Esta semana y como tengo por costumbre, seguí en directo la sesión del parlamento en la que el Presidente Sánchez proponía a la cámara la ampliación del confinamiento. Proposición que salió aprobada pese al voto en contra o la abstención de algunos de los partidos que le apoyaron en la investidura y con los votos del PP entre otros.
La sesión fue bronca, como acostumbra a suceder y se sucedieron reproches, actitudes defensivas, contraataques, descalificaciones y lindezas semejantes en las que se mueven con tanta comodidad la mayoría de los parlamentarios.
No quiero entrar en lo que se dijo porque en este momento me interesa más lo que no se dijo o lo que se adivinó.
Por lo pronto ni el presidente ni el Partido Socialista utilizaron sus “palabras clave” habituales, como “progresista”, “progresismo” o similares. Parece que han cambiado los tiempos y, como decía en un comentario anterior, a nuevos tiempos nuevos vocabularios. Debe ser bastante sacrificado el hecho de reinventarse con tanta frecuencia, pero así están las cosas.
Tampoco se citó, o se hizo de forma muy de puntillas, la frase “pactos de la Moncloa”. Ese día apareció el nuevo concepto, “restauración” y parece que es por ahí por donde van a ir los tiros.
Lo cierto es que el término “restauración” siempre ha tenido éxito en España aunque se ha asociado a cualquier cosa noble o cualquier barbaridad. Hay un periodo de restauración que puso fin a las alegrías de la Constitución de Cádiz y “puso en orden a España” bajo el control de un Directorio Militar que devolvió los poderes a Alfonso XIII aunque, finalmente, permitió que fuera el poder civil quién volviera a gobernar. Pero también hemos restaurado la democracia y tantas otras cosas buenas que hicieron de España un lugar más libre y más habitable.
Solo que este cambio de terminología, viniendo de quien viene, provocó que se me pusieran tiesas las orejas para ver si podía adivinar sus intenciones, cosa que no conseguí. Sin embargo algo nuevo e inquietante flotaba en el ambiente porque, otra vez, hablando de democracia y de pactos se dejó caer que el Señor Sánchez, paradigma de la super democracia (por cierto tampoco cito la necesidad de “cambiar de paradigmas” que con tanto énfasis defendió en la última sesión) iba a incluir en los pactos a los Presidentes de las Autonomías, a los Ayuntamientos, a las fuerzas sociales, patronos y sindicatos, y a no sé cuantos más.
A mí me había extrañado que el presidente cediera con tanta facilidad a la imposición del Señor Casado de que se crear un comité en el Parlamento, casa de la democracia y donde se negocia con luz y taquígrafos pero claro, la cosa puede tener truco.
Y repito lo que he dicho varias veces en los últimos comentarios. Nosotros “solo” hemos votado a los Congresistas para que nos representen y legislen. Y en segundo lugar a los senadores para que cumplan una labor complementaria.
Hemos elegido a los Presidentes de las Autonomías para que administres las competencias que tienen delegadas, me gusta más esta palabra que “transferidas” porque este último término tiende a confundir a los interesados que acaban considerándolas “como suyas” y a los Ayuntamientos para que administren en lo que son sus competencias, pero ni hemos elegido a los secretarios de los sindicatos, ni a la Patronal, ni a ninguna asociación civil, tenga las competencias que tenga.
Naturalmente los partidos, digo los partidos y no el gobierno porque parece menos oportuno, pueden y deben escucharlos, pero una vez oídos, cada uno a su casa y la democracia en la de todos. Y la democracia de todos, la representativa, solo reside en el Parlamento.
Únicamente. Sin ninguna duda. Sin interferencias de nadie y con la representación correspondiente a los votos obtenidos por cada partido.
Entonces ¿a qué viene todo esto? Solo puede tener dos objetivos: confundir a la oposición o, lo que parece más probable, ganar tiempo para ver si escampa algo la enfermedad, que no el desastre económico que ha venido para quedarse más tiempo que el coronavirus, poder aparecer como líder de las soluciones y convocar elecciones. Es decir, estrategia muy a lo “Iván Redondo”.
Tiempo que no tenemos porque, como ocurría en “la historia interminable”, la nada, en este caso la miseria, la desigualdad y la marginación, avanza inexorable destruyendo el “reino del bienestar social”. Cada día, cada minuto.
O quizás es que a mí, cada vez más, los dedos me parecen huéspedes.
Ocurre que en este momento tenemos varios temas que tratar y que conviene hacerlo sin mezclarlos ni confundir deliberadamente a la ciudadanía:
- La lucha sanitaria contra el coronavirus,
- La identificación de personal infectado y/o sanado
- El proceso a aplicar para volver a la normalidad de forma progresiva,
- Las medidas a tomar para reducir el gran impacto negativo que está teniendo y tendrá en nuestra economía la pandemia.
Los dos primeros temas deberían estar liderados exclusivamente por un comité técnico sin ninguna intervención política ni uniformes. Y no entro en más detalles porque bastante hemos opinado todos sobre el asunto.
El tercero es un asunto a consensuar entre autonomías y gobierno central, porque el tratamiento debe estar diferenciado según la situación real de cada lugar. Y la intervención del gobierno es necesaria porque es el único autorizado para regular los desplazamientos intercomunitarios o internacionales, control necesario para evitar contagios indeseables y evitar nuevos brotes o rebrotes.
En cuanto al cuarto punto, la solución ha de darse por acuerdo parlamentario, consensuado exclusivamente por las fuerzas políticas representadas en el Parlamento y respaldados por la Comunidad Europea. No hay otra fórmula posible. Abstenerse de presentarlo como propuestas del gobierno con peticiones de adherencia de la oposición so pena de ir “contra el interés de los españoles”. Demagogias, populismo, soluciones simples, ocurrencias e improvisaciones deben quedar fuera de las puertas del Congreso.
Y otro asunto que chirría es la deplorable estética pública y el como guardan las formas los miembros del ejecutivo, a diferencia de como lo está haciendo todo el país.
De entrada es francamente impresentable que teniendo a toda una nación sumida en el dolor, el presidente aparezca en el Congreso con corbatas de colores, roja en muchos casos, como si no pasara nada. Y que sea el Señor Casado el que le obligue a guardar un minuto de silencio por respeto a los fallecidos.
Y esta estrategia “redondista”, que de eso se trata, de referirse a la pandemia como un enemigo y de insistir en frases como que estamos en “una guerra que tenemos que ganar”, con miembros de las Fuerzas de Orden de alto rango y uniformados para informar de cosas que podría comunicar cualquier portavoz, me parece una manipulación impropia, indecente.
Y lo que es: una pura estrategia de marketing barata, inapropiada e irrespetuosa con los fallecidos, los infectados y los que estamos confinados en nuestras casas. La imagen subliminal está muy clara: hemos sido invadidos por un enemigo inesperado y en un momento imprevisible y el gobierno de España ha sido sorprendido sin tener oportunidad de establecer una estrategia de defensa. Como ocurrió en Pearl Harbor
¿Y para que todo esto? Porque a un gobierno invadido y atacado se le pueden pedir explicaciones sobre medidas tomadas en la defensa o el contraataque, pero nunca responsabilidades morales sobre muertos y heridos. Ni siquiera sobre los daños materiales.
Son daños colaterales de los que no se les puede culpar. El único responsable es el atacante.
Y en este escenario de ficción, ni siquiera utilizan la identificación científica COVID19, porque el “19” significa 2019. Año en que se detectó el virus por primera vez. Jugando con las palabras, como hacen los políticos irresponsables, COVD19 tiene fecha de nacimiento. El coronavirus, siendo lo mismo, no. Nació cuando lo diga cada nación. Sobre COVID19 tuvieron “alguna información confusa y difusa”, pero el coronavirus apareció de la noche a la mañana. A traición
Y esta imagen de líder atacado y luchando por defender a su pueblo es la razón por la que el Presidente Sánchez no ha visitado ni hospitales ni tanatorios. No quiere esas fotos.
Cuando se le ha visto, eso sí, en lugares punteros para la defensa: laboratorios, lugares donde se fabrican mascarillas, etc. Imágenes de iniciativas positivas, de esperanza.
Y por eso no acude al Congreso con ropa más formal y corbatas oscuras, como ha hecho la mayoría de la oposición y hasta los locutores de las televisiones más serias. Porque en el 11M murieron 192 españoles, y fue un desastre nacional, y hoy llevamos más de 32.500, ¡169 veces más! Y mejor no hablemos de la comparación entre heridos e infectados.
Y no digo, ni mucho menos, que el Señor Sánchez sea responsable de estas muertes, pero si de faltarles al respeto en la forma más miserable de hacerlo: ignorándoles.
Menos mal que la dignidad del gobierno la ha salvado, otra vez, la Ministra Margarita Robles que en la clausura del tanatorio provisional del Palacio de Hielo ha tenido palabras muy emotivas sobre los fallecidos que han permanecido días sobre la pista. Palabras como las que reproduzco literalmente:
«No les hemos podido salvar la vida, pero que sepan que nuestras Fuerzas Armadas, la UME y el Ejército de Tierra, siempre han estado con ellos. No los han dejado solos ni un minuto, como nos decían los mandos: “Son nuestros soldados, nunca los dejamos solos, nunca los vamos a dejar atrás”. En todo momento han estado con ellos, acompañándolos, guardando por su dignidad, por su respeto, orando cuando sabían que eran personas creyentes».
Más trucos no, Señor Presidente y Señor Redondo, que nos jugamos el futuro de la nación mientras que Ustedes, en lo personal, solo se juegan el lugar y la consideración que les concederá la historia. Y tal como están las cosas y si no rectifican, entrarán a formar parte de los personajes más nefastos que nos han gobernado.
Y por cierto y para que nadie se llame a engaño, la responsabilidad no es solo del presidente y de sus asesores. También lo es de todos y cada uno de los ministros que forman su gabinete y que asienten como arrobados cada vez que el Señor Sánchez o la Señora Lastra dicen las cosas que dicen.