El nuevo currículo de la ESO propuesto por el gobierno:

Otra vez y de nuevo sin ningún tipo de consenso con la oposición ni con el colectivo de la enseñanza, el gobierno va a dar un nuevo rejonazo a la educación tradicional, la del conocimiento y el esfuerzo, en favor de algo sumamente amable y “poco invasivo”, adecuado a la actual sensibilidad del alumnado y para la indignación del profesorado comprometido, la inmensa mayoría, o la complacencia de los abúlicos, indulgentes, super empáticos, ideologizados o simplemente “pasotas”, que son una minoría.

Parece ser que se eliminan exámenes y las notas numéricas, en favor de bandas de resultados, seguramente porque un alumno que consigue un 5 en una asignatura se puede deprimir si otro consigue un 9 o un 10 y ni te digo si le hacen repetir una asignatura porque no ha dado un palo al agua, aunque sea el más inteligente de la clase.

Dicen que se suspende la filosofía en favor de una especie de manual de ética y valores que, naturalmente, se referirá a la ética y los valores del gobernante de turno y no a la ética universal, a modo de la “formación del espíritu nacional”, asignatura obligatoria en tiempos de la dictadura que, por cierto, también se presentaba con estos mismos planteamientos y que, naturalmente, no era más que una forma de adoctrinamiento a la juventud.

La historia parece que tratará conceptos y ciclos más que hechos puntuales, por lo que muy posiblemente desaparecerá el descubrimiento de América, la conquista y la reconquista, los tiempos de la reunificación y nacimiento de la nación española y acontecimientos similares

Y, por lo que parece, pone al pie de los caballos a los profesores comprometidos porque serán ellos los que decidirán si los alumnos pasan o no de curso con independencia de su nivel de conocimiento, porque tendrán que lidiar con padres y alumnos que no entenderán “porque a su hijo no” cuando a fulanito sí.

A los pies de los caballos únicamente a los profesores vocacionales, los enamorados de la docencia e interesados por el futuro de sus alumnos, porque algunos otros se librarán de problemas y compromisos aprobando a todo el mundo y aquí paz y después gloria.

Cambios que no harán más que lanzar al siguiente ciclo a alumnos con menos preparación y que tendrán problemas para el acceso a las universidades y al mercado laboral.

Pero eso no supone un problema para un gobierno cortoplacista e insensato como el actual. ¡Ya se encargarán los padres, si están interesados, en complementar la educación de sus hijos con recursos alternativos!

Porque ellos, tan empáticos, no quieren lanzar al mundo a jóvenes tan traumatizados como fuimos nosotros, lo que, para nuestro bien, hemos “sufrido” una educación exigente que nos ha permitido desenvolvernos mejor y tener un conocimiento general de las ciencias, pero también del humanismo y de la cultura general, que no tendrán las nuevas generaciones de escolares.

No hay duda de que, desde mi época escolar, en la que se aceptaba incluso que tu maestro te arreara algún paletazo en la palma de la mano o te pusiera cara a la pared algún tiempo por infracciones de comportamiento con todo el apoyo de nuestros padres, la verdad es que éramos bastante brutos, hasta el día de hoy, la enseñanza ha cambiado mucho. Mis maestros solo disponían de la pizarra y de algunos desplegables de mapas, mientras que ahora hay apoyos audiovisuales y toda clase de técnicas que ayudan al profesor y facilitan la comprensión del alumno.

Y eso ha permitido una mayor “amabilidad” del profesorado, no reñida con el compromiso con la enseñanza en general y con la de cada alumno en particular. Y doy fe de ello porque conozco a docentes en ejercicio que también sufren y se interesan por sus escolares como sufría por mí y por el resto de los alumnos mi querido Don Fidel.

Lo que no es lícito es igualar a los alumnos de una clase al nivel de los más vagos, ni tampoco con los que tiene más dificultades para aprender, a los que habrá que apoyar especialmente, en aras de un tiempo feliz, de vino y rosas sociales, que, en este caso, aporta una falsa tranquilidad a algunos padres, porque sus hijos pasarán los cursos hagan lo que hagan y que solo perjudica a los verdaderos sujetos de los programas educativos: los alumnos.

Que así no sea.

¿Unidad o consenso?

Ayer, nuestro presidente se dirigió a la oposición, también a sus socios de gobierno y a los apoyadores habituales, apelando a la unidad para hacer frente a los gravísimos problemas que tenemos sobre la mesa. Y lo hizo utilizando todas las técnicas conocidas en la comunicación verbal con el apoyo de gestos. Y así lo dijo en tono persuasivo, de extrañeza, apremiante, de incomprensión, de enfado, de complicidad y hasta de súplica. Con las cejas levantadas, dejadas caer, levantando una más que la otra, frunciendo el ceño, endureciendo la mandíbula, apretando la boca o amagando una sonrisa triste.

Y, como suele hacer, aplicando bien las pausas o los cambios en los tonos de voz para reforzar conceptos, al estilo de Rufián, que, en mi opinión es un auténtico virtuoso manejando estos recursos.

Es posible que le salga “de natural”, pero no dejan de ser técnicas recomendadas en cualquier curso para hablar en público si se quiere reforzar un mensaje o facilitar un entorno.

Pero claro, el presidente no repara en que el apoyo solicitado ha de estar ligado, necesariamente, a un mínimo de honestidad basada en una comunicación fluida y sincera en la que no se esconda nada, buscando los puntos de coincidencia en la que apoyar una determinada iniciativa y abordando un tema cada vez para no distraer el fondo del posible apoyo.

Entendiendo que unidad en una iniciativa no requiere necesariamente unanimidad de criterios porque para conseguirla basta con un mínimo común denominador que permita ceder en algo en favor de un bien mayor. Es lo que se llama consenso, que es una forma muy deseable de solucionar problemas de Estado.

Prácticas y actitudes totalmente ignoradas por el solicitante de unidad, que no pierde ni un minuto en tratar de negociar con nadie, ni siquiera en proporcionar un mínimo de información, con el resultado de que una y otra vez la oposición, incluso algunos miembros del propio gobierno se enteran del contenido de sus propuestas por la prensa.

Y, también una y otra vez, emplea esa técnica torticera de mezclar temas a los que nadie puede negarse con otros que ni vienen a cuenta y que, en la mayoría de los casos, son de dudoso recibo democrático por la importancia de lo “colado” en la propuesta.

Y así, junto a propuestas sensatas sobre la pandemia a las que nadie podía negarse, alguno si que se abstuvo, consiguió la aceptación para el ingreso de Pablo Iglesias en el CNI y ayer mismo se propuso un paquete en el que, junto a los 20 céntimos de los combustibles, se incluía el impresentable currículum de la ESO, la aprobación al cambio de opinión sobre el Sahara, la limitación del precio del alquiler de las viviendas en las renovaciones y otros temas similares, sin ninguna conexión entre ellos y, en algunos casos, merecedores de plenos monográficos.

Adobados por una relación lastimera de los muchos problemas que había tenido que soportar durante su mandato, problemas reales todos ellos, aunque en algunos casos, como la última calima, no creo que le hayan quitado el sueño muchas noches. Como si los anteriores presidentes no hubieran soportado los asesinatos de ETA, los muy complejos ajustes que hubo que hacer para consolidar la democracia o alguna crisis económicas de gran magnitud. La diferencia es que la mayoría de sus predecesores, en lugar de lamentarse de sus desgracias, cuando se trataba de problemas de Estado lo primero que hacían era descolgar el teléfono para hablar con los líderes de su oposición, aunque en el parlamento se tiraran los trastos a la cabeza día sí y día también.

Eran tiempos en que permanecía vigente la palabra “consenso” que, cómo decía antes, es la única realmente válida y operativa en democracia, sustituida actualmente por la muy utópica y demagógica “unión”, con un significado equivalente a “seguir al líder” diga lo que diga y haga lo que haga. Un “sed flexibles y haced las cosas a mi manera, porque yo soy el único que se lo que hay que hacer en todos los casos”. Porque los demás, cuando hay un líder indiscutible, lo que tienen que hacer es “arrimar el hombro” sin cuestionar las propuestas, frase que en si misma pone en evidencia la pobreza democrática del proponente

Y esta ha sido, es y será hasta que los votos nos separen, la actitud del presidente de la “unidad consigo mismo”, el que nos ha tocado en suerte para gestionar asuntos realmente importantes, siendo, como está demostrando, el peor gestor de todos los que nos ha tocado en suerte desde la restauración de la democracia.

El del permanente “yo no he sido” si algo sale mal, porque la culpa la tiene Putin, o los gobiernos anteriores, o la oposición, o las comunidades, o la Comunidad Europea, siendo el paladín indiscutible de todo lo que sale bien, como la campaña de vacunación, que tanto juego le ha dado, cuando ni fue el que las compró ni el que las inyecto.

¿Huelga o manifestación ilegal? El problema de los camioneros y la muy necesaria ley de huelga

Como España es como es, tan aficionada a empezar cosas brillantes y tan poco a rematarlas como se debe, en este momento nos encontramos en una situación totalmente esperpéntica, porque los cambios en los tiempos no se han acompañado con la actualización en las leyes. Y me explico:

El derecho de huelga, contemplado en la Constitución, está fundamentada en que los obreros, los empleados de una empresa, pueden convocarlas para denunciar irregularidades de patronos injustos y presionarles para que soluciones problemas salariales, de abusos, o de cualquier otro tipo. Es decir, las huelgas iniciales, las primeras, requerían la presencia de un patrón deshonesto y de trabajadores reivindicativos.

Planteamiento que prevalecía casi intacto cuando llegó la democracia, porque durante la dictadura, ese derecho quedó invalidado. Hubo algunas huelgas, sí, pero todas eran ilegales, lo que permitía a las autoridades reprimirlas con fuerzas de orden público, incluso con las de antidisturbios si era necesario. Y de eso saben mucho “los grises” de entonces que, en su mayoría, no hacían más que obedecer órdenes.

Pero los tiempos han cambiado y ha crecido de forma exponencial el número de autónomos, hasta el punto de que en este momento hay gran cantidad de colectivos de mini empresarios,  patrones de sí mismos, que no tienen a quién reclamar derechos si no es el gobierno de turno, que no es su patrón, pero es el que regula con leyes gran parte de las materias que les afectan directamente.

Y, por esta razón, no pueden convocar huelgas, solo cierres patronales y manifestaciones, porque, repito, el gobierno no es su patrón formal, ni tampoco acogerse a los derechos de los huelguistas convencionales. Son, en pleno Siglo XXI, una especie de proscritos legales, porque ni siquiera, siendo patrones, entran dentro de los supuestos legales para cesar en su actividad:

25.3. El cierre patronal

Es el cierre del centro de trabajo decidido por el empresario, en caso de huelga o cualquier otra modalidad de irregularidad colectiva en el régimen de trabajo, cuando concurra alguna de las circunstancias siguientes:

  • Notorio peligro de violencia para las personas o de daños graves para las cosas.
  • Ocupación ilegal del centro de trabajo o peligro cierto de que se produzca.
  • Inasistencia o irregularidades en el trabajo de tal volumen que impidan gravemente el proceso normal de producción.

Es decir, la sociedad ha evolucionado mucho, pero la legislación continúa exactamente igual que en los años 70, salvo algunas modificaciones que no afectan al hecho de que hay millones de colectivos en auténtica indefensión legal ante determinadas circunstancias que les perjudican.

Y tenemos el caso paradigmático y actual del colectivo de autónomos del transporte, los camioneros, la mayoría de ellos propietarios de un solo camión, cuyos ingresos proceden en su mayoría de subcontrataciones de empresas del llamado Comité de Transportes, muchas de las cuales casi no tienen camiones en propiedad y se valen de los autónomos para hacer frente a sus contratos.

Es decir: Tenemos empresas con pocos empleados y pocos camiones, únicos interlocutores con el gobierno de la nación y miles, muchos miles, de autónomos sin voz ni voto que son, en su mayoría, los que realmente realizan los trabajos.

Con la guinda de unos sindicatos absolutamente amortizados que viven de las subvenciones que recibe a cambio de servir de coartada legal para las decisiones del gobierno y a los que les importa un pito los trabajadores que “no trabajan”, los que están en paro o no están colocados en empresas, especialmente en grandes empresas o en la administración pública.

Y abriendo un paréntesis y hablando de huelgas legales, que no es el caso de las movilizaciones actuales de los camioneros, resulta que este gobierno clarividente, por dar satisfacción a sus socios de la izquierda, suavizó la ley que penalizaba las actuaciones violentas de los llamados “piquetes informativos”, concretamente el artículo 315 del Código Penal, pensando que los trabajadores solo hacían huelgas a los gobiernos del PP.

Y lo hizo con un preámbulo populista como es este gobierno, absolutamente impropio del BOE, que en uno de los párrafos decía: «Desde la llegada al Gobierno del Partido Popular en diciembre de 2011, se inició un proceso constante y sistemático de desmantelamiento de las libertades«.

Y se apostillaba con otro párrafo del mismo preámbulo que dejaba entrever que los jueces aplicaban la “forma agravada” a cada uno de los casos, con este texto:  “Así, se ha aplicado la forma agravada de coacciones prevista en el artículo 315, apartado 3, del Código Penal, sobre la más atenuada de coacciones genéricas, aunque en la mayoría de los casos los hechos no puedan ser entendidos como violentos o coactivos y, en consecuencia, como un riesgo cierto para la integridad de las personas o de los bienes o instalaciones donde se desarrollan. Con esta aplicación de la ley se ha tratado de disuadir a los ciudadanos de ejercer su derecho a la huelga y, en consecuencia, su libertad sindical”

Y digo que era un ataque directo a los jueces, porque son ellos los únicos que pueden aplicar la forma “más agravada” o más favorable para los denunciados en cada caso, dentro de la horquilla interpretativa que les permite la ley.

Y ahora se encuentran con las manos atadas porque parte de los desmanes que están cometiendo los camioneros, muy pocos, pero muy difundidos, pierden carga delictiva.

Es más, en ese mismo decreto, se pedía una revisión de las sentencias dictadas por alguna de estas causas: «Procederá la revisión de las sentencias firmes dictadas de conformidad con la legislación derogada«.

¿Y porqué ocurren todas estas cosas? Como siempre por la inoperancia y la cobardía de la clase política de todos los partidos, sin ninguna excepción, que no se han atrevido a abordar un problema, cada vez más complicado, haciendo lo que deben hacer:

Abordar y consensuar una ley de huelga que permita dejar de ir a remolque de los acontecimientos, aplicando parches legales para solucionar situaciones puntuales a conveniencia de los partidos en el gobierno.

Como ha sido el caso

El camino de VOX hacía la Ínsula de Barataria.

Lo sucedido recientemente en la Comunidad de Castilla-León como consecuencia del resultado electoral es algo casi imposible de valorar como bueno o malo a largo plazo, aunque de momento, invita a ciertas reflexiones. Reflexiones a pie de calle, naturalmente, porque las siempre falsarias “altas esferas de la política” hace mucho que no reflexionan. Se limitan a lanzar consignas interesadas, prefabricadas y acordes con el ideario de cada cual.

La primera es que a estas alturas parece que la decisión de convocar elecciones no tiene padre, que “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Los mortales entendimos y nadie lo desmintió, que se adelantaron a instancias de la dirección nacional del PP, pensando que soplaban vientos favorables y que ocurriría lo mismo que en la Comunidad de Madrid con el tirón de Isabel Díaz Ayuso. Solo que algo se torció por el camino y las desavenencias de Casado con la que fue otrora su brazo armado, provocó un retroceso en las expectativas del PP y un ascenso, casi regalado, de VOX.

El pretexto, la posible moción de Ciudadanos, puede que fuera cierta, pero tenía toda la pinta de ser una coartada muy traída por los pelos.

Lo segundo es que, llegados a este punto,  Alfonso Fernández Mañueco se encontró con una patata caliente, muy caliente, porque una vez que el resto de los partidos representados en la cámara no aceptaron ningún acuerdo, solo tenía dos opciones: Pactar con VOX, o repetir elecciones, lo que hubiera resultado especialmente dañino para su comunidad y, muy posiblemente, para obtener los mismos resultados. Probabilidad que me viene al pelo para repetir una de mis frases favoritas, tan oportuna en este caso: “locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes”.

Y, como era de esperar, el gobierno de la nación, el PSOE, todos sus aliados parlamentarios y los medios que les son afines, se apresuraron a rasgarse las vestiduras, a sacar de su jaula el sangriento dóberman de antiguas campañas y a anunciarnos catástrofes sin cuento, no solo para la comunidad en cuestión, sino para España entera e incluso para la propia Comunidad Europea.

Catastrofismo alentado por el propio Casado en su inoportuna visita al Grupo Popular del Parlamento Europeo, olvidando de forma inexplicable que fue él mismo el que alentó a que se disolviera el parlamento y que, por tanto, es responsable directo de sus consecuencias, por acción u omisión, aunque la idea partiera de su ex secretario de organización.

No voy a entrar en lo dicho por la oposición castellanoleonesa, aunque es de cajón plantearse qué si tanto interés tenían en que VOX no entrara en gobierno, les hubiera bastado con abstenerse en la elección del presidente, sabiendo que, de haberlo hecho, hubieran tenido al PP cogido de salva sea la parte y en total indefensión política.

Pero las cosas están como están: VOX tiene la presidencia de las cortes, la vicepresidencia del gobierno y creo que tres consejerías. Y se ha firmado un pacto de gobierno que no he leído porque, diga lo que diga y como ha ocurrido con todos los firmados a nivel autonómico, incluso a nivel nacional, o no se cumplirá literalmente o se buscarán fórmulas para que parezca que “sí”, pero que será que “no” en cuanto surjan verdaderos conflictos.

Y no olvidemos que el señor Mañueco está en debilidad, pero sigue teniendo la potestad de disolver las cortes y convocar elecciones si le aprietan más de lo que puede o debe soportar. Y puede que, si se da el caso, el no pasar por determinado aro le proporcione una autoridad que parece muy menoscabada en este momento. Y al señor Mañueco no le temblará el pulso como le tiembla al señor Sánchez, porque no creo que haya cambiado el colchón de su residencia oficial, si es que la utiliza y no tendrá ningún interés personal en mantener el cargo. Ninguno.

A partir de ahora y como voy a hablar de VOX y de sus circunstancias, recuerdo lo que he publicado en tantas ocasiones: es un partido con el que no comparto en absoluto parte de sus objetivos políticos, objetivos políticos, repito, pero que es legal y por tanto tan democrático como cualquier otro, o quizás más que otros. Y por eso he repetido lo de “objetivos políticos”.

Y, en mi opinión, puede resultar muy positivo que VOX, que nunca ha querido “mojarse”, pase de predicar a dar trigo y asuma responsabilidades de gobierno. Responsabilidades en una comunidad autonómica, lo que parece un contrasentido dado que una de sus manifestaciones más conocidas es cuestionar la utilidad del sistema autonómico, que pide eliminar o limitarlo a cuestiones puramente administrativas, sin capacidad para tomar decisiones políticas que solo deben corresponder a las Cortes o al gobierno de la nación.

Porque ahora, estando los amigos de VOX en el gobierno, no van a tener más remedio que gestionar los recursos de que dispondrán para la mejor atención y los servicios a la ciudadanía. A toda la ciudadanía y sin capacidad de modificar leyes estatales aplicando su ideario. Aunque se esforzarán, como no, de hacer parecer lo que no es, dejándose llevar por su populismo tradicional.

He leído en titulares acuerdos como promover una ley de “violencia intrafamiliar” que protegerá a “menores, mayores, mujeres, personas con discapacidad o personas vulnerables”,  o que “el gobierno de Castila y León promoverá una inmigración ordenada que, desde la integración cultural, económica y social, y en contra de las mafias ilegales, contribuya al futuro de la región

Son textos asumibles en sus planteamientos y puro humo desde el punto de vista legal, porque, repito, ninguna comunidad puede promulgar leyes que contradigan las estatales, de rango superior.

Y la prueba de fuego de su futuro como partido estará en su comportamiento en el gobierno de la comunidad y en sus iniciativas parlamentarias. Porque de los otros “ultras”, los de la izquierda o los nacionalistas, sí que sabemos lo que han hecho y lo que han pretendido hacer, entre otras cosas dar un golpe de Estado, trabajar para cambiar la forma de gobierno, deslegitimizar a los otros poderes del Estado cada vez que sus decisiones o sus sentencias no se ajustan a sus planteamientos políticos o sociales y, siempre, encubrir al gobierno cuando toma decisiones que debilitan el contenido de la Constitución o no practica esa transparencia informativa que tanto pregonó antes de alcanzar el poder, alegando inexistentes secretos de Estado.

Y, ya metidos a gobernar, de aquellos revolucionarios nacidos del 15M, el Podemos que defendía la democracia asamblearia, apenas quedan restos. Sus dirigentes viven en otros lugares, viajan en coche oficial y, todo lo más, hacen alguna declaración de vez en cuando sobre temas varios para hacerse ver. Para aparentar que siguen en la brecha.

Pero de VOX no hay ningún historial de gestión. Solo mucho bla, bla, bla y repetir una y otra vez lo que harán cuando lleguen al gobierno de la nación, cosa que nunca conseguirán.

Y hasta puede que aprendan la lección del casi extinto Ciudadanos, partido que tuvo un gran auge en un determinado momento de la historia reciente y eviten querer ser “califa en lugar del califa”, el gran error de Albert Rivera y limitarse a influir, que no es poco, en lugar de presidir gobiernos.

Porque no olvidemos que la mayoría de los actuales votantes de VOX fueron otrora el ala más conservadora de AP y del PP, sin que eso supusiera un grave problema de convivencia con el resto de las “familias” internas.

Por lo que, en mi opinión, tenemos por delante un interesante experimento político que valdrá la pena seguir y del que podremos sacar conclusiones.

Hablemos de Ucrania y de lo que Putin nunca conseguirá de los ucranianos

Estamos asistiendo casi en directo a los terribles sucesos de Ucrania en los que las verdaderas víctimas, como en casi todas las guerras, es la población civil. En este caso no hay una guerra formal porque no hay dos bandos enfrentados, sino un invasor y un invadido, pero el resultado práctico es exactamente el mismo.

Estos días hemos memorizado la silueta de Ucrania, la nación más grande, detrás de Rusia, de las que en otros tiempos formaron parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que tiene un cierto parecido a la de los Estados Unidos,  .

Para ponernos en situación, conviene saber que la población de Ucrania es una mezcla de tendencias culturales siendo lo más destacado que las dos provincias orientales, las que hacen frontera con Rusia, hablan ruso y tienen una buena parte de sus habitantes favorables a la anexión con esta nación. Pero la inmensa mayoría de los ucranianos hablan la lengua nacional, el ucraniano y son mucho más proclives a integrarse en la Unión Europeo, incluso a entrar en la OTAN.

De hecho, ya hace años que la inmensa mayoría de la emigración ucraniana se dirige a las naciones de la Comunidad Europea, en las que, pese a las diferencias de idioma, se integran sin ninguna dificultad. Solo en España hay censados 112.034, una gran parte residentes en Madrid, aunque hay otros núcleos importantes en otras comunidades españolas.

Por otra parte, Ucrania resulta atractiva para los ciudadanos rusos, como lo demuestra que en los últimos censos figura un total de 4.964.293 inmigrantes de esa nación, casi el 12 % de la población. En el desglose por nacionalidades del total de inmigrantes en Ucrania, la mayoría es de procedencia rusa, el 66,65 %, seguida por Bielorrusia, con un 5,00 % y por Kazajistán con el 4,52 %. El resto de proceden de otras naciones.

En términos comparativos con España, Ucrania tiene una extensión de 603.548 km² y España de 505.990.  Su población es de 41.418.717, con una densidad de 69 habitantes por Km2, mientras que en España somos 47.326.687, con una densidad de 94 habitantes por Km2. Es decir: La superficie de Ucrania es mayor, pero tiene menos habitantes y están menos concentrados en grandes ciudades.

Lo que, para efectos de este comentario, permite suponer que Ucrania y España son muy parecidas en tamaño, aunque Ucrania se “estira” más en lo horizontal en su forma y menos en lo “vertical”.

La primera conclusión es que las imágenes que aparecen en las pantallas de televisión dan una falsa idea del despliegue militar del ejército ruso dentro de Ucrania, porque la distancia real entre las columnas que la invaden por el norte, desde Bielorrusia, o por el nordeste por Járkov están separadas por distancia muy superiores a las que hay entre Barcelona y La Coruña, pongo por caso, siendo mayores todavía las que hay entre las de Kiev y las que entran por Rostov o de las que puedan entrar desde la península de Crimea.

En cuando a la pretendida ocupación de Odesa, objetivo prioritario para Rusia porque cerraría todos los accesos al Mar Negro,  parece muy complicada realizarla por tierra desde Crimea, por lo que se supone que necesitarían un desembarco en sus playas, también muy arriesgada porque las fuerzas desembarcadas, como ocurrió en Normandía, quedarían muy desprotegidas si encuentran resistencia en tierra.

Es cierto que mi conocimiento sobre estrategias militares es más bien escaso, pero el sentido común me dice que si entre Dnipró e Ivano-Frankivsk hay más de 1.000 km., no creo que sea fácil moverse entre estas grandes ciudades, o cualquier otras, a velocidad de columna motoriza, con una logística complicada y hostigada por enemigos poco controlados.

Y es razonable pensar que no es esto lo que pretendía Putin porque, repito, no va a tener tanques en cada uno de los de esos 603.548 km² del país.

Es de suponer que su plan era una guerra relámpago, de tres días máximo, aterrorizando a los ucranianos con bombardeos selectivos por aire o con misiles para eliminar bases militares, depósitos de armamento y otros objetivos estratégicos, acompañados por una gran exhibición de fuerza militar por tierra, para conseguir el cambio del gobierno actual por otro, modelo Bielorrusia, totalmente pro-ruso, que no pidiera entrar en la Comunidad Europea, ni mucho menos en la OTAN.

Porque, de ninguna manera, podrá soportar una ocupación larga y en toda la nación.

Y fallado el plan inicial, su opción “B” es casi aterradora para Ucrania, para Rusia y para el resto del mundo “occidental”: mantener un goteo de muertes y acorralar a los habitantes de las grandes ciudades dejándoles sin alimentos, sin agua, sin luz, sin calefacción, sin medicinas y sin posibilidad de salir de sus ratoneras si no es por corredores humanitarios abiertos a Rusia o Bielorrusia.

Y a los lugares del oeste donde no pueden llegar los tanques, el terror llegará por el aire utilizando aviones y misiles.

Se me ocurre, desde mis escasos conocimientos sobre estrategias militares declarados anteriormente, que las enormes columnas de carros de combate que ha exhibido estos días tenían un mucho más de escenografía que de utilidad real, porque un tanque no es nada si no tiene combustible y tantos tanques necesitan cantidades ingentes de combustibles que deben llevarles cubas que, a su vez, necesitan protección porque son muy vulnerables. Tanques si, pero no tantos.

Es obvio que Putin conseguirá esa sumisión inevitable de madres con hijos o con personas mayores que mueren de frio e inanición en su casa y también las deseadas fotos propagandísticas de camiones rusos dando alimentos a los “pobres ucranianos”, hasta ahora martirizados por un gobierno nazi, según esta propaganda y aterrorizados por la violencia de los mercenarios entrenados por la CIA, pero esa boca que recibe alimentos morderá la mano que se los da en cuanto tenga ocasión.

Porque si los ucranianos sentían una progresiva desafección de Rusia en favor de la unión Europea, pasarán de desafección al odio y odio al máximo extremo, porque las naciones eslavas, como pasó con Polonia o Hungría, tienen un nacionalismo muy especial que hace que la guerra contra un invasor dure mucho más que el final de las batallas o que las rendiciones oficiales.

Y porque muchos de los que suplicarán alimentos han perdido sus casas y sus servicios básicos y tienen a sus maridos, a sus hijos, o a algunos familiares luchando contra los rusos por pueblos y ciudades de Ucrania.

Y es seguro que Rusia, la que se permite amenazar a Finlandia, a Suecia y a las naciones bálticas, no podrá soportar el coste económico de una invasión a largo plazo en Ucrania, ni tampoco el coste emocional de enterrar rusos muertos en tierra extraña por la gloria del gran líder.

Una Rusia, cuya ciudadanía está absolutamente desinformada porque Putin sabe muy bien que la nación no soportaría conocer lo que realmente está sucediendo. No se si habría una revuelta o no, porque los regímenes totalitarios lo primero que hacen es asegurarse el control de la policía estatal y de las fuerzas armadas, pero, como siempre ha ocurrido en la historia, su caída sería cuestión de tiempo.

Y a nosotros nos corresponde soportar con paciencia y resignación el sobrecoste de nuestras materias primas y de nuestra energía. No todo, como ha asegurado nuestro presidente, pero si el que sobrepase ese 7,5 % de inflación que ya teníamos antes de la invasión.

Y rogar para que el loco causante de todo este desastre no decida suicidarse si se siente acorralado y abandonado por sus fieles en el futuro,  como hizo Hitler, porque, de decidirlo, no optaría por dispararse un tiro en la cabeza, como hizo su referente más reciente, sino provocando algún tipo de masacre colectiva como acto final de sus delirios de grandeza. Porque Putin tiene “botones” y recursos armamentísticos de los que, afortunadamente, no dispuso el führer.

Los detonantes de la historia: Sarajevo ayer, Ucrania hoy.

Es curioso como un suceso aparentemente menor puede desencadenar acontecimientos insospechados. Lo mismo que el detonante de la primera guerra mundial fue el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona austrohúngara, la invasión de Ucrania ha sido la gota que ha rebosado el vaso del rechazo que estaba provocando en el mundo civilizado el sociópata asesino Vladímir Vladímirovich Putin, presidente actual de la Federación Rusa, posiblemente el hombre menos empático y más despiadado entre los actuales dirigentes mundiales.

Ha conseguido que la Comunidad Europea actúe con una sola voz, el reverdecimiento de la OTAN, un refuerzo de los lazos de los líderes del mundo libre, especialmente entre Estados Unidos y Europa, que Suiza abandone su tradicional neutralidad, que la ONU, ¡la ONU! vote una resolución condenatoria de la invasión, que naciones que permanecían fuera  de la OTAN, Suecia y Finlandia, estén pensando en participar en el tratado, que Turquía, la del imprevisible Erdogan, bloquee el paso de naves de guerra en el Bósforo, que la economía rusa se esté yendo al garete, que rusos de todos los niveles hayan manifestado su desacuerdo con la invasión, afrontando con valentía las inevitables represalias y, en resumen, una ola de solidaridad con el pueblo ucraniano absolutamente imprevista en este mundo que utiliza la globalización a su conveniencia y tan acostumbrado a mirar para otro lado cuando mirar de frente resulta incómodo.

Solidaridad generosa, de la que nos cuesta dinero y bienestar a todos nosotros y, muy especialmente, a algunas de las naciones clientes mayoritarias del gas o las materias primas que llegan de Rusia.

Invasión que, por otra parte, ha puesto de manifiesto que el gran dictador ni siquiera es un estratega de media capa. Se ha limitado a hacer un alarde de fuerza mandando miles de tanques y otros vehículos militares sin tener en cuenta la logística, de forma que muchas columnas se quedan paradas en espera de víveres o combustible, o llegando a la tan temida guerra de guerrillas urbanas, en la que un ucraniano armado con un cóctel molotov puede inutilizar un tanque de doce millones de euros.

Seguro que en el entorno militar de Rusia están rodando cabezas, pero hasta llegar a la del propio Putin hay que escalar muchos peldaños en la jerarquía de esa hermosa nación que tanto me sorprendió cuando la conocí.

Ucrania caerá porque es imposible evitarlo, pero el prestigio del loco homicida también. Prestigio que ya nunca recuperará porque no habrá en el mundo nadie capaz de creer en su palabra y en sus buenos propósitos. Excepto Cuba, Venezuela y alguna que otra nación dirigida por dictadores falsarios disfrazados de demócratas, como el mismo Putin.

Y me permito terminar con este enlace con el discurso de Borrell. Un socialista de la vieja escuela, sin bandazos y claro, muy claro, exponiendo sus convicciones.