Las avalanchas de inmigrantes y los beneficios de la inmigración.

Son tiempos de avalanchas de inmigración y se multiplican los mensajes de solidaridad y de que abramos puertas a los que vienen en busca de un mundo mejor, incluso concediéndoles los beneficios sociales españoles, como la sanidad universal, por ejemplo.

Pero, estando como estoy a este lado de la barrera y colaborando con personas en situación muy difícil, creo que deberíamos reflexionar un poco sobre lo que decimos y lo que podemos esperar de las autoridades.

En primer lugar hay que aceptar el hecho irrefutable de las enormes diferencias entre un ciudadano de Niger, por ejemplo, y el del más pobre de los países de la Comunidad Europea. Y que hay que hacer algo.

Y también que inmigración, en sí, es un “gana gana” para el inmigrante y para el país que lo recibe, mucho más cuando las sociedades “prósperas” estamos envejeciendo por falta de natalidad. Desde este punto de vista, y liberando el debate de la carga emotiva que lo envuelve, los que vienen, en principio, no tienen que entenderse como una carga, sino como una ayuda.

Pero para que esto resulte como debe, es necesaria una política global que potencie el desarrollo en las zonas más deprimidas del mundo, especialmente en África, para que no se vean en la necesidad de salir de sus países en busca de un mínimo de estabilidad social. Esto ha dado muy buen resultado en Marruecos, desde donde apenas vienen algunos jóvenes atraídos por los anuncios de nuestras televisiones, porque este país ha permitido la creación de industrias y explotaciones agrarias de buen nivel (allí hay muchos empresarios españoles con empresas propias o mixtas), por lo que la tasa de desempleo ha descendido muy notablemente.

Y, como es natural, los marroquíes de hoy prefieren vivir en su tierra que desplazarse a países con costumbre diferentes. Lo mismo ha ocurrido en Mauritania, por ejemplo, aunque vayan algo más atrasados.

En cuanto a los que quieren desplazarse desde países tercermundistas, lo justo sería crear oficinas de empleo de la Comunidad Europea en cada uno de ellos, para ordenar la entrada en Europa, y que sean legales y con permiso de trabajo desde el primer día. Y caben muchos. Millones.

Aquí se nos llena la boca de decir que fuimos país de emigración, y es cierto, aunque una parte no fueron realmente emigrantes, sino refugiados que huyeron a terceros países, especialmente a Francia, después de la guerra civil. Los que fueron a Alemania iban con contratos de trabajo tramitados en España. Nunca hubo “Ilegales” españoles en ese país.

No olvidemos, aunque esto se oculta, que es imprescindible evitar que la gente se ahogue en el Mediterráneo, pero que una gran mayoría de los que salvamos, entran en un ciclo de identificación y acaban siendo deportados a sus países de origen, o se escapan de los centros de acogida y permanecen en Europa como ilegales. Eternamente ilegales.

Situación que, a la larga, está incubando conflictos muy importantes y, posiblemente, a muy corto plazo. Y pongo un ejemplo:

Aquí en Valencia, en Madrid, y muy especialmente en alguna ciudades de Cataluña, como Barcelona, se está multiplicando de forma muy alarmante en número de “manteros” que empezaron desplegando sus productos por algunas zonas de Barcelona y que ahora han invadido Las Ramblas, el puerto y el metro. Y no solo las salas de acceso y los túneles, sino también los andenes de las estaciones con el consiguiente peligro para la seguridad de los viajeros. Todo ello con grave perjuicio de los comerciantes “legales”.

Como son más, necesitan vender más productos y empiezan a tener minorías más agresivas. Conozco el carácter senegalés porque tengo tratos con algunos de ellos desde hace muchos años, y es muy pacífico, pero comienzan a sufrir la presión de la necesidad.

Si las autoridades de Barcelona intentaran controlar esta situación y prohibieran la venta, venta de productos importados por mafias del comercio, dicho sea de paso, serían totalmente incapaces de conseguirlo. Prácticamente estallaría una revuelta importante, como la “mini” de Vallecas de hace unos meses.

Y sin embargo, en algún momento tendrán que hacer algo.

Y luego está la maldita demagogia de los políticos. Los que han visto venir este problema desde hace veinte años y no han hecho casi nada por egoísmos y estrategias electorales, pero que no dudan en ponerse medallas que no les corresponden.

El numerito de Aquarius ha sido para nota. No porque autorizaran el desembarco, que lo apoyo sin reservas, sino el despliegue mediático y los titulares de prensa conseguidos a base de concederles condiciones especiales y totalmente distintas a los miles que recogemos cada día en Tarifa, por ejemplo. Todo ello edulcorado con palabras o frases rimbombantes como “aldabonazo” o “llamada a las conciencias”.

¿Que han conseguido? Nada para los del Aquarius, nada para el resto de los que desembarcan cada día en Europa, y un efecto llamada peligroso para los que están en sus países. Peligroso porque les anima a comenzar una aventura a vida o muerte que, si hubiera un mínimo de orden, sería totalmente innecesaria.

Susanita, la amiga de Mafalda, hubiera repetido entre suspiros: “que suerte que haya pobres para poder hacer caridad”. ¡Como entiende Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, el cinismo humando! Porque los del Aquarius no eran inmigrantes. Eran “sus” inmigrantes.

Ayer escuche a un político, del que no doy el nombre porque no quiero destacar a unos más que a otros y porque, posiblemente, su frase no era original, que hay que organizar un “plan Marshall” para los países subdesarrollados.

Apunte para los jóvenes: el plan Marshall fue una ayuda que los EEUU concedió a los países cuando terminó la segunda guerra mundial, porque la mayoría estaban en clara bancarrotacon, con sus industrias arrasadas, y con gravísimos problemas de subsistencia. Solo que ese plan, siendo bueno, tenía una cierta trastienda política y el propuesto para el tercer mundo debe ser claro, limpio, y sin condiciones.

Todo lo anterior no tiene nada que ver, naturalmente, con los refugiados políticos que huyen de sus países por guerras o por persecuciones. Pero el truco de inventarse el “refugiado por hambre”, créanme, no hará más que complicar las cosas.

Acciones en países de origen, orden en las llegadas y, eso sí, ninguna discriminación por raza, sexo o religión. Todos somos absolutamente iguales y el haber nacido en un lugar u otro solo ha sido fruto de la casualidad. La única condición es que acepten nuestras leyes y nuestras costumbres, tratando de respetar las suyas si no son incompatibles.

Y lo digo porque hoy mismo, en un Consum de Valencia, he visto a una pareja de jóvenes, él vestido con vaqueros y camiseta con eslogan, ella con un burka negro de los más severos, de los que hace años que no había visto, de los que solo permiten una abertura horizontal a la altura de los ojos de no más de tres centímetros de alto. Con velo sin problemas, lo respeto. También nuestras señoras mayores de hace cincuenta años llevaban pañuelo en la cabeza y nadie les decía nada, pero personas con esta mentalidad no pueden más que pasarlo mal en un país como el nuestro.

Y para los católicos “enemigos” del islam que tienen miedo porque lo consideran peligroso (los senegaleses también son musulmanes), no olviden que Mahoma fundó una religión mezcla de cristianismo y judaísmo en la que está presente una buena parte de nuestro Antiguo Testamento.

Y que nuestro Jesús, Isa para ellos, es uno de sus cuatro profetas: Abraham, Moisés, Isa, y Mahoma, siendo Mahoma “El cuarto profeta”. El último.

Del Corán: “A Isa, el hijo de Maryam (María), le dimos las pruebas evidentes y le ayudamos con el Espíritu Puro” El ángel Yibril (nuestro Arcangel Gagriel).

Y que si quieren leer propuestas duras no tienen más que repasar la Biblia, la de nuestro “ojo por ojo”. El peligro no está en las creencias religiosas, en ninguna, sino en los fundamentalismos.

Y pongamos los pies en el suelo. Nosotros, nuestros “yo” actuales, no hemos hecho nada para considerarnos superiores a nadie. Todo: bienestar, cultura, progreso, nos ha sido dado.

Ayudemos sin reservas a los que ya están aquí, pero exijamos a las autoridades que apliquen soluciones eficaces a corto, medio, y largo plazo.

Porque si no lo hacen, acabaremos teniendo excelentes protocolos para socorrer a los que se caen del andamio, pero, si no se regula cuantas personas deben acceder a la parte superior y que medidas de protección deben seguir, seguirá cayendo gente cada día. A la que, eso sí, nos seguiremos esforzando por atender.

Caridad, solidaridad, acogida, llámalo como quieras, absurda. Sin ningún fundamento.

4 comentarios en “Las avalanchas de inmigrantes y los beneficios de la inmigración.

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo. En tiempos pasados colonizamos determinados países muy atrasados. Es cierto que les dimos algo de cultura y algunas infraestructuras. También lo es que nos llevamos muchos recursos naturales que ellos ni siquiera sabían valorar. Y hasta obras de arte que habían creado sus antepasados.
    Después les dejamos ir solos. Y ni tenían nuestro nivel, ese del que tanto alardeamos, ni pueden alcanzarlo. Ahora nos piden ayuda, en algunos casos a la desesperada y haciendo uso de métodos que no nos resultan aceptables. Pero, ¿qué hacemos nosotros ante el problema? Cerrar los ojos, considerarles nuestros enemigos y defendernos de ellos.
    El asunto es grave y rebasa las posibilidades de los estados considerados individualmente. Por eso debe afrontarse a nivel internacional, siendo conscientes de que habrá que prescindir de algo por nuestra parte para ayudarles. ¿Cuántas camisas, zapatos, bolsos y collares tenemos en nuestros armarios? Muchos que ni siquiera nos acordamos de que están allí. Y eso es sólo un ejemplo. Podemos pasar sin muchas cosas para ayudar a que otros puedan tener lo imprescindible. ¿Es necesario cambiar tanto de coches, de móviles, de televisores…?
    A ellos tembién habría que concienciarles de que no por tener coche o móvil se es más feliz. He visto a gente que dormía debajo de una palmera o que sólo tenía un pantalón, una camisa y unas zapatillas y, a pesar de eso, no parecían desgraciados. Pero también les hemos deslumbrado. Les mostramos impúdicamente nuestras mansiones, nuestros coches y nuestra ropa a través del cine, la televisión e internet. Y les hemos convencido de que vivir en esta parte del mundo es estar en el paraíso.
    Hay que hacerles ver la realidad, ayudarles a que vivan, quizás sin tanta inútil sobreabundancia y vaciedad como nosotros, y, si para vivir tienen que venir algunos o muchos, estar dispuestos a sacrificar algo y ordenar su llegada . Las instancias internacionales tienen la palabra. Los políticos estatales y locales sólo parecen estar para convencernos de que únicamente ellos nos pueden conseguir un estado del bienestar. Pero se refieren al nuestro, al de quienes les podemos votar, y además nos mienten todos los días.

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    • Lo malo, Eduardo, es que es casi imposible que aceptemos renunciar a una parte de lo que tenemos para contribuir en un mejor reparto. Somos una civilización egoísta, cortoplacista, que he perdido el concepto de que existen otros ciudadanos o que existirán otras generaciones. Y por eso contaminamos los mares, talamos los bosques, o miramos a otro lado cuando algo no nos gusta. Cuando nos puede comprometer.

      ¿Porque vamos a renunciar a algo? El mejor móvil, la colonia que más te distinga, el coche más adecuado a tu personalidad. Marketing, marketing, marketing. Y, encima, estamos introduciendo a los niños en esta cultura dándoles el juguete que quieren, permitiéndoles ver el programa de TV que les apetece, y tapándoles los ojos cuando emiten los telediarios porque hay un mundo real, de maldades, que no tienen porque conocer.

      Por supuesto yo no tengo la solución a un problema tan grave, pero soy consciente de que ha de ser una acción conjunta de todos los países. Los que tienen que aceptar inmigrantes, aplicando con rigor programas de integración, y prestar ayuda a los países de origen. Y los países origen, que deben administrar eficazmente las ayudas recibidas, y a los que debemos penalizar si se queda algún euro por el camino. Aunque tengan petróleo, o fosfatos, o lo que sea.

      El problema es que las naciones son tan egoistas y cortoplacistas como lo somos los ciudadanos, y no lo harán por sus propios intereses.

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  2. Permíteme que te corrija. Los más egoístas y cortoplacistas, sin excluir a las naciones y los ciudadanos, son los políticos del primer mundo. Obtienen más votos si nos consiguen mejores coches que si ayudan a ciudadanos de otros países, por desesperados que estén.

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