El otro día leí en la prensa un artículo de Mateo Balín que me resulta especialmente inquietante. Siempre he sabido que es difícil localizar a los radicales islamistas peligrosos, y aplico el adjetivo “peligrosos” porque algunos radicales solo lo son de palabra y no serían capaces de atentar contra nadie.
El autor del artículo se refería a una de las ramas del Daesh, los takfir, radicales dispuestos a matar, no tanto a morir como los clásicos terroristas suicidas, porque su lucha no es para una sola ocasión.
En esta estrategia, muy peligrosa para nuestra seguridad, y dirigida de forma muy especial a gente muy joven, se permite que sus adeptos vivan “como infieles”, y hagan una vida completamente normal, bebiendo alcohol, fumando, comiendo alimentos prohibidos, etc.
El objetivo de estos terroristas aparentemente integrados en la vida normal y poco seguidores del Corán, es pasar totalmente desapercibidos. No frecuentan las mezquitas, juegan al futbol, fuman, van a los lugares de encuentro de los jóvenes, participan en actividades propias de su entorno social y, en definitiva, actúan como auténticos infiltrados en las sociedades en las que viven.
Ya ocurrió en el 11M y ha sido muy evidente en la cédula terrorista de Barcelona.
Decía que no van a las mezquitas, pero se reúnen con su líder, en este caso el famoso imán que “pretendía” inmolarse en Barcelona pero que, según algunas informaciones, tenía un billete de avión para días después, en sitios secretos para recibir aleccionamiento y, llegado el caso, para preparar bombas o planificar los atentados.
Pero, pese a todas estas precauciones, son detectables. Como he dicho anteriormente, se reunirán en algún sitio, comprarán materiales, actuarán en grupo, aunque esté compuesto por amigos o familiares. El mínimo común denominador es el coordinador, normalmente un imán, pero eso es responsabilidad de la inteligencia española que ya está trabajando en catalogar y valorar el perfil de los imanes españoles. Y lo está haciendo con la colaboración de la comunidad musulmana y las asociaciones de imanes, que son los primeros en pedir que se separe el grano de la paja.
Pero nosotros, todos nosotros, debemos informar a las autoridades si detectamos movimientos extraños: gente que entra y sale de pisos o locales privados, especialmente si son locales ocupados, que compra materiales de droguería, como acetona, en grandes cantidades, bombonas de gas, paquetes de tornillería o clavos, etc. Aunque sean muy jóvenes, muy simpáticos y saluden cordialmente a los vecinos.
Es cierto que pueden comprar cantidades “razonables” en varios establecimientos, pero lo lógico es que todas las compras converjan en sus locales, por lo que no dejará de ser extraño ver a jóvenes portando bombonas o garrafas a un lugar inapropiado, como una vivienda o una planta baja aparentemente vacía.
Supongo que la inteligencia habrá reforzado los controles de las empresas de alquiler de camiones y furgonetas, pero si vemos una furgoneta alquilada frente a un lugar aparentemente vacío o en el que se ha detectado movimientos de gente, no pensemos que están haciendo una mudanza. No pasa nada si hacemos alguna llamada a la policía y es una falsa alarma.
En resumen. Estamos en una guerra y hay que revitalizar las prácticas que se usan en las contiendas “oficiales” para detectar “quintacolumnistas”, porque los takfir lo son, comunicando a la policía todo lo que nos parezca raro. Que más vale pecar por exceso.
Y, por lo demás, hagamos vida común. Vayamos a los sitios que solíamos ir y disfrutemos de nuestras calles, nuestros parques, nuestras fiestas y nuestros espectáculos.
Y, por primera vez en mi vida de modesto comunicador, os pido que compartáis esta nota entre vuestras amistades. Aquí no valen colores ni “eso pasar porque…”.
Son ellos o nosotros.