Estamos próximos a conmemorar el 150 aniversario del nacimiento de Vicente Blasco Ibáñez, personaje controvertido y genial, tan difícil de entender en su faceta humana como reconocido mundialmente por su obra literaria.
Blasco Ibáñez fue uno de los pocos escritores que se enriqueció escribiendo aunque algunos de sus colegas de la época le acusaron de bajo nivel literario, posiblemente por desavenencias con muchos de ellos, por lo que no formó parte de la generación del 98.
Lo cierto es que escribió novelas de casi todos los géneros conocidos: costumbristas de ambiente valenciano, históricas, sociales, de aventuras, sobre la guerra mundial, sobre América, de viajes, etc., todas ellas en castellano.
Y, como ocurre con muchos otros genios, tuvo una personalidad arrolladora, imposible de entender y, mucho menos, de asimilar: inquieto, polémico, populista, romántico en ocasiones, despiadado literalmente en otras, republicano, anticlerical, amado por muchos y discutido por otros tantos.
Pero hay dos hechos importantes a considerar en la biografía de Blasco Ibáñez:
• Prácticamente la totalidad de su obra, incluidos los temas valencianos, los escribió en castellano.
• Algunos de sus biógrafos dicen que hablaba valenciano, y de hecho fue en esta lengua en la que publicó algún relato corto para el almanaque de la sociedad Lo Rat Penat.
En el diario Las Provincias del 31.12.2016 aparece un artículo corto titulado “Volver a la lengua en la que Blasco pensaba”, en el que se anuncia la edición en lengua valenciana de “La Barraca”, muy bien traducida del castellano por Vicent Satorres, y la presentan como escrita “en la lengua en la que pensaba el autor, el valenciano”.
Primera consideración: Naturalmente no estoy en condiciones de asegurar en que lengua pensaba el escritor pero, por mi propia situación, parece difícil que fuera bilingüe total, entendiendo por bilingüe el que cuando habla un idioma “piensa” en ese mismo idioma. Sin traducir.
Me explico: una cosa es la escritura y otra los mecanismos del habla humana. Yo mismo, por ejemplo, soy hijo de padres castellanoparlantes y recibí una educación castellana porque era lo “oficial” en mi infancia. Pero al mismo tiempo me comunicaba con mis semejantes, niños y mayores, en lengua valenciana, por lo desarrollé un mecanismo bastante común entre los bilingües de mi época:
Escribo en castellano porque es la lengua en la que me enseñaron a escribir y la lengua que nutrió mis escasos saberes. En mi infancia y mi juventud casi todo lo editado, empezando por las novelas de aventuras, los TBO’s, las novelas “más serias” y los libros de texto estaban en castellano. También ha sido el idioma en el que he desarrollado toda mi actividad laboral. Por esta razón es este es el “idioma de mi escritura” y en el que pienso cuando escribo.
Sin embargo la práctica totalidad de mi comunicación oral hasta los 18 años se desarrolló en valenciano, por lo que esta es mi verdadera lengua vehicular. El castellano fue mi legua de asimilar conocimientos. El valenciano la de transmitir y escuchar, la de jugar, la de compartir vivencias y sentimientos.
Y cuando hablo valenciano, pienso en valenciano, lengua que uso, preferentemente, si mi interlocutor me entiende.
Mi bilingüismo oral llegaba a tal extremo que en mi casa mis padres se dirigían entre ellos y a nosotros en castellano. Mis hermanos y yo hablábamos entre nosotros en valenciano, y cuando nos dirigíamos a nuestros padres lo hacíamos en castellano. Incluso en la mesa, porque mis padres, que fueron incapaces de aprender valenciano, sí que lo entendían.
Resultado final común a otros bilingües: Yo hablo a cada uno en el idioma en el que le conocí, y me resulta verdaderamente complicado “cambiarle” el idioma a lo largo del tiempo. Repito que es un fenómeno muy habitual entre los bilingües.
Por esta razón, y con todos mi respeto para opiniones mucho más doctas que la mía, dudo mucho que Blasco Ibáñez pensara en valenciano cuando escribía en castellano. En mi caso, y supongo que en el suyo, me resultaría muy incómodo, mucho más cuando construimos frases con doble sentido o con ese humor oculto tan diferente de expresar en cada uno de los idiomas.
Es cierto, eso sí, que “su” castellano, como el mío, tendría girones y modos del valenciano entre su vocabulario o en la construcción de algunas frases, pero seguía siendo castellano.
Y de ahí paso al segundo asunto, el que realmente me anima a escribir esta nota:
He visto en Facebook que alguien, hablando de la publicación en valenciano de “la Barraca”, decía textualmente: “Ya era hora!! Nunca entendí porqué no había ningún libro de Blasco Ibáñez en valenciano!.
Y que conste que lo interpreto como totalmente positivo, de alguien que ama el valenciano y lamenta que el escritor no tuviera más publicaciones en esta lengua. Tanto más cuando, curiosamente, el comentario está escrito en castellano.
Yo sí que lo entiendo. Se puede escribir “para” fomentar el valenciano por ejemplo, y en ese caso es imprescindible hacerlo en este idioma, pero cuando alguien escribe libremente de vivencias o de sensaciones, o cuando narra historias, lo hace en el idioma en que mejor sabe hacerlo, porque tiene que sentirse cómodo escribiendo. Unos lo harán en castellano y otros en valenciano.
Y el idioma de la cultura de nuestro personaje, entendiendo como cultura, como en mi caso, la cultura escrita, fue el castellano.
Formulemos alguna hipótesis sobre lo mejor para Valencia y para la cultura valenciana: ¿Que hubiera ocurrido si Vicente Blasco Ibáñez, de cuya valencianía nadie ha dudado, hubiera escrito en valenciano?
La primera consecuencia es que no hubiera sido famoso y reconocido. El valenciano era, y sigue siendo, poco hablado en España y mínimamente en el mundo. Y, como consecuencia, la marca Valencia asociada a las obras del escritor no hubiera transcendido de un círculo muy cerrado.
La segunda es que habría potenciado el valenciano, pero en sectores donde ya se hablaba. Un castellanoparlante tendría que haber utilizado traducciones que no se realizan si el autor no tiene mucho nombre ¿hubiera sido el caso?
La tercera y nada despreciable, es que no se hubiera hecho rico escribiendo ni hubiera tenido tanta “entrada” en lugares de poder y de influencia del mundo. Y, como digo anteriormente, cuando Blasco Ibáñez cruzaba una puerta, su anfitrión sabía perfectamente que su invitado era español y valenciano, porqué ejercía de ambas cosas.
Como ocurrió con Sorolla y tantos otros valencianos ilustres, Blasco Ibáñez fue un excelente embajador de su país y de su tierra.
En la actualidad se ha extendido la tendencia de definir como cultura, en general, lo que son áreas concretas, confundiendo, no siempre acertadamente, cultura con “hechos culturales”. Cultura es “el todo”, e incluye el idioma, el folclore, la literatura, las costumbres, las tradiciones y la solera histórica.
Y no se puede definir, concretar, o identificar por ninguna de sus partes.
Valencia, la cultura valenciana, su personalidad histórica, como la de otros pueblos, es mucho más que determinados símbolos. Sabiendo lo que digo y las consecuencias de lo que digo, la cultura de un pueblo es mucho más que su idioma.
Valencia es el sedimento de muchas culturas y su lengua actual es “la nostra llengua valenciana”, pero los antepasados también era valencianos cuando hablaban dialectos celtas, en latín, en árabe o en la lengua romance origen del valenciano. Y también lo son los valencianos actuales que hablan castellano. De pleno derecho.
En este caso el orden de los factores sí que altera el producto: Los habitantes de esta tierra nos llamamos valencianos porque vivimos en el territorio correspondiente a un asentamiento romano, cedido por el Consul Décimo Juni Bruto Galaic a los soldados licenciados de sus tropas en el año 138 ADC, al que llamaron “Valentia Edetanorum”, nombre compuesto por “valentia”, valor, y Edetania, región romana que incluía nuestra tierra entre otras provincias actuales.Naturalmente ese asentamiento solo fue el foco original de lo que ahora es todo un territorio que avanzó manteniendo una organización y unas costumbres similares.
Y se tituló lengua “valenciana” a la lengua romance, derivada del latín, que comenzó a hablar la gente “vulgar” de este territorio para comerciar y relacionarse. Quiero pensar, sin razones fundadas para ello porque no quiero meterme en más líos, que era lengua de raíz común de otros territorios del arco mediterráneo, incluida, y quizás origen, la Occitania francesa.
Por lo que limitar la cultura escrita de nuestra tierra a «lo que se escribe en valenciano» es limitar la verdadera cultura. Y, posiblemente, perjudicarla. No se puede titular como “verdaderos valencianos” a los que hablan nuestra lengua local. ¿En qué momento de la historia se decidió semejante condición? ¿Quién la decidió?
Me parece bien, y es necesario para que no muera ahogada por el castellano, que se fomente el uso del valenciano, que se convoquen premios a obras escritas en esta lengua, o que se hagan lectura en valenciano en los colegios. Pero siempre me queda la duda de si no sería bueno alternarlas con lecturas en castellano, porque no todos los clásicos para niños están traducidos. Algunos de los primeros libros que me recomendó mi maestro, Don Fidel, no lo están.
Enseñanza de valenciano o en valenciano sí. Sobre la inmersión lingüística tengo muy serias dudas. No creo que sea lo procedente.
En mi opinión sería altamente instructivo leer un mismo texto en los dos idiomas, y discutir y a analizar con niños o mayores las diferencias de matiz entre ambas versiones. Como se expresan los sentimientos en cada una de ellas.
Porque estamos lanzando un mensaje equívoco a los niños si les decimos que para ser culto en Valencia hay que serlo en valenciano. Y, en algunos casos más extremos, que usar el castellano es traicionar a tu tierra. No deja de ser una falacia y un craso error que puede estar cercenando la creatividad de muchos jóvenes o, lo que sería peor, sembrando una semilla diferenciadora. La del “yo soy mejor que tú porque..”.
La cultura es cualquier cosa menos minimalista. Los pueblos cultos interesan, y también interesará su idioma. Yo tenía un compañero de pensión en Madrid, hombre extremadamente culto que hablaba varios idiomas, y que aprendió griego clásico siendo ya mayor para poder leer originales sin depender de las traducciones.
Alguien pensará: ¡que dice este si no es valenciano! Sí que lo soy culturalmente y por voluntad propia pero, sobre todo, deseo lo mejor para esta tierra y esta cultura. Tanto, al menos, como el que más lo desea.
Otros tampoco lo son de nacimiento y no solo opinan: legislan
Y por eso creo que las cosas están como deben de estar: Blasco Ibáñez escribió en el idioma que creyó oportuno entre los dos oficiales de su tierra, y ahora se están traduciendo sus obras al otro, el que empezó siendo lengua romance y que acabó aportando los Ausiàs March, Joanot Martorell, Jaume Roig, Sor Isabel de Villena y tantos otros.
Sin que nadie lo impusiera.
Soy un convencido de que la mejor manera de proteger un idioma es evitarle rivales y, mucho menos, enemigos. Si en una comunidad como la nuestra coexisten el castellano y el valenciano, lo correcto para que prosperen adecuadamente es que ambos idiomas convivan con toda normalidad, sin ningún tipo de rivalidades ni imposiciones.
Intentar forzar el uso de uno de ellos es, de hecho, declararlo enemigo del otro y abrir un debate basado en emociones, ni científico ni práctico, que siempre acaban enconando posiciones difíciles de cerrar. Si el valenciano fuerza demasiado la marcha, acabará siendo “lengua impuesta” para una parte importante de la población, como lo fue el castellano, en otros tiempos. No repitamos errores.
Y si alguien, en el colmo de la insensatez, quiere utilizar un idioma con fines políticos para abanderar una determinada posición se equivoca. Pierde el idioma, que quedará marcado como “el del” partido o el movimiento que lo utiliza, y pierde el usurpador porque buscando enfrentamiento sociales o culturales nunca se llegó a buen puerto. Cualquiera que tenga dunas no tiene más que repasar la historia reciente de las naciones.
Otra cosa es el problema añadido de determinar cuál es el valenciano ortodoxo y quiénes son los depositarios de la verdad lingüista. ¡Pobre idioma atrapado y maltratado por luchas interminables de normas y escuelas, víctima de los intereses, la prepotencia o el egoísmos de unos pocos! ¡Cuánto daño le están haciendo los que dicen defenderlo!
Pero ese es el tema de otras reflexiones.
Lo escrito es una opinión personal que no pretende ser más docta ni más fundada que cualquier otra, pero considero que es mi obligación manifestarla en un momento en que la Comunidad parece abrirse a terceras vías por caminos inexplorados y, posiblemente, peligrosos.