocen mejor el alcance de las decisiones y los pros y los contras de cada alternativa.

La democracia asamblearia, por definición, es mucho más emocional, en ocasiones visceral, con el peligro de que a la hora de emitir votos y opiniones lo hagan más condicionados por las circunstancias del momento, por el carisma de los líderes, o por los “consejos” de terceras personas que en círculos cerrados puede actuar como animadores de la opinión.

Tendremos que reconocer que las bases, la masa social, es mucho más influenciable que los representantes y corre el riego de que reaccione por estímulos en lugar de hacerlo por razones.

Los políticos se cansan de decir que no hay que dictar leyes como respuesta a hechos concretos (asesinatos, violaciones, raptos de niños, etc.). “No hay que legislar en caliente”, dicen, y tienen razón, pero, curiosamente, cada vez quieren mantener más calientes, casi en ebullición, a sus bases para moverlas según convenga.

Y ahí aparece la contradicción: un afiliado tipo “culligan” seguirá mejor a su líder, hará más ruido, pero asustará a los simpatizantes, menos mediatizados, poniendo en peligro los graneros de votos.

Los partidos de amplio espectro tienen muchos más votantes que militantes. Los más ideologizados tienen pocos votantes fuera de sus militantes, y a otros, los más radicales, solo les votan sus militantes.

En términos matemáticos podríamos establecer que el número de votante de un partido es inversamente proporcional a la radicalidad de sus afiliados. Casi un axioma.

Pero nos hemos establecido en el terreno del “cortoplacismo” y me temo que no van a rectificar. Seguramente pensarán que si alcanzan el poder tendrán tiempo de “arreglar las cosas” poniéndolas en su sitio, olvidando que es mucho más fácil provocar la exaltación que conseguir la vuelta a la sensatez.

Este es uno de los males de occidente: como tenemos bienestar, con muchas limitaciones, por supuesto, hay que ofrecer lo imposible para ser “diferente”. Pero una cosa es perseguir la utopía y otra muy distinta es engañar deliberadamente con promesas que saben que no pueden cumplir.

A eso se le llama populismo, y no es más que una consecuencia lógica de la falta de rigor de los que gobiernan, por no ser capaces de combatirla. Más bien se asustan y trata de imitar algunos de sus planteamientos, olvidando algo que es esencial: claridad en los planteamientos  y, sobre todo, pedagogía política de los gobiernos y las oposiciones de los países ricos cuando tienen que afrontar malas situaciones.

Una crisis, por ejemplo.

Y a los ciudadanos, cada vez más, nos están llevando a un camino de difícil retorno cuando hacemos caso de las promesas sin preguntar cómo van a cumplirlas, o el entorno en el que nos movemos: La Comunidad Europea, a la que hemos delegado una buena parte de nuestra soberanía.

Naturalmente estas reflexiones no tienen más peso ni más valiez que la de ser titular de un D.N.I. español, como lo son los militantes o simpatizantes de todos los partidos a los que siempre respeto y respetaré el sentido de su voto. En mi caso soy un «no afiliado», nunca lo he sido, aunque, como es natural, tengo mis ideas políticas o, por decirlo mejor, un ideal de modelo de estado y de convivencia participativa que se aproximaría mucho más al nuestro si cambiaral la ley electoral, para mi fuente de todos los males, y se reorganizaran la educación y la justicia.