Los polvos, los lodos, los antecedentes, y como llegar al primero de octubre.

El nacionalismo catalán, en su interés por capitalizar en exclusiva méritos que no son suyos y crear una falsa historia más acomodada a sus planes y estrategias, comenzó, hace décadas, impartiendo una educación en la que obvió o redujo a la mínima expresión la historia de España, y potenció, incluso inventó, las gestas catalanas y la gran influencia de esta “nación” en la prosperidad de España, de Europa y del resto del mundo.

Uno de los puntos clave ha sido convertir lo que fue una guerra entre dos naciones europeas, Francia y Austria, por la sucesión de Carlos “el Hechizado”, que murió sin herederos, como una guerra de Castilla contra Cataluña. Y a esta guerra, guerra de intereses como todas, se apuntaron los poderosos de todos los reinos de España en función de lo que más les convenía. Y unos ganaron y otros perdieron. Y los señores catalanes, que apostaron por el candidato austríaco, perdieron. Y, como represalia por haber defendido al otro bando, el Borbón les retiró los fueros.

Así de simple. Porque si hubieran sabido que iba a ganar el rey Felipe, todos, absolutamente todos los poderosos de España, se hubieran apuntado a su bando.

Y, llegado el momento, hace unos años, los que movían los hilos de la sociedad catalana, viendo al Estado en debilidad como consecuencia de la crisis y bajo la amenaza de ciertos escándalos a punto de salir a la luz, decidieron que era el momento de apretar el acelerador. “Ahora o nunca”, pensaron.

Y diseñaron una estrategia de ruptura que comenzó con una valoración de grupos sociales o culturales desde el punto de vista de amigos/enemigos del proceso.

Grupo 1.- Los independentistas de toda la vida. Siempre han sido los sacrificados, los idealistas traidores al Estado desde tiempos de la República, la avanzadilla de cualquier movimiento, y la primera línea en las batallas. No son demasiados en porcentaje pero, eso sí, lo tienen muy claro y no les importan ni los riesgos ni el sufrimiento. Es una postura muy próxima al fanatismo político aunque, salvo durante algún tiempo y de forma limitada, sin violencia extrema. Su base ha sido la Esquerra Republicana.

Grupo 2.- Los nacionalistas. Grupo de catalanismo cultural defensor de símbolos y amigo de marcar diferencia entre su estatus social y el del resto de los españoles. Incluso con el resto de habitantes de Cataluña. Su montaña sagrada es Montserrat, y su equipo el Barça. Su base fundamental era la burguesía catalana, y su partido político Convergencia y Unió. Era evidente que si avanzaban por el camino de la ruptura con el estado sufrirían bajas importantes: en primer lugar el grupo de Unió, pero también una parte de Convergencia, especialmente si veía peligrar su bienestar material y su tranquilidad histórica.

Grupo 3.- Los “Charnegos”, que en algún momento ha sido un excelente semillero de neo nacionalistas nacidos fuera de Cataluña o catalanes en primera generación, hijos de emigrantes. De ese granero surgieron un gran número de “conversos”, que son los más furibundos defensores de todo lo catalán, sensibles a las consignas, muy predispuestos al adoctrinamiento, y permeables a las “historias sobre la historia” catalana y de su supuesto papel predominante en todo el mundo mundial.

Tenemos multitud de casos, aunque, posiblemente, el paradigma puede ser Garbriel Rufían, “hijo y nieto de trabajadores de la Bobadilla, municipio de Alcaudete (Jaén) y Turón (Granada)”.

No es de extrañar porque la gran mayoría venían del mundo rural, el de la miseria y la falta de recursos, y se encontraron con una sociedad rica y próspera en la que encontraron trabajo y seguridad. Y se deslumbraron.

No importa que en los primeros tiempos fueran ciudadanos de segunda. Más valía ser cola de león que cabeza de ratón.

Pero los charnegos eran un grupo del que no se podían fiar plenamente, porque llegados al extremo, podrían reconsiderar posiciones, o hacer valer sus raíces de otras provincias españolas.

Grupo 4.- Los inmigrantes, divididos en tres grupos fundamentales:

• Los de cultura “española”, que hablan nuestro idioma y, salvando algunas distancias, tienen sociedades similares y están acostumbrados a participar en política en sus países de origen. Los nacionalistas no han sido especialmente proclives a facilitar la entrada a este grupo étnico porque saben que, si ven peligro, preferirán permanecer en España, porque les proporciona más oportunidades que un hipotético mini estado, claramente cuestionado en los foros internacionales.

• Los sub saharianos, que llegaron a Cataluña, como al resto de España,
buscando trabajo. Suelen vivir en grupos o comunidades sociales y mantienen rasgos culturales muy diferentes a los españoles. Tampoco es un colectivo fiable desde el punto de vista del apoyo a una posible independencia.

• Los musulmanes, separados en dos grandes subgrupos:

• Los marroquíes, inmigrantes tradicionales desde hace muchos años, que buscaron Cataluña por su potencia empleadora. En un estudio de las Cámaras de Comercio de hace unos años, esta nacionalidad suponía el 13,7 de los inmigrantes de toda España, y el 21,4 en Cataluña. Son una población que nos conoce perfectamente y que, conservando sus costumbres, no han causado problemas importantes de integración, aunque últimamente hayan surgido algunos con las segundas generaciones.

Su comportamiento ante la independencia podría ser similar al del resto de los catalanes arraigados aunque, como los hispanoamericanos, se sientan más seguros si Cataluña permanece en España.

• Los del próximo oriente y los refugiados de guerra. De muchos países y varios grupos religiosos que llegan desconociendo totalmente nuestras costumbres religiosas y sociales, en la mayoría de los casos frontalmente opuestas a las suyas, también agrupados en zonas y nacionalidades. Es un colectivo muy fácil de utilizar porque desconocen las consecuencias de la ruptura y solo ven, en términos generales, lo que les enseñan las autoridades catalanes en los cursos de integración que han potenciado en los últimos años. Esta es la razón de que se haya facilitado este tipo de inmigración, hasta el punto de una cuarta parte del total de musulmanes que residen en España se concentran en Cataluña. 515.482 según un censo reciente.

Este colectivo seguirá las consignas de los dirigentes catalanes sin ninguna objeción, porque no tiene capacidad de valorar las consecuencias de sus decisiones, y pensarán que es lo mejor para ellos. Son minoría los que tienen la nacionalidad española y capacidad de votar, pero los planes de los independentistas no pasan, precisamente, por respetar la legalidad y los censos electorales oficiales.

El riesgo: En tiempos de amenaza terrorista es difícil evitar que se “cuele” gente peligrosa entre los que vienen huyendo de la guerra y de buena fe.

Y luego están los antisistema, que ahora son independentistas de conveniencia porque saben que les resultará más fácil luchar contra un mini estado que contra una nación fuerte. Y sobre todo porque han encontrado el punto débil de los independentistas. Los necesitan.

Son colaboradores necesarios, pero nunca acatarán disciplinas, ni leyes, ni órdenes emanadas de parlamentos. Lo suyo es el movimiento antisistema, asambleario y autogestionario. Lo curioso es que la mayoría proceden de estratos sociales medios/altos. “Niños bien” jugando a ser libres y a lanzarnos directrices sobre un nuevo orden, con gastos pagados por sus familias o las administraciones.

Los catalanes “de siempre”, los burgueses de Convergencia, les odian y les temen, pero han enterrado el hacha de la guerra inevitable hasta después de “la independencia”.

¿Y que va a ocurrir? Los independentistas han llegado al extremo en el día de ayer, 6 de septiembre, votando la ley que permite la consulta. A partir de este momento, sabiendo que el gobierno recurrirá y los perseguirá legalmente, solo tienen un camino, muy estudiado: el de la algarada callejera casi diaria, con un punto de inflexión en la “diada”, hasta llegar al uno de octubre.

¿Y que debe hacer el gobierno? No acobardarse. Todos sabemos que los independentistas buscan víctimas y gestos del gobierno que demuestren “su intolerancia”, pero las cosas no empeorarán por ser severos, ni se dulcificarán por ser cautos. Están crecidos y continuarán.

Por eso, y en beneficio de Cataluña y del resto de España, solo caben dos acciones:

• Que la sociedad catalana, que ha permanecido fuera de la contienda política esperando a ver si “sacaban algo” de todo esto, y/o a salvo de posibles represalias por parte de sus gobernantes, salga de una vez a defender lo que, de verdad, son sus propios intereses. Empresarios tibios, intelectuales equidistantes, asociaciones culturales y ciudadanos en general, deben salir a la calle y con mucha firmeza. No pueden pretender que sea el gobierno y el resto de españoles los que barramos estos polvos que han cubierto su tierra.

• Que el gobierno aplique todo el peso de la ley, sin violencia pero con mucha firmeza, sobre los facinerosos que nos han complicado la vida durante tanto tiempo. El resto de españoles, todos nosotros, merecemos algún reconocimiento y comprobar que, llegada la hora, tenemos un gobierno que nos defiende y nos protege de la mala hierba.

Eso sí, con el respaldo inequívoco de todos los partidos. Y maldito sea el que trate de sacar rédito electoralista de una situación tan grave como esta, porque en las urnas nos encontraremos.

Así pues paciencia y firmeza, en la seguridad de que esto acabará bien. Acabará bien para la “gente de bien”. Y para los demás, los que ahora esperan entrar en el libro del martirologio con poco coste personal y formar parte de la historia de Cataluña por su “lluita” por la independencia, todo el peso de la ley. Sin encarnizamiento, pero sin miramientos.

Que sus nietos no les tengan por héroes, sino por villanos. Por gente que dividió a la sociedad catalana, la empobreció, defendiendo interese personales y su estanque dorado.

No sea que acaben como acabó su gran referente, Rafael Casanova. Ejerciendo de abogado, y “disfrutando” de la opresión borbona desde su despacho profesional.

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Todo lo anterior solo son reflexiones sin rigor histórico, consecuencia de seguir la actualidad todos los días y desde hace muchos años.

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