“Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”, fue uno de los sabios consejos que Don Quijote dio a Sancho cuando se suponía que iba a ser gobernador de la ínsula de Barataria. Un personaje, Don Quijote, que no entendía de marketing ni tenia asesores personales. Que nunca buscó ni hizo nada que le conviniera en lo personal y que dedicó su vida, ¡pobre loco! a solucionar las injusticias sociales y los abusos de los poderosos de su momento.
Sabio consejo este que debería atender Pedro Sánchez, nuestro presidente, el que lleva camino de convertir a España en una nación impensada, casi irreal. No en una Barataria supuestamente regida por el orden, la concordia, la generosidad y la honestidad, sino en una especie de antípoda imaginaria en la que no cabrían ni Don Quijote y el buen Sancho.
Y viene a cuento de otro de los comentarios del último “aló presidente” cuando respondía a una pregunta sobre posibles indultos a los políticos presos en Cataluña por haber cometido un delito de sedición. Contestación, como todas las suyas, camuflada con frases buenistas y confusas y con sus clásicas divagaciones afirmando, entre otras cosas, que todos “somos culpables” de lo sucedido en Cataluña y majaderías semejantes.
Y no dijo que no, con lo que adelantó el sí.
Señor presidente, el Estado español no es responsable en absoluto de los delitos cometidos por los condenados, como tampoco lo fue las otras veces que lo intentaron, la última en la Segunda República. Y si quiere indultarles haciendo uso de la facultad que le concede el cargo, hágalo sin más. Será un acto legal estemos o no de acuerdo con la decisión y será usted quien cargue con la responsabilidad política de su decisión.
Aquí, Señor Sánchez, no hay equidistancia posible, porque el Estado es la ley. Los infractores, en este caso muy conocedores de la gravedad de sus decisiones y repetidamente advertidos por la judicatura española, por los servicios jurídicos de la Generalitat e incluso por el Tribunal Constitucional, no son víctimas de nada ni de nadie. Son los infractores.
Pero les indulte o no les indulte, si cambia la ley que no sea para favorecer al delincuente, sino para aclarar o modernizar conceptos. Hoy no son necesarias las armas para dar un golpe de Estado, por ejemplo. Bastaría con dirigirlo manteniendo a la nación prisionera y desarmada con un grupo de hackers bloqueando las comunicaciones y controlando redes oficiales, ordenadores de las Fuerzas Armadas y servidores de bancos y entidades financieras para conseguirlo. Pasando de la democracia al Gran Hermano.
Luego ya vendrían las fuerzas armadas del golpista para “mantener el orden”, pero el golpe de estado ya estaría consumado y eso sería rebelión en un concepto moderno de la tecnología y del control de una nación.
Y dicho lo anterior le aseguro que yo no soy nada revanchista. Lo mismo que creo en la ley creo en las segundas oportunidades y en la posibilidad de doblar la vara de la justicia por la fuerza de la misericordia. Pero siempre que se cumplan una serie de circunstancias que aquí ni se han dado ni hay ningún atisbo de que se puedan dar.
Porque sus favorecidos han reiterado tantas veces como se les ha preguntado que no se arrepienten de lo hecho y que, si tienen oportunidad, lo volverán a hacer. “Ho tornarem a fer”, dicen en su hermosa lengua materna.
Luego, si no hay ninguna justificación para aplicar la misericordia, solo nos queda afirmar que la vara de la justicia se puede doblar por la dádiva. Por el apoyo parlamentario que le están prestando los independentistas catalanes y que es la única forma de asegurar su legislatura sin pactar con partidos constitucionalistas.
Y le pongo un ejemplo con la salvedad de que en este caso no hay derramamiento de sangre de por medio: ETA comenzó a matar y, contra muchos pronósticos, siguió haciéndolo durante la democracia, incluso con mucha más violencia porque ellos también querían “volver a hacerlo”.
No quiero entrar en detalles, pero después de varias diferencias y muchas idas y venidas respecto a la violencia operativa, dentro del seno de la organización asesina se formaron dos corrientes diferenciadas: Los militares, la ETA mili que querían seguir matando y los poli-milis, la ETA político-militar que creía que había llegado el momento de tomar otro camino y buscar la vía política para conseguir sus objetivos.
Este grupo llegó a fundar la llamada alternativa KAS (Koordinadora Abertzale Sozialista) que incluso se presentó a unas elecciones.
Pues bien, muchos de los etarras que dejaron las armas en aquellos tiempos se encontraron con un gobierno que les ayudó y que amnistió o redujo las penas de muchos de ellos. Cosa que me pareció muy bien, como a la gran mayoría de españoles, porque se tenía la seguridad de que era un arrepentimiento sincero y que los beneficiados no volverían a las andadas.
Y como ejemplo, uno de los más destacados, al que recuerdo perfectamente, fue Mario Onaindia, que pasó de terrorista a dirigente de Eushadiko Ezkerra y parlamentario vasco por el Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezkerra.
Insisto, la ley, señor presidente, le permite indultar a quién usted quiera, incluso con la opinión contraria de la judicatura, pero no nos cuente milongas. Hágalo y punto. Que le va en ello la permanencia del gobierno “Pode-Socialista” que nos ha toca en suerte gracias a nuestros votos.