La suerte está echada y la historia juzgará a los irresponsables que han llevado a una región tan importante como Cataluña a una situación tan absurda como inviable. Y los juzgará como villanos, no como los héroes que pretendían ser.
Pero ahora entramos en un periodo, seguramente muy largo, en el que tenemos que recuperar la normalidad y poner las cosas en su sitio. Decía ayer en Facebook que “boicotear productos catalanes es una medida muy desafortunada porque hay muchos catalanes no separatistas, la mayoría, porque la globalización hace que muchos productos tengan componentes de fuera de Cataluña, y porque se trata de construir y no de agrandar el conflicto. Cataluña sigue siendo tierra española por mucho que le pese a los promotores de este lio”.
Nos espera una larga temporada en la que el sensacionalismo campará por sus respetos, y en la que las emisoras de radio y las televisiones conseguirán abundante material a precio de saldo llenado los espacios con anécdotas puntuales sobre sucesos y sucedidos. Veremos a un nacionalista insultando a un españolista, a un españolista atacando a un separatista, a un mosso discutiendo con un policía, a unos y otros quemando banderas o fotos del Rey, etc.
No olvidemos que somos muchos millones de españoles, también son millones los catalanes, y que locos y gente que comete locuras “haberlo hailos”. Y que estas situaciones de inestabilidad excitan a los que se sienten importantes diciendo tonterías. Los que buscan su minuto de gloria.
Que esto no tiene la mínima posibilidad de prosperar lo sabemos la mayoría de los que tenemos los pies en el suelo y conocemos cuál es nuestro entorno, Europa, pero los independentistas están muy organizados y ejercerán una presión brutal en las calles y en las redes sociales. Actuarán como esos animales, dicho sin ánimo de ofender, los gatos, por ejemplo, que erizan los pelos y “se engordan” artificialmente para parecer más peligrosos de lo que realmente son.
Mucha paciencia y no contribuyamos a ampliar las grietas abiertas entre los catalanes, y entre Cataluña y el resto de España. Les haríamos el juego.
No hace falta exhibir banderas españolas ni cantar “soy español, español…”. Nosotros lo somos y ellos también lo son, por mucho que les pese, de la misma forma que un hijo desciende de sus padres por mucho que insista en que ha nacido de otra madre.
Yo reconozco que España es mi nación, mi patria, pero no refuerzo mi sentimiento patriótico portando banderas ni colgándolas en mi balcón, porque me parece una forma de marcar diferencias con otros españoles, que también lo son, o una forma de utilizarlas como arma arrojadiza. Me basta con verlas en las fachadas de los edificios públicos y me gustaría verlas, esos sí, en los colegios públicos y privados. Porque nuestros niños, luego jóvenes, saben poco de nuestra forma de gobierno y del contenido de nuestra constitución.
Menos cuando juega una selección deportiva española, por ejemplo, porque, en ese caso, la bandera es símbolo de unidad entre personas de toda índole y condición que manifiestan una coincidencia de intereses.
Escondamos pues las banderas y dejemos trabajar al Estado y a los responsables de rectificar esta anomalía en el plazo más corto posible y con los menores daños colaterales.
Sufrimiento habrá, y mucho, pero no olvidemos que el tren que han puesto en marcha en Cataluña ni siquiera puede salir de la estación. Veremos manifestaciones y mucho ruido, pero el poder real lo tiene el estado que, sin duda, ejercerá su autoridad.
Un ejemplo simple para los románticos crédulos. En cuanto el BOE publique la destitución del President y de su gobierno, los dirigentes catalanes podrán contar con muchos mossos para que les defiendan de la Guardia Civil o de La Policía Nacional, fuerzas opresoras e invasoras, pero ni siquiera hará falta tener prisa en detenerles si algún juez lo ordena. Bastaría, digo yo, con que les retiren el poder de firma y ordenen a los bancos que bloqueen cualquier orden de pago que no proceda del Ministerio de Hacienda.
Tengo la absoluta seguridad de que ninguna entidad incumpliría la orden del gobierno de la nación. Y llegado a este punto, ¿cómo podría sobrevivir un gobierno sin financiación y “sin poderes”?
Lo realmente increíble es el número de catalanes que han creído en los cantos de sirena de unos dirigentes insensatos y falaces. Falaces porque ellos son los primeros en saber que todo esto no deja de ser un drama en dos actos, el de la proclamación y el del retorno a la normalidad democrática.
Que yo conozco a muchos de ellos y doy fe de que son gente con cabeza. Seguramente han creído parte del “España nos roba” o, simplemente, han pensado que la Generalitat estaba tensando la cuerda para conseguir mejor financiación, sin esperar semejante desenlace.
En fin. Ellos se han equivocado y también serán los primeros en sufrir las consecuencias. Y espero que la famosa mayoría silenciosa despierte de una vez, y recupere un espacio que han ocupado, porque se lo han dejado libre, los populistas y los nacionalistas.
Yo he seguido en directo toda la sesión desde un pueblo de Valencia, y he escuchado una traca cuando se ha aprobado la propuesta de independencia ¡Cuanta pedagogía hace falta entre la ciudadanía, especialmente entre los jóvenes! Luchar contra el sistema y por las ideas de cada uno sí, pero desde “dentro”. Porque “fuera” hace mucho frio y no hay ninguna posibilidad de sobrevivir.
Día trise, pero también de esperanza porque todos estos sucesos nos forzarán a reconsiderar algunos conceptos que teníamos olvidados.
Calma y paciencia. Visca Catalunya. Viva España.