Lo ocurrido en Gran Bretaña debería ser un escarmiento en cabeza ajena que no aprovecharemos. La democracia representativa implica que los ciudadanos votemos una vez cada cuatro años (¡ojala!) y que los gobiernos de turno discutan y negocien en el parlamento las decisiones políticas o las leyes. Esto supone un desgaste evidente para los gobiernos, tengan o no mayorías absolutas, porque muchas de las medidas son impopulares, “duelen” a parte de la población, y son aprovechadas por la oposición para atacar al gobierno.
Cuando un presidente es débil y se cubre las espaldas “pidiendo opinión al pueblo” en forma de referéndum o consulta popular, como ha sido el caso de Cameron, se mueve en un terreno muy poco aconsejable al mezclar la democracia representativa con la asamblearia.
La estabilidad de los países pasa, inexcusablemente, por la necesidad de que los gobiernos “se mojen” y se la jueguen ante sus futuros votantes. ¿Se imaginan el sufrimiento y la división entre españoles si hubieran convocado referéndums sobe la reforma laboral, la fiscal, la educativa, y otras medidas de calado?.
En España solo recuerdo el referéndum de Felipe González para la entrada en la OTAN, pero se vio obligado a convocarlo porque siempre había reclamado la no-entrada (aquello de “OTAN no, bases fuera”) y, una vez en el gobierno no tuvo más remedio que defender la postura contraria.
Insisto en que estas ocurrencias perjudican a los ciudadanos porque les divide, cuestan dinero y no solucionan los problemas, que siguen tan presentes como antes de la consulta.
Los únicos que ganan, y mucho, son los medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, que alientan sin disimulos este tipo de “soluciones” buscando audiencias baratas basadas en enfrentamientos y disputas barriobajeras en una buena parte de las tertulias y foros de opinión actuales. Los que más.
Y nosotros como tontos.