Las cosas en su punto – Iñaqui Urdangarin.

Dios me libre de defender a uno de los personajes más necios de la historia de la España moderna que teniéndolo casi todo y una vida cómoda y asegurada, se lanzó a empeños inexplicables, no se si por propia iniciativa o por pura estupidez al escuchar cantos de sirena de gente interesada y mucho más inteligentes que el propio personaje. Pero las dos alternativas del dilema no me suponen ninguna ventaja sobre su identificación como tramposo o como tonto útil.

Todo ello con grave perjuicio a la imagen de la Casa Real y a la propia monarquía, desconcertando a la opinión pública, empañando la imagen de su familia paterno-materna, y destrozando su propio núcleo familiar, especialmente sus hijos, a los que ha marcado con el estigma del abuso y la corrupción.

Dicho lo cual, me sorprende comprobar como somos y como nos comportamos. No hemos ganado nada. El ahora condenado ha pasado por las manos de la justicia sin ventajas y con algún que otro inconveniente, pero no, queremos más. Más sangre. Más morbo.

Urdangarin ha sufrido una Instrucción con bastantes sombras, con pena de paseíllo y telediario, y por la intervención dura de una acusación particular posiblemente más corrupta que el propio reo. Y por la propia instrucción del juez Castro que parecía querer estirar límites y razones.

Aunque todo esto, el castigo añadido por su popularidad, era de esperar por su propio comportamiento y por los delitos que cometió siendo quien era. Nunca me ha dado lástima.

Pero la justicia española, digan lo que digan, lo diga quien lo diga y lo diga todas las veces que quiere repetirlo, funciona con lentitud pero de forma implacable, y tras los dos recursos, el Supremo dictó sentencia definitiva. Hecho, el de la verdad judicial, que debería enorgullecernos por tener una justicia que aplica las leyes dentro de un estado democrático y con todas las garantías legales. Sea quien sea el infractor.

Y que contrasta con toda la propaganda maliciosa e interesada que los independentistas catalanes, encabezados por el Sr. Puigdemont, han lanzado por oriente y occidente cuestionando esta imparcialidad y hasta nuestra democracia.
Pero llegados a este punto, el Sr. Urdangarin ha sido condenado por la justicia y es hora de que recuperemos la razón. En contra de lo que se está diciendo como si fuera verdad, ha pagado las cantidades que le exigieron los jueces, incluso tienen que devolverle una pequeña parte, y tiene condena firme.

Y, como todos los reos en sus mismas condiciones, puede elegir la cárcel en la que quiere ingresar porque no ha sido encarcelado directamente por orden del juez, aunque la justicia se reserva el derecho de cambiarle a otra si lo estima conveniente. Es un derecho que tiene él y que tendríamos todos en sus mismas condiciones. Todos. Sin excepción. Sin ninguna excepción. Sin que este hecho suponga un trato de favor.

Y ha elegido una cárcel que se titula como “de mujeres” porque, efectivamente, casi todos los módulos son para mujeres. Pero también tiene un módulo de hombres, aunque sea de poca capacidad. Luego, en contra de lo que se está divulgando intencionadamente, es una cárcel “mixta”.

Y este señor, ejerciendo sus derechos, como hacen todos los que están en sus mismas circunstancias, la ha elegido por las razones que estime conveniente. Supongo que por su proximidad a Madrid y porque tiene garantizada la intimidad a cambió de la soledad. La misma cárcel y la misma celda que ocupó en su día Roldán, el que se quejó del frio y provocó una reparación en la calefacción del módulo de hombres.
Pero en esta España de nuestras desdichas surgen como moscas los salvapatrias y las “tricoteurs” o “tricoteuses” ociosas que esperan las ejecuciones públicas haciendo punto. Y no solo esperan la ejecución. Esperan contemplar el entierro y como se descompone el cadáver del ajusticiado.

Tengo la absoluta seguridad de que este está pagando en justicia por los delitos que ha cometido. Y también su familia. ¿Qué más se espera que hagamos? Pero para muchos no es suficiente. En una España de “realitis” quieren fotos en la cárcel, ver como sufre. Y para algunos, no estaría de más que le violaran en las duchas o en cualquier rincón. Como les ha ocurrido a otros hijos de vecino.

Lo que me desconcierta y desmoraliza es que actitudes como las que describo no están limitadas a “gente ignorante”. Hay mucho supuesto intelectual que defiende que el morbo y la sangre debe incorporarse a la identidad española. A nuestro perfil psicométrico como españoles.

Conmigo que no cuenten.

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