Anoche seguía una tertulia en una cadena de televisión, y presencié con asombro como un representante del Sindicato de Policía contradecía con vehemencia, incluso rayando en la insolencia, a un ex magistrado del supremo sobre temas legales.
Defendía, como cosa absolutamente impresentable, que algunos jueces no habían atendido denuncias de la policía sobre determinados asuntos, especialmente sobre el caso Pujol. Caso del que, por supuesto, todos abominamos, y para el que seguimos reclamando castigos ejemplares.
El magistrado quiso aclararle varias veces que un atestado policial no es una prueba, sino una denuncia, y que a la vista de la solvencia de lo denunciado, el fiscal y el juez deben determinar si la denuncia merece una investigación o no.
El policía citado llegaba al extremo de acusar a determinados jueces de no autorizar registros cuando ellos, la policía, veían “claros indicios”, sin atender a que en un estado con garantías procesales, como es en la teoría y debería ser en la práctica el nuestro, pedir un registro sobre indicios poco fundamentados para confirmar los indicios, es una auténtica aberración.
Un “creo que, que no me dejan probar, y así no podemos hacer nada».
Y le recordaron, varias veces, que la policía está sujeta a la autoridad de los jueces, y no los jueces a la de la policía.
Hubo una frase especialmente desafortunada cuando el magistrado defendió con firmeza la labor de los cuerpos de seguridad del estado por los que había sido condecorado, y el portavoz del sindicato dijo, más o menos, que le parecía mal que condecoraran a señores “como él” en lugar de a los compañeros “que se juegan la vida”. Para nota.
Como si los jueces pudieran pasear libremente con sus nietos por plazas y jardines de cualquier parte de España. Como si no necesitaran escoltas.
El magistrado aclaró que no era la policía la que le había condecorado, sino la Guardia Civil.
Con todo el afecto a la policía, que se lo tengo y sobre la que estoy escribiendo una novela en este momento, viendo actuaciones como la de este señor y los grandes conflictos internos que tiene montados, que espero que desaparezcan rápidamente para que la institución recupere todo su prestigio, no me extraña que los jueces prefieran confiar las investigaciones a la U.C.O., órgano central del servicio de la Policía Judicial de la Guardia Civil, menos politizada y altamente especializada en determinadas investigaciones.
Y lamento profundamente que un miembro de la policía, representante sindical por más señas, no conozca nuestro sistema legal, el significado de lo que son las garantía procesales, la presunción de inocencia, y el papel de cada uno de los estamentos en las causas judiciales.
Esta intervención no le hizo ningún favor al interviniente, ni tampoco a la tertulia de su cadena.
España necesita urgentemente pedagogía en todos los campos. Uno de ellos, muy especialmente, sobre los fundamentos de nuestro sistema de derecho del que se ha empoderado (y siento el anglicismo, pero es más rotundo que nuestro término «apoderado») la prensa, los políticos populistas y los medios de comunicación social, arrogándose una autoridad que no tienen. Denunciar corrupciones y delitos sí. Siempre. Esa es una de sus funciones. Sentenciar nunca, de ninguna manera.
La razón, la verdad legal, no la tienen ni los periodistas, ni los políticos, ni la policía. La tienen los jueces. Y si se equivocan, están sujetos al juicio de otros jueces. Y así debe seguir o, mejor, así debería ser, porque es preferible mantener las cautelas necesarias para no meter en la cárcel a un inocente, aunque esas mismas cautelas dilaten más los tiempos y exijan más pruebas para condenar a un culpable.
Y en esta ocasión sí que apelo al ejemplo del caso Pujol.
Y que conste que no pertenezco a la judicatura. Soy del grupo de los que demandan retornar a una sociedad más limpia y organizada, en la que cada cual cumpla su papel y no trate de tomarse atribuciones que no le corresponden.
Que una orquesta solo es buena si cada instrumentista toca bien su partitura: el violín la del violín, el chelo la del chelo y el oboe la del oboe. No me imagino al trompetista interpretando la partitura del percusionista.
Que los «hombre orquesta», dicho sea como genérico, solo son útiles para entretener en la calle o como pesonajes de ficción, como el que representaba de forma magistral Dick Van Dyke en la película Mary Poppins.
La realidad es otra cosa. Y, sin embargo, nos han crecido como setas en los últimos años. Y hay quién les escucha y les aplaude.
Dejando al margen la anécdota de que algún interviniente en la tertulia que pones como ejemplo no estuviera afortunado, hay algo que los jueces tienen muy claro: es preferible cien culpables en la calle que un inocente condenado. Aunque a la opinión pública no le guste lo primero, ni que los culpables campen a sus anchas años y más años hasta que puedan ser condenados, está claro que el sistema no puede permitirse torturar a inocentes.
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Y así debe ser, pero resulta que los responsables de «poner orden», los políticos, son los primeros que utilizan la judicatura como herramienta electoral tratando de poner o quitar jueces y fiscales, apoyados por una minoría de jueces y fiscales que quieren que les pongan o que quiten a otros.
Lo cierto es que la inmensa mayoría de los profesionales hacen su trabajo correctamente pese a las presiones mediáticas, y eso tiene mucho mérito en los tiempos que nos ha tocado vivir.
Los periodistas también tienen mucha responsabilidad en provocar linchamientos pero, al fin y al cabo, no tienen cargos representativos y van a la suya, como siempre.
Algunos trabajan, encuentran hechos delictivos, y los denuncian, pero la mayoría ni eso. Amplifican o retocan lo publicado por otros y lo hacen aplicando sus puntos de vista o sus intereses editoriales.
O, simplemente, difunden rumores amparados por el maldito «supuestamente», palabra que no debería ser eximente para evitar denuncias por lanzar o difundir noticias con fines maliciosos.
Pero inisisto en que los periodistas hacen lo que siempre han hecho, y no hay más que ver peródicos de hace cien años. Ellos no tienen más responsabilidad que responder ante la justicia si se demuestra que han cometido algún delito contra el honor o la dignidad.
Ya sabes que hay un dicho malicioso sobre y entre los periodistas: «No dejes que la verdad te estropee una buena noticia»
Y esta forma de actuar de los políticos se ha incorporado a su ADN profesional y costará mucho corregirlo. La corrupción es un grave delito que ha enturbiado la vida política y nos ha perjudicado gravemente.
Por esta razón soy partidario de perseguir a los corruptos con todas la fuerza de la ley, pero ¿porqué no se persigue severamente a los políticos mentiroso?. No afectan tanto a nuestra economía, pero sí a algo que nos perjudica muy gravemente: el deterioro de la convivencia y de la confianza en las instituciones.
Pero como son arte y parte, unos días por tí, otros por mí, todo son «pelillos a la mar».
Que, en definitiva, no es más que un claro abuso de su aforamiento.
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