Premios Princesa de Asturias 2016 – “Esa vida que nos es dada nos es dada vacía”

Otra entrega de premios a los galardonados con los “Princesa de Asturias”, y otra ocasión de recordar que no todo está perdido, que junto a la mediocridad y el ruido atronador de unos pocos, pero muy ruidosos, que están pudriendo a la sociedad con pequeñeces, egoísmos y mezquindades, sigue existiendo otro mundo que vale la pena.

Lo puebla, mayoritariamente, la gente que trabaja cada día o que sufre la frustración de no tener un puesto de trabajo, que se afana, que sufre sus contrariedades y sus carencias, pero que tiene ideales, que lucha por ellos mismos o por los suyos, que no pierden la esperanza.

Y también el mundo de la cultura, de la solidaridad y del esfuerzo, con mayúsculas, que deberíamos reconocer, y que yo reconozco en los galardonados de ayer, muestra de muchos otros más anónimos pero igual de importantes, que dan sentido a la vida y a las emociones, que nos permiten liberar los sentimientos, que dan esperanza.

Richard Ford defendía en su discurso que la literatura, que escribir, no tiene ninguna razón de ser si no era para unir a las personas, para describirnos lo que tenemos en común, para señalarnos los puntos de encuentro, para “expandir lo que nos une”.

Y lo ilustró con muchas citas, entre las que me quedo especialmente con dos: la de Ortega y Gasset y su afirmación de que “esa vida que nos es dada nos es dada vacía y el hombre tiene que írsela llenando, ocupándola”, y el “hoy es siempre todavía” de Antonio Machado, que forma parte de su reflexión “hoy es siempre todavía , toda la vida es ahora, y ahora, ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde

Ambas referencias nos animan a movernos, a tomar decisiones, a llenar nuestra propia vida y a no vivir la de otros, a no practicar la pereza de “lo haré mañana”, o la cobardía de “no correr riesgos”, que equivale a vivir en una continua frustración de no haber hecho o dicho lo que debimos hacer o decir.

Mary Beard, premio de Ciencias Sociales, vitalista hasta el extremo, nos invitó, a conocer la historia, a disfrutarla, y a evitar los errores que ya se cometieron. A no repetirlos. Y lo hizo con ese gesto espontáneo que la que caracteriza, como si fuera una más de la pandilla, como si todo su saber fuera fruto de la casualidad, de ciencia infusa o de una revelación divina.

Gran conocedora y enamorada del Imperio Romano, primer ejemplo de globalización real, y firme defensora de la igualdad de oportunidades y de los derechos de la mujer, comentaba que a ninguna le gustaría trasladarse a los tiempos de Roma, a no ser que tuviera billete de ida y vuelta.

Cuando la escuchaba no podía por menos que pensar en la enorme suerte que tenían sus alumnos de la Universidad de Cambridge.

Y luego lo de Nuria Espert. En su disertación habló del sufrimiento de vivir la vida de otros cuando actúa, porque no son sus personajes. Los considera y trata como personas reales aunque nunca hayan existido.

Declaró su enamoramiento con el teatro, la mayor de sus pasiones, y el profundo dolor que le causa en muchas ocasiones, afirmando que “mi dueño es muy duro; me ha lastimado muchas veces”.

Y de momento el milagro: Nuria Espert desapareció de escena y Lolita la Soltera ocupó el atril para desgarrarse ante nosotros, para morir en vida contándonos las penas, las mentiras y los desengaños que la hizo sufrir un Federico García Lorca implacable y cruel con el personaje.

Y como muestra de su perfecta simbiosis entre lo español, su profunda catalanidad, y la universalidad de su cultura, nos recitó unas frases del Rey Lear, de Shakespeare, que definió como “las últimas palabras cuerdas antes de elegir la locura como única posibilidad de soportar el dolor”. Y lo hizo, emocionada, en catalán. Su lengua madre

También recuerdo a todos los demás, que todos son ejemplares y ejemplo de solidaridad, de esfuerzo, de tesón, de pasión por la ciencia.

Pero hoy no quiero distraerme con sus grandes logros. Son una evidencia de lo que “es”. De lo que muchas personas han conseguido viviendo sus propias vidas y corriendo sus propios riesgos.

Tampoco quiero comentar las palabras de nuestro Rey, sensatas y sentidas como siempre, porque quiero evitar cualquier interpretación política a estas reflexiones, aunque es justo decir que la unión y la solidaridad que reclamó en su discurso no admiten ningún tipo de matiz ni de manipulación.

Prefiero quedarme en mi butaca arrebujado por las palabras escuchadas, las que dan calor al alma y hacen aflorar los sentimientos, pensando en lo “puede ser”. En lo que “debería ser”. En que hay un mundo mejor que apenas hemos descubierto ni hemos explorado como se merece. No tenemos tiempo para ello.

Convencido, una vez más, de que solo la cultura real, que no el adoctrinamiento, puede ser el sustrato que nos permitiría sacar los pies de los lodos que amenazan nuestro “cada día”.

Y decido escribir estos pensamientos antes de que se enfríen las sensaciones y el próximo telediario me devuelva a la realidad, o antes de que me de pereza hacerlo.

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