Ayer comentaba en un artículo sobre la democracia en España el hecho de que en Francia son los ciudadanos y no los partidos políticos los que eligen directamente a su presidente. Hecho evidente que quiero recalcar por si había pasado desapercibido entre un texto más generalista.
Y lo hago saliendo al paso, de nuevo, a las falacias y medias verdades con las que suelen insultarnos intelectualmente los partidos de izquierda, incluido el propio gobierno y sus voceros.
Efectivamente, la ley electoral francesa tiene dos objetivos fundamentales: que los ciudadanos elijan al presidente y garantizar que sean las mayorías cualificadas las que lo hagan. Y es por eso por lo que, si en los resultados electorales ninguno de los candidatos consigue una mayoría cualificada, se celebra una segunda vuelta en la que solo pueden intervenir los dos más votados, en este caso Macron y Le Pen.
Y como el resto de los candidatos quedan fuera del juego electoral, no hay ninguna posibilidad de bloquear nada porque no tienen poder ejecutivo para hacerlo. Pueden recomendar a sus simpatizantes que voten a uno de los finalistas o que se abstengan y eso es lo que hacen, pero eso, por mucho que se empeñen en afirmarlo los contadores de milongas habituales, no es un cordón sanitario. Son puras recomendaciones sin más valor que manifestar opiniones, porque siguen siendo los ciudadanos y no ellos los que tienen la última palabra, el verdadero poder.
Y, a diferencia de los tan repetidos y utilizados cordones sanitarios en nuestra historia reciente desde el nefasto pacto del Tinell de Cataluña, el del “tripartito”, lo que decide un ciudadano con su voto nunca es ni puede ser negativo, porque es su opinión libremente expresada para favorecer a uno de los candidatos, no para perjudicar a los otros.
Y también decía que aquí seguimos manteniendo una ley electoral absurde y obsoleta, causa raíz de todos nuestros problemas, que da todo el poder a los partidos elegidos y a sus líderes para hacer todas las componendas que les venga en gana, porque la Constitución así se lo permite en la letra, aunque no en el espíritu.
Porque la Constitución no podía prever en aquellos momentos de ilusión y causas comunes que los partidos elegidos en listas cerradas se atreverían a mantenerse en el poder con pactos antinatura y componendas como la que ha hecho y sigue haciendo el gobierno legítimo que preside la nación.
Y es por eso por lo que decía que, en España, más que democracia, disfrutamos de una robusta y muy consolidada “partidocracia”
Aclarado
Valencia, 15 de abril de 2022