Hace tiempo que no entro en Twitter, entraba muy poco, y no frecuento más redes que
Facebook, pero, por lo poco que veo, parece evidente que se ha producido una
especie de corrimiento de tierras en los planteamientos políticos que,
curiosamente, solo afecta a los que estamos a nivel de calle. Los ciudadanos de
a pie.
Porque los políticos “consagrados” y sus acompañantes en
listas electorales se mantienen en la cima de los montes o en lo alto de grandes
torres, sin que les afecten las malas noticias de cada día. Es como si el
pintor de la frase humorística se mantuviera en lo alto, agarrado a su brocha,
aunque le quiten la escalera.
Y continúan hablando y actuando como si nada hubiera cambiado y aquí no pasara nada. Como si tuvieran la solución, cuando cada vez lo están enredando más por falta de entendimiento entre los que deberían entenderse.
Pero sí pasa. Seguro que ya me faltan neuronas, pero todavía recuerdo cuando los grandes partidos políticos tenían sus corrientes o sus familias, que eran su oposición interna a cara descubierta, pero que, pensaran lo que pensaran eran, ante todo, miembros del partido.
Y así, dentro del PSOE, estaba el grupo del PSP de Tierno
Galván, la muy aguerrida Izquierda Socialista y algunos otros, aunque basta con
estos ejemplos.
En el PP coexistían diversas familias, desde los antiguos
“azulines” hasta los socialdemócratas, que alguno había, pasando por los
liberales, los democratacristianos y
algunos más.
Pero, insisto, discrepancias e incluso enemistades personales
al margen, todos “eran partido” y cuando el líder de turno hablaba, lo hacía en
nombre de todos. Y todos formaban bloque.
Pero ahora no. Pedro Sánchez no representa, ni de lejos, a
todo el socialismo español. Si a los órganos de gobierno porque ya se encargó
de desalojar de ellos a sus enemigos internos, que los tiene. Y estableció
aquella diferencia oportuna entre militantes y votantes.
Pablo Casado tampoco es la voz del PP. Ni mucho menos.
Muchos de los antiguos dirigentes abandonaron el partido y otros se mantienen desconcertados
y con muy serias dudas. En cuanto a los militantes, una parte permanece
fiel la causa, pero otros se pasaron a
VOX, a Ciudadanos, o al nuevo gran partido de España, el de los indecisos.
En cuanto a Unidos o Unidas Podemos, de unidos nada. Pablo Iglesias no ha podido mantener a “las mareas”, y la mayoría de la cúpula fundadora se ha ido a su casa, a las buenas o a las malas, o se ha buscado otros acomodos. Por lo que tampoco él representa al partido original.
De Alberto Garzón, líder de IU, sedimento de los antiguos
partidos comunistas, casi no vale la pena hablar. Fagocitado por Podemos, su
voz es casi eso: su voz, porque, por lo que parece, tiene casi más disidentes
que militantes.
Ciudadanos se salva de la quema por dos razones: Primero
porque es un partido absolutamente presidencialista y su líder no permite
bromas, y segundo porque nunca ha gobernado, por lo que no ha sufrido
desgobiernos, ni fracasos, ni tiene muchos casos de corrupción. No ha habido
lugar porque nunca han administrado fondos públicos “a lo grande”.
También VOX es un partido presidencialista. O mejor, partido
con líder, que de momento no tienen fisuras. Pero es un partido de avalancha
que se nutre de idealistas románticos y
de descontentos varios que solo tiene cabida en el espectro político si
las cosas van mal. Como ocurrió con Podemos.
Y como nunca tendrán mayorías suficientes, el que las cosas
vayan bien no depende de ellos. En cualquier caso, aunque sobreviva, es un
partido con techo electoral evidente.
Así pues, no hagamos mucho caso a lo que dicen los grandes
gurús de la política cuando hablan ex catedra en nombre de “su partido” porque
no es verdad. No existe ningún “su partido”.
Y los que eran algo y alguien en los partidos se han retirado
de la política si tenían alternativas, y el resto siguen reptando entre listas
electorales y cargos de confianza, porque no saben hacer otra cosa. Incluso
algunos son gerentes de grandes empresas públicas.
¿Quiere esto decir que todos los políticos en activos son
inútiles o indeseables?
Ni mucho menos. Continúa existiendo una buena parte de gente que cree en que todo esto tiene remedio. Que ya hemos tocado fondo y que las aguas volverán al cauca de la racionalidad. Esperemos que así sea
La moraleja es que la política actual, la de las alturas, es
una gran farsa. Nadie es lo que dice ser y todos ahuecan las plumas para
aparentar más tamaño que el que realmente tienen. Y a los escaños me remito,
incluso con el engorde artificial de la ley D’Hondt.
Decía que no escucho la voz del socialismo en boca de Pedro
Sánchez, que nos va a freír a impuestos indirectos mientras dice a pleno pulmón
que sangrará “a los ricos” y tontea con los independentistas.
Pero no rechistemos o nos anatemizarán. Los socialistas de
nuevo cuño son así. Zapatero ya dijo que éramos “antipatriotas” si hablábamos de la crisis. Esa crisis que era
absolutamente notoria para el resto de países, que ya preparaban sus defensas.
Y ayer se nos apareció en las pantallas nuestro ilustre
paisano, el ministro Ábalos, para decirnos, con cara de contener sus impulsos naturales
de darnos un cachete por bobos, que “atacábamos
a la democracia”, a la justicia
social, y a no sé cuántas cosas más, si no estábamos conformes con los
impuestos.
Y que la presión fiscal en España estaba lejos de la media
europea. A la baja naturalmente.
Seguimos en las mismas: los españoles somos analfabetos políticos y debemos obedecer las consignas de los gobernantes, que ellos sí que saben. ¡Cuánta razón tenían nuestras madres cuando nos decían que no nos metiéramos en política!
Lo que debemos hacer es votar al Sr. Ábalos y al resto de
“los que saben”, y no molestarles con impertinencias. Volvamos al Despotismo
Ilustrado. El de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”
Pero, Sr. Avalos, nosotros, yo al menos, no discutimos la
evidente necesidad de los impuestos en una nación solidaria y con tantas
prestaciones sociales, pero como ciudadano español, tengo derecho, todo el
derecho, a criticar los que no me gustan, no por excesivos, sino por injustos.
Como los que aplicarán al diésel, por ejemplo, que
castigarán a la gente menos favorecida del mundo social y laboral, exceptuando
a los parados, y que fue el detonante de
las manifestaciones de los “chalecos amarillos” en Francia. No lo olviden.
Solo que aquí no pasará nada porque lo ejecutará un partido
de izquierdas, los que mantienen esa coartada tradicional de la superioridad
moral y de su conexión con las realidades sociales. Ni protestas de la
ciudadanía, ni condena de los Sindicatos pese a los evidentes perjuicios que
van a causar a los trabajadores en general y a las familias en particular.
Y, Sr. Ábalos, los
que hemos ido a colegios sabemos diferenciar entre lo absoluto y lo relativo.
Porque en términos absolutos es cierto que un alemán, un francés, o un
británico paga más impuestos que nosotros, pero es igual de incuestionable que sus
salarios son mucho más altos que la media española.
Y, como es evidente, si ponderamos ambos conceptos salimos
perdiendo. Por goleada. Como dirían Epi y Blas, Sr. ministro, repita conmigo:
“absoluto”, “relativo”.
“¡No os metáis en política!”, repito, nos decían nuestras
madres.
Y estando así las cosas, resulta que los señores que mandan,
que mandaron o que mandarán, han conseguido trasladar la presión política a la
ciudadanía que, en buena parte, discute agriamente sobre si este insultó a este
otro, o si saluda a unos o a otros, o si le entrega tal o cual libro en un
debate. Siempre adjetivando. Adjetivando en letra mayúscula, por no decir
gorda, en negrilla y subrayada.
Y los sindicatos, esos que viven exclusivamente de las
cuotas de sus afiliados, se atreven a
decir al gobierno que no pacte con Ciudadanos, que lo haga con Podemos. Seguramente
es que solo defienden a los obreros de izquierdas aunque, eso sí y por
casualidad, ya están recibiendo ayudas extras del ejecutivo.
Y nos insultamos cada vez con más virulencia por defender a terceros
que, en muchas ocasiones, son indefendibles. Y si nos asomamos a los foros de
opinión, que son más bien de agitación, parece
evidente que nos odiamos en su nombre, mientras “ellos” se enseñan las
fotos de sus hijos al final de un debate agrio, bronco, leñero, de los que
gustan a las televisiones porque les proporciona audiencias.
Y creemos que lo hacemos porque defendemos las ideas que
ellos representan cuando, como digo, cada vez representan menos a las ideas de
sus partidos y más a ellos mismos, sus egos y sus intereses personales.
Suena a cínico, pero es lo que pienso. ¡Ya vendrán tiempos
mejores!
De momento seguimos como solía. El agua del puchero se sigue calentado muy
lentamente y la rana, que somos nosotros, acabará muerta por el exceso del
calor sin darse cuenta de que la están cociendo.
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