Dice el refrán popular que “no hay mal que por bien no venga” y es posible, solo posible, que lo sucedido en los Estados Unidos sirva de reflexión en los países realmente democráticos, como lo son los propios Estados Unidos y abran los ojos ante los evidentes peligros que acechan a estas formas de gobierno y que he comentado en publicaciones anteriores.
En primer lugar tengo que manifestar que si fuera estadounidense estaría totalmente en contra de aplicar la enmienda 25 que fue creada como un mecanismo para ocupar la presidencia del gobierno en caso de incapacidad física del titular, porque no dejaría de ser otro abuso legal de lo que permiten las leyes en democracia.
Porque Trump no está incapacitado. Es el mismo mafioso que fue elegido en su día y que ha vuelto a conseguir muchos millones de votos para renovar su presidencia. No ha cambiado ni ha perdido facultades físicas o mentales.
Sí que hubiera aceptado el famoso “impeachment” porque es algo totalmente diferente. Es el equivalente a nuestra moción de censura, con otro formato, por la que un parlamento puede destituir a un presidente de gobierno si considera que está incumpliendo los mandatos constitucionales.
Porque la verdad democrática es que Trump fue presidente porque el pueblo americano así lo decidió y solo el pueblo americano puede destituirle, como así ha sido a partir de los resultados electorales.
Y llegados a este punto, la gran pregunta es ¿Qué mecanismos pueden motivar que millones de electores den su confianza a un personaje como Tump?
Mecanismos que, en mi opinión repetida tantas veces, son los siguientes:
En primer lugar los Iván Redondo que proliferan por todos los países occidentales. Se califican como politólogos, pero en realidad son expertos en marketing electoral y así es como se ganan la vida. No aconsejan políticas ni analizan las mejores opciones o los mejores programas electorales, solo populismo y postureo.
Y cito este nombre porque es, según le he escuchado en directo cuando era tertuliano en cadenas de televisión, un auténtico fan de los sistemas electorales americanos que fueron los grandes pioneros en estas materias y que ha seguido de forma muy directa y especial en las últimas elecciones de los Estados Unidos desde hace varias legislaturas.
Allí es donde adquirió o reforzó sus conocimientos en la materia que puso en práctica con gran éxito al servicio de algunos dirigentes del PP antes de trabajar para Pedro Sánchez.
Recordemos que dirigió las campañas de José Antonio Monago, al que hizo presidente de Extremadura y de Javier García Albiol cuando consiguió la alcaldía de Badalona. Posteriormente, repito, fue Pedro Sánchez quién le contrató, antes de la moción de censura que le hizo presidente.
¿Sistemática? Los especialistas en marketing electoral son personajes ajenos a cualquier ideología en sus estrategias para conseguir que sus clientes alcancen los puestos que pretenden o se mantengan en él. Básicamente se basan en aparcar programas en favor de bombardeos continuados realzando la figura del líder, de mensajes positivos reales o inventados que potencien su imagen de hombre redentor, del mesías de la política que, esta vez sí, liberará su espacio electoral, nación, autonomía, o ayuntamiento, de la nefasta gestión y de la corrupción de todos sus antecesores, incluidos, si hace falta, los de sus propios partidos y el que conseguirá bienestar y prosperidad para los que tengan la suerte de tenerlos como caudillos.
Esconden a los candidatos para que no “metan la pata” mientras proyectan una especie de holograma de sus contratantes. Les desaconsejan contactos físicos con la calle y evitan ponerles en situación de contestar en directo a preguntas de periodistas independientes, prefieren las charlas en plasma o televisión, sin preguntas y solo les permiten aparecer en vivo y en directo en los medios afines. A ellos o a sus ensalzadores, que también reciben instrucciones y argumentario apropiados para cada ocasión.
Tampoco les gustan, cada vez menos, los debates televisivos con otros candidatos porque ellos o el moderador pueden sacarles los colores. Debates que deberían ser obligatorios por ley.
Controlan, esto es fundamental, toda la información que sale del entorno del candidato. La información, que en este caso se convierte en propaganda, es una de las herramientas fundamentales para incidir en la opinión pública. Y no se trata solo de lo que se dice, porque también es muy importante lo que no se dice, se dice a medias o se dice tergiversado y/o fuera del entorno.
Y, muy importante, lanzan continuos mensajes, globos sonda e iniciativas en cadena, en muy corto espacio de tiempo para que el electorado no tenga tiempo de analizar en profundidad ninguno de ellos. Así hasta llegar a adormecer la mentalidad del votante que acaba reconociéndose incapaz de digerir tanta información, muchas veces contradictoria.
Y entre este mar de consignas, mensajes y eslóganes, siempre, cada vez más pujante, la figura del líder. El que hará posible todo lo positivo y eliminará, sin ninguna duda, lo negativo.
Y este experto en marketing electoral, que se convierte en la sombra de su contratante, también actúa como “coucher”, asesor de imagen y verdadero modelador de un personaje que impacte positivamente en la opinión pública.
Un ejemplo: Si se molestan en observar con atención las intervenciones públicas de Pedro Sánchez, verán que siempre, en primera fila de una rueda de prensa, saliendo del mismo coche o muy próximo a él en cualquier acto público, aparece la imagen deliberadamente gris de Iván Redondo tomando nota mental de sus actuaciones, de sus gestos, de sus palabras y de la forma de decirlas, para rectificar defectos y potenciar sus valores añadidos. El conocido “role play” que practican los dirigentes de empresas simulando determinadas situaciones para mejorar futuras intervenciones ante terceros.
¿Política? La imprescindible. Lo importante es mantener vivo el espectáculo con frases hechas y eslóganes sencillos y atractivos.
Otro peligro para la democracia, aunque no lleguen a ser enemigos declarados, son los partidos políticos que se ven tentados de conseguir triunfos a corto plazo. Y cito muy especialmente a VOX, partido legal y democrático sin ninguna duda, que está evidenciando unas prisas innecesarias y un intento de ganar la calle con este tipo de actuaciones, también populistas, confundiendo lo que debería ser su prioridad actual: conseguir un electorado estable y afín con su ideología política.
Ofreciendo para ello alternativas sólidas y acordes a la realidad española y la marcha de los tiempos, en lugar de tener tanta prisa en conseguir votantes que no podrán mantener. Porque si “roba” seguidores al PP o a Ciudadanos con promesas incumplibles, como parece estar tratando de hacer, no tardarán en perderles y no les recuperarán jamás.
Sobre Podemos o IU me ahorro todos los comentarios porque están montados, ello sí, en la ola del populismo puro y duro. Ola que, inevitablemente, romperá contra las costas de la realidad y que les dejará varados en seco, como ha ocurrido en ocasiones anteriores con partidos de este tipo en nuestra historia reciente.
Que sobreviven envueltos en capas de cinismo. Ayer mismo decía Íñigo Errejón que de haber ocurrido en España lo que sucedió en Estados Unidos, más de uno hubiera requerido la presencia de las Fuerzas Armadas. Pues claro que sí. El problema es que o no conocen la Constitución o la conocen tanto que solo utilizan lo que les favorece.
Porque el artículo 8 dice textualmente “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.”
Y desorden constitucional es asaltar o pretender asaltar el Congreso. Y si las Fuerzas de Orden Público no son suficientes para anular el peligro, es deber constitucional requerir la ayuda de las Fuerzas Armadas para conseguirlo. Como ocurrió el 23F. ¿Se acuerdan?
Y los Iglesias de turno han salido en tropel para decir que los intentos de asaltar el Congreso o las sedes parlamentarias de Cataluña o de Andalucía “no es como lo de Norteamérica”. Aquello era, cómo no, libertad de expresión pese a que si no consiguieron entrar fue porque las Fuerzas de Orden lo impidieron. Porque fuerza física sí que emplearon.
Y todavía recuerdo el comentario de Pablo Iglesias al que “le ponía” ver a un manifestante golpear a un policía.
Y también son un grave peligro los partidos independentistas, egoístas y mentirosos, que están logrando sembrar el caos político, social y económico, dentro y fuera de sus fronteras territoriales para conseguir objetivos claramente inalcanzables. Partidos que aprovechan todas las ventajas de la Constitución y de nuestras leyes en su favor y en el de sus causas.
Y, con un peso cada vez más importante, los propietarios de las redes y las plataformas sociales, que están permitiendo la circulación de todo tipo de información sabiendo que mucha de ella es falsa y maliciosa. No soy partidario de la censura de opinión, pero sí de la censura legal a los delitos informáticos de falsedad, injurias, o exaltación de cualquier tipo de desmanes. Los manifestantes violentos antisistema y de la CUP, por ejemplo, utilizan estas plataformas para pasarse consignas y advertir de la presencia de la policía en determinados lugares. Y eso es intolerable.
Estos propietarios de plataformas deberían ser conscientes de que existen gracias a que existe la democracia porque son inviables en naciones con dictaduras. Y, aunque solo fuera por interés egoísta, deberían protegerla mejor. Seguro que la tecnología actual permite que salten alarmas para localizar a usuarios inadecuados, a los que lanzan amenazas, insultos o convocan a actos ilegales, para bloquearlos inmediatamente. Y también a los falsos usuarios creados automáticamente por programas especializados para aparentar adhesiones o difundir mensajes y consignas.
Y por último, siguen existiendo gracias a Dios, los medios de comunicación de prensa, radio y televisión, que tienen que pelear duramente con las redes sociales. Y a los que se debe apoyar incondicionalmente, porque son los únicos que dan la cara y se arriesgan a sanciones o condenas si incumplen leyes o códigos de conducta.
Digan lo que digan y opinen lo que opinen, que todo es lícito en una democracia. Y porque, como he dicho anteriormente, están sujetos a un mayor control y son responsables de sus dichos y opiniones, como también lo son sus columnistas y colaboradores.
Porque si no se pone pie en pared y se fijan normas para proteger nuestros sistemas de gobierno, acabarán seriamente deteriorados como ya lo están en muchos países de América del Sur y en algunos europeos.