De las danzas de Bocairent al hospital Doctor Peset de Valencia

La noche transcurrió a plena satisfacción: mi nieta bailaba las danzas con entusiasmo en el corro infantil de la fuente con María y otras amigas circunstanciales, yo hablé con los unos y los otros, me abordaron unas amigas interesadas en que les firmara un ejemplar de mi novela, que alabaron con entusiasmo (¡tengo fans!!) y mantuve una charla más formal con el sacerdote misionero Ramón Pascual y con Juan Vañó.

Pero llegué a mi casa y las pilas de mi marcapasos dijeron que hasta allí habían llegado. Que nueve años de estimular mi corazón cada segundo de cada minuto de todas las horas no daban más de sí, y que se declaraban oficialmente agotadas en esa madrugada de Bocairent.

Y no tuve más remedio que buscar ayuda. Son estos golpes de realidad los que te recuerdan que pese a todos los ruidos mediáticos (políticos irresponsables, medios audiovisuales que magnifican lo peor de cada caso y de cada casa porque ello les da audiencia, crímenes absurdos, abusos incompresibles, y tantos hechos luctuosos que encabezan los titulares de la prensa cotidiana), la realidad del cada día la componen y la solucionan la gran mayoría de ciudadanos responsables que cumplen sus tareas con diligencia y que te apoyan cuando lo necesitas.

Lo mío no ha sido ningún drama ni yo soy nadie relevante, pero en la cadena de mi solución ha intervenido el personal de guardia del ambulatorio de Bocairent, una ambulancia del SAMUR, las urgencias del hospital de Játiva, otra ambulancia que me trasladó al Peset de Valencia, las urgencias de este hospital (¡como admiro a las enfermeras de los centro de urgencia!. Un día de estos les dedicaré un comentario especial), y el equipo de marcapasos del Peset, especialmente el cirujano que me operó haciendo malabares con las programaciones y con su propio tiempo.

Debo destacar que cada uno de estos eslabones ha compaginado a la perfección sus obligaciones profesionales con la atención personal que necesitaba. Me he sentido “bientratado”, casi mimado, por todos ellos, y todos han ayudado a que “mi caso” se resolviera satisfactoriamente y a la mayor brevedad.

Pero insisto en que no hago este comentario para alabar lo bien que lo han hecho “conmigo”. Es un pretexto para recordarme y recordar que hay un mudo real que soporta a ese otro mundo imaginario de los sensacionalismos y de las fábulas, del que solo nos acordamos, para increparles, cuando nos fallan, o cuando creemos que nos fallan porque alguien sobrealimenta nuestros derechos en la misma proporción que minimizan nuestras obligaciones.

Que hay gente que ejerce lo cotidiano y disfruta haciéndolo, bien sea bailar las danzas o atender a los que lo necesitan en los hospitales de nuestro país.

Y que en el caso de la sanidad, muy a pesar de los derrotista profesionales que quieren hacernos creer que vivimos en un país de carencias, y sin dejar de reconocer que debe mejorarse y modernizarse en algunos aspectos de forma continuada, sigo pensando, y sin ninguna duda, que tenemos la mejor cobertura sanitaria del mundo».

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