La España que no conocemos.

Hace unos días mantuve una pequeña polémica con un amigo que, como me suele ocurrir, me ha obligado a trabajar un rato sobre el tema. No porque quiera llevar la razón, que la razón nunca es mía sino de las leyes o de la información fidedigna, sino por mi inevitable curiosidad, que no me permite pasar de puntillas por los temas sin conocer los datos objetivos. Mi tan repetido “by fact”.

En este caso se trata de analizar cuanto tiene de cierto el mantra que circula por el país de que somos una nación cuestionada por el tribunal de Derechos Humanos. Mantra aceptado por una gran parte de la población que da por buena la afirmación de que tenemos una baja calidad democrática, y que se vulneran con demasiada frecuencia los derechos de los ciudadanos.

No existen datos de 2018, seguramente porque todavía no están tabulados, pero tengo los de 2017 que son perfectamente válidos para el análisis

Leo un titular de Expansión que dice “El Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) dictó en 2017 un total de 1.068 sentencias, un 8 % más que el año anterior, y seis correspondieron a casos españoles, informó hoy en una rueda de prensa su presidente, el italiano Guido Raimondi.”

Y continúa, “de esos seis fallos, referidos sobre todo a los derechos a un juicio justo y a la vida privada y familiar, los jueces consideraron que en cinco España había cometido al menos una violación del Convenio Europeo de Derechos Humanos

En el sexto, por el contrario, se confirmó que los tribunales españoles no habían infringido el convenio al aprobar la extradición a Estados Unidos de un presunto narcotraficante”.

España fue condenada por dos «devoluciones en caliente» en la valla-frontera de Melilla; por la inhabilitación de Juan María Atutxa; por no proteger el honor de la cantante mexicana Paulina Rubio, y por acceder, sin autorización judicial, al contenido de un ordenador de un particular en el que se encontraron archivos con pornografía de menores

Además, “se condenó a España por no avisar a los dueños de un piso en Sanxenxo de una demolición

Y, más adelante, añade:

Entre las pendientes contra España, hay cuatro sobre los hechos acontecidos antes y después del referéndum ilegal del 1 de octubre sobre la independencia de Cataluña, y una de varios miembros de ETA que piden una reducción de pena por haber cumplido condena en Francia.”

En el Diario El Mundo he encontrado la misma información, pero presentada de forma mucho más “visible”, en forma de gráfico comparativo con el resto de países sujetos al control de Tribunal de Derechos Humanos.

Por lo que he leído hace unos días, Rusia está queriendo salirse del control de este tribunal, supongo que porque no quiere  que cuestionen sus decisiones.

Y en este estudio estadístico del mismo año 2017, y  citando fuentes del propio Tribunal de Estrasburgo, dice “España, entre los países menos condenados por el Tribunal de Estrasburgo en toda su historia“. La historia del tribunal naturalmente, no la de España

Y los datos anuales se apoyan en el siguiente gráfico comparativo:

¿Qué ocurre? Que en muchos casos confundimos la velocidad con el tocino, porque hay plataformas políticas y medios de comunicación muy potentes, empeñados en justificar la necesidad de cambios para defender, entre otras cosas,  los derechos de los españoles”.

Cambios que en la mayoría de los casos son totalmente innecesarios porque ya se han producido. España hace años que se ha puesto al día en derechos humanos, incluso está, como se puede ver, en los puestos de cabeza y con mejores resultados que países con gran tradición democrática.

Nuestro Estado, señores “salvapatrias”, hace mucho tiempo que hizo sus deberes. Y Uds. lo saben perfectamente.

Y cuando se estudian los datos de denuncias ponderándolos con otros factores, como la población de cada país, se dice:

 “No se puede hacer un ránking histórico exacto porque la ratificación de cada país se hizo en momentos diferentes. Pero si ponen los datos en relación con la población, por ejemplo, en 2017España tuvo uno de los ratios más bajos de denuncias por habitante (0,14), que solo mejoran Reino Unido, Alemania, Irlanda y Bélgica, de un total de 47 países.”

Y. como decía antes ¿cuál es el truco de los “calientamasas”? Hablar de denuncias y no de sentencias condenatorias. En este mismo artículo se dice “Sin ir más lejos, en 2017, 634 de las 641 demandas presentadas contra España ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos fueron archivadas o consideradas inadmisibles

Porque en un mitin o en una tertulia es absolutamente impactante hablar de 641 demandas contra España.  ¿Qué valor político tendría citar que solo se aceptaron siete?

Y ¿por qué tanta denuncia? En parte porque también “los malos” utilizan los recursos de la democracia en su favor. Por ejemplo: los etarras tenían por norma, aconsejados por sus abogados, denunciar torturas de las Fuerzas de Orden Público cuando eran detenidos y supongo que algunas de ellas han llegado al tribunal europeo.

Y también acabarán en este tribunal las denuncias de los separatistas catalanes relacionadas con el 1 de octubre o con supuestas violaciones de derechos. Por lo que he leído, en 2018 ya se desestimaron muchas  de ellas.

Y allí acabarán, con toda seguridad, los recursos por la sentencia del “prosses”

Y no critico que se denuncie, porque es un derecho que tenemos los españoles,  y porque cada uno de nosotros tenemos una opinión diferente sobre hechos similares, pero hablar de denuncias sin mencionar las no admitidas a trámite y las condenas, es contar una verdad a medias, práctica muy usual en nuestros tiempos, que no hace más que emponzoñar a la opinión pública y proyectar una imagen de España que no se corresponde con la realidad.

En cuando a Amnistía Internacional, versión España, me gustaría no tratar el tema porque es una organización que ha hecho mucho en la historia, también en nuestro país, y con la que he colaborado en el pasado. Pero en este momento y a la vista de lo que se dice, no tengo más remedio que hacerlo

El año pasado, precisamente el día que se inauguraba una exposición colectiva en La Nau de Valencia en la que participaba nuestro Vicent Ramón Pascual, asistí a una conferencia que impartió el presidente de la organización.

Duró hora y media aproximadamente, incluidas algunas preguntas de  los asistentes, y habló mucho de la historia de la organización, citando  intervenciones en el resto del mundo, pero pasó bastante de puntillas por la actuación en España, posiblemente para evitar discrepancias sobre los casos en los que intervenían.

Y salí muy defraudado porque el mensaje final, en mi interpretación personal naturalmente, no era tanto “hay que luchar contra la violencia y la violación de derechos” como “necesitamos afiliados”, por no decir “necesitamos cuotas”.

Y entiendo que Amnistía es una organización importante y que necesita tener recursos pero, y esto es extensivo a otras ONG’s, ¿Que parte de los ingresos obtenidos se dedica a mantener la propia organización y no tanto para trabajar en favor de las causas para las que fueron fundadas?

Seguramente este señor también quería lanzar otros mensajes, pero a mí me suscitó la duda, mucho más cuando cada día aparecen abusos, desfalcos, y noticias sobre ONG’s que defienden lo mismo y parecen tener los mismos objetivos, pero son distintas.

Si leéis los faldones de la pantallas de la televisión, veréis que piden fondos para niños, por ejemplo, desde varias ONG’s diferentes. ¿Por qué no se ponen de acuerdo, aúnan esfuerzos, se unifican en una marca única, y comparten recursos?

Siento de verdad este comentario, porque en todas ellas hay hombres y mujeres de muy buena voluntad que se dejan la piel en el empeño, pero junto a estas hay otras que lo tienen como profesión. Y la defienden. Y no es malo que las ONG’s tenga plantilla de empleados porque hasta Cáritas la tiene, pero, en este caso, son una minoría comparados con los miles y miles de voluntarios que trabajan desinteresadamente por la organización.

Hay que apoyar a Amnistía, sí, pero es preciso que, como todas, se comprometa a no tener plantillas innecesarias ni recursos que no vienen a cuento. Y que recuerden que los abusos a combatir son los que generan los gobiernos, o no los evitan deliberadamente.

No viene a cuento “buscar causas” confusas o que no tienen fundamento para “justificar” su existencia.

Y cuando visito su página, compruebo que defiende objetivos defendibles, que están en la constitución, pero muy generalistas y no achacable a la responsabilidad directa de los gobiernos que, sin duda, no cuestionan frases como estas: “todos los hombres tienen derecho al trabajo”, “todos tienen derecho a una vivienda”, y similares. Son causas muy defendibles, pero dudo mucho que justifiquen supuestas denuncias de Amnistía España.

¡Ojala haya llegado o está muy cerca de llegar el momento en que esta organización no tenga razón de ser en España!

No digo que estemos en  ese punto, pero no tengan la más mínima duda de que este país, el nuestro, es uno de los más civilizados del mundo, y en el que los gobiernos de todos los signos respetan los derechos de los ciudadanos.

Que no es lo mismo, ni mucho menos, que tengan capacidad para atender todas sus necesidades. Lo primero se defiende con leyes, lo segundo con una buena gestión de recursos y con política en forma de presupuestos del estado.

También citan algún caso de mal trato a detenidos, creo que se refieren a lo sucedido en una comisaría de los Mossos, absolutamente lamentable, pero que no necesita una denuncia específica de la organización, porque la justicia española tomó cartas en el asunto cuando se conocieron los hechos.

Es como denunciar que hay policías o maestros o funcionarios corruptos. Los hay y, desgraciadamente, los habrá, pero no amparados por nuestras leyes.

Todo lo anterior viene a cuento de que, en mi opinión, hay una parte importante de la población que solo conocen los hechos y nuestra historia por referencias de terceros, nos siempre bien intencionados y muchas veces procedentes de voceros  poco informados.

El resultado es que muchos españoles no conocen nuestra historia real, y piensan que somos un país lleno de baches y agujeros.

Y termino aquí, porque me apetece hablar de otros mitos inventados por personas interesadas, pero el texto pasaría de ser muy largo a larguísimo.

Insisto en que no quiero tener ninguna razón porque yo no he intervenido en ninguna de las mejoras que cito, pero continúo sintiéndome en la obligación de dar mi opinión, apoyada en cuantos datos pueda conseguir, aunque sea incómodo.

Sardanas sí, adoquines no.

Terminó la jornada de huelga en Barcelona, los radicales salvajes hicieron de las suyas otra vez, hoy es sábado, y en Valencia luce el sol.

¿Y ahora qué? Supongo que alguien, en algún momento tendrá que pensar en lo que está pasando. Los políticos por supuesto, pero también la ciudadanía, especialmente la catalana.

Lo ocurrido ayer, lo que está ocurriendo en los últimos dos años, no es más que un grandioso ejercicio de manipulación y de estrategias diseñadas con un objetivo final. Más poder y más riqueza para los poderosos catalanes. Y cuando utilizo la expresión “poderosos catalanes” no le aplico el concepto de catalanes como nación, sino a los catalanes de grandes fortunas con capacidad de decidir, manipular, intervenir en los negocios, y de transformar la Cataluña tradicional en otra más  acomodada a su voluntad y a sus intereses.

Pero, para llegar a este disparate, ha sido necesario trabajar con paciencia y sin desmayo, utilizando grandes cantidades de dinero, una parte salido de capitales privados, y otra de los Presupuestos del Estado via transferencia a la Autonomía.

La munición empleada ha sido el bombardeo de consignas falsas, populistas y mendaces. El caldo de cultivo la ignorancia política de los catalanes, por lo que veo aún mayor que la del resto de los españoles, que ya es decir.

Todos conocemos la frase “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, atribuida a Göbbles, responsable de la propaganda del Partido Nazi primero, y del Tercer Reich después. Práctica que han utilizado y siguen utilizando sin ningún pudor nuestros muy democráticos y nobles responsables políticos, machacándonos con frases tan falsas como atractivas para la ciudadanía tipo “España nos roba”.

Ellos no serán nazis, pero a fe que utilizan sabiamente sus estrategias de propaganda.

Y han llegado más allá, mucho más allá, jugando con el lenguaje creando nuevas formas verbales para ocultar hechos, o desfigurarlos. Uno de ellos es el invento español de los últimos tiempos: la posverdad, que se define como “un contexto cultural e histórico en el que la contrastación empírica y la búsqueda de la objetividad son menos relevantes que la creencia en sí misma y las emociones que genera a la hora de crear corrientes de opinión pública

Es decir, en Román Paladino, la posverdad, una fórmula por la que la verdad de los hechos es menos relevante que el impacto emocional que causa en los que las escuchan”.

O la frase tan escuchada que define la  mala praxis periodística: “no dejes que la verdad te estropee un buen titular

Actitud tan contraria al “by fact” en el que me educaron en el mundo de la empresa privada, donde me obligaban a demostrar, sin ningún género de dudas, lo que estaba exponiendo.

Tan intransigente  que hizo que en el catálogo de las “frases hechas” de mi esquema mental, apareciera una que he utilizado muchas veces: “Nunca saques conclusiones por impresiones”. Frase que, por cierto, no sé si es mía o la he “copiado” de otro, lo más probable, pero no importa. Es clara y directa.

Y  expongo una premisa y dos ejemplos evidentes:

Tengo muy serias dudas de que en las escuelas españolas enseñen debidamente nuestro sistema de Estado, los fundamentos de nuestra democracia, la Constitución, y un mínimo de economía social. Me temo que muy poco, y tengo la seguridad de que en Cataluña, de enseñar Constitución Española, nada de nada.

A los escolares sí que les enseñan lo que es un lago, pongo por caso, y si un político les dijera que un lago es “la cima de una montaña”, no es que no se lo creerían. Es que se reirían  de él, y le catalogarían como un ignorante que, por pura lógica, perdería toda credibilidad.

Y viene a cuento por el eslogan tan repetido en Cataluña  que ha sacado a la calle a tantos miles de catalanes. “los presos políticos no han hecho nada para que los detengan, y están en la cárcel por sus ideas”.

La aceptación de este mensaje implica desconocer que los hechos demostrados figuran como delitos en las leyes españolas, y que las sentencias aplicadas se corresponden a las previstas en nuestras leyes para cada delito. Y no en su mayor rigor, porque teniendo algunas dudas, el tribunal se ha decidido por la menos dura para los condenados.

Leyes redactadas por el Congreso de los Diputados y ejecutadas por el Poder Judicial, libremente y con total autonomía. Porque no tengan ninguna duda de que la judicatura  es  otro de los poderes del Estado, una de las tres patas de la democracia, que nos permite tener la tranquilidad de que ningún crimen quedará impune si se descubre, y que todos los ciudadanos están protegidos por la ley de los abusos de otros ciudadanos.

Y, teniendo como tengo a Cataluña por una región avanzada y a los catalanes por personas razonables, con “seny”, ¿Cómo es posible lo que veo y escucho?

Solo tengo una explicación y, lamentablemente, esta vez me dejo llevar por las emociones y, en contra de mi propio criterio, no por hechos contrastados porque no estoy en la cabeza de cada catalán disidente, sino aplicando el método matemático de “reducción al absurdo”. O, como ocurre con los planetas que conocemos pese a no haberlos visto nunca, por los efectos que producen.

Así pues, y partiendo desde las consecuencias, la única explicación posible es que toda una generación ha crecido y ha sido educada en un ambiente en el que no ha reinado una verdadera democracia.

En el que la educación ha tenido un alto contenido de adoctrinamiento, en el que los gobiernos de la Generalitat sí que han intervenido en las decisiones de la justicia o en ámbitos que no les correspondían, y en donde, como en los principios de la Alemania nazi, se ha marcado a los ciudadanos como buenos o malos catalanes en función de si compartían o no  los criterios  del gobierno.

Los gobiernos de la Generalitat eran depositarios de la verdad absoluta y dirigían a los catalanes en la dirección correcta hacia esa patria de “leche y miel”, en expresión bíblica, donde los ciudadanos serían, por fin, libres y felices. Y, claro, “los malos catalanes” no hacían más que dificultar la marcha poniendo piedras en el camino.

Y no solo eso. Los mensajes de la “catalanidad” gubernamental siempre han tenido un cierto trasfondo de raza superior, de pueblo elegido, al que nunca se ha reconocido sus aportes culturales, sociales y políticos ni en Europa ni en el resto del mundo.

Así, en Cataluña se ha vivido una especie de “pax romana”, frase que también repito con frecuencia porque cada vez la identifico más en muchas sociedades, que parecía cómoda para la ciudadanía, pero que, al final, puede acabar destruyendo todos los valores de la Cataluña histórica, siempre a la cabeza de la modernidad y del progreso.

Región en continua  evolución social e industrial donde surgieron las primeras grandes industrias, los primeros sindicatos, las primeras luchas de clases hasta llegar al pacto, con diseño de gran prestigio, y una arquitectura modernista novedosa y pujante.

Y, lo que es peor, todo lo que está ocurriendo daña algo que debería ser sagrado: la convivencia.

Esa posibilidad de que catalanes de cualquier idea y de toda condición, puedan unir sus manos bailando una sardana, acunados por el tamboril, la tenora, el tible, y el resto de instrumentos de la cobla. Esa  danza casi mística que bailaron sus padres y sus antepasados, y que unía a los catalanes de cualquier lugar, como los residentes de Valencia que la bailaban rodeando la estatua ecuestre del Rey Jaime I los domingos por la mañana, y que les hacía sentirse hermanos de sangre cultural viviendo en tierra de acogida.

¿Nacionalismo? Mi respeto y mi apoyo porque todos nosotros debemos defender nuestra tierra y nuestra cultura.

 ¿Independentismo? Es una opción política a la que se tiene derecho y que se puede y se debe defender pacíficamente, como el cambio de modelo de Estado o cualquier otra opción que quepa en la Constitución Española, la que regula la forma de convivir y de conseguir objetivos políticos.

Pero defender que los políticos presos “no han hecho nada” solo puede deberse  a esa posverdad de Cataluña en la que a los catalanes les han hecho olvidar que le Generalitat es una representación del estado en su Comunidad, que se los elige según las normas de la nación española, y que, para ser nombrados deben jurar lealtad al Rey y cumplir y hacer cumplir la constitución.

Lo desleal es lo que están haciendo. Es como pedir empleo en un banco teniendo la intención de asaltarlo.

Porque los dirigentes políticos catalanes no han obtenido los cargos en una oposición, o por “insaculación”, fórmula medieval aplicada por Isabel y Fernando, no se si atreverme a decir los Reyes Católicos, para evitar tensiones, sobornos, o amenazas en las elecciones de los corregidores.

Los han obtenido en unas elecciones convocadas con un fin concreto, atender y proteger a toda la ciudadanía, y no  para representar a una parte de los ciudadanos de la autonomía.

Y del “España nos roba” casi ni quiero hablar. La España de la solidaridad  no concibe semejante eslogan, sabiendo que las regiones más ricas deben apoyar a las menos favorecidas. Porque las unas y las otras no lo son por razones ajenas a sus decisiones políticas, ni por propia voluntad. Es un hecho, por ejemplo, que Cataluña, como Valencia, es puerto de mar, y en pura lógica, ha tenido muchas ayudas del Estado para favorecer que esta circunstancia ayude a mejorar su economía, que es una parte de la economía de la nación.

Y Cataluña no sido habría “tan” grande sin la ayuda de los obreros andaluces, extremeños o manchegos que se desplazaron a aquellas tierras para ganarse el sustento. Últimamente he escuchado a algún desahogado “retuercehistorias” que los catalanes tuvieron la “generosidad” de acoger a “los de fuera”. ¿Generosidad? Si no hubiera sido por los padres de Rufián y de tantos otros, no hubieran podido salir adelante.

Y hablar del “me roba” sería como decir que en Valencia deberíamos cobrar un tributo al resto de los españoles por venir a disfrutar de nuestras playas porque somos nosotros los que las mantenemos.

Las mantenemos sí, pero tenemos un retorno económico en los gastos de foráneos que nos visitan. Y el Mediterráneo no es nuestro, ni tampoco el sol que bendice nuestras tierras.

Y ustedes han tenido la enorme ventaja de que el resto de España fuera el mercado natural de sus productos. En tiempo de los aranceles que los gobiernos de Franco mantuvieron cuanto pudieron por presión de los empresarios catalanes, y una vez aceptada España en los mercados internacionales y liberadas las importaciones, porque ya tenían conformada una industria muy potente, apoyada por el Instituto Nacional de Industria, el INI de aquellos tiempos, que les eliminaba cualquier competencia interna y facilitaba mejoras y financiaciones.

Por lo que pudieron seguir vendiendo en el mercado español, y exportar a todo el mundo.

Nadie decía entonces que España les robaba.

Y un ejemplo es la Olimpiada de Barcelona del 92, en la que yo me dejé la piel como muchos de los compañeros de mi empresa de entonces, una de las patrocinadoras. Fue un proyecto de Estado, que lanzó a Cataluña y que pagamos entre todos.

Entonces tampoco les robaba España.

Así que, amigos míos, no pongan en su boca posverdades de sus dirigentes políticos. España es una de las naciones más democráticas el mundo, sus leyes son justas, incluso excesivamente garantistas como se puede apreciar últimamente, y nadie, absolutamente nadie, está en la cárcel por sus ideas.

Y no quiero dar nombres de personajes españoles que se pasan el día ofendiendo al Rey, a la nación, a la iglesia y a todo el que se ponga por delante y viven felices y tranquilos en este país opresor. Algunos cobrando sueldos del Estado.

El mismo Qim Torra se pasa el día amenazándonos con lo que “hará”, insistiendo en sus ideas separatistas, lanzado amenazas al gobierno de la nación, y desoyendo los avisos del Tribunal Constitucional.

Pese a ello, el “molt honorable” tampoco está en la cárcel ni en la jaula dorada de su jefe y natural, el Señor Puigdemónt, porque hasta ahora, no ha hecho nada. Solo defender ideas.

Insistiendo en que el gobierno y el Tribunal Constitucional son los “de España”, y que no los reconoce. Excepto cuando le conviene. Entonces recurren, apelan, denuncian y hacen lo que haga falta.

¿Y dice que no es español? Si tiene DNI español, vive en España, ocupa un cargo público definido en el organigrama de la nación, y cobra del Estado  via presupuestos de la Generalitat, unos grandes ingresos por cierto, ¿Cuál es su nacionalidad? Blanco y en botella. Todo lo demás no deja de ser pura palabrería para enardecer a los crédulos.

Y créanme, medio millón de manifestantes no harán que la justicia cambie la sentencia y que los políticos presos por haber delinquido salgan de la cárcel.

Y si así fuera, yo me echaría a temblar porque no reconocería a mi país como Estado democrático y vería amenazada mi seguridad y mis principios basados en un Estado con normas y leyes, y con separación de poderes.

Puede que lo consiga un recurso a Europa, aunque no lo parece, pero la presión de la calle, no. Las presiones a los jueces solo han servido en el pasado hay en algunos lugares para que doblaran la vara de la justicia en favor de los poderosos de su comunidad.

¿Como la familia Pujol, pongo por caso?

Y lo escribo con el dolor del que ama a Cataluña, y de conocer el sufrimiento de los catalanes no independentistas que aman a su tierra mucho más que yo.

Por lo que recomiendo a todos los hijos de Cataluña y a los que, no habiendo nacido en esa tierra residen en ella y la sienten como suya, que liberen sus manos de adoquines, banderas partidistas y símbolos extraños al servicio del marketing de la desunión, para enlazarlas en esa sardana que acuna, adormece y vitaliza a la vez, y que invita al amor, a buscar lugares comunes, y a practicar la amistad.

Por su bien, y por el resto de españoles que sentimos a Cataluña como nuestra, y a los catalanes como hermanos.

Valencia, 19 de octubre de 2019

A Franco muerto, gran lanzada.

“A moro muerto, gran lanzada” es una expresión con la que “se satiriza a los que se muestran valientes contra algo o alguien cuando ya no hay riesgo en ello”. Se utiliza para referirse a los cobardes que “aparentan un gran mérito” atacando a quien ya está vencido

Gente que nunca ha arriesgado nada y que se ponen a la cabeza de  las manifestaciones cuando ha pasado el peligro. No sé si se reproducen por esporas como las setas, pero cada vez hay más. Nacen a montones.

En tiempos de la dictadura algunos colectivos y no pocas personas luchaban con más o menos discreción contra el régimen. Se decía que teníamos a la policía más culta del mundo porque pasaban los días en las Universidades, “la secreta” tenía fichados a muchos españoles, especialmente para controlarlos cuando venía Franco a Valencia o iba a cualquier otra ciudad, o cuando se preparaba “algo especial”, y hasta Don Vicente, el cura de Marchalenes que se hizo famoso por protestar airadamente por el mal trato que dieron a los modestos de aquel barrio después de la riada como consecuencia de la especulación, era controlado por la policía “por si acaso”. Nosotros, a modo de respaldo, hacíamos alguna reunión en su parroquia en momentos “delicados”.

Y a más de uno detuvieron por hablar donde no debía o con quién no debía, que chismosos/as de barrio habían más de los que parecían haber, o por quemar “las vietnamitas” multicopiando panfletos o convocatorias de manifestación.

El Partido Comunista, ilegal por supuesto, fue especialmente beligerante y, por lo que recuerdo, el que más “daba la cara” en aquellos tiempos, tanto desde el punto de vista político como sindical. También algunos socialistas, igualmente sin legalizar, se movía por los ámbitos universitarios, habían “curas obreros”, y hasta teníamos una Unidad Militar Democrática.

Y muchos de los aludidos, comunistas y socialistas, algunos con mucho nombre, acabaron en las cárceles de Franco. Y quizás, mira por donde, fue allí donde se hicieron amigos, aprendieron a dialogar, a entenderse, a buscar puntos comunes, y a pensar en un futuro exento de tanta lucha absurda.

Personajes que tenían en su haber una honorabilidad a prueba de bombas, haber conocido lo peor de la guerra y la posguerra, y haber tenido tiempo para pensar. Mucho tiempo.

Y no es que le tuvieran que agradecer a Franco haberles encarcelado, pero ocurre en ocasiones que de un mal sobrevenido se pueden sacar cosas positivas.

Los Marcelino Camacho, Ramón Tamames, Simón Sanchez Montero, ¡Ramón Rubial!, y tantos otros, salieron de las cárceles después de bastante tiempo, y cuando lo hicieron volvieron a sus tareas políticas y sindicales sin haber presumido nunca de haber sido ellos, ni mucho menos cada uno de ellos, los que “nos salvaron”.

Ni siquiera lo hizo Carrillo desde el exilio o después en España

Y héteme aquí que personajes que no habían nacido en aquella época, que se han criado en un estado democrático extremadamente garantista en sus leyes, protegidos por un montón de servicios sociales y que les ha proporcionado educación y bienestar, se pasan el día diciendo que “hay que rehacer lo hecho”.

Son los que portan simbólicas banderas victoriosas  de batallas que no han librado,  que se adjudican méritos de cosas que ni siquiera saben lo que son, y que encabezan manifestaciones defendiendo derechos que ellos ni han sugerido y  por los que no han luchado aunque, eso sí, siempre tendrán un vídeo o una intervención de tertulia demostrando cuanto han hecho por “la causa”.

Sin ningún rubor ni la más mínima vergüenza.

Son los que van buscando moros muertos para darles grandes lanzadas, perdón por la expresión porque es medieval y los moros eran los enemigos de entonces,  pero que huirían despavoridos si el moro diera la más mínima señal de vida.

En este caso el moro muerto es Franco, del que es imposible olvidarnos gracias a estos valientes paladines que le dan lanzadas casi cada día.

Y a fe que tienen mucho mérito en la labor de mantener viva  la memoria del dictador. Porque si no fuera por su dedicación, y preguntáramos por Franco a un menor de treinta años, o no sabría quién es, o diría que es el último fichaje del Valencia F.C.

Claro que me dirán que lo hacen porque “no hay que olvidar los crímenes cometidos”. ¡Anda ya!

¿Conocen las palabras transición, reconciliación, generosidad o “mirar hacia  adelante”?

A, perdón, sí que las conocen. Las utilizan cuando hablan de los criminales de ETA que solo hace cuatro días que dejaron de matar.

Nota al margen: quiero dedicarle este comentario a Rufían, otro notable alanceador de moros muertos, que tanto ha disfrutado con el accidente que sufrió ayer el paracaidista Luis Fernando Pozo cuando portaba la bandera de España.

Paracaidista que siempre estará disponible para defenderle si alguna vez necesita de su ayuda. Y él lo sabe perfectamente porque, como todos los independentistas, es extraordinariamente eficaz disfrutando de los recursos, las salvaguardias, y las garantías que le ofrece la nación opresora.

No exageraré diciendo que Luis Fernando es un héroe, porque solo es uno de tantos militares que cumplen con su deber adiestrándose para protegernos, pero si le pongo en uno de los platos de la balanza y en el otro a semejante “padre de la patria”, se rompería el fiel por el peso del que hasta ayer era paracaidista anónimo, hoy valorado y apreciado.  

Otra vez Franco y la misma cantinela.

He repetido en muchas de mis reflexiones que Franco es historia desde hace muchos años, especialmente para los que vivimos en tiempos de la dictadura, como lo es el franquismo, que murió con el jefe del estado por mucho que algunos nostálgicos quisieran alargarle la vida artificialmente, como ocurrió con el propio general.

Y si queda alguno a la sombra de esa ideología, que nunca pude identificar porque Franco no la tenía, son muy pocos. De hecho, y por esa carencia, tuvo que fagocitar a la Falange de la época, debidamente modificada en sus fundamentos para que fuera útil al régimen. Por lo que sería más apropiado decir que “quedan falangistas” que catalogarlos como franquistas.

Pero eso “no vende” porque los falangistas son reconocibles, se les puede identificar  y son pocos. Es mejor continuar con la cantinela del “franquismo” que, como se está quedando pequeña y sin contenido, se está modificando hacia la denominación de origen “fascismo”.

Bandera a derrotar de una España inexistente, alimentada por colectivos de izquierdas interesados en dinamitar los pactos de la transición y reescribir la historia. O, mejor dicho y en el orden correcto, reescribir la historia para dinamitar la transición. Utilizando la misma técnica que se está utilizando para blanquear a ETA, por ejemplo.

Seña de identidad inexistente, porque decir que la derecha actual de España es franquista está tan fuera de lugar como decir que la izquierda es marxista, leninista o trotskista. Seguramente más fuera de lugar.

Una posible reacción ante estos “historiadores” de partido o de tertulia puede ser no hacerles caso y  tomarlo como una broma. Y en esa línea quiero expresar mi sorpresa al enterarme por los telediarios que la Guardia Civil está “ensayando” un traslado del féretro de Franco en helicóptero. ¿La Guardia Civil convertida en empresa funeraria?

Insisto en que debe de ser una broma. Lo del helicóptero no es ninguna tontería porque sería un transporte eficaz y discreto, pero ¿uno de la Guardia Civil?

Yo creo que sería mucho más apropiado utilizar el del presidente en funciones, que se podría hacer una foto para la campaña electoral con sus gafas de sol junto al féretro. Aunque quizás no se atreva a estar tan cerca del finado porque ¿quién sabe?

Y siguiendo la broma, sería mejor llevar el féretro colgado del helicóptero con Sánchez a caballo sobre el ataúd por los cielos de Madrid, agitando una bandera del PSOE.

Es una imagen trágico cómica que recuerdo de una película que vi hace  muchos años en la que un piloto de un B54 de EEUU recibe la orden de atacar Moscú con una bomba nuclear. El gobierno intenta anular la orden, pero el protocolo indicaba que esa orden, una vez dada, no se podía revocar.

En resumen. Después de muchas peripecias, la película acaba con el comandante del avión cabalgando por los cielos sobre una bomba nuclear que se ha lanzado desde el avión sobre Moscú, agitando un sombrero tejano entre gritos típicos de un rodeo.

Pero, pese a lo escrito anteriormente, este no es un tema que se pueda tomar a broma.  Y no por Franco, sujeto pasivo de todo este culebrón y que me despierta pocas, muy pocas emociones. Es porque los guionistas de esta farsa son los  que están intentando torpedear, sea por intereses políticos o por intereses electorales, lo que tanto costó de conseguir. La transición.

Y, en cualquier caso y sean cuales fueren sus intereses,  no me merecen ningún respeto. Absolutamente ninguno.

Porque ese hecho histórico fue una mini epopeya protagonizada por mucha gente generosa que acordó pasar página, en un momento político-social que los menores de cincuenta años de  hoy no puede ni imaginar.

Hubo una parte, una minoría, que no estuvo de acuerdo con el pacto, pero en una democracia deciden las mayorías. Y este referéndum no dejó ninguna duda sobre lo que pensábamos los españoles.

No os dejéis engañar con mentiras o falsas interpretaciones.

El 15 de diciembre de 1976 se celebró el referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, con el siguiente resultado:

Sobre un censo de  22.644.290 electores votamos 17.599.562, el 77,8 %.

Se contabilizaron 16.573.180 votos a favor, uno de ellos el mío, lo que suponía el 94,17 % de los votantes.

450.102 votaron en contra, el 2,56 %,

Otros 523.457 votaron en blanco, el 2,97 %, y se contabilizaron 52.823 votos nulos, el 0,30 %.

Quiere  esto decir que 450.102 votantes, solo un 2,56 % de los votantes, estaban en contra de pasar página, que 523.457, el 2,97 % no lo tenían claro, y que hubo 52.823 de los que no sabemos si estaban a favor o en contra.

Y que 5.044.728, ejercieron su derecho de no ir a votar, o no pudieron hacerlo, y se quedaron en sus casas. Nunca sabremos porque lo hicieron ya que en aquellos no eran tan fáciles ni los desplazamientos, ni los votos por correo. Y porque los censos electorales tenían deficiencias, especialmente en las zonas rurales.

Es decir: que en un referéndum libre, sin presiones, y con una población con muchas ganas por ejercer su derecho a opinar, solo 450.102 españoles, el  2,56 %, no estuvieron de acuerdo con la transición.

Y casi podría asegurar que una mayoría de ellos eran gente de ideología de derechas, por nostalgia, o porque veían peligrar sus prebendas. Porque los partidos comunistas y socialistas de la época defendieron el “sí” con muy pocas reservas. Diría que con profundo convencimiento de que era lo que debían hacer por el bien el país y para consolidar la democracia.

Y porque fueron conscientes de que era una forma inédita de pasar de una dictadura a una democracia, en la podrían ejercer sus derechos, participar en las decisiones políticas y cambiar a la sociedad, sin ninguna violencia

Y si alguien os dice que aquello fue un “pacto del silencio” o  que la gente voto atemorizada, os miente muy descaradamente. Maliciosamente. Como bellacos que son.

El franquismo ya hacía años que había dado paso al “tardo franquismo”, y se habían superado muchas de las presiones de la dictadura. Y hasta gente que había estado en las cárceles franquistas por sus ideas políticas defendieron la iniciativa con entusiasmo.

No fue “un pacto de silencio”, porque se siguió hablando de lo ocurrido y de sus terribles consecuencias. Los hechos eran los hechos y no desaparecieron de la memoria de los españoles. Se miró hacia delante, esos sí, tratando de compensar de alguna forma, como se hizo en muchos casos,  a los perjudicados por la guerra y por la dictadura,  reconociendo los derechos civiles y militares de los que habían pertenecido al bando republicano, por ejemplo.

La transición no fue un “reset”, un reinicio en la memoria de los españoles. Ni mucho menos.

Los recuerdos y las vivencias permanecieron en las mentes de los individuos, de las familias y de los colectivos, pero todos tratamos de buscar puntos de concordia y metas comunes. Y es evidente que se consiguió. Y digo que es evidente porque, en contra de la teoría actual de toda esta sarta de falsarios, la sociedad de la época dio un suspiro de alivio y supo rehacer su futuro sin renunciar al pasado.

Yo, por mi edad, no tenía ni pasado ni cargas emocionales, pero sí que las tenían mis padres, mis abuelos, mis suegros y todos los mayores de la época. Y doy fe de que, sin olvidar lo que pasó, supieron convertirlo en “lección aprendida” en lugar de mantener cuentas pendientes.

Por mucho que quieran vendernos el burro pintado a rayas como si fuera una cebra, la transición fue un “pacto de concordia”. Un compromiso de la ciudadanía para buscar el objetivo común de la convivencia pacífica y de aunar esfuerzos para perdonar los errores pasados, los de todos, y de trabajar por el bien de la nación.

Muy pocas personas en el mundo han vivido situaciones como esta, incluso en una época de terrorismo asesino. Yo sí la tuve, y nadie me distorsionará la realidad por mucho que se empeñe.

Ninguno de esos emponzoñadores de mentes poco informadas me cambiará esa historia con “relatos”, medias verdades, posverdades, o mentiras.

Yo estuve allí, lo viví, y en una muy pequeña escala, participé en los hechos.

Y deseo lo peor, en lo político naturalmente, a los que mienten sabiendo que lo hacen. Porque muchos de ellos  no participaron por edad en los hechos históricos de 1976, pero saben perfectamente lo que ocurrió, y  tratan de distorsionarlo mezclando el hecho de la transición con otros ocurridos en la República, en la guerra civil, o en la dictadura de Franco.

Los mismos que serían capaces de afirmar, con todo cinismo y sin pestañear, que Don Pelayo era franquista, por ejemplo.

Post data: decir que con la exhumación de Franco “se cierra el círculo democrático”, como ha dicho nuestro presidente en funciones, es una manipulación falsa y rastrera. Ud., Sr. Sánchez, no es el que nos ha traído la democracia.

La democracia la trajimos nosotros, los españoles, el 15 de diciembre de 1976, cuando Ud., nuestro gran libertador, andaría por los cuatro años, y los padres de Iván Redondo, su gran guionista y excelente “apuntador”, nacido en 1981, es posible que ni se conocieran.