No trato de relatar la muy compleja situación que se vivió en la España del tardo franquismo, con Franco enfermo y el entonces príncipe Juan Carlos en funciones de Jefe del Estado, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas puso en marcha el proceso de descolonización de territorios que afectó, entre otros muchos, a nuestras posesiones de Ifni y del Sahara Occidental.
Y Marruecos aprovechó la ocasión para tratar de integrar ambos territorios como parte de su país, lo que le enfrentó con España que se negó a cederles la soberanía.
El tema de Ifni, que no es el que me ocupa en este momento, se resolvió tras algunos episodios de lucha en los años 1957 y 1958, la llamada “guerra de Ifni”, que terminaron con la cesión de este territorio al Reino de Marruecos, por lo que esta parte del Sahara, en la que había muchos partidarios de esta unión, se integró en este estado.
Pero no ocurrió lo mismo con el Sahara Occidental que quiso declararse estado independiente, a lo que se opuso Marruecos y con el apoyo de la gran mayoría de la población saharaui.
La descolonización no preveía anexiones forzadas porque se suponía que cada antigua colonia pasaría a ser nuevo estado, como ocurrió en la gran mayoría de los casos, por lo que la posición de Marruecos reclamando que el Sahara Occidental era una prolongación natural de su territorio y la de la antigua colonia, luego provincia española, terminó generando un conflicto que provocó la intervención de la ONU.
Para resolverlo de forma imparcial y atendiendo la negativa de los saharauis a las pretensiones de Marruecos, este organismo decidió que se convocara un referéndum y que mientras se organizaba, España actuaría como administradora del territorio. Referéndum que todavía sigue pendiente por las muchas trabas que Marruecos ha puesto a su celebración.
Como he dicho antes hay que aclarar que en aquel momento y para el estado español, el Sahara Occidental ya no tenía el estatus de territorio colonizado porque se les había convertido en provincia española, como lo eran Valencia o Albacete, pongo por caso. De hecho tenían representantes en las Cortes Españolas, a las que daban un aire exótico porque acudían con sus vestiduras tradicionales.




Quiero añadir, como curiosidad, que yo visité el Aaiún, su capital, estando embarcado en el destructor Lepanto cuando todavía era provincia española.
Y esta continúa siendo la situación actual: Un territorio ambicionado por Marruecos contra la voluntad mayoritaria de los saharauis y en espera del referéndum que les confirme como nación soberana.
Pues bien. La semana pasada aparece el muy moderado Trump y decide que los Estados Unidos reconocen al Sahara Occidental como territorio marroquí y pone en un brete a la ONU y al gobierno español, su administrador.
¿Cuál es el problema? Desde el punto de vista legal ninguno porque este territorio sigue siendo independiente en espera del referéndum, pero desde el punto de vista político supone una interferencia inadmisible sobre la soberanía de un territorio no perteneciente a los Estados Unidos y bajo la tutela de la ONU. Mucho más grave que cuando decidió considerar a Jerusalén capital de Israel en lugar de Tel Aviv.
Es evidente que ni Estados Unidos ni ninguna otra nación pueden decidir por su cuenta que el Sahara Occidental pertenece a Marruecos o a Mauritania, su vecina del sur. Y no tiene ninguna validez legal porque Trump, por mucho que él crea lo contrario, no es el amo del mundo ni señor de horca y cuchillo.
Podría, eso sí, presentar una propuesta en la ONU, pero entonces se tendría que someter a la decisión de la mayoría y no parece probable que consiguiera cambiar la situación geo estratégica de la zona. Y semejante dislate, sin un organismo que ampare esta voluntad de caudillo imperialista, solo puede tener un final infeliz para todas las partes.
¿Cuál ha sido la razón? ¿Qué tiene de especial Marruecos para Estados Unidos? Hubo un tiempo, siendo presidente Zapatero y gracias a sus torpezas con la diplomacia estadounidense, que se rumoreó que Estados Unidos estaba tanteando la posibilidad de considerar a Marruecos como un aliado preferente y montar en ese país parte de su logística estratégica. Pero al final triunfó el sentido común y se decidió dejar las cosas como estaban y continuar con las instalaciones de Rota. Porque España, al margen de quién la gobierne en cada momento, es una nación fiable, con una estabilidad garantizada y miembro activo de la OTAN.
Marruecos es una de las naciones más estables del mundo árabe, pero es un estado musulmán y esta condición genera un cierto riesgo de inestabilidad provocado por los fundamentalismos. Como está ocurriendo en Turquía o como ocurrió en Egipto o Túnez, donde la carga cultural de sus tradiciones no ha soportado una occidentalización creciente de sus costumbres y el florecimiento de una nueva cultura que en muchas ocasiones contraviene preceptos del Islam.
Y, por otra parte, con armas tan sofisticadas como las actuales y su largo alcance, ya no hacen tan necesarias las bases militares en otros países, excepto como apoyo logístico o para descanso de sus buques o aviones y de sus dotaciones.
¿Qué otra razón puede haber? Una que parece muy evidente es que el lobby judío estadounidense sigue teniendo el mismo poder de siempre, porque en ambos casos, declarar Jerusalén como capital de Israel y al Sahara como territorio marroquí, ha tenido como condición un cambio de las relaciones diplomáticas de Israel con países árabes. En este caso el “precio” ha sido que Marruecos estableciera relaciones diplomáticas con la nación judía.
Aunque no estoy muy seguro si el apoyo a este lobby es por intereses de los Estados Unidos, por los suyos propios, o por ambos. No olvidemos que Trump, el supermillonario y gran empresario con declaraciones negativas a hacienda, deja de ser presidente y le conviene tener buenas relaciones con el mundo de los negocios y las finanzas.
Sea por lo que sea, no deja de ser una maniobra realizada con desprecio de los que deben ser su aliados naturales, España entre ellos, y a espaldas de la ONU, con la que ha tenido enfrentamientos continuados porque no le han permitido actuar como cacique de ordeno y mando en muchas de las decisiones que ha intentado imponer durante su mandato.
El siguiente paso, muy interesante, será conocer la reacción de la ONU, especialmente de los países con derecho a veto, que son los que importan y cuál será la actitud al respecto de Joe Biden, el nuevo presidente.