En los días convulsos, como los que estamos viviendo, es cuando se puede calibrar la cultura política de nuestro país y lo que hemos transmitido a las siguientes generaciones.
No se trata de recordar la transición, de sus enemigos y de todas las piedras que tuvimos que apartar del camino hacia la democracia para conseguir una convivencia pactada y con futuro. A los que no la vivieron y les han dicho que no fue más que una forma de enmascarar los crímenes del franquismo, no hay forma de sacarles de esta curiosa conclusión.
Me rindo.
Pero estamos en 2017 y, en teoría, la educación recibida y el acceso a los medios debería haber conseguido una mayor formación política y el conocimiento de lo que es la democracia representativa cuando, evidentemente, no es así. Quizás ni se habla de ello o se habla poco en las escuelas y los institutos. No lo sé.
Una parte de la ciudadanía emplea su tiempo en insultar, mentir o provocar en las redes sociales, lanzando mensajes absolutamente falsos o malintencionados que, inmediatamente, encuentran miles de seguidores que tratan lo dicho por muchos desaprensivos como verdad revelada. Como hechos incuestionables.
Pero el problema no sería tan grave si los políticos “profesionales”, los que saben con toda seguridad lo que es verdad y es mentira, y lo que es legal o no lo es, no falsearan deliberadamente la realidad de los hechos defendiendo causas egoistas o buscando votos entre la miseria y la podredumbre. Y estos días, muy especialmente y con motivo del problema catalán, los impresentables crecen como setas.
Y pongo como ejemplo paradigmático la última “declaración institucional” de la alcaldesa de Barcelona, la señora Colau, en nombre de su Consistorio, que en unos minutos batió todos los récords de filibusteismo, miseria profesional y falsedad, tratando descaradamente de recoger todas las migajas del destrozo causado por los dirigentes catalanes. A esta señora, con clarísima vocación de poder, no le ha importado encabronar más, y perdón por la expresión, a los ya encabronados, con conocimiento de causa o sin ella, romper más la sociedad catalana, o ampliar la brecha abierta entre esta comunidad y el resto de los pueblos de España.
Esta señora habló de las medidas preventivas adoptadas ayer en términos de venganza del gobierno, voluntad de humillar a Cataluña, y lindezas semejantes. No dijo en ningún momento que las medidas, sean proporcionadas o no porque no tengo formación jurídica para calificarlas, las dictó una juez prestigiosa, con treinta años de experiencia, haciendo uso de la libertad que la ampara para que pueda ejercer la judicatura sin influencias ni directrices de personas como la señora Colau, o el señor Rajoy si fuera el caso, al que, por cierto, no le habrá sentado demasiado bien la decisión de la juez porque altera aún más el momento político de Cataluña.
Pero él sabe, y respeta, que los tiempos de la justicia son como son y así debe ser. Por más que esta mañana haya escuchado en la radio, concretamente en la Cope, al Sr. Montilla, senador y ex de todo, que los jueces “no deben ser autómatas” aplicando la ley, y que deben “considerar” los momentos en que toman medidas o dictan sentencias. Así nos va si un personaje de este calado insisten en que el poder judicial se someta, más o menos, a la influencia de la política o de las circunstancias.
Y esta señora, la alcaldesa de Barcelona, afirma que han metido en la cárcel al gobierno “legítimamente elegido en las últimas elecciones autonómicas”, lo que es rigurosamente cierto. Pero no ha dicho que los gobiernos autonómicos se eligen para administrar los recursos transferidos en beneficio de sus administrados, dentro del marco de la constitución y de las leyes del estado, y las de las propias autonomías, de rango menor que las estatales.
Y que el gobierno de la Generalitat, al que tanto defiende, ha incumplido sistemáticamente este mandato pese a las advertencias de sus propios organismos legales, de la oposición en el Parlament, del gobierno de la nación, y del Tribunal Constitucional, por lo que el gobierno, haciendo lo que le obliga la Constitución y con el apoyo de la gran mayoría de los representantes del estado en el senado, decidió aplicar el artículo 155 para restablecer el orden constitucional en Cataluña, y que la primer medida fue destituir al gobierno desleal que ha querido desafiar al Estado. Y que esta destitución es tan legal como los resultados de las elecciones autonómicas, por lo que, señora Colau, el Gobierno de Puigdemont ya no es legal en Cataluña.
Lo fue en mala hora y para desgracia de los catalanes.
Y también se enmascaran los hechos de ayer, como si las medidas preventivas fueran una sentencia en sí mismas. No los son, señora Colau, y Ud. lo sabe bien. Se hubiera decidido o no la prisión preventiva, y en ello parece haber influido bastante la actitud gallarda del Sr. Puigdemont huyendo a Bélgica, el meollo de la cuestión son los delitos cometidos que se juzgarán en su día, se decidan o no medidas preventivas.
Y, estén o no en la cárcel, en la cárcel ingresarán si así lo decide la sentencia, como ingresarán todos los que gozan de libertad provisional en España por estar acusado de delitos de corrupción por ejemplo, cuando las sentencias sean firmes. Y que las amnistías y los indultos puede que estuvieran previstos en la idílica República de Cataluña, con todos los poderes sometidos a la autoridad de los gobernantes, pero no se contemplan en las leyes españolas. Las leyes que Ud. debe respetar, señora Colau, porque es española y ostenta un cargo público.
Por todo lo cual considero que la muy ambiciosa señora Colau, que quiere ser la futura lideresa de Cataluña, a plena luz o en la sombra, es mentirosa, dañina para la situación actual de Cataluña, en la que hay que apaciguar y no enardecer, y nada de fiar. Todo ello con la ayuda inestimable de otro personaje destacable, Pablo Iglesias, al que la historia pondrá en su sitio a no mucho tardar, porque su carrera política se terminará tan rápidamente como empezó ya que no tiene consistencia ni principios. ¿De izquierda y apoyando a separatistas? ¿Sabe Ud. quién es Francisco Frutos? ¿Sabe que es catalán, hijo de campesinos y campesino en sus primeros tiempos, antes de militar en el extinto PCE? ¿Sabe cómo peleó por los trabajadores y cuantos enemigos se creó por hacerlo? ¿Le escuchó el otro día decir que “Podemos ha sido el palanganero del independentismo en Cataluña”?
Lo más probable es que Francisco Frutos, como tantos otros que pelearon por conseguir la España que tenemos, sea un desconocido para el Sr. Iglesias, como lo será para la inmensa mayoría de los menores de cuarenta y cinco años. Y que conste que nunca he estado de acuerdo con los planteamientos comunistas, pero siempre agradecí la honradez de estos personajes, y su labor de contrapeso, como la que ejerció el entrañable Marcelino Camacho, el hombre enseña de CCOO, que lucía en los inviernos los jerséis de cuello alto que le tejía su mujer, y que nos prevenía de los “contubernios” con aquel hablar tranquilo y familiar. Al que quisieron hacer político y no pudieron, porque era sindicalista. Como le ocurrió a Nicolás Redondo Urbieta, el líder carismático de la UGT.
El, Marcelino Camacho, sí que podía decir con la cabeza muy alta que “Ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar”, porque nació en una familia modesta, vivió modestamente y estuvo encarcelado por defender “al proletariado” de los peligros del “capitalismo y la judeomasonería”. Él, como muchos otros, nunca, jamás, hubiera hecho o dicho algo que no fuera en defensa de la clase obrera, dentro de la ley, que siempre acató, y en apoyando la universalidad de la lucha social, tan contraria a la idea de los nacionalismos y los derechos a decidir.
En cambio, a Ud. señor Iglesias, no le ha costado nada llegar a donde ha llegado. Su andadura política ha sido un camino de rosas. Protegido por las leyes del Estado, estudió y creció en el seno de una Universidad y se hizo famoso porque supo aprovechar la indignación y la desgracia de los desfavorecidos por la crisis el 15 M. Porque inteligente no parece, pero listo sí que es.
Fue la primera vez que se puso delante de una pancarta y, desde entonces, no ha dejado de aprovechar cualquier oportunidad de ponerse a la cabeza de los movimientos que otros han gestado.
Y han sido tantas las pancartas que, francamente, ni podemos reconocer la base política de Podemos, ni puede seguir aglutinando a sus movimientos y sus mareas. Ni le entienden ni le siguen.
Perdonen la pedantería, pero creo que de vez en cuando hay que recordar cuales son los tres poderes del Estado, y como deben actuar para proteger a nuestra sociedad. Al estilo de Epi y Blas, los pedagogos infantiles de la tele de hace muchos años:
El legislativo, que crea o corrige las leyes del Estado Español y controla la gestión del gobierno. Está formado por 350 congresistas. Por cierto; son los mismos que fijó la transición cuando se escribía a mano o con máquina de escribir mecánica, se viajaba en coche, en tren y/o, con suerte y según localidades, en avión. No teníamos más medio de comunicación que el correo ordinario, el teléfono, el telégrafo o los teletipos, y tampoco existían las Autonomías con funciones delegadas. ¿Seguro que no sobrara más de la mitad?
El ejecutivo, que gobierna cumpliendo las leyes y haciéndolas cumplir, dentro de los límites que le marca la constitución.
El judicial, que juzga y califica los incumplimientos de la ley, y dicta sentencias aplicando las leyes que han creado los políticos del poder legislativo.
Todo ello bajo el amparo institucional de la corona, del Rey, representante del Estado español, que reina, pero no gobierna, asumiendo las funciones que le asigna la constitución: El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes.”
Son poderes independientes porque, aunque la fiscalía es jerárquica y al Fiscal General lo nombra el gobierno, los fiscales son autónomos en sus decisiones, y, en todo caso, las sentencias las dictan los jueces, que son totalmente independientes. Y si las sentencias no perecen justas, siempre existe el derecho a recurrir. Y si el juez no parace el apropiado para un determinado caso, se puede solicitar su recusación justificando las razones para hacerlo.
Pues bien. Como decía anteriormente, resulta que políticos profesionales, que pertenecen a partidos registrados y ocupan puestos en la administración central, autonómica o local, o no lo sabían cuando ocuparon los cargos, o se han visto afectados por ese mal del populismo que nos ha invadido y que les confunde el entendimiento.
Porque, interpretando la ley y desautorizando al poder judicial, tipifican a su libre albedrío los hechos afirmando que un detenido por orden de un juez es un “preso político”, o que invadir calles y generar tumultos frente a edificios oficiales coaccionando a funcionarios es “derecho de opinión”. Pero cuando los políticos catalanes tuvieron que entrar en el Parlament escoltados por la policía o en helicóptero, no lo entendieron como libertad de expresión. Los denunciaron y pidieron su encarcelamiento por “coartar a los legisladores”, delito tipificado en las leyes españolas. ¡Curioso!
Lo peor de esta historia, insisto, es que están confundiendo gravemente a la ciudadanía a la que están abocando a situaciones extremas en función de sus intereses particulares o, como mucho, de partido.
Paz y sosiego es lo que falta. Lo que sobra son políticos indeseables, arribistas y deformadores de la conciencia de la ciudadanía. Como la Señora Colau, por ejemplo.
Y ¡por favor!, no prostituyan más la palabra «diálogo». Recuerdo un cartelito que compré en un mercadito de Londres que decía «Be flexible. Do things my way», traducido al castellano «Se flexible. Haz las cosas a mi manera», que puse sobre la mesa de mi despacho. Naturalmente era una broma de jefe a mis colaboradores, pero me temo que, en estos tiempos, hay muchos que lo toman literalmente. Son políticos para los que dialogar es «hacer las cosas a su manera».
Valencia, 3 de noviembre de 2017
Aunque el artículo trata de Colau te refieres después a Francisco Frutos, Marcelino Camacho o Pablo Iglesias. Los retratas a todos, aunque no estoy de acuerdo en que Iglesias no sea inteligente. Es un buen parlamentario, barre a sus contrarios en los cara a cara y «supo» evolucionar desde posturas comunistas para aprovechar en su favor el 15 M. Eso no lo hace quien no tenga una cabeza muy bien puesta en el sitio. Es cierto que en la crisis catalana no ha estado acertado, pero, como todos los partidos de ámbito estatal, salvo el PP, ha tenido que lidiar con sus propios correligionarios de Cataluña, a quienes sólo a última hora ha plantado cara.
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Tienes razón y se trata de una expresión coloquial. Quiero decir que Iglesias las «caza al vuelo» y busca la forma de sacar partido de todos los pleitos y las insastifacciones sociales, pero que no está tan claro que mantenga una estrategia a medio y largo plazo que beneficie a su partido en el futuro. Demasiado impulsivo.
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