Leo un titular que dice “Mercadona arruina a los agricultores españoles al vender la práctica totalidad de sus judías, garbanzos y lentejas de procedencia extranjera”
Y, otra vez, nos lanzamos a “lo fácil”, sin analizar lo que decimos ni tampoco lo que hay detrás de las decisiones de las grandes superficies.
Y que conste que yo también lo desconozco, pero de lo que estoy seguro es que las cosas no son tan fáciles como parecen. En primer lugar, y como supongo, las grandes superficies sobreviven por el volumen de las ventas y no por el margen comercial de sus artículos.
Incluso en origen creo recordar que casi tenían un margen comercial cero, y su beneficio consistía en que nos cobraban al contado, y pagaban a sus proveedores a 120 días, por ejemplo. En aquellos tiempos los bancos daban altos interesas por los depósitos, y eran esos intereses la base de su negocio. También tendrían margen comercial, pero muy bajo.
Es evidente que los negocios empiezan cuando se compra, y eso las cadenas, y ahora paso a Mercadona, seguro que tienen un buen equipo de compradores que obtienen los productos, los de marca y los “blancos”, a precios muy agresivos.
Condición indispensable porque me imagino que su margen seguirá siendo muy bajo, o al menos es lo que supongo.
Que, por otra parte, es algo que nos beneficia a los compradores, incluidos los familiares de los propios proveedores, porque podemos comprar a precios muy razonables.
¿Por qué no pueden comprar a los agricultores valencianos? No lo sé, pero estoy seguro que, dado el arraigo valencianista de la cadena, si pudieran lo harían. Siempre hemos sabido que el sector agrario ha ido a remolque de los acontecimientos y que, hasta hace pocas décadas, siempre han dependido del comprador a pie de árbol o de campo, cuando en otros países de Europa ya existían las cooperativas, y los agricultores peleaban por cerrar el ciclo comercial de sus productos desde el campo hasta la tienda.
Ahora han avanzado mucho, pero su estructura, no sé por qué, sigue siendo muy frágil. Si son los impuestos, o el precio de los abonos, o de las tandas de agua, o la falta de protección del seguro agrario ante catástrofes naturales o sequías, lo cierto es que siguen viviendo muy en precario.
Y los intermediarios, comprando y vendiendo, y sin más méritos que tener dinero, redes comerciales y canales de distribución, siguen haciendo el agosto.
Decimos que Mercadona compra fuera de Valencia, incluidos terceros países. Tengo la seguridad de que esa cadena, como las otras importantes, lo harán en países en los que el menor precio no se debe ni a que los trabajadores estén explotados, como ocurre con la mayoría de las prendas íntimas importadas de la india que las mujeres llevan sin preguntar su origen, ni porque no cumplan los requisitos exigidos por sanidad para las importaciones.
Como ocurrirá, supongo, con la miríada de tiendas de fruta que llenan nuestras calles, casi todas ellas regidas por extranjeros. O quizás no.
Y luego está el tema social, el de la solidaridad. Protestamos por que vengan marroquís a España, por ejemplo, al mismo tiempo que pedimos que no les compren sus productos. Pues una de dos, o les procuramos trabajo en origen, o seguirán viniendo.
En un mundo de contradicciones estamos llegando al paroxismo. Queremos que Mercadona compre a los agricultores valencianos, pero si sus precios son caros compramos en las tiendas de los pakistanís.
Como suele ocurrir es un tema complicado y con muchas causas que inciden en el problema de los precios: El coste real de la agricultura española, incluidos impuestos y la falta de cobertura, la precariedad de los que se dedican a este sector, la mala comercialización de sus productos, y el margen de los intermediarios, entre otros.
¿Hay la más mínima posibilidad de que los disconformes con la política de compras de Mercadona garanticen seguir adquiriendo productos si compran a los agricultores valencianos? ¿Aunque sean sensiblemente más caros?
¿Saben los “protestantes” que la mayoría de las flores que consumimos vienen de China o de no se sabe dónde?
Todo es consecuencia de la globalización del mercado, que favorece a los consumidores, pero perjudica a los pequeños productores si no han ajustado sus estructuras a los nuevos tiempos. O si son víctimas de las políticas estatales, regionales o locales que los acribillan a cargas e impuestos.
Y en el caso que nos ocupa, Mercadona, cadena con la que no tengo más relación que la de ser cliente habitual, resulta que es una empresa cien por cien valenciana, que da empleo a miles de trabajadores, algunos de los cuales conozco desde hace y años y se están haciendo mayores como me estoy haciendo yo, porque la empresa parece tener muy poca rotación.
Con un dueño Juan Roig, que es paradigma del buen hacer de la empresa familiar porque administra de forma eficaz el negocio, soporta actividades deportivas, apoya iniciativas de jóvenes emprendedores, y da cobertura a la fundación Hortesia Herrero, que está patrocinando restauraciones que han puesto a Valencia en la cima del éxito cultural, como la de San Nicolás.
En mi opinión personal todos estos ataques que surgen de vez en cuando no son más que pura política. Política de la mala porque, en este caso, se dirige contra un empresario que se lo rifarían en cualquier autonomía de España, o en cualquier país del mundo.
Y para los que tienen una concepción contraria al libre mercado. Consum es una cooperativa y funciona muy bien porque tiene planteamientos empresariales puramente “capitalistas”, pero no olvidemos que Mondragón era el gran ejemplo de cómo hacer negocios de otra manera, y acabó siendo un desastre absoluto.
Esto no le ocurrirá a Consum, seguro, entre otras cosas porque conocen los riesgos de salirse de la ortodoxia empresarial.
En cuanto a los “opinadores”, ¡que voy a decir! Siempre habrá quien recomiende soluciones simples a problemas muy complejos. Si los tienen que ejecutar los demás, naturalmente.