Manifiesto por el liberalismo. Ese liberalismo, el auténtico.

De vez en cuando y en función de algún comentario puntual, suele ocurrir que los que lo leen o escuchen te catalogan de “de derechas” o te colocan alguna de las etiquetas al uso. No es algo que me importe en lo personal, pero para entender algunos conceptos políticos que en nuestra nación parecen olvidados, es bueno que se recuerde que, además de las agrupaciones convencionales, derecha, ultraderecha, izquierda, ultraizquierda, hay otras ideologías con marchamo internacional, como es el liberalismo.

Concepto, como tantos otros, tergiversado por los interesados en hacerlo, que lo adjudican a la izquierda o la derecha, según convenga al interpretador.

Liberalismo, según la RAE es;

-Doctrina política, económica y social, nacida a finales del siglo XVIII, que defiende la libertad del individuo y una intervención mínima del estado en la vida social y económica.

-Cualidad y actitud de la persona que es tolerante y abierta.

Pues bien, durante la transición se fundó este partido, que inicialmente se denominó “Agrupación Liberal”, pero posteriormente formó parte de UCD como una de las “familias” de la coalición. Porque UCD, Unión de Centro Democrático,  nunca fue un partido, sino una agrupación de tendencias ideológicas de centro derecha, desde Alianza Popular (AP), el Partido Demócrata Cristiano (PDC), la Federación de Partidos Demócratas y Liberales (FPDL), el Partido Socialdemócrata (PSD), el Partido Demócrata Popular (PDP), el Partido Social Liberal Andaluz (PSLA), el Partido Gallego Independiente (PGI), la Federación Social Democráta (FSD), Unión Canaria (UC), la Unión Democrática de Murcia (UDM) y el Partido Liberal (PL), aunque en este caso no se incorporó el partido, pero sí algunos de sus miembros más destacados.

Pero el auge de la Social Democracia, partido enredador que ha reventado sistemáticamente las coaliciones de centro derecha en España por su afán de protagonismo, como lo hizo en Italia y en otros lugares, hizo que los liberales se sintieran incómodos y abandonaran UCD.

Y cito nombres tan reconocidos como Joaquín Garrigues Walker, Justino de Azcárrate o Soledad Becerril, tan discreta pese a haber desempeñado tantos cargos políticos en España. Fue la primera mujer que ocupó una cartera ministerial y también el cargo de Defensor del Pueblo desde la democracia y nunca se la habrá oído faltar al respeto a nadie ni criticar otras iniciativas políticas. Sí algunas decisiones gubernamentales que, en su opinión, afectaban de alguna manera a la libertad de los españoles. Y, por supuesto, contra los asesinos de ETA

Ya hace muchos años que, como decía, el concepto “liberal” se ha interpretado según los intereses de cada cual y así ha sido de derechas para la izquierda o de izquierda para la derecha.

Y también es cierto que algunas y algunos cargos de la derecha, absolutamente autoritarios, se han autodefinido como liberales. Y quizás “de raza le viene al galgo”, porque “España es diferente” y el periódico “El Liberal” de hace tantos años no era precisamente un dechado de tolerancia y comprensión. Más bien era el periódico de la derecha más radical de entonces.

Los partidos liberales no son importantes en casi ningún lugar porque su propia naturaleza les hace ser poco competitivos. Anteponen las libertades y la verdadera representación de los ciudadanos a cualquier interés político del partido o de sus dirigentes y no hacen falsas promesas en las elecciones, por lo que, con esos condicionantes, es casi imposible que puedan ganar unas elecciones o conseguir muchos escaños   compitiendo con el poder económico y el control de los medios de “los partidos poderosos”.

Sin embargo, hay muchos liberales dispersos por el mundo a los que nos gusta pensar que la sociedad será algún día mucho más honesta y democrática de lo que es ahora, solo que estamos convencidos de que ahí quedará la cosa y nunca lo veremos.

Y si alguien quiere saber cómo es el verdadero liberalismo, le recomiendo que lea el libro “Devuélveme el Poder”, de Miriam González Durántez, que refiere con hechos y datos lo mucho que los gobiernos españoles, todos, han interferido indebidamente en la vida de los españoles y cuantas libertades públicas y privadas han vulnerado.

En fin, yo me siento tan romántico e inútil expresando mis ideas como se sentían las personas mayores de mi juventud, en la dictadura, y muy especialmente los republicanos de pro, cuando me decían “ya vendrán los míos”.

Aunque en muchos de sus casos, como me ocurre a mí, “los suyos” nunca llegaron, o si lo hicieron duraron poco, muy poco. Y en este momento me siento tan inmerso en un mundo de intereses partidistas o personales, prepotencias, falsedades, egoísmos y tan falto de sensibilidad real que tengo que asumir que “los míos” nunca llegarán. Dejaron “de llegar” con las primeras corruptelas políticas de los gobernantes a partir de la segunda legislatura y me temo que nunca les volveré a ver en España.

Dicho lo cual, y siendo como soy, tampoco sufro por esta realidad. Yo a lo mío y que cada cual piense lo que quiera y diga lo que crea oportuno. Siempre, claro está, que se respeten las normas y no se diga en plan ofensivo.

El evangelio de San Juan dice “veritas liberabit vobis” refiriéndose a todos los demás. Yo, menos optimista que el Evangelista, me identifico con algo más personal, “veritas liberat nobis”.

Entendiendo que la verdad hará que nos sintamos libres a los que, con razón o sin ella, pero con honestidad, manifestemos con respeto lo que pensamos, con la tolerancia y apertura de miras que recomienda la RAE.

Por supuesto.

«Devuélveme el poder», de Miriam González Durántez

Sería buen, muy bueno, que los españoles adquiriéramos más cultura política. Y la cultura se adquiere y se aumenta leyendo o escuchando a personas que aportan datos y argumentos, aunque defiendan posiciones políticas diferentes. A unos y a otros, de todas las tendencias.

No a los políticos, ni a las cadenas de televisión, ni a una buena parte de los tertulianos, que siempre son parciales y torticeros. Muy parciales y muy torticeros.

Estoy leyendo, y recomiendo muy especialmente, el libro  “Devuélveme el poder”, de Miriam González Durántez. Miriam, a la que no conocía, tiene una gran experiencia política, conoce a fondo la organización y el funcionamiento de las cámaras y las democracias europeas y es experta en Derecho Político de la Unión Europea. Actualmente reside en los Estados Unidos.

Este libro defiende el liberalismo entendido como debe ser, no como se define en las múltiples versiones españolas, casi todas interesadas, y reclama, casi suplica, que los políticos devuelvan el poder a la ciudadanía que es donde realmente reside.

Y que se desmonte esta estructura política de nuestro país, tan antinatural. Desmontaje que, en mi opinión, solo podemos realizar los españoles denunciando situaciones  de abuso o mal uso, y con nuestros votos:

En uno de los párrafos del libro dice:

Los partidos políticos en España lo pueden todo, lo manejan todo, lo controlan todo, y nada se les escapa: puestos altos, puestos medios, puestos bajos, puestos nimios, contratos públicos relevantes, contratos públicos irrelevantes, gestión de empresas públicas, reglamentación de empresas privadas, organismos supervisores, universidades, televisión, encuesta, subvenciones… no hay palo que no toquen.  Y lo hacen prácticamente sin control ni límites. Hay pocas democracias consolidadas donde los ciudadanos les hayan cedido a los políticos tanto poder como en la nuestra.

La característica dominante del sistema político español no es la centralización ni la descentralización, no es su sesgo hacia la colectividad ni a la individualidad, no es la monarquía, ni siquiera el parlamentarismo: el rasgo más marcado de nuestro sistema político es, de lejos,  su carácter partitocrático e iliberal. Si una sociedad liberal es aquella en la que el poder reside en cada ciudadano, la sociedad española es justo lo contrario: el poder que por derecho propio corresponde a cada ciudadano español y que a través del contrato social que constituye nuestra norma más básica, la Constitución, se debería haber cedido a los estamentos políticos de forma limitada, trasparente y con garantías ha sido copado por una clase política omnipotente y omnipresente, que se ha hecho con ese poder como si fuera suyo y lo ha expandido a áreas que no deberían tener nada que ver con la política.”

Y más adelante:

Una de las cosas que más llama la atención de nuestro sistema político es la enorme cantidad de puestos políticos que tenemos en España, muchísimos más que en prácticamente todo resto de los países comparables con el nuestro. No hay cifras públicas centralizadas (lo cual ya da una idea del oscurantismo de nuestro sistema), pero se estima que tenemos entre 300.000 y 400.000 políticos para gestionar un país de 46.530.000 habitantes. Para entender lo absurdo de esta cifra no hace falta más que compararla con el número de personas que ejercen otras profesiones en España: tenemos más del doble de políticos que de científicos y cuatro veces más políticos que miembros del Cuerpo Nacional de Policía. Cubrimos toda las necesidades médicas de todos los habitantes de nuestro país (los sanos, los enfermos  ocasionales, los que padecen enfermedades leves y enfermedades largas y complicadas, los enfermos crónicos y los terminales) con la mitad de las personas que tenemos dedicadas a tomar decisiones políticas. Es simplemente imposible que toda esta enorme cantidad de políticos que tenemos en España tengan suficiente trabajo para estar ocupados.

Hasta Alemania que tiene una estructura política federal compleja y que nos dobla por ejemplo en población tiene menos políticos que nosotros”.