El otro día seguí en directo la sesión parlamentaria y francamente me he quedado muy preocupado por el lamentable espectáculo que dieron los líderes de los partidos y por lo que allí se dijo.
Intervención más o menos esperada del presidente y también la de la oposición, toda, que estuvo en su papel de críticas y reproches según a quién y por qué razones. Más dura la de VOX que negó cualquier tipo de apoyo a las propuestas del presidente. El PP anunció su apoyo a la prolongación del aislamiento con críticas a algunas actuaciones del gobierno sobre el tratamiento de la pandemia y también una clara oposición a aprobar medidas económicas si no se discuten previamente.
Algo confusas pero sin acritud la de los grupos minoritarios, muy crítica con la actitud de los grandes partidos la siempre clara y directa Ana Oramas de Coalición Canaria y muy dura, casi malvada, la de EU en boca del Señor Rufián que lució su peor cara para criticar medidas del gobierno en relación con el tratamiento de la crisis en Cataluña, contra la intervención del gobierno, contra la presencia de las Fuerzas Armadas en Cataluña y sobre todo lo que se le puso por delante.
Anécdotas pocas porque no estaba el horno para bollos. Si acaso la petición de reparto de ayudas económicas que un parlamentario muy cercano formuló al presidente, en la que incluyó la solicitud de que fueran lo suficientemente justas para que ninguna comunidad quedara “por debajo de la media”. Solicitud francamente difícil de cumplir, pero hay que comprenderlo. Para ser parlamentario no hay que pasar ningún examen de matemáticas.
Hasta que llegó el turno de la portavoz socialista, Señora Lastra que me dejó totalmente sorprendido porque lanzó un discurso muy duro con VOX, lo que era de esperar, pero exageradamente agresivo en la forma y en el tono con el Partido Popular al que acusó de cosas increíbles, muy exageradas unas y evidentemente falsas otras. Fue un discurso durísimo e inesperado porque, como digo, no todo lo que dijo es cierto y, sobre todo, porque al Señor Sánchez se le ha llenado la boca en los últimos tiempos citando el Pacto de la Moncloa y se supone que el PP ha de ser un actor necesario para una negociación sobre las medidas económicas y fiscales necesarias para salir del desastre económico en el que estamos inmersos.
No todos habrán tenido humor para seguir el debate en directo, tiempo sí que hemos tenido, pero si no es así les recomiendo que traten de recuperarlo en las redes y que se fijen en la expresión del Señor Casado. He vistió muchos debates y es curioso observar las expresiones de los opositores cuando se les cita o cuando se dice algo que les molestas: de enfado, de extrañeza, de indignación, de ira y otras parecidas. Pero les aseguro que nunca había visto el desconcierto que expresaba el líder de la oposición.
Desconcierto que pasó a ser de tristeza y desolación cuando tomó la palabra el Señor Presidente y continuó y amplificó el guion de la Señora Lastra. Hay que decir como curiosidad que el Señor Sánchez llevaba la réplica impresa, lo que quiere decir que no era una réplica como tal, sino un discurso preparado de antemano para apabullar a la oposición de centro-derecha dijera lo que dijera, aunque estuvo mucho más comedido con Ciudadanos que con los otros dos.
Quiero indicar que el Señor Abascal sí que le echó en cara que llevara el discurso de réplica preparado, pero es que resultaba evidente y, o no se percató de que “se vería” o no le importó en absoluto, que es lo más probable.
El Señor Sánchez manipuló la información, cosa natural teniendo como asesor al Señor Redondo y se atribuyó todos los méritos del control de la infección cuando lo único que ha hecho y ha sido una excelente medida, es decretar el estado de alarma. Pero no se cortó en absoluto en adjudicarse, como cabeza del gobierno, todos los elogios que ha recibido España desde cualquier organización o medio de comunicación, fueran dirigidos a quien fueran dirigidos.
Los que publicó la Organización Mundial de la Salud sobre la actuación heroica de la sanidad española, organización a la que no hace tanto tiempo tildaban de ineficaz, al comportamiento ejemplar de la ciudadanía española, de muchas empresas, de la sanidad privada y de cualquier grupo social o ONG que haya colaborado a frenar el contagio.
Declaró que el gobierno de España ha sido el “primero en”, el que “más ha”, y el más eficaz de todos los de su entorno. Presentó comentarios sobre la pandemia de España publicados en la prensa internacional, en algunos casos con frases extrapoladas, que alababan a España en alguna de las facetas de la lucha contra el virus.
No citó, por ejemplo, la alabanza expresa y muy destacada al hospital de ICEMA que montó la sanidad madrileña y que los representantes de la Organización Mundial de la Salud adjetivaron como sorprendente y calificaron como de más envergadura y con más mérito que los levantados en China. Ni tampoco a los voluntarios que ayudaron a montar las conducciones de gases y fluidos. Como si solo el gobierno hubiera hecho algo de mérito.
Y por supuesto ni mención a la escasez de equipos de protección que siempre han resultado insuficientes.
Y tuvo la mezquindad de echar en cara a la Señora Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid, que no hubiera ido al parlamento madrileño desde que comenzó la pandemia sabiendo que está en cuarentena por el coronavirus y que la comunidad de Madrid, como el resto de comunidades, cerró el parlamento porque no era esencial para tomar decisiones que ayudaran a combatir la enfermedad. Ni tampoco que su presidenta, como todos los autonómicos, ha estado al pie del cañón y tomando decisiones, en este caso desde su casa.
También la acusó de haber bloqueado durante semanas la entrega de medicamentos y de material de protección. Realmente increíble y rastrero.
Francamente, no entiendo, o si que entiendo por mucho que me duela, que haya sacado como gran tema la extraordinaria actuación del gobierno contra la pandemia teniendo como tenemos el mayor porcentaje de fallecidos del mundo por número de habitantes y, probablemente y también en tantos por ciento sobre los infectados, la tasa de contagios más alta entre el personal sanitario. No digo que el gobierno tenga la culpa, pero tampoco es para presumir de ser los mejores del mundo mundial.
Por cierto. Allí se dijo que el gobierno había llegado a un acuerdo con la Patronal sobre la renta mínima y al día siguiente esta asociación emitió un comunicado diciendo que no es cierto. ¿Cómo se puede mantener semejante discurso?
¿Sorprendente? Lamentablemente y muy a mi pesar, no tanto.
Porque siempre me he temido que esta gran maniobra de “sus” pactos de la Moncloa no era más que otro de los muchos virajes y trapisondas políticas que ha protagonizado a lo largo de su carrera como secretario del PSOE y como Presidente del Gobierno. Especialmente indeseable estando como estamos en un momento de crisis sanitaria y económica como nunca hemos conocido.
En su intervención no citó ni una sola vez la palabra “progresista” pero si ha repetido muchas veces la frase “cambio de paradigmas”, haciendo ver que es él el que va a liderar y propiciar estos cambios.
¿Y en qué consisten?
Parece ser que ha pensado en una nueva forma de hacer política y que para ello, como está enfatizando últimamente, quiere contar con la intervención directa de asociaciones como sindicatos, patronal, y otros colectivos o asociaciones de peso en la vida social española.
Como hizo antes de la sesión de investidura cuando habló con todo el que se le ponía por delante, menos con los líderes de los tres grandes partidos de la oposición de centro derecha.
Son los nuevos tiempos de “los nuevos tiempos”. La modernización de la modernidad. La progresión del progresismo.
Y hago un pequeño inciso. El Señor Redondo sabe mucho, muchísimo, de estrategias para campañas electorales. Es un politólogo de prestigio que ha conseguido convertir en presidente al Señor Sánchez, pero me temo que no tiene en mucha consideración ni lo que es bueno para la nación ni la situación en la que nos encontramos. Y hasta dudo que se haya leído con calma la Constitución Española.
Y me explico y pido perdón por la obviedad del comentario:
España es una democracia representativa en la que los ciudadanos elegimos a los congresistas en listas cerradas y a los senadores en listas abiertas, siendo la primera de estas instituciones, el Congreso, el que elige al Presidente del Gobierno. Elección que se hace a propuesta del Jefe del Estado que nombra a un candidato, el líder del partido que ha obtenido mayoría absoluta, o al que le asegure que pueden conseguir una mayoría suficiente para gobernar si no es el caso.
Y una vez elegido es el presidente del gobierno el que elige a los ministros y lo hace con toda libertad, pudiendo nombrara a miembros de su partido, de otros partidos o independientes.
Nombramientos que se formalizan, todos ellos, cuando juran guardar y hacer guardar la Constitución en presencia del Jefe del Estado y del Ministro de Justicia como Notario Mayor del Reino.
Y que la única entidad facultada para aprobar decisiones o cambiar leyes a propuesta del gobierno o por iniciativa popular es el Congreso de los Diputados, excepto los llamados “decretos ley” que dicta el ejecutivo y que son de ejecución inmediata. Solo se deben tomar en circunstancias muy excepcionales y también deben pasar por el congreso posteriormente, aunque últimamente se abusa mucho de ellos porque los gobiernos de turno siempre dicen estar “en circunstancias excepcionales”.
Y estando así las cosas y siendo que el Congreso es el único organismo capacitado para tomar decisiones y para legislar en España, es bueno, muy bueno, que los partidos contacten con sindicatos, patronales y cualquier otra asociación que tenga cierto peso en la sociedad para conocer sus puntos de vista.
Pero los españoles no elegimos por votación a los secretarios sindicales, ni a los dirigentes de la Patronal, ni a los de FELGTB, ni a las feministas, ni a los de la Cruz Roja, ni a siquiera a los de Cáritas, que me resultan tan próximos. Están inmersos en el sistema, pero al margen de las decisiones políticas.
Y, como es lógico y notorio, ninguno de ellos tiene poder legislativo ni debe influir en las decisiones del gobierno más allá de expresar sus opiniones, sin presiones. Hasta el punto que la ley prohíbe manifestaciones de ningún tipo en los alrededores del parlamento cuando hay sesiones parlamentarias para que los congresistas no se sientan “presionados” por dichas manifestaciones.
Tampoco hemos elegido a los Presidentes de las Autonomías para que intervengan en el gobierno de la nación. Es un colectivo al que hay que escuchar con mucha atención, pero que no tiene la responsabilidad de actuar como “ejecutivo” más allá del área geográfica de su propia autonomía y sobre las competencias que tengan transferidas.
¿A qué viene pues decir que los va a “incluir” en el gran pacto? ¿En eso consiste el “cambio de paradigmas”?
Puede parecer que me las estoy dando de listo, pero es necesario, cada vez más y con más urgencia, que todos los españoles conozcamos y reconozcamos el terreno que pisamos para no resbalar y dar con nuestros huesos en un conflicto político de dimensiones impensables. Porque últimamente se aprecia un deslizamiento evidente hacia otros planteamientos políticos.
La alternativa, la que siempre ha defendido Podemos, la CUP y otros movimientos a la izquierda del PSOE tradicional, es la democracia asamblearia, que consiste en que sea “el pueblo”, que parece no ser lo mismo que “la ciudadanía”, el que libremente y asociado como crea conveniente, es el que decide que hacer con sus vidas en todos los aspectos. En España, copiando de las primeras experiencias de los “soviet” que dieron lugar a la Unión Soviética, lo habitual es constituirse en “círculos” en los que todos opinan y luego deciden por votación que deben hacer y a quién deben obedecer.
En España hay una fuerte tradición libertaria y recuerdo el viejo lema del anarquismo, tan vinculado con el anarcosindicalismo, “ni Dios, ni patria ni rey”, que presidía sus actuaciones. Una de las características del anarquismo es la defensa de la violencia como arma política y esta es la razón de que sean radicalmente enemigos de las fuerzas de Orden Público y de las Fuerzas Armadas de los países en los que tienen presencia.
Y este movimiento fue la esencia del 15lM de 2011 que sirvió de plataforma a Pablo Iglesias y del que expulsaron al entonces Secretario General de Izquierda Unida, Cayo Lara, cuando se presentó en la Puerta del Sol tratando de conseguir rédito político del movimiento, porque le consideraron dirigente de un partido “vertical”, estatal, del sistema. Pablo Iglesias fue aceptado porque no tenía historia política, es un buen orador muy capaz de cargar de pasión su discurso y, perdónenme la frivolidad, posiblemente porque llevaba coleta.
Movimiento asambleario que siempre ha tenido truco. El empoderamiento de una clase dirigente aprovechando las inquietudes y las reivindicaciones de las clases menos favorecidas. Pero ese es otro tema.
¿Mis conclusiones? Y esto es opinión, casi especulación:
Yo he trabajado muchos años en una empresa que basaba sus estrategias comerciales apoyándose en un marketing muy potente, hasta el punto que tenía un departamento propio. Mis responsabilidades eran ajenas a ese departamento, pero mi cargo casi me obligaba a adquirir ciertos conocimientos y por eso tengo experiencia en identificar campañas, o participar en ellas y sus mecanismos.
Y, desde esa experiencia, estoy seguro de que estamos en el inicio de una gran campaña política destinada, otra vez, a salvar al “Soldado Ryan”. No al Partido Socialista Obrero Español, no. A Pedro Sánchez.
Y para ello su gabinete de campaña necesitará desarrollar algunos eslóganes que le resultarán absolutamente necesarios:
- Desligarle, desligar a su gobierno, de cualquier posibilidad de error o de falta de iniciativa relacionada con el origen o la expansión de la pandemia en España. Podíamos resumirlo en “sea lo que sea no estaba en mis manos el evitarlo”. Y si se ve apurado puede echar mano del consabido “esto es consecuencia de errores de gobiernos pasados”, argumento recurrente que ya está comenzando a circular como ha ocurrido en otras ocasiones.
- Contabilizar como suya cualquier iniciativa que haya servido para frenar la contaminación o para conseguir soluciones a la enfermedad. No importa de quién haya partido la iniciativa o quién son los protagonistas reales de los hechos. Pedro Sánchez debe aparecer como el paladín de las soluciones, el hombre lúcido y eficaz que venció al coronavirus.
- Aparecer como el presidente que ha roto las cadenas con el independentismo excluyente. Él intentó integrarlos en el conjunto del Estado, pero no le han respondido y no ha tenido más remedio que liberar al gobierno de las ataduras actuales. Será el “único que lo intentó” basándose en el diálogo, pero también “el que tuvo el valor” de ponerlos en su sitio. ¿A que queda bien?
- La nueva estrategia requiere un nuevo lenguaje. Ya no estamos en la fase del progresismo ni siquiera en la de “consolidar la democracia”. Para la historia que le están fabricando, esa etapa se cerró cuando se desenterró a Franco. Hay que hablar de “cambio de paradigmas”. Y, naturalmente y como hasta ahora hay que emplear un lenguaje muy cuidado para decir algo que no es lo que parece. Como esos periódicos de bajo nivel que publican grandes titulares que no se corresponden para nada o muy remotamente con el texto del artículo.
Y viene a cuento de que se han pasado varios días aludiendo a los Pactos de la Moncloa como una primera etapa para abordar la gravísima crisis económica en la que estamos entrando, en la que ya hemos entrado cuando, como me temía, era un titular que no se corresponde con la intención del redactor.
- Hacer ver a la opinión pública que, otra vez, es la oposición y muy especialmente el Partido Popular, el que ha hecho imposible el pacto pese a la “mano tendida” de Pedro Sánchez. Son, ellos sí, “el paradigma del egoísmo del autoritarismo y del falso patriotismo”. Es fundamental mantener a toda costa el mensaje de que la autoridad moral, la pureza de la intención, la tiene la izquierda contra los intereses bastardos de la derecha y que cederles terreno, aunque sea con pactos de Estado, sería como volver al pasado, casi a la prehistoria política.
- Y, como no, tener dispuesta una gran máquina de propaganda y contar con medios afines que apoyen y amplifiquen la campaña. Medios que en parte estarán de acuerdo con sus ideas, otros serán “comprados” con propaganda institucional y subvenciones y otros mitad y mitad. Y eso, controlar una buena parte de la información circulante ya lo han conseguido. Son unos auténticos maestros.
Y palabrerías aparte ¿de que servirá todo esto? Ni los gobiernos ni las instituciones del Estado se rigen por paradigmas, sino por leyes y reglamentos. Pueden cambiar el paradigma de que un representante el pueblo, sea ministro o congresista, debe mantener una cierta compostura estética por respeto a sus electores y presentarse de forma desordenada o extravagante porque eso no está reglamentado, pero ¿cómo cambiarán los paradigmas del Tribunal Constitucional, o el Supremo, o las propias Cortes? Sueños de verano.
Pero, inevitablemente, nos encontraremos con la imagen de un presidente que venció al virus, que no cedió a las exigencias de los independentistas, que ha sido líder e impulsor de acuerdos favorables a España en la Unión Europea y con un prestigio personal y político reconocido en todo el mundo occidental.
¿Alguien cree de verdad que no puede volver a ganar las próximas elecciones?
Ellos sí que lo creen o no hubieran roto cualquier posibilidad de llegar a acuerdos de Estado con el PP. Y en este escenario ¿Dónde queda el interés de la nación y de los españoles? Porque muchos, muchísimos lo van a pasar muy mal y durante bastante tiempo.