El Panteón de París – La sana envidia.

Acabo de leer la noticia de que Simone Veil y su marido, este último por el hecho de ser consorte de la ilustre política judía, ex presa en el campo de Auschwitz, destacada por su defensa de los derechos de la mujer, han sido trasladados al Panteón de París.

Y mi reflexión no se centra en la figura de la reconocida con este honor, sino en nuestra vecina Francia, nación de asilo que acogió a muchos exilados de nuestra guerra civil, la de la Revolución, de la Ilustración, de las comunas, y de la guillotina.

Y en su Panteón están enterrados revolucionarios, «ilustrados», pintores, escritores, científicos, militares, políticos y personajes históricos de cualquier tipo. Gente de la que Francia y los franceses se sienten orgullosos. Gente que hizo a Francia más grande desde sus tubos de ensayo, sus manuscritos o sus hechos de guerra. Y de cualquier signo político.

Y esto es lo que hace que naciones como Francia, que honran a sus ilustres y no reniegan de su historia, incluidos los episodios más negros y sangrientos, sean grandes y fuertes. Y que sus políticos canten juntos La Marsellesa cuando la nación se siente amenazada. Porque la historia, toda, es enseñanza. Porque los franceses no se consideran hijos ni de los unos ni de los otros. Son hijos de todos ellos. La consecuencia de éxitos y fracasos que no esconden ni de los que se avergüenzan.

Recuerdo con gran emoción mi visita a la cripta del Panteón al descubrir tumbas de personajes que estudié en mis libros de texto, cuando los libros de texto no se habían empequeñecido con historias manoseadas y empequeñecidas de las grandezas de cada autonomía, y nos sentíamos herederos de la cultura greco romana. Con la aportación inestimable de la iglesia católica, la de los aciertos y los errores, la de los santos y los pecadores.

Y la sana envidia de verlos juntos en aquellas galerías, cuando habían sido tan diferentes en vida. Pero tenían en común el hecho de ser franceses por nacimiento o por adopción, y haber contribuido a la grandeza de Francia, a su “grandeur”. Muchos con bustos o símbolos alusivos a su persona o su personalidad.

El panteón se comenzó durante la monarquía y se concluyó durante la revolución, y además de los féretros de los allí enterrados, en las paredes hay más de 1.000 placas conmemorativas de otros tantos personajes importantes de Francia.

Me considero español y estoy orgullosos de nuestra historia y de nuestra realidad, pero siempre he considerado la oportunidad perdida en tiempo de Fernando VII, ¡esa sí que fue una verdadera oportunidad perdida!, cuando tildaban de amanerados y poco españoles a los “afrancesados”, a los que defendían el acercamiento al país vecino, y la conveniencia de que se incorporara a la sociedad española parte de la enorme modernización que supuso la Revolución Francesa.

Seguro que otro gallo nos cantaría. No el gallo francés, porque España seguiría siendo España, pero una España que habría dado un salto en la historia iluminada por las luces de la Ilustración.

Aquí no. En España seguimos separando a los buenos de los malos, a los de derechas de los de izquierdas, a los que piensan como “yo” de los otros.

Si en España hubiéramos tenido un Panteón, y hablando solo de escritores y poetas, descansarían juntos Pio Baroja, Azorín, Miguel de Unamuno, Rafael Alberti, García Lorca, Gregorio Marañón, Miguel Hernández, José María Pemán, Rafael Duyos y tantos otros, todos ilustres, que tuvieron en común su amor a España y se diferenciaron por sus ideas políticas, sociales o religiosas.

Y en medio de todos ellos, poniendo paz, nuestro genial Mingote.

Pero no, nosotros somos un país intelectualmente subdesarrollado y mucho más cerca de los tiempos de la inquisición o de las checas de lo que nosotros mismos creemos.
Dios salve a España, lo digo como convicción, pero también como frase hecha para no herir sensibilidades, porque, por lo que veo, los españoles no llevamos camino de “salvarla”. Más bien de hundirla un poco más cada día.

Nosotros nunca hemos tenido tiempo de construir un panteón de ilustres. Andamos demasiado ocupados cambiando nombres de calles y rebuscando por las alcantarillas de la historia las partes oscuras de las biografías de los hombres y mujeres que han hecho algo por España.

Nosotros somos así. No podemos comportarnos como esos revisionistas cobardes “de fuera”. Somos gente de honor y no podemos perdonar ni olvidar. ¡Tenemos “memoria histórica”!

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