Es mucho lo que he escrito sobre el problema catalán porque entendía que se trataba de una situación límite provocada por los dirigentes secesionistas que habían arrastrado a una buena parte del catalanismo nacionalista, pero no independentistas.
Pero ayer, día 21, se celebraron las elecciones autonómicas con una participación record y, para sorpresa de muchos entre los que me encuentro, se confirmaron las encuestas y han vuelto a ganar en escaños los partidos independentistas.
Lo siento mucho, pero me libera. Me libera porque si después de la historia reciente y sabiendo que los dirigentes de la antigua Convergencia y los de Esquerra Republicana mintieron sin pudor, falsearon datos, presionaron desde los medios de comunicación públicos, y buscaron las ayudas exteriores de agitadores profesionales de las redes, casi la mitad de los electores catalanes refrendaron su apoyo a los mismos partidos que tanto les han perjudicado.
Y ya no se trata de votantes románticos desconocedores de las consecuencias del “procés”, ni de fanáticos del independentismo que querían salirse de España “cueste lo que cueste”. Es evidente que en esta ocasión ya no hay románticos. Todos los que han respaldado a estos partidos son perfectamente conocedores de lo que sus dirigentes han dicho o hecho, y de lo que seguirán haciendo.
Que se resume en intentar, otra vez, embarcar a los catalanes en una ruptura imposible que se deja por el camino la fuga de empresas, la ruptura social e incluso familiar, la devaluación de la economía catalana, la pérdida de imagen de la marca Cataluña, y la desaparición de facto de aquella sociedad catalana, la del “seny”, ejemplo de laboriosidad y buen hacer.
Y como lo han hecho a plena conciencia, no puedo por menos que rendirme a la evidencia y decir que “allá ellos”. A mí me perjudicarán, como al resto de los españoles, pero son ellos los que van a sufrir más y durante mucho tiempo. Especialmente los que no han votado independencia.
¿Y que va a pasar? No soy adivino pero no hace falta serlo para ver que todo esto es un esfuerzo inútil por seguir empujando un peso imposible de arrastrar en una dirección que no lleva a ninguna parte.
Estoy tranquilo porque ya no me veo en la obligación de defender a una parte de los catalanes, y porque sé que, formen el gobierno que formen, la ruptura es una imposibilidad evidente porque, de intentarlo, el estado volvería a aplicar el artículo 155. Y esta vez con más competencias sobre la enseñanza, los medios de comunicación y otros flecos contaminantes de esa maltrecha sociedad.
Y, como dicen los castizos “sanseacabó”. No en el sentido literal, porque el dolor y la calamidad continuarán, pero sí desde el punto de vista legal. Que es el único que cuenta.
Y mientras, ¿que ha pasado? Que, como siempre, cada uno ve la feria como le interesa.
Ciudadanos ha hecho una gran campaña, y se ha dedicado, y ha conseguido, captar el voto útil del centro derecha a costa del PP y de la parte moderada del PSC, llegando a ser el partido más votado. Pero Inés Arrimadas, mujer válida y con mucho futuro, no ha conseguido captar ni un solo voto de los independentistas, por lo que considero que, por mucho marketing que apliquen para proyectar una imagen de poderío de cara a las próximas elecciones nacionales, ha fracasado.
Porque un fracaso ha sido en lo que realmente nos importaba, que es la conciliación de la sociedad catalana y la vuelta a la normalidad. Un rotundo fracaso.
Y seamos justos. Robarle votos al PP les ha resultado muy, muy fácil. Primero porque el PP nunca ha sido un partido de arraigo en Cataluña, y segundo, y muy importante, porque este partido ha hecho algo inédito en la política española. Aplicar una medida, el 155, que beneficiaba al conjunto de España, incluida Cataluña, con muchas reservas por parte del PSOE y de Ciudadanos, pero que le perjudicaba claramente en intención de voto por ser el partido “del decretazo”.
Así pues, Inés Arrimadas ha ganado votos, pero por mucho que se alegren del avance conseguido, será lo que era hasta ahora: la líder de la oposición. Eso sí, me temo que en los próximos días, cada vez que aparezca en los medios de comunicación, lo hará acompañada de Albert Rivera, su patrón, que tratará de capitalizar en su favor el aumento de votos en Cataluña.
En cuanto al PSC, siempre el PSC, su transversalidad, las fantasías de Iceta, y su enorme autoestima, casi patológica, solo ha conseguido embelesar al secretario general del su partido madre, el PSOE, que nunca debió dejar que se emancipara.
Porque ¿Qué es el PSC y a quién representa? Ni a los trabajadores de las zonas rojas catalanas, ni a los nacionalistas, ni a los que no son nacionalistas, ni a los restos de Convergencia. Son tan confusos como Podemos y, cada vez más, se comportan como una especie de club de amigos esperando una oportunidad que nunca les llegará y que, mientras tanto, distraen muchos votos de los que son socialistas y españoles nacidos o residentes en Cataluña.
Queda mucho camino y no será fácil, pero yo soy optimista por naturaleza y por mi propia experiencia histórica. Hay mucha desunión, es cierto, pero era mucho más dura la situación del País Vasco porque allí se derramó sangre.
Y sin embargo, el tiempo y el coincidir un día tras otro en las tiendas del barrio o en el colegio de los niños, y el que los nietos de los malos jueguen en el parque con los nietos de los buenos, ha hecho que todo aquello quede casi superado. Y lo han hecho ellos solos, entre ellos, sin ayuda de nadie, Como debe ser.
Y como será, no me cabe duda, en Cataluña. Debemos tener fe en esa cosa confusa, desconcertante y voluble a la que llamamos humanidad.
Es decir, en nosotros mismos.