¡Por fin han eliminado la palabra disminuidos en la Constitución!

Ayer me enteré de que el gobierno ha decidido sustituir la palabra “disminuidos” que aparece en el artículo 49 de la Constitución a iniciativa de “los movimientos en favor de los derechos de las personas con discapacidad”.

Es una noticia que en principio no me pareció especialmente importante, seguramente porque, por mi edad, la he escuchado durante toda mi vida sin que la entendiera, ni mucho menos, como una ofensa para definir a las personas que tienen algún tipo de merma en sus facultades. Pero a la vista del revuelo que se ha armado en algunos sectores, me he dirigido al diccionario de la RAE, para comprobar si la palabra tiene alguna acepción desconocida para mí que resultara ofensiva, pero solo dice, referido a personas, “Que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal

Y también he consultado el artículo de referencia de la constitución, y el texto completo es: “Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos.

Y a partir de este momento, serán cosas de la edad, llego a la conclusión que esta decisión es otro de tantos brindis al sol porque se trata de, y ya es un auténtico “tic” político y permítanme la incorrección, que consiste en cambiar cosas para que todo quede igual.

O, como decía el gitano clásico cuando negociaba, “no se gana, pero se trapichea”.

En primer lugar es cierto que el término “disminuido” ha caído en desuso en favor de otros como “discapacitado”, “minusválido”, etc., pero este adjetivo jamás se usó como peyorativo. Solo describía una cualidad real, evidente y claramente demostrable.

Y si quieren buscarle las vueltas, ¿Cómo valoramos las anteriormente citadas “discapacitado” y “minusválido”?

La primera parece indicar que es una persona falta de capacidad para todo porque no se concretan sus limitaciones. ¿Capacidad para qué? Porque yo conozco a muchos extraordinariamente capacitados para determinadas tareas aunque tengan limitaciones para desarrollar otras.

Recurro otra vez al diccionario de la RAE, que define a un discapacitado como: “dicho de una persona: Que padece una disminución física, sensorial o psíquica que la incapacita total o parcialmente para el trabajo o para otras tareas ordinarias de la vida”.

Y a la discapacidad como “falta o limitación de alguna facultad física o mental que imposibilita o dificulta el desarrollo normal de la actividad de una persona”.

Del minusválido dice: “[persona] Que padece una minusvalía (falta o limitación)”. Por lo que hay que aclarar que es una minusvalía: “Discapacidad física o mental de alguien por lesión congénita o adquirida”.

Y llego a la conclusión, como me temía, que es un simple cambio de una palabra por otra, siendo las dos muy similares, y ambas perfectamente utilizables.

Y que, como se ha puesto de moda, es otro intento de los políticos de invadir otro de los pilares de nuestra convivencia, como es el idioma español, para domesticarlo y utilizarlo como herramienta diferenciadora y enseña de según que ideologías. La que pretende suprimir los genéricos para significarse como progresistas cuando, en el fondo, lo que evidencian es una notoria falta de cultura y lo poco que han leído.

El idioma es de todos y cada uno de nosotros puede utilizar las acepciones que estime oportuno, desde el “cheli” (“Jerga con elementos castizos, marginales y contraculturales”) hasta el más erudito, pero dedicar sesiones parlamentarias a cambiar una palabra que no cambia nada, con todo lo que tienen que hacer, es muestra evidente del empobrecimiento de nuestra sociedad y, muy especialmente, de nuestra clase política.

Pero, insisto, hay que cambiarlo todo para que nada cambie y, claro, de vez en cuando hay que dar giros de 360°, frase que he escuchado a alguno de nuestros padres de la patria.

En la actualidad se usa menos la palabra “puta”, y tampoco está bien llamarlas “prostitutas”. Es mejor “trabajadoras del sexo” o “profesionales del amor” (¡vaya cursilada!), en ese intento de no llamar las cosas por su nombre y blanquear o cambiar el sentido de lo que en realidad queremos decir. Discutamos la denominación, no hablemos de la explotación de la mujer ni de la trata de blancas. ¿Blancas?

Suprimamos la palabra “peón” porque significa “Jornalero que trabaja en cosas materiales que no requieren arte ni habilidad”, lo que en la sensibilidad actual y con lo fina que tenemos la piel, puede marcar a estos honrados trabajadores de toda la vida como gente de tercera, casi marginales. Carecen de arte y habilidad.

Y ¿qué decir de los que usan ese término tan prepotente de “mi chico” o “mi chica” para referirse a su pareja? Lo de mi chico tira que te va porque a los hombres nos están dando por todas partes, pero ¿mi chica? Es un término machista, sexista y todos los “ista” que quieran añadir. Indica superioridad de uno, que posee al otro.

La corrección política y la progresía debería de obligar a cambiar la expresión por “mi pareja”, aunque suena indefinido, como falto de consistencia, la “persona del sexo femenino (o masculino) con la que convivo” (¿compartiendo piso, un proyecto común, una habitación realquilada?), mi mujer (¡ya estamos con el “mi”!)…” o, para no dejar ningún cabo suelto, completar una frase al estilo de “persona del sexo (determinar) de la que estoy enamorado, con la que he emprendido un proyecto de vida en común, con la que espero formar una familia, y a la que apoyaré sin reservas en todas sus iniciativas”.

A lo que habría que añadir la aclaración de que “hasta que la muerte nos separe”, hasta que “aparezca una tercera persona” o “hasta que un día nos cabreemos por lo que sea y lo mandemos todo a paseo”.

Mejor decir “mi chica” y dejar las cosas como están.
¿Y decir que alguien padece de enanismo? A donde vamos a llegar en esta espiral de segregación verbal. Cambiemos el nombre de la anomalía genética. Perdón ¿Qué digo? ¿Anomalía? ¿Mejor de condición estructural diferente? ¡Ya estamos! Otra palabra maldita, a desterrar de nuestro vocabulario cuando nos referimos a personas: “diferente”.

¿Y las “frases hechas”? No digamos. Si le llamas “hijo de puta» a alguien en Castilla puedes acabar en comisaría. En Andalucía también, aunque si sois amigos se puede utilizar como halago o reconocimiento de algo que has hecho especialmente bien.

Para eso, aparte de las palabras, existen las entonaciones (f. Movimiento melódico con el que se pronuncian los enunciados, el cual implica variaciones en el tono, la duración y la intensidad del sonido, y refleja un significado determinado, una intención o una emoción.)

Claro que hay palabras mucho más comprometidas. En estos tiempos de posverdades, la palabra “democracia” es muy fácil de explicar según mi propia interpretación. Para algunos partidos de izquierda, es “todo lo que haga yo, aunque sea no aceptar el resultado de unas elecciones”.

Y son “fascistas”, “franquistas”, “retrógrados”, “derechona”, etc., todos los que no piensen como ellos.

En resumen. Desconozco el total de españoles que se alinean con este tipo de razonamientos irracionales, pero seguro que son minoría. No obstante, ¡que ruido arman, señor, que ruido! Y que cara ponen de estar en posesión de la verdad absoluta. Y como adelantan el busto cuando hablan en los atriles en ese gesto estudiado de “habló Blas, punto redondo”.

Como dirían los viejos de cuando yo era joven, todas estas movidas políticas sin fundamento son “falta de faena”. Si vivieran hoy dirían “falta de ideas”.
Decían que la España de Franco distraía a los españoles con futbol y toros. En este momento la distraen con titulares de prensa. Y si los titulares crean controversias, y dividen a los españoles, mejor. Así tendremos menos tiempo en pensar en lo que deberían hacer y no hacen.

Porque es mejor discutir conceptos que preguntar al gobierno de turno que están haciendo para mejorar la calidad de vida y las condiciones laborales de los disminuidos, discapacitados, minusválidos, dependientes, o como quieran llamarlos.

Que lo importante es el fuero, no el huevo. Aunque esta sea una expresión que siempre se ha referido a las revueltas catalanas, acuñada en su día por Francisco de Quevedo Villegas. Un facha.

El terremoto andaluz y las nuevas amenazas.

No voy a defender a Vox, ni al PP, ni a Ciudadanos, ni al PSOE, pero hay cosas que ni se pueden entender ni se pueden aceptar. La otra noche, a raíz de los resultados de Andalucía, escuché declaraciones de todos los colores, unas de “juzgado de guardia”, dicho sea entre comillas, y otras más propias de monologuistas profesionales, por lo esperpéntico, que de políticos serios en ejercicio.

Y así escuché a algunos de la “izquierda democrática” el famoso y nunca conseguido “no pasarán”, animando a no aceptar el resultado de la votación y pedir que se tomen las calles para evitar la “llegada del fascismo”. Gente “demócrata” que no acepta el resultado de unas elecciones llamando fascistas a los que sí que lo aceptan.

Izquierda “democrática”, paradigma de la democracia de los últimos tiempos, que no dudaría en emplear cualquier truco o cualquier trato para desmotar lo que construimos los españoles en la transición, que utilizan impunemente banderas ilegales en sus manifestaciones, que ofenden sistemáticamente a las instituciones, a la iglesia, y a quien no piense como ellos, y que no dudarían en emplear cualquier medio ilegal, no estoy hablando de la violencia física aunque algún descerebrado la haya “insinuado”, para eliminar la constitución, derrocar a la monarquía, y seguir cualquier procedimiento tangencial para llegar al poder. Y una vez en él, consolidarse como ha hecho su admirado Maduro, todos los regímenes comunistas y cualquier gobierno totalitario. Votos, ruido y trampas para llegar al poder. Violencia y represión para mantenerse.

Y he escuchado a Susana Díaz pidiendo el apoyo de los partidos “constitucionalistas” para evitar que llegue al gobierno o a posiciones de influencia uno de extrema derecha. Soy consciente de que Susana Díaz no debe estar muy de acuerdo con las andanzas de su muy amado líder, pero ¡pedir apoyo de los constitucionalistas para frenar a un partido votado legítimamente teniendo lo que tiene en el gobierno central! Y, sin ir tan lejos, parece que tampoco hacía muchos ascos a llegar a acuerdos con AA, que tampoco está claro que pase la prueba del algodón democrático.

Y a nuestro presidente, ¡nuestro presidente!, pedir igualmente que gobierne la lista más votada. No la suma de las menos votadas si forman mayoría, no, ni tampoco la más negociada. Se refería, sin ninguna duda ni ningún rubor a la lista más votada. A este señor le pasa algo porque es imposible que diga una cosa y catorce diferentes manteniendo imperturbable su gesto de niño bueno y su sonrisa de guapo en tan cortos intervalos de tiempo. Querido Iván Redondo ¿Qué clase de experimento diabólico estás haciendo con este hombre?

Y también he escuchado a Juan Marín diciendo con una sonrisa de oreja a oreja que le corresponde ser el presidente, pese a ser el tercero en el ranking, porque son “los que más han crecido” y los que merecen más confianza.

¡No será crecer en sabiduría! Según esta extraña teoría, ellos serían los primeros, VOX los segundos con el mérito añadido de carecer de estructura y de recursos, y todos los demás a la hoguera, porque han decrecido. No deja de ser una manera original de interpretar nuestra ley electoral y de valorar la inteligencia de los votantes. Los resultados de las elecciones, mi querido Sr. Marín, no admiten “cocina” como las encuestas de opinión. Y el voto para AA tiene el mismo valor que el de PSOE, el del PP, o el de VOX. Exactamente igual, nos guste o no nos guste.

Sin coeficientes correctores ni ponderaciones de ningún tipo. Número de votos, número de opiniones a respetar.

Lo que me hace temer que, ¡otra vez! Ciudadanos va a precipitarse y a dar la sensación de que su negociación con el PP no se basará en lo mejor para Andalucía y para los andaluces, sino en lo mejor para su partido. Y no será porque no hay para echarse a llorar pensando en lo que se van a encontrar en una comunidad donde gran parta de la administración y todos los dirigentes de las empresas públicas han surgido de los bien regados campos de “la pesoe”, como llamaba un amigo mío al PSOE español. Y que hará falta hasta la última gota de cohesión, sensatez, y esfuerzo moral para poner las cosas en su sitio.

¡Me temo que estos días va a aumentar notablemente la contaminación atmosférica por el sur como consecuencia de la cantidad de papeles que se van a quemar!

No sé quiénes son los amigos de Albert Rivera, pero deberían darle algún consejo. Gran imagen, don de gentes, brillante, pero seguro que sacó nota baja en la asignatura de estrategia. Su partido ya ha tenido varias oportunidades históricas de llegar a la mayoría de edad, pero siempre las ha desaprovechado por exceso de prisa y por un manejo inadecuado de los “comos”, los “cuandos” y los “conquienes”.

Y no lo digo porque ahora presione al PP buscando, supongo, una posición de fuerza para fijar condiciones al pacto, pero ¿Era necesario salir el primer minuto postulando a Marín para la presidencia barajando incluso alianzas disparatadas? Ahora, otra vez, tendrá que desdecirse porque ellos saben, como todos sabemos, que el único pacto posible es el que es. Y si provocan otras elecciones, seguro que no, ya pueden despedirse como partido con fundamento.

Estrategia, prudencia, visión a medio y largo plazo, y pacto por Andalucía, por favor.

En cuanto a Vox, partido muy lejos de mis afinidades, hay que decir en su favor que no oculta sus objetivos, algunos aparentemente anticonstitucionales y otros al borde de lo asumible, exponiéndolos de forma abierta y, al parecer, sin letra pequeña.
Repito que no es un partido que me resulte cómodo porque, como ocurrió con Podemos y el 11M, se aprovechan de errores de gobierno y del malestar de la ciudadanía por la situación de la política española, para lanzar un mensaje populista que ha resultado atractivo para desilusionados, marginados, o simplemente cabreados.

Pero estos tienen más posibilidades de éxito porque son un partido organizado y con estructura, no un conglomerado de grupúsculos y “mareas”, porque sus dirigentes tienen experiencia política ya que una parte de ellos vienen del PP, y porque su lenguaje no es nada sofisticado. Es muy de calle y cala muy bien entre los españoles cabreados por el mal funcionamiento de algunas autonomías, por el chantaje al gobierno de los independentistas catalanes, y por tantos otros problemas, incluido el desencanto con “los nuevos políticos” que venían a regenerar el país, algunos de los cuales se han integrado en la “casta”, han pasado de “emocionarse” cuando un manifestante agredía a un policía a tener protección en sus domicilios, y han negociado nombres para el Poder Judicial cuando pensaban que la justicia era un aparato “al servicio del gobierno”. Parlamentarios actuales que, en definitiva, se han acomodado a una vida burguesa y aprovechan los vientos favorables.

Y una muestra de la agilidad política de VOX es que han sabido dar la vuelta a una frase que quería ser crítica y despectiva sobre unas imágenes de Santiago Abascal con el torero Morientes y otros más cabalgando por campos de Andalucía, tildándoles de “conquistadores”, en un eslogan fuerte, muy potente: “la reconquista de España empieza en Andalucía”.

Tienen peligro. Mucho peligro. Y el frenar su avance solo depende de los “tres grandes” si, alguna vez, dejan de actuar para la galería, de jugar con el lenguaje y llaman al pan, pan y al vino, vino, de consensuar políticas a medio y largo plazo (que el verbo consensuar sirve para más cosas que para legalizar las subidas de sueldo de los políticos o para mejorar sus beneficios personales. También se puede aplicar para aprobar leyes o decisiones parlamentarias), y afrontan sin palabras huecas y “posverdades” los problemas de este país y de nosotros, lo paisanos.