El aprendiz de sátrapa y los sacamantecas

El presidente de gobierno ha dado un paso más en la dirección equivocada, lesiva para la nación, con una propuesta de supresión del delito de sedición que desarma al Estado si se producen actos que atenten contra su unidad, contra la Constitución o contra la democracia.

Porque, no nos confundamos, desorden, aunque sea con calificativo, es poco más que un botellón y si sus penas son de seis años como máximo, por lo que se dice, que con buena conducta y otros beneficios penitenciarios pueden quedar en tres, o menos, ¿Por qué no organizar algo parecido en Valencia, por ejemplo, sabiendo que el presidente que lo promueva tendrá sitio en la historia y, posiblemente, una estatua en la plaza del Ayuntamiento?

Y lo ha dado por ese trasfondo de “satrapismo” que le induce a creerse, como tantos otros “demócratas” que gobiernan países como Venezuela, por poner un ejemplo evidente de desvirtuación de la democracia, que el “estado es él” y que, teniendo los votos suficientes, bien de sus propios electores o conseguidos con extrañas alianzas, legales pero antinatura, puede hacer lo que crea necesario para mantenerse en el poder.

Porque él, que es listo, muy listo, sabe que esta decisión solo es un “continuose” de las aspiraciones del independentismo catalán que, en realidad y mucho más que referéndums de opereta que no les servirían de nada, buscan, y esa es la verdadera hoja de ruta, tener justicia propia, romper la caja única de la Seguridad Social y una hacienda exclusiva para la comunidad.

Conseguido lo cual, estarían tontos si insistieran con la independencia. ¿Para que la querrían pudiendo vivir como reyes, siendo ciudadanos de primera y parásitos de lujo en un Estado que no les puede controlar?

Puede que no lo vea alguien tan torpe como Patxi López, el que necesita un guion para decir algo más que dar los buenos días o pronunciar las cuatro frases hechas que sabe y repite hasta el aburrimiento, el que fue lendakari con los votos del PP y al que no se le conocen más heroicidades “contra ETA” que impedir que Mariano Rajoy y María San Gil se acercaran a los familiares de un asesinado por la banda criminal para darles el pésame. El que ahora dice que ellos son, con sus medidas, los que han “han vencido al independentismo”.

Pero el resto de los mortales podemos pensar, posiblemente sin estar equivocados, que mantener una buena relación con un hijo al que se le da todo lo que pide no es mantener una buena relación. Es dejar que sea él quien controle la situación

Es evidente que hasta que la Comunidad Europea lo permita, Pedro Sánchez seguirá la ruta que él y solo él se ha trazado, pasando de ministros y de asesores, aunque los tenga a centenares y de opiniones tan respetables como puede ser el Consejo de Estado o el Tribunal Superior de Justicia, no vinculantes, pero muy de escuchar.

Por cierto, ¿querrá formar parte del Consejo de Estado cuando cese cómo jefe del gobierno? ¡Capaz será!

Porque sabiendo que es así, que a la democracia y la convivencia no la defienden las armas, sino las leyes, está realizando un trabajo de zapa magistral dejando sin contenido la Constitución a base de rebajar las penas de quienes las atacan o amenazan.

Y, como tenemos tantas cosas en que pensar, como la inflación, el paro, el asalto a la valla de Ceuta, la renovación de los vocales del Poder Judicial, el precio de los alimentos y los consumibles y tantos otros problemas nacionales que sufre la ciudadanía cada día, todos ellos enmascaran problemas de tanto calado como el intento de intromisión del gobierno en el resto de poderes del Estado, la aprobación de leyes sin sentido, o el hábito de Pedro Sánchez  de jugar siempre al límite del fuera de juego constitucional cuando ejerce de forma tan autoritaria y personal sus funciones de jefe de gobierno tomando decisiones que deberían ser mucho más colegiadas.

Siempre he opinado que calificar al gobierno y a los partidos que le apoyan como mayoría Frankenstein es una gran injusticia para ese personaje de ficción, entrañable y dotado de gran ternura, que pretendiendo ser querido, nunca lo consiguió por su horrible aspecto

Sería más propio llamarles asociación de trileros o, más duramente, unión de sacamantecas, “criminal que abre los cuerpos de sus víctimas para sacarles las entrañas”, que es lo que están haciendo, metafóricamente hablado, un conjunto de minorías de españoles al resto de los cincuenta millones. E incluyo a los niños porque también son y serán víctimas de semejantes disparates.

Y luego están las dudas de siempre. Algunos barones socialistas, especialmente García-Page y Lambán, manifiestan públicamente su disconformidad con la última decisión del gobierno, pero ¿lo dicen de verdad o es postureo? Porque podría ocurrir que mientas lo dice, o antes de decirlo, hayan hablado con el presidente para contarle lo que van a decir y justificarse con aquello de que tienen elecciones pronto y que si no lo hacen están perdidos, seguido de un “y a ti tampoco te conviene” y, posiblemente, por un” ya sabes que puedes contar conmigo”.

Porque la prueba de fuego de verdad sería que ordenaran a los congresistas de su comunidad que voten en contra de la nueva ley. ¿A que no lo hacen?

No lo harán porque ellos mismos, los presidentes de comunidades, forman parte de una lista cerrada que, se diga lo que se diga, se confecciona desde las sedes los partidos una vez oído a  las partes. Y es muy sabido que, como decía Guerra, “el que se mueve no sale en la foto”.

Y porque lo más probable es que no le hicieran ni caso en un Congreso poblado de supervivientes de muy bajo nivel político que han hecho de sus cargos una profesión y que no encontrarán en el mundo real nada parecido a lo que tienen ahora.

Y, para colmo de los disparates, ayer apareció el lehendakari afirmando que la derogación del delito de sedición demostraba la necesidad de revisar la organización de la nación. Y, mira por dónde, en esta ocasión estoy totalmente de acuerdo con él, pero no por sus razones, sino por otras totalmente diferentes.

Es evidente que la sociedad española ha evolucionado mucho desde 1978 y que, al margen de los condicionantes que ha supuesto la incorporación a la Comunidad Europea, a la OTAN y a los producidos en los propios estamentos de la nación como consecuencia del desarrollo de nuevas leyes, no es menos cierto que estamos derivando hacia un innegable deterioro de la calidad de nuestra democracia y en el respeto a las instituciones y poderes del Estado, que es necesario reafirmar. No creo que hagan falta cambios importantes en la Constitución, pero parece cierto que hay que “resetearla”. Pasarla por la ITV de la democracia y realizar los ajustes que sean necesarios.

Pero ¿qué lo diga el lendakari vasco? Supongo que cuando dice que hay que reorganizar la nación no se referirá a suprimir todos los privilegios de los que goza su comunidad. Mas bien y como siempre ha sido, porque todavía quieren más. Otro chantaje a cambio de mantener al presidente en la Moncloa.

Chantaje insufrible y continuado que empezó nada más terminar la dictadura, cuando Jesús María de Leizaola, lendakari en el exilio cuando se redactó la Constitución, se negó a volver a España como hizo Tarradellas. Porque el PNV en pleno, partido de la alta burguesía vasca respaldado por una iglesia contemplativa en el peor sentido de la palabra, siempre ha actuado como una gran mafia incrustada en las estructuras del Estado, que en aquel momento impuso el cupo vasco y la territorialidad de Navarra como condición para apoyarla.

Y Adolfo Suarez, en una equivocación de consecuencias impensables en aquel momento porque confiaba en la “caballerosidad” y el honor de la clase dirigente vasca, no tuvo más remedio que taparse la nariz y tragarse el sapo de una decisión que perjudica cada vez más al resto de los españoles por la voracidad de los sucesivos gobiernos de la comunidad.

Un partido que, estoy convencido, pudo acabar con ETA a la semana del primer asesinato, pero que maniobró según su conveniencia a instancias de Xabier Arzalluz, presidente del PNV entre los años 1980 y 2004. Y, por si no lo saben, les informo de que el País Vasco es la única comunidad en la que el poder no lo tiene el presidente de la comunidad, el lendakari, sino el del partido al que está sometido plenamente. Blanco y en botella.

Puede parecer un comentario duro, excesivo, pero parto de hechos reales y desde el amor que siento por esta tierra que también es un poco mía, porque mi madre nació en Arrigorriaga y mi abuela en Rentería.

Hay que retocarla, sí, pero para consolidarla. No para recuperar el pasado, sino para construir el futuro. Un futuro de mayor armonía, donde todos los españoles tengamos los mismos derechos y las mismas obligaciones y que tanto los gobiernos de turno como el resto de las instituciones tengan los controles necesarios para que nadie se salga del marco constitucional que se le haya asignado.

¡Que ya está bien de consentir que lo que deberían ser partidos políticos se conviertan, como está ocurriendo, en mafias organizadas, como lo ha sido desde el principio el PNV!

Una sociedad confusa, que está perdiendo valores, ética y estética. En la que los padres gastan tiempo y dinero en disfrazar y maquillar a sus hijos de muertos vivientes, a quién más sangriento y espeluznante, pero que luego no los llevan a los funerales de sus familiares ni a los cementerios “para que no se traumaticen”

Que quieren. Será que los que nacimos el siglo pasado tenemos alguna tara cerebral consecuencia de las escaseces de la época, pero cada vez entiendo menos como hemos podido llegar hasta donde estamos.

Y, sobre todo, como hay tante gente que no se da cuenta de que esto, ni nos conviene a nosotros ni, mucho menos, a nuestros descendientes.

José Luis Martínez Ángel

Valencia, 13 de noviembre de 2022

Las formas de elegir a “los elegidos por el pueblo”

En el mundo democrático hay tres modelos fundamentales de leyes electorales:

1.- El modelo francés, con elección de presidente de la República, con una segunda vuelta si no se consigue mayoría absoluta, en la que solo participan los partidos más votados. Eso facilita el bipartidismo gubernamental porque impide la participación de los más extremos, cuyos votantes, o se abstienen en la segunda vuelta o cambian su voto a uno de los “grandes”. Una fórmula parecida, de segunda vuelta, es la que tiene el Parlamento Vasco para elegir al Lendakari.

En el caso francés hay otras elecciones para elegir a los congresistas con resultados que, en este caso, sí que deciden la composición total de la cámara con participación de todos los partidos.

A mí me parece acertado porque de esta forma se evita lo ocurrido últimamente en España: que el presidente, en este caso del gobierno, sea elegido como resultado de componendas y pactos contra natura desconocidos previamente por los electores.

Hay que recordar que, en Francia, como ocurre en Estados Unidos, el presidente de la República ejerce también las funciones de jefe de gobierno, lo que no ocurre en las otras repúblicas europeas, como Alemania o Italia, donde hay un jefe de gobierno y un presidente de la República con funciones de representación y moderación similares a los de los reyes europeos, incluido el de España.

2.- El modelo español, regido por una ley electoral, la D’Hondt, con un reparto proporcional a las poblaciones de cada autonomía y que, en resumen, nos obliga a votar listas cerradas propuestas por cada partido. Listas en las que figuran personas absolutamente desconocidas para los electores, que, a su vez, están sujetas a una férrea disciplina al partido que los propone.

En definitiva:

En España no votamos a personas, sino a partidos políticos, con el gravísimo inconveniente de que, por lo comentado anteriormente, los congresistas votan en bloque, con independencia de que lo votado favorezca o perjudique a las comunidades en las que han sido elegidos.

Según la ley, los escaños son propiedad de los congresistas que, en algunos casos, se desvinculan del partido por el que fueron elegidos, bien cambiando de partido, los famosos tránsfugas, o declarándose independientes o formando grupo parlamentario propio si llegan al mínimo exigido para poder hacerlo. Este es un tema muy controvertido y siempre rodeado de recriminaciones y de reclamaciones legales, porque los partidos “madre” siempre pretenden que renuncien al acta de congresista, cosa que casi nunca consiguen porque la ley les favorece y porque un sueldo es un sueldo, pero no deja de ser una falacia argumental, porque la mayoría de ellos, desconocidos para el votante, nunca hubieran llegado al parlamento si no hubieran formado parte de unas listas.

En España se hizo una modificación para la elección de los candidatos al Senado que permite que podamos votar a nombres y no a listas. Nombres que, por supuesto, no nacen de la iniciativa personal de los candidatos, sino que los propone un partido.

3.- El sistema de distrito único del Reino Unido, el que, con mucha diferencia me parece más democrático y transparente.

Porque cualquier británico puede presentarse libremente y por su cuenta a las elecciones al parlamento con solo conseguir unos avales de ciudadanos “de a pie”.

Los candidatos se presentan de forma individual en sus respectivas circunscripciones y resultan elegidos los que obtienen más votos, solo uno.

Por no hacerlo largo:

Los candidatos exponen, como es natural, a que partido van a apoyar o si son independientes, pero no tienen obligación de inscribirse en ninguno.

El escaño es «propiedad privada” del elegido y es el único que tiene la capacidad y la autoridad para utilizarlo como crea conveniente en función de los intereses de sus electores. Y por esta razón, los parlamentarios británicos son auténticos representantes de sus votantes, a los que siempre atienden, sobre todo porque ellos hacen mucha vida “de barrio”.

Y por eso están poco en el parlamento y mucho en su circunscripción, contactando con los ciudadanos y conociendo de primera mano los problemas de cualquier tipo que les afectan, con obligación de tener una oficina abierta para escuchar a todo aquel que quiera exponerles quejas o comentarles sugerencias en los días programados para ello.

Y por esta propiedad del escaño, en caso de que, por alguna razón, tenga que dejar el cargo, se hace una nueva elección de sus representados para elegir a un sustituto, que, solamente, mantendrá el cargo hasta las próximas elecciones generales. Es decir, allí no existen los “siguientes en la lista”.

Por todas estas razones, repito, los parlamentarios, que tienen oficinas en el edificio adjunto al del parlamento, el del Big Ben, no asisten a la sala de plenos si no se debaten temas relacionados con su circunscripción. En España y gracias a ese interés por desacreditar a los otros sistemas políticos, se suele informar de forma interesada cuando hay desavenencias en las votaciones del parlamento, presentándolas como “rebelión” al líder. Líder que, en la práctica no tienen excepto para los temas que son de interés nacional o de situaciones extremas. Así pues, si se vota una ley que favorezca a Londres y perjudique a York, por ejemplo, lo normal es que los parlamentarios de Londres de un determinado partido la apoyen y los de York la rechacen, aunque al final, como es lógico, lo que vale son las mayorías de votos.

Y si no fuera así, sus votantes los correrían a gorrazos cuando los vean en sus calles.

No como ocurre en España, donde el sistema de listas cerradas obliga a la disciplina de partido y los congresistas de Valencia, por ejemplo, pueden votar y de hecho lo hacen, leyes o propuestas que perjudiquen claramente a su comunidad. Hecho anormal, pero habitual y que hemos acabado “dando por bueno”.

Y esta es la razón del extraño aspecto que presenta el salón de sesiones del parlamento británico, con una ocupación más o menos completa de los asientos de la planta baja.

Resulta que Gran Bretaña tiene 650 parlamentarios, pero el salón de sesiones no tiene tantos asientos ni tampoco están dotados de la super tecnología de los de nuestros congresistas, lo que no resulta un grave problema porque, por lo dicho anteriormente, los congresistas acuden al parlamento en contadas ocasiones y van a lo que van. Nunca a “echar horas” escuchando a los portavoces propios o ajenos, aplaudiendo o abucheando según convenga o cuando y como les indiquen los “que mandan”.

Y, por esta razón, cuando hay debates o votaciones de interés nacional, como ocurrió con el Brexit o con la elección de Boris Johnson, por ejemplo, se ven imágenes difíciles de interpretar en España, con parlamentarios por todas partes, sentados en la planta baja o en la galería del primer piso, de pie o apoyados en cualquier columna.

Gran Bretaña, el Reino Unido, es una nación ejemplar en su modelo de organización política y en la participación real de sus ciudadanos en las decisiones de Estado. Una nación en la que, teniendo una bolsa de forofos por ideología, como ocurre en todas partes, las mayorías que eligen lo hacen más por razones prácticas que por ideológicas, de forma que los que han votado una opción vuelven a votarles si lo hacen bien o votan a la otra si lo han hecho mal.

Nación que ha tenido tan mala prensa en ocasiones anteriores, siempre muy interesada porque su modelo de democracia era el contrapunto extremo a nuestra dictadura, “la pérfida Albión” la llamaban, de igual forma que el España-Rusia de 1964, la del gol de Marcelino nos permitió comprobar que los rusos no tenían cuernos y rabo y que su portero, Yashin, “la araña negra” era un auténtico fuera de serie.

Por supuesto que es una nación de costumbres realmente extrañas para nosotros. Como la que no obliga a los votantes a demostrar su identidad cuando acuden a las urnas. Se fían de ellos. Incluso en la tarjeta electoral que reciben en su casa y que indica donde está su mesa electoral, figura la leyenda “No es necesario llevar este documento para poder votar”. Es decir: van a la mesa, saludan cortésmente a los responsables de las urnas y depositan su voto. Sin más.

¿Se imaginan lo que ocurriría en España si tuviéramos esa facilidad? Es muy posible que la mayoría de nosotros también fuéramos respetuosos con las reglas, pero ni los muy honorables políticos que nos han tocado en suerte ni los fanáticos que les siguen, seguro que no.

Gran Bretaña es una nación que basa la política en la honestidad comunal y que la protege con sistemas de control independientes que actúan con mucha eficacia y con mucha severidad. Severidad que comparte la opinión pública que castiga con dureza los comportamientos impropios de sus políticos.

Con gobiernos que no intentan, ni se le ocurriría, “ocupar” ni condicionar a la judicatura o tratar de manipular a otros estamentos de la nación. Ni en el peor de sus sueños o de sus ambiciones políticas.

Y pongo un ejemplo también incomprendido en España. Tras la votación del Brexit se demostró que en la campaña se utilizaron datos falsos que favorecían la salida. Los “anti” reclamaron una segunda votación por este motivo, pero la tradición lo impide porque la elección fue legal por muy falsos que fueran los argumentos. Y en la extraña mentalidad británica, la responsabilidad final, como ocurre en España, es del votante. Dicho en lenguaje vulgar, más o menos, se argumenta. “Fueron mentirosos, sí, pero tú, como elector tenías la obligación de haber contrastado lo que te decían y no dejarte engañar”. Es decir: hemos salido de Europa porque la mayoría así lo decidió haciendo uso de su libertad y ha sido un elección libre y soberana.

Y la imagen de los jóvenes ingleses o de los culligan que se comportan de forma indebida en Magaluf o en cualquier ciudad española donde juegue un equipo ingles se debe, en parte, a que el ambiente que encuentran en España es mucho más favorable al desmadre al que les rodea en Gran Bretaña.

Por cierto: absténganse los que me van a contar historias o historietas de los “ingleses” en tiempos pasados. Todas las naciones las han tenido y yo me refiero, exclusivamente, a los tiempos actuales.

Aclarar que, en Gran Bretaña, como en España y a diferencia de Francia, es el parlamento el que elige al presidente.

Una nación a la que viajé con muchas prevenciones por primera vez hace muchos años y que no tardó en enamorarme como ejemplo de nación honorable y muy organizada social y políticamente. Una nación culta, en la que todos sus museos eran gratuitos y en la que descubrí una red de transporte público de autobuses, metro y ferrocarriles realmente sorprendentes y en la que nunca, jamás, ni dejaron de atenderme cuando lo solicité, ni tuve el más mínimo incidente en las muchas veces que he viajado con mi familia.

¿Qué son “raros”? ahora menos, pero claro que sí, tan raros que circulan por la izquierda.  Pero ya me daría con un canto en los dientes si nosotros tuviéramos muchas de sus “rarezas”

Señor Iglesias, ¡menos democracia, por favor!

El otro día, nuestra ínclita portavoz del gobierno, Maria Jesús Montero, afirmó con esa seguridad que la caracteriza que cuando Pablo Iglesias cuestionó  la democracia española es porque lo que en realidad pretende es “mejorar permanentemente la calidad democrática española”

Como decía en un comentario anterior, todo depende del color del cristal con que se mira y de las referencias que se tengan. Y las de nuestro vicepresidente son, como menos, “diferentes” y todas ellas, Venezuela, Irán, Cuba o Rusia, con formas de Estado o de gobierno difícilmente reproducibles.

Porque su concepto de democracia pasa por atacar a los medios de comunicación que le critican,  a tratar de  controlar a los jueces, a amañar elecciones en su propio partido, a proponer que se normalice el insulto, que se despenalice la ocupación de viviendas, que jóvenes sin derecho al voto puedan cambiar de sexo por su propia voluntad sin ningún tipo de consentimiento ni asesoramiento propio, que se cambien las normas internas de su partido para conseguir aumentar sus ingresos personales, o que se insulte a “los otros”, monarquía, Iglesia, víctimas del terrorismo, partidos de la derecha, etc. con la sola condición de que se haga cantando porque entonces ya no es delito de odio ni ofensa, es libertad de expresión o arte.

También propone que se abra los brazos del perdón a los etarras condenados por delitos de sangre, con independencia de que estén arrepentidos u orgullosos de su “carrera” de asesinatos y que se libere a los políticos catalanes que han incumplido leyes siendo los responsables de cumplirlas y hacerlas cumplir. Y tantas otras libertades democráticas que no me extraña que viva sin vivir en él, abrumado por la magnitud de la tarea que tiene por delante.

¡Un poco menos de democracia, por favor!

Y espero de nuestra ministra portavoz que no nos siga insultando con falsas interpretaciones  y majaderías semejantes. Pero eso, me temo, también es un deseo inalcanzable.

Las amenazas a la democracia y lo sucedido en los Estados Unidos.

Dice el refrán popular que “no hay mal que por bien no venga” y es posible, solo posible, que lo sucedido en los Estados Unidos sirva de reflexión en los países realmente democráticos, como lo son los propios Estados Unidos y abran los ojos ante los evidentes peligros que acechan a estas formas de gobierno y que he comentado en publicaciones anteriores.

En primer lugar tengo que manifestar que si fuera estadounidense estaría totalmente en contra de aplicar la enmienda 25 que fue creada como un mecanismo para ocupar la presidencia del gobierno en caso de incapacidad física del titular, porque no dejaría de ser otro abuso legal de lo que permiten las leyes en democracia.

Porque Trump no está incapacitado. Es el mismo mafioso que fue elegido en su día y que ha vuelto a conseguir muchos millones de votos para renovar su presidencia. No ha cambiado ni ha perdido facultades físicas o mentales.

Sí que hubiera aceptado el famoso “impeachment” porque es algo totalmente diferente. Es el equivalente a nuestra moción de censura, con otro formato, por la que un parlamento puede destituir a un presidente de gobierno si considera que está incumpliendo los mandatos constitucionales.

Porque la verdad democrática es que Trump fue presidente porque el pueblo americano así lo decidió y solo el pueblo americano puede destituirle, como así ha sido a partir de los resultados electorales.

Y llegados a este punto, la gran pregunta es ¿Qué mecanismos pueden motivar que millones de electores den su confianza a un personaje como Tump?

Mecanismos que, en mi opinión repetida tantas veces, son los siguientes:

En primer lugar los Iván Redondo que proliferan por todos los países occidentales. Se califican como politólogos, pero  en realidad son expertos en marketing electoral y así es como se ganan la vida. No aconsejan políticas ni analizan las mejores opciones o los mejores programas electorales, solo populismo y postureo.

Y cito este nombre porque es, según le he escuchado en directo cuando era tertuliano en cadenas de televisión, un auténtico fan de los sistemas electorales americanos que fueron los grandes  pioneros en estas materias y que ha seguido de forma muy directa y especial en las últimas elecciones de los Estados Unidos desde hace varias legislaturas.

Allí es donde adquirió o reforzó sus conocimientos en la materia que puso en práctica con gran éxito al servicio de algunos dirigentes del PP antes de trabajar para Pedro Sánchez.

Recordemos que dirigió las campañas de José Antonio Monago, al que hizo presidente de Extremadura  y de Javier García Albiol cuando consiguió la alcaldía de Badalona. Posteriormente, repito, fue Pedro Sánchez quién le contrató, antes de la moción de censura que le hizo presidente.

¿Sistemática? Los especialistas en marketing electoral son personajes ajenos a cualquier ideología en sus estrategias para conseguir que sus clientes alcancen los puestos que pretenden o se mantengan en él. Básicamente se basan en aparcar programas en favor de bombardeos continuados realzando la figura del líder, de mensajes positivos reales o inventados que potencien su imagen de hombre redentor, del mesías de la política que, esta vez sí, liberará su espacio electoral, nación, autonomía, o ayuntamiento, de la nefasta gestión y de la corrupción de todos sus antecesores, incluidos, si hace falta, los de sus propios partidos y el que conseguirá bienestar y prosperidad para los que tengan la suerte de tenerlos como caudillos.

Esconden a los candidatos para que no “metan la pata” mientras proyectan una especie de holograma de sus contratantes. Les desaconsejan contactos físicos con la calle y evitan ponerles en situación de contestar en directo a preguntas de periodistas independientes, prefieren las charlas en plasma o televisión, sin preguntas y solo les permiten aparecer en vivo y en directo en los medios afines. A ellos o a sus ensalzadores, que también reciben instrucciones y argumentario apropiados para cada ocasión.

Tampoco les gustan, cada vez menos, los debates televisivos con otros candidatos porque ellos o el moderador pueden sacarles los colores. Debates que deberían ser obligatorios por ley.

Controlan, esto es fundamental, toda la información que sale del entorno del candidato. La información, que en este caso se convierte en propaganda, es una de las herramientas fundamentales para incidir en la opinión pública. Y no se trata solo de lo que se dice, porque también es muy importante lo que no se dice, se dice a medias o se dice tergiversado y/o fuera del entorno.

Y, muy importante, lanzan continuos mensajes, globos sonda e iniciativas en cadena, en muy corto espacio de tiempo para que el electorado no tenga tiempo de analizar en profundidad ninguno de ellos. Así hasta llegar a adormecer la mentalidad del votante que acaba reconociéndose incapaz de  digerir tanta información, muchas veces contradictoria.

Y entre este mar de consignas, mensajes y eslóganes, siempre, cada vez más pujante, la figura del líder. El que hará posible todo lo positivo y eliminará, sin ninguna duda, lo negativo.

Y este experto en marketing electoral, que se convierte en la sombra de su contratante, también actúa como “coucher”, asesor de imagen y verdadero modelador de un personaje  que impacte positivamente en la opinión pública.

Un ejemplo: Si se molestan en observar con atención las intervenciones  públicas de Pedro Sánchez, verán que siempre, en primera fila de una rueda de prensa, saliendo del mismo coche o muy próximo a él en cualquier acto público, aparece la imagen deliberadamente gris de Iván Redondo tomando nota mental de sus actuaciones, de sus gestos, de sus palabras y de la forma de  decirlas,  para rectificar defectos y potenciar sus valores añadidos. El conocido “role play” que practican los dirigentes de empresas simulando determinadas situaciones para mejorar futuras intervenciones ante terceros.

¿Política? La imprescindible. Lo importante es mantener vivo el espectáculo con frases hechas y eslóganes sencillos y atractivos.

Otro peligro para la democracia, aunque no lleguen a ser enemigos declarados, son los partidos políticos que se ven tentados de conseguir triunfos a corto plazo. Y cito muy especialmente a VOX, partido legal y democrático sin ninguna duda, que está evidenciando unas prisas innecesarias y un intento de ganar la calle con este tipo de actuaciones, también populistas, confundiendo lo que debería ser su prioridad actual: conseguir un electorado estable y afín con su ideología política.

Ofreciendo para ello alternativas sólidas y acordes a la realidad española y la marcha de los tiempos, en lugar de tener tanta prisa en conseguir votantes  que no podrán mantener. Porque si “roba” seguidores al PP o a Ciudadanos con promesas incumplibles, como parece estar tratando de hacer, no tardarán en perderles y no les recuperarán jamás.

Sobre Podemos o IU me ahorro todos los comentarios porque están montados, ello sí, en la ola del populismo puro y duro. Ola que, inevitablemente, romperá contra las costas de la realidad y que les dejará varados en seco, como ha ocurrido en ocasiones anteriores con partidos de este tipo en nuestra historia reciente.

Que sobreviven envueltos en capas de cinismo. Ayer mismo decía Íñigo Errejón que de haber ocurrido en España lo que sucedió en Estados Unidos, más de uno hubiera requerido la presencia de las Fuerzas Armadas. Pues claro que sí. El problema es que o no conocen la Constitución o la conocen tanto que solo utilizan lo que les favorece.

Porque el artículo 8 dice textualmente “Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.”

Y desorden constitucional es asaltar o pretender asaltar el Congreso. Y si las Fuerzas de Orden Público no son suficientes para anular el peligro, es deber constitucional requerir la ayuda de las Fuerzas Armadas para conseguirlo. Como ocurrió el 23F. ¿Se acuerdan?

Y los Iglesias de turno han salido en tropel para decir que los intentos de asaltar el Congreso o las sedes parlamentarias de Cataluña  o de Andalucía “no es como lo de Norteamérica”. Aquello era, cómo no, libertad de expresión pese a que si no consiguieron entrar fue porque las Fuerzas de Orden lo impidieron. Porque fuerza física sí que emplearon.

Y todavía recuerdo el comentario de Pablo Iglesias al que “le ponía” ver a un manifestante golpear a un policía.

Y también son un grave peligro los partidos independentistas, egoístas y mentirosos, que están logrando sembrar el caos político, social y económico, dentro y fuera de sus fronteras territoriales para conseguir objetivos claramente inalcanzables. Partidos que aprovechan todas las ventajas de la Constitución y de nuestras leyes en su favor y en el de sus causas.

Y, con un peso cada vez más importante, los propietarios de las redes y las plataformas sociales, que están permitiendo la circulación de todo tipo de información sabiendo que mucha de ella es falsa y maliciosa. No soy partidario de la censura de opinión, pero sí de la censura legal a los delitos informáticos de falsedad, injurias, o exaltación de cualquier tipo de desmanes. Los manifestantes violentos antisistema y de la CUP, por ejemplo, utilizan estas plataformas para pasarse consignas y advertir de la presencia de la policía en determinados lugares. Y eso es intolerable.

Estos propietarios de plataformas deberían ser conscientes de que existen gracias a que existe la democracia porque son inviables en naciones con dictaduras. Y, aunque solo fuera por interés egoísta, deberían protegerla mejor. Seguro que la tecnología actual permite que salten alarmas para localizar a usuarios inadecuados, a los que lanzan amenazas, insultos o convocan a actos ilegales, para bloquearlos inmediatamente. Y también a los falsos usuarios creados automáticamente por programas especializados para aparentar adhesiones o difundir mensajes y consignas.

Y por último, siguen existiendo gracias a Dios,  los medios de comunicación de prensa, radio y televisión, que tienen que pelear duramente con las redes sociales. Y a los que se debe apoyar incondicionalmente,  porque son los únicos que dan la cara y se arriesgan a sanciones o condenas si incumplen leyes o códigos de conducta.

Digan lo que digan y opinen lo que opinen, que todo es lícito en una democracia. Y porque, como he dicho anteriormente, están sujetos a un mayor control y son responsables de sus dichos y opiniones, como también lo son sus columnistas y colaboradores.

Porque si no se pone pie en pared y se fijan normas para proteger nuestros sistemas de gobierno, acabarán seriamente deteriorados como ya lo están en muchos países de América del Sur y en algunos europeos.

El rincón de pensar. Los abundantes enemigos de la democracia.

La historia política a partir del siglo XIX nos dice que los regímenes predominantes en el mundo han sido las dictaduras, el comunismo y, como única alternativa viable, la democracia.

Hoy no existen dictaduras “oficiales” excepto en países del tercer mundo y el comunismo desapareció de la faz de la tierra después de su fracaso en todos los lugares en los que se implantó. Porque el comunismo, que siempre se aprovechó de la miseria de los ciudadanos para llegar al poder, nunca aportó soluciones válidas.

En España y en este momento tenemos un amago de comunismo con tintes revolucionarios chavistas que surgió aprovechando el impulso del 15M, se mantuvo, decayó y ha renacido gracias a la debilidad del presidente Sánchez y teniendo como caldo de cultivo la pandemia del Coronavirus. Ha conseguido entrar en el gobierno con varias carteras y se presenta como una especie de bálsamo de Fierabrás que nos salvará de todos nuestros males e incluso nos liberará de las garras de la perversa Comunidad Europea.

Pero la democracia, que surgió como respuesta a los totalitarismos comunistas y a las dictaduras de todos los colores, tiene una debilidad manifiesta: su dificultad para defenderse de sus enemigos internos, los emboscados, los que la utilizan para medrar dentro del sistema utilizando sus propios recursos.

La democracia es el único modelo político que respeta a individuos y colectivos contrarios a sus planteamientos, aunque no acepten sus compromisos éticos y morales, incluso protegiendo su derecho a disentir. Actitud impensable en las dictaduras o en los regímenes comunistas.

Aunque la democracia tampoco es un sistema perfecto. Simplemente es el menos malo. Y siendo uno de sus grandes males el buenismo de sus normas, ha permitido mantener grandes brechas por las que se han colado  muchos de sus peores enemigos: el capitalismo feroz y descontrolado, por ejemplo, o los falsos demócratas que se aprovechan de su debilidad para medrar en su propio beneficio o defendiendo ideas antidemocráticas.

Situación que empeora con el tiempo y que cada vez es más evidente. Empezó con Hitler, tirano exterminador de pueblos y de razas que ganó unas elecciones en Alemania y que aprovechó el poder para perpetuarse en el gobierno de la nación y cometer las mayores tropelías en nombre de “la patria” y de toda una serie de valores que no entran, de ninguna manera, en la esencia de la democracia.

Eso mismo ha ocurrido y está ocurriendo en muchas naciones americanas en las que gobernantes elegidos en las urnas han maniobrado cambiando leyes y costumbres para mantenerse en el poder, teniendo en común que todos ellos se autoproclaman como líderes revolucionarios de izquierda que se “sacrifican” por el pueblo mientras amasan grandes fortunas personales y crean enormes brechas sociales. Poder y control de sus respectivos países que no soltarán de ninguna manera y que trampearán de todas las formas posibles disfrazando cada trampa con mil eufemismos prefabricados.

Al principio amañaban elecciones, práctica que ahora les resulta muy complicada por la vigilancia de terceros países, pero que ahora tampoco necesitan hacerlo. Les basta con tener el control de las fuerzas de orden y de los ejércitos de sus países para que, eliminando o encarcelando líderes opositores, se llegue a elecciones “limpias” con votos condicionados.

Pero no solo en América de sur. En nuestro continente tenemos a nuestro muy democrático Putin que gana elecciones sin demasiados problemas utilizando todos los recursos, legales e ilegales, para conseguirlo. Y que ha logrado cambiar la constitución en 2020 para conseguir mantenerse en el cargo ¡hasta 2036!  Año en el que cumplirá sus 83 de vida.

Así tendrá tiempo para lograr su sueño delirante: reconstruir la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y quizás levantar muros, como el antiguo de Berlín, en Crimea o en cualquier otra nación de la gran Rusia feliz.

Y, más recientemente, nos encontramos con el último presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, también elegido democráticamente, empeñado en una especie de recuperación del Imperio Otomano haciendo añicos la extraordinaria modernización de Turquía que realizó Mustafa Kemal Atatürk quién, siendo militar de profesión, se pasó a la política y acabó aboliendo el sultanado y proclamando la república turca.

Pues bién, Tayyip Erdoğan, también elegido en las urnas y siguiendo el modelo de Putin, está empleando todos los recursos de poder para eliminar a la oposición y cambiar leyes en un país que ya era admirable por su cultura y por su historia y que había avanzado significativamente en avances políticos y en las libertades de los turcos, hasta el punto que llegó a tener muchas posibilidades de integrarse en la Comunidad Europea.

Y que ahora empieza a percibirse como una amenaza para occidente por sus planteamientos totalitarios y por sus devaneos con Putin, que ha alentado desde el primer momento la megalomanía del turco tratando de torpedear sus tradicionales buenas relaciones con los Estados Unidos y con la Comunidad Europea.

También en la misma Europa tenemos algunos escarceos en naciones como Polonia o Hungría, ambas con gobernantes autoritarios afortunadamente embridados por las normas de la Comunidad a la que pertenecen.

Y todas estas naciones tienen en común gobernantes populistas y falsarios que emplean términos ampulosos como “grandeza”, “honor”, “servicio”, “progreso” y palabras biensonantes similares con el único fin de engañas a las masas y actuar como auténticos sátrapas en sus naciones. Y todos alardean de ser grandes líderes que luchan hasta la extenuación por el bien de sus pueblos.

Pero no hay necesidad de viajar a tierras lejanas para localizar un presidente llegado al poder de forma legal, primero por una moción de censura y luego en unas elecciones generales gracias a pactos de investidura antinaturales y negados hasta la saciedad durante la campaña, que está utilizando todos los recursos de que dispone para perpetuarse en el poder.

Estoy seguro de que Pedro Sánchez, a diferencia de Zapatero, no tiene más ideología que mantenerse como presidente. Y que si le fuera necesario para conseguirlo, hasta es posible que pactara con VOX.

Tampoco es de los que se enriquece desde la presidencia y sus corruptelas no van más allá de buscar un buen acomodo para su esposa y para algunos de sus amigos, o hacer la vista gorda sobre algunos desmadres de sus socios de gobierno. Pero en cuanto a mantenerse en el cargo no hay duda de que, por él, no saldría de la Moncloa hasta cumplir los 83 años. Como Putin. Y eso nos está costando y nos costará sangre sudor y lágrimas.

También aquí se habla de pueblo y progresismo. Y probablemente tiene razón porque, perdón por el sarcasmo, no hay en España partidos más “progresistas” que los apoyadores habituales: el PNV, los independentistas catalanes y BILDU.

Es cierto que ni tiene ni tendrá en sus manos el poder de las fuerzas de seguridad ni mucho menos al ejército porque en España hay leyes y tribunales que se lo impiden, como también lo impedirían estos cuerpos si llegara el caso imposible de que tratara de utilizarlos en su provecho. Y porque pertenecemos a una Europa democrática que no le va a permitir más locuras que alguna que otra puesta en escena sabiendo que nunca llegará a mayores.

De la misma forma que el propio Sánchez está actuando con los separatistas, dándoles cuerda mientras le sean útiles y no incumplan de hecho alguna de las leyes fundamentales del Estado que siempre están amenazando con incumplir.

Pero mientras y a cambio de esta locura megalomaníaca que le invade, está haciendo un daño casi irreparable a la nación y provocando una brecha ideológica entre los españoles que nos está llevando a la esquizofrenia. Como está ocurriendo en este momento en los Estados Unidos de Trump, otro loco con delirios de grandeza que trata de mantenerse en el poder, al que ha llegado por unas lecciones, empleando toda clase de trucos y artimañas.

En este caso nuestro presidente solo tiene la fuerza de su muy potente equipo de propaganda, encabezado y coordinado por Iván Redondo al que también habrá que pedir cuentas en algún momento del futuro por lo dudoso de algunas de sus iniciativas, entre las que están aconsejar al presidente el uso de su demagogia absurda, sus frases hechas, su populismo y sus grandes y reiteradas mentiras.

Cuentas políticas sí, porque hace tiempo que dejó de ser un politólogo, un asesor de imagen o un “coucher” para convertirse en un político en activo, aunque permanezca a la sombra del presidente, e incluso legales porque alguna vez conoceremos que resortes se están utilizando para conseguir sus fines.

Estamos en un estado democrático y soy el primer en defender que la única arma posible para  cambiar el gobierno son las urnas o las mociones de censura, como mantengo que hoy por hoy es casi imposible que se produzcan algunas de las dos oportunidades porque lo tiene todo atado y bien atado con favores e intereses mutuos. La única posibilidad, absolutamente remota, sería que parte de su bancada se dé cuenta de que están participando en un proyecto pernicioso y sin futuro, pero esta no es una bancada del Partido Socialista Obrero Español, sino del Partido Sanchista, con muchas dudas de que esté defendiendo a los obreros, que no lo parece, ni a España, que tampoco.

Y detrás de todo este gran problema y del resto en los que estamos inmersos solo hay un culpable: la nefasta ley electoral que fue aprobada para la transición, pero que hemos mantenido vigente porque interesaba y sigue interesando a los políticos porque es una factoría de “siseñores” sin categoría ni personalidad, a sabiendas de que perjudica gravemente a los ciudadanos.

A mí me parece bien el sistema de elección de presidente con segunda vuelta, como el de Francia, el mismo que está vigente en el País vasco, pero me gusta mucho más el “distrito único” de la Gran Bretaña. Porque en esa nación, ejemplar por su democracia aunque últimamente se vea dañada en su prestigio por otro populista innombrable de la nueva ola, Boris Johnson, el Trump europeo que provocó el Brexit engañando a los británicos, no podría darse lo que estamos padeciendo en España.

Sería del todo imposible porque ni las leyes, ni la tradición, ni el sistema electoral de ese país tienen  fisuras que lo permitan. Que aparezcan políticos mentirosos o corruptos es inevitable en todas partes, también allí, pero los controles y las sanciones son mucho más severos que en España.

En el Reino Unido no existen las listas electorales. Cada uno de los parlamentarios británicos se presenta por propia iniciativa y, aunque se inscriban en algún partido estatal, especialmente al conservador o laborista, son elegidos individualmente en sus ciudades o barrios, en sus distritos electorales, donde son perfectamente conocidos por los electores.

¿Se imaginan que en lugar de votar a una u otra lista cerrada de nombres absolutamente desconocidos para nosotros, eligiéramos como nuestros representantes entre Pedro, Lucía, Pepita o Juan, a los que sí que conocemos porque viven en nuestro barrio o en nuestra cercanía?

El escaño es propiedad de cada uno de ellos y no están sometidos a ningún tipo de disciplina de partido ni tienen que rendir cuentas a los dirigentes de cada uno de ellos. Las cuentas las rinden en sus distritos, eso sí, en los que tienen presencia física y audiencias obligadas para someterse al juicio de sus electores.

Esa es la razón de que el Parlamento del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, que es como se llama, pese a estar compuesto por 650 miembros elegidos en 650 distritos electorales, 533 en Inglaterra, 40 en País de Gales, 59 en Escocia, y 18 en Irlanda del Norte, esté casi siempre medio vació. Los parlamentarios solo acuden si se tratan asuntos muy importantes de Estado o cuando las propuestas de ley afectan a los distritos en los que han sido elegidos. Y cuando lo hacen de forma masiva, como no hay asientos suficientes, permanecen de pie, hacinados en los pasillos o en el piso superior.

Su tiempo lo emplean en hacer gestiones personales relacionadas con sus cargos y en mantener contactos con sus electores en sus respectivos distritos y no lo pierden pasando horas y horas sentados en escaños consultando sus teléfonos móviles o echando alguna cabezada de vez en cuando como ocurre en España.

Por todo ello en el Reino Unido sería inconcebible que un parlamentario de Londres votara una iniciativa de su propio partido si afecta negativamente a la ciudad y no existe ninguna posibilidad de que se pacte algo con el Sinn Féin que favorezca a las posturas de IRA, porque la inmensa mayoría de los parlamentarios de los dos grandes partidos votaría en contra.

¿Qué podemos hacer sabiendo que todos los partidos, desde VOX hasta la CUP están en contra de cambiar la ley electoral?

Tengo que confesar que no tengo ni la más remota idea. Porque incluso una iniciativa parlamentaria popular para cambiar la ley electoral y firmada por diez millones de ciudadanos sería rechazada por este congreso elegido en listas cerradas, con parlamentarios “apesebrados” y de estómagos agradecidos que nos representa.

Primeros pasos del nuevo gobierno. El nombramiento de la Fiscal General y, ¡por fin!, la culminación de la democracia.

Dolores Delgado es la nueva Fiscal General del Estado y visto desde fuera solo tiene dos posibles interpretaciones: o es un desatino, o responde a una estrategia de nuestro presidente para avanzar en su plan de invadir competencias del Poder Judicial.

Estrategia de invasión que en una primera fase, que empezó hace algún tiempo, consistió en descalificar con más o menos sutileza decisiones judiciales,  interpretar sentencias del Tribunal Europeo de forma falaz y mentirosa como si la justicia española fuera cuestionable o estuviera cuestionada, o afirmar que este tribunal rectifica con mucha frecuencia decisiones de tribunales españoles, lo que equivale, de forma subliminal, a poner en duda la calidad democrática de nuestra judicatura. Cuando todo ello es rigurosamente falso.

Puras mentiras.  En los temas relativos al “procés” no ha entrado porque nadie se lo ha pedido hasta el momento. Ni ha habido recurso de las defensas, ni solicitudes de aclaración por parte del Tribunal Superior de Justicia español. Por mucho que digan, repitan, aireen y propaguen los independentistas, los tribunales europeos no han puesto ningún reparo a este juicio, ni mucho menos se puede afirmar como se afirma que, de hecho, “es un  juicio nulo”.

En cuanto a la tan retorcida y tergiversada sentencia sobre la impunidad de Junqueras, emitida como respuesta a una consulta de nuestro Tribunal Superior de Justicia, solo dice que cuando estaba en prisión preventiva se le debería haber dejado ir a Bruselas a acreditarse, como se le permitió ir al parlamento español para inscribirse como congresista electo, pero que una vez condenado e inhabilitado, es el tribunal español el que tiene la competencia para decidir lo que se debe hacer de acuerdo con las leyes españolas.

Y eso es lo que se ha hecho, tanto en su condición de parlamentario de España como del Parlamento Europeo. Porque, contra lo que se da a entender, las elecciones europeas no son algo que controla y regula la propia comunidad como ente autónomo. La comunidad convoca las elecciones, pero son los países miembros los encargados de formar las listas y organizar las votaciones.

No son elecciones a la comunidad dirigidas y controladas por esta institución. Son elecciones para decidir, en España, quienes van a representar a nuestro país en Europa. Es decir, son elecciones españolas, y es nuestro país el que regula el proceso.

En cuanto a la otra gran mentira, es absolutamente falso que España sea una nación muy cuestionada por el Tribunal Europeo. Todo lo contrario. España es una de las naciones que menos sentencias en contra recibe, por debajo de la mayoría delos países más democráticos de Europa. Y como prueba irrefutable, repito un gráfico comparativo que ya publiqué en un artículo dedicado a comentar la situación de nuestra justicia en comparación con el resto de justicias europeas.

Información que, como es habitual, obviarán, ocultarán o tergiversarán los que deberían ser especialmente honestos con la información y muy agresivos defendiendo las bondades de nuestro sistema en lugar de tratar de emborronarlas por puros interese electorales.

En cuanto al nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General, sería un insensato si tratara de valorar su calificación profesional, pero en mi condición de español y votante, y a título particular, tengo muchas objeciones a su nombramiento

En primer lugar, y por aclarar las cosas, no es Sánchez el que la nombra. Es el consejo de ministros, compuesto por los vicepresidentes Pablo Iglesias, Carmen Calvo, Nadia Calviño y Teresa Ribera y los ministros Alberto Garzón, Arancha González Laya, Carolina Darrias,  Irene Montero, Isabel Celaá, Fernando Grande-Marlaska, José Luis Ábalos, José Luis Escrivá, José Manuel Rodríguez Uribes, Juan Carlos Campo, Luis Planas, Margarita Robles, María Jesús Montero, Manuel Castells, Pedro Duque, Reyes Maroto,  Salvador Illa y Yolanda Díaz.

No sabemos si fue una votación unánime, pero a falta de más información, todos y cada uno de estos señores y señoras son corresponsables de la elección, y también lo será de lo que la Señora Delgado haga en el ejercicio de su cargo.

En segundo lugar, porque habiendo sido Ministra de Justicia, dispone de información privilegiada que la descalificará para tomar decisiones según en que asuntos. Dolores Delgado no intervendrá directamente en ningún juicio, pero tiene poder y autoridad para decidir las líneas de actuación de la fiscalía en cada caso y podría maniobrar para acelerar, retrasar o quitar efectividad a la acusación de varias formas. Incluso aportando información obtenida en el ministerio, como ocurrió en otro tiempo con el juez Garzón.

No digo que lo haga, pero siempre que haya casos con carga política, no podrá evitar la sospecha de dirigismo.

Porque, a diferencia de los jueces, los fiscales no pueden ser recusados por los acusados, que no tiene más opción que aceptar el fiscal asignado al caso. La única posibilidad es que alguna de las partes de un procedimiento acuda al superior jerárquico del fiscal, y será este último el que tome la decisión. Pero ese superior seguirá formando parte de una cadena jerárquica y en última instancia, si el caso llegara al Consejo Fiscal, la opinión de los miembros no es vinculante y la última decisión la tiene el Fiscal  General del Estado.

En tercer lugar porque es militante del PSOE y una militante comprometida. La he escuchado opiniones sobre la exhumación de Franco, la iglesia y otros temas que podría haberse evitado. No por la opinión en sí, que tiene derecho a expresarla, sino por la vehemencia que ha empleado.

No es el caso, por ejemplo, de Margarita Robles. No pertenece al PSOE y además se ha limitado a gestionar con eficacia lo que le han encomendado sin sacar nunca los pies del tiesto, sino más bien todo lo contrario. El que haya aplaudido en el congreso cosas poco dignas de aplauso forma parte del lógico apoyo que debe prestar a quién le ha confiado una cartera. Como ocurrió con Josep Borrell, el anterior ministro de exteriores. A estos sí que se les podría comprar un coche usado.

En cuarto lugar porque ha sido una ministra recusada tres veces en el parlamento por sus conversaciones con el comisario Villarejo y otros personajes poco recomendables, en las que apoyaba, o parecía apoyar, prácticas ilegales y reprobables para obtener información. Y en las que decía haber visto comportamientos denunciables de otros miembros de la judicatura que no denunció.

Nunca se debe juzgar la ideología ni las actitudes personales de los criticados, pero en este caso se trata de conversaciones mantenidas en un entorno público, aunque nunca debieron haber sido grabadas. Es algo que puede ocurrir cuando uno se junta con malas compañías.

Y hay un tema que me preocupa especialmente, y esto es un elucubración. Se ha comentado alguna vez que las instrucciones judiciales deberían llevarlas los fiscales y no los jueces. Los jueces serían los que presidieran los juicios orales y dictarían sentencia una vez analizadas las pruebas aportadas por los fiscales y los descargos de las defensas.

Es una práctica que funciona en otros países y que a mí me parece muy bien.

Leído en LegalToday.- El procedimiento penal español cuenta con un modelo de instrucción judicial en el que el juez de instrucción es el órgano encargado de dar inicio al proceso, de dirigir la instrucción y de resolver mediante decisión judicial los asuntos penales.

Sus funciones han estado tradicionalmente ligadas a la búsqueda de indicios sobre la realidad del hecho investigado, su eventual carácter delictivo y la identificación de posibles sujetos responsables, según establecen los artículos 299 y 777.1 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

Él es el director de la fase de instrucción y lleva a cabo la investigación de forma abierta para las partes (ministerio fiscal, acusaciones particular y popular, y defensa), que tienen acceso a las actuaciones en todo momento, salvo cuando se hubiese decretado secreto de sumario por razones tasadas.

Sin embargo, si hacemos un análisis de cómo se tramita esta fase del procedimiento en derecho comparado, en la mayoría de los países, el Ministerio Fiscal tiene un papel fundamental y, en muchos  se le encomienda a él la propia instrucción.”

Y, dada mi mentalidad “conspiranoide” que me ha permitido escribir alguna novela, ¿Qué pasaría si algún día se aprueba en España que sean los fiscales los que llevan la instrucción siendo la fiscalía un organismo jerárquico que depende del Fiscal General, nombrado por el Gobierno?

Si la instrucción la llevan los fiscales y si se están limitando las acusaciones particulares (lo que me parece muy bien porque la mayoría solo sirven para enredar y alargar los juicios), puestos en lo peor, sería el gobierno de turno, el Ejecutivo, quién  determine a quién encausa y a quién no, y los niveles de acusación aplicados en cada caso.

No olvidemos que, por lo que yo sé,  un juez no puede incoar una causa si no hay un fiscal que acuse.

Este supuesto significaría la desaparición de la democracia España, porque una de sus señas de identidad, sin ningún paliativo,  es la separación de poderes.

Esa democracia que nuestra muy querida Carmen Calvo reinaugura cada dos por tres. Como los políticos de bajo nivel que inauguran una carretera varias veces bajo el truco de hacerlo por tramos.

Usando su propio lenguaje coloquial, “no, bonita, no”. La democracia quedó instituida sin ningún tipo de duda el día que se aprobó la Constitución, concretamente el treinta y uno de octubre de 1978. Naturalmente se necesitaba desarrollar y aprobar leyes, como se ha hecho en todos estos años y como se seguirá haciendo en el futuro.

Porque la democracia, querida vicepresidenta, necesita una actualización continuada y una adaptación a los tiempos y a las demandas de la sociedad a la que sirve. Y esa es la misión fundamental del Poder Legislativo: mantenerla “al día”.

La democracia no llegó a su totalidad, como ustedes dijeron,  con la exhumación delos restos de Franco, que no dejó de ser una pura anécdota que solo interesó, como se ha demostrado, a los que carecen de imaginación para generar propuestas constructivas. Y ayer, “bonita”, dijo más o menos, que la formación de un gobierno plural era la “culminación de la democracia”. ¡Se necesita morro! La democracia nunca está consumada. Como he dicho antes, es un ser vivo que necesita muchos cuidados y la protección de los ciudadanos. Porque siempre corre el riesgo de enfermar, incluso de morir.

Y ejemplos de democracias degeneradas y muertas los tenemos a montones en Alemania, Italia, Venezuela y tantos otros países donde los  gobiernos llegaron al poder ganando elecciones, y acabaron actuado como dictaduras.

Ya hace muchos años, querida vicepresidenta, que los españoles votamos y lo hacemos libremente. Incluso, si me apura, estas elecciones han sido un retroceso en la historia de nuestras buenas prácticas democráticas porque el ganador, el Señor Sánchez, mintió descaradamente en su campaña electoral.

Y si usted llama “culminar la democracia” nombrar a una Fiscal General claramente partidista y muy poco de fiar en cuanto a su objetividad, que venga Dios y lo vea, como diría alguno de mis antepasados.

Y, ahondando más en lo absurdo de la situación actual, la de “su” democracia, hemos sabido que Iván Redondo, el “hacedor” del último Pedro Sánchez, ha pasado a ser un super manejador de todo, en un puesto de muchísimo poder y sin ningún control parlamentario. ¡Muy democrático!

De lo que no culpo al Señor Redondo, mercenario de a sueldo de quién le pague o le haya pagado, dicho con todo respeto y sin segundas porque es un buen profesional, que jugando, jugando ha conseguido una posición inesperada y fuera de los esquemas tradicionales. Porque ya no es un asesor. Es una persona que toma decisiones de mucha relevancia. Una especie de Rasputín.

Claro que los “rasputines históricos” solo han existido cuando los que tenían el poder eran personas de poco nivel y exigua capacidad para pensar por ellos mismos. Conozco la trayectoria del Señor Redondo y es una persona muy inteligente, pero es un politólogo sin ideología. Un profesional, repito, que ha trabajado para varias formaciones políticas de derechas o de izquierdas hasta dar en la diana. Muy inteligente, pero tampoco me parece un genio.

Pero, por lo que se ve, más inteligente que su asesorado si tanto le necesita y tanto poder le ha concedido.

Y un ligero apunte sobre nuestro flamante nuevo vicepresidente, el Señor Iglesias, al que ayer escuché en la entrevista de Antena 3. Entrevista en la que se desdijo de casi todo lo que había dicho en los últimos años y en la que mostró un talante mentiroso y mitinero impropio de su nuevo cargo.

Porque afirmó, siendo totalmente falso, que el tribunal europeo había “humillado” al supremo de España y que, muy defensor de lo nuestro él, afirmó sin ninguna duda que la justicia española, de tan poca calidad, debía estar sujeta a la autoridad de las instancias europeas. Y si esta última fase no la dijo en su literalidad, lo dio por sentado y sin ninguna duda.

Sin embargo cuando se le preguntó como encajaría la Comunidad Europea los planes de suprimir la reforma laboral, afirmó con toda energía que cada país es soberano para tomar las decisiones políticas o sociales que estime conveniente.

A eso se llama coherencia.

Pero no se trata de extenderme aquí tratando de analizar la postura y las actitudes del Señor Iglesias, político de mucho nivel por cierto,  porque se merece un comentario exclusivo. Conociendo su ideología, comunista, y sus referentes, Cuba, Venezuela y naciones similares, será muy interesante observar cómo se maneja en una España con una democracia representativa consolidada, socio de una Comunidad Europea democrática, que no permitió veleidades a la Grecia de Alexis Tsipras, ni a la Italia de Matteo Salvini. Y que está parando los pies al gobierno polaco en su intento de controlar al Poder Judicial de su país.  

Espero que le resulte tan inútil como a esos competidores de fiestas populares que tratan de trepar sin ayuda postes engrasados para alcanzar el premio colocado en la parte superior. Normalmente, y espero que este sea el caso, acaban dándose un buen batacazo. Batacazo político naturalmente.

Sorpresa. Hemos tenido una investidura y la gente ha salido a la calle para seguir con su vida normal

Terminó la investidura, y los medios de comunicación audiovisuales, la prensa, las tertulias y las redes sociales han comenzado a bombardearme/nos  con mensajes sumamente alarmantes: “la izquierda dice que la derecha quiere dar un golpe de estado”, “la derecha dice que la izquierda ha dado un golpe de estado”, “hoy empieza una etapa de miseria, paro y de retroceso económico”,  “los independentistas catalanes fuerzan la ruptura de España”, y así muchos otros a cual más catastrofista.

Pero me he asomado a la ventana y veo que los padres o los abuelos llevan a los niños a una guardería que tengo enfrente de mi casa como hacen cada día, y que la gente camina por las aceras como caminaba ayer.

He ido a comprar unas medicinas en la farmacia, a la panadería, y a una tienda de Mercadona y he podido comprobar que la gente retiraba sus artículos de las estanterías como si nada pasara. Unos iban a lo suyo, otros sonreían y se saludaban  y yo mismo he hablado con las cajeras y con algunos clientes que conocía.

He almorzado en un bar, como tengo por costumbre, y lo único sobresaliente eran los titulares del periódico que suelo leer mientras me comía el “bocata” acompañado por una cerveza y unas aceitunas.

A la hora del café he intercambiado algunos comentarios sobre política y sobre el partido de futbol  de ayer con el dueño del bar y con otros clientes. Cuando digo política me refiero más bien a la forma de hacer política y de algunas previsiones de futuro, con mejor o peor cara según la ideología de los que participábamos en los comentarios. Más enfáticas que otros días, por supuesto, pero dentro de la normalidad. Como cuando  juega el Valencia contra el Real Madrid, o contra el Levante, por ejemplo.

En mi caso y como siempre que hay elecciones, opino y bastante, antes de la votación o, según resultado, antes de la investidura. Pero una vez investido el presidente, sea o no de mi agrado, siempre he acatado los resultados y considerado que los gobiernos de turno, hayan sido elegidos de la forma que fuere, son legales y no admiten discusión.

Y, siguiendo el argumento de los párrafos anteriores, esta situación y salvando las distancias, me ha recordado los tiempos de la famosa “Radio España Independiente, la Pirinaíca”, que nos relataba que las calles de Valencia ardían en manifestaciones antifranquistas y a favor de la democracia, cuando el único ruido que se escuchaba en la mía era el de los pocos coches de entonces y el traquetear delos tranvías de la época.

Volvemos a sufrir el eterno contraste entre el mundo real y el Matrix de la información interesada.

Porque todos los que he citado, los de la guardería, los de la farmacia, los de Mercadona o los del bar, hemos votado a formaciones diferentes, pero no nos señalamos con el dedo cuando nos encontramos cara a cara, ni lloramos por las esquinas, ni tenemos nada que temer los unos de los otros. Todo lo contrario, tengo la seguridad de que si necesitara ayuda de alguno de ellos me la prestaría sin reparos, como yo  la prestaría a cualquiera de los que me la solicitara sin preguntarle previamente a quién había votado.

Aunque no deja de ser un hecho que estamos muy divididos y, quizás, bastante desconcertados y carentes de formación “en política real”.

En las últimas elecciones hemos votado 23.375.705 españoles y, de ellos,  10.297.472, el 44,05 %,  lo hemos hecho a partidos de lo que se llama derecha, 9.903.641, el 42,37 %,  a partidos de izquierda, 2.415.602, el 10,33 %,  a partidos independentistas, y otros 758.990, el 3,25  %,  a otros partidos de distinta ideología.

Y que si en lugar de ordenar el resultado por bloques de ideología los agrupamos  por constitucionalistas y anti constitucionalistas, la inmensa mayoría se incluirían en el primer bloque. No digo que el resultado sea el 86,42 % (44,05+42,37), porque en el bloque de la izquierda hay partidos que no los son, o no lo son la totalidad de sus votantes, pero sí una mayoría muy significativa.

Y no hay la más mínima posibilidad, señores pregoneros de la desgracia,  de que 10.297.472 españoles, prácticamente la mitad de los electores, seamos fachas o queramos dar golpes de estado, o defendamos el capitalismo, la banca, el recorte de la sanidad o de las pensiones, seamos racistas, xenófobos, antifeministas y no sé cuantas cosas más, por mucho que lo repita la minoría del “otro bando”, entre los que cuento con grandes amigos.

Ni tampoco que  9.903.641 quieran romper España, abrir las puertas del país a los migrantes sin ningún tipo de control, romper la Constitución, salirse de Europa, no controlar el déficit,  o proclamar la república.

Sobre los 2.415.602 independentistas vascos y catalanes no opino porque ya lo he hecho  en repetidas ocasiones.

Y si todos sabemos que todo lo que nos cuentan tiene mucho de ficción, de falsa realidad montada por voceros enfervorizados o por los interesados en crispar y dividir.  ¿Por qué muchos españoles creen en la veracidad de lo que pregonan? No se entiende muy bien porque, a  poco que se les atienda, se evidencia la falsedad, la exageración o la falta de consistencia de lo que dicen o de los datos que aportan.

La mayor amenaza para la convivencia de los españoles y el ejemplo más paradigmático es la sociedad catalana, lo crean los políticos “que mandan”, por intereses personales o partidistas. También  los medios de comunicación buscando sus intereses económicos en forma de audiencias, la única forma clara de captar publicidad. Sus  otras fuentes de ingresos, más oscuras en muchas ocasiones, son las  subvenciones y la propaganda institucional que, en demasiadas ocasiones y muy especialmente en las autonomías, suelen generar afinidades indeseadas y compromisos poco transparentes.

Y, en menor medida, los forofos intransigentes que existen en todas las formaciones. Una exigua minoría en tanto por ciento sobre el total de la población, pero que hacen mucho ruido por la cantidad de mensajes que lanzan cada día.

Eso si no son máquinas repetidoras de mensajes políticos desde Rusia, China o de cualquier otro lugar del mundo

Y cuando hablo de “políticos” me refiero exclusivamente a las cúpulas de los partidos y a los que forman gobiernos nacionales o autonómicos. En ningún caso quiero aludir a los muchos  miles de alcaldes y concejales de ciudades medianas o pequeñas que están trabajando día a día por sus municipios, o por los que lo hacen desde otros estamentos con el mismo desinterés personal o económico.

Políticos, los del primer grupo,  que ya no se conforman con que les votemos por su oferta de gobierno, que se supone que “es la mejor”.   Buscan anclar, fidelizar nuestro voto y para ello, repito, no es suficiente presentarnos una oferta, que suele ser escasa, muy confusa y con poco sustento presupuestario.

Necesitan despertar entre nosotros la necesidad de que  “nos protejamos” de las maldades de “los otros”. Otra vez el enemigo exterior. El “yo o el caos” que tapa tantas mentiras y crea tanta división entre los españoles. Si atendemos al resultado de la investidura, exactamente la mitad de los españoles contra la otra mitad.

Vamos en retroceso porque una parte delos votantes españoles, como ocurre en la mayor parte de los países europeos, se regían más por razones sociológicas que ideológicas, bajo la fórmula de que si el gobierno lo ha hecho bien le repiten el voto, y si lo hace mal votan a la oposición. Queda, como no, voto por ideología, pero cada vez es menos escaso.

Y digo que hemos retrocedido porque nunca como hasta ahora y desde la transición, había reaparecido con tanta fuerza la idea de  las dos Españas. Las que reflejaba tan sentidamente Antonio Machado cuando decía

“Españolito que vienes

al mundo te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón”.

Es lo que pretenden y están consiguiendo algunos dirigentes de partidos, auxiliados muy eficazmente en esta nefasta misión por sus asesores, tan revalorizados, influyentes y responsables de lo que ocurre, esperando que nosotros  entremos al trapo convirtiendo lo que debería ser el apoyo a una determinada oferta política o social, en una protección contra los monstruos que podrían gobernar si no les cerramos el paso.

Lo que significa cambiar decisiones objetivas por forofismo puro y duro. Cuando hasta en el futbol está en decadencia.

Con todo lo anterior  pretendo demostrar que, en mi opinión, los ciudadanos de a pie tenemos mucho más asumido el concepto de lo que es una democracia que nuestros propios representantes. Los que no ven más allá de sus intereses y que han olvidado que una de sus obligaciones es ejercer una pedagogía que facilite las decisiones de los votantes en lugar de enredar y confundir.

Nosotros no hacemos ni trucos ni trampas. Simplemente depositamos una papeleta en una urna.

No es que la hayan olvidado. Es que la han sustituido por actitudes y estrategias revolucionarias tan antiguas como dañinas. Y esto debe acabar.

Pedro Sánchez es el  presidente de un gobierno coaligado con Podemos y con el apoyo en su investidura por independentistas y extremistas. Es lo que hemos decidido los votantes, aunque sea de forma indirecta porque no hemos sabido toda la verdad, y es un gobierno legal. Sin ninguna duda.

Y me queda la esperanza, casi la seguridad, de que los hechos acaecidos en los últimos años servirán de lección a los políticos honestos, que también los hay, y para nosotros, los votantes, últimos responsables del desgobierno y la paralización que hemos sufrido hasta este momento.

Los que son “mayoría silenciosa” o los que prefieren, como ocurría en la dictadura, no mojarse, no “entender de política”. Y con esto no sugiero que actuando de esta forma ganará la derecha. Digo que, gane quien gane, lo hará porque los votantes han decidido su voto conociendo las consecuencias, buenas o malas, de la decisión.

La democracia y las formas de participar. El valor del voto en blanco.

Estamos en puertas de otras elecciones, y hace años que los políticos nos tienen inmersos en una gran confusión. Hasta el punto que, llegado el momento, no sabemos a quién votar.

Lo lógico es votar a un partido. Es cierto que para una gran parte de los votantes no hay ninguno que se acerque a los mínimos exigibles para cada uno de nosotros, pero siempre habrá alguno que se aproxime más a lo que nos interesa, el “menos malo”. Y recomiendo votar porque los radicales de todos los signos sí que votan y, si no lo hacemos, estamos dejando en sus manos un porcentaje de participación que no se corresponde con la realidad.

Yo, por poner un ejemplo, no votaría a ningún partido que no se comprometa a cambiar la ley electoral por la anglosajona de distrito único, por ejemplo, y que tenga capacidad de legislar o de influir en la legislatura, pero ni lo hay no lo espero. Así que veré por quién me decido.

Dada la situación, cada vez conozco a más desengañados que manifiestan su intención de no votar, de abstenerse,

Considero que de todas las fórmulas posibles esta es, con mucho, la menos recomendable, porque la marrullería de los políticos siempre encuentra una justificación para salir bien librados. Dirán que la gente no vota porque hace frio, o hace calor, o llueve, o que son vacaciones, o por cualquier otra razón externa que justifique la baja participación

O, lo que es peor, dirán que la culpa no es de todos, sino de “los otros”: “No me extraña que estén cabreados y que tengan tan mala opinión de los políticos sabiendo la corrupción del PP”, dirían los del PSOE. “¿Cómo no van a desconfiar de los políticos conociendo los ERE de Andalucía?” argumentarán los del PP. Y así todos los partidos.

El resultado es que, si antes dejábamos en manos de los radicales un porcentaje de participación que no les corresponde, ahora les daremos más poder, porque ellos votarán todos, y nosotros solo una parte.

La tercera opción, la más democrática si no te decantas por ningún partido, es el voto en blanco. El voto en blanco manda un mensaje muy claro a los políticos. Inequívoco: yo creo en la democracia y participo en las elecciones, pero como no me fio de ninguno de los partidos, o de los componentes de las listas cerradas, voto en blanco.

En resumen:

Votar a un partido, aunque sea tapándonos la nariz, es la forma de participar más razonable. No lanza ningún mensaje especial al elegido, porque no puedes matizar si lo haces convencido o a regañadientes, pero ¡qué le vamos a hacer! La única defensa es denunciar en medios de comunicación o de todas las formas posibles que es lo que no te gustas de los políticos en general, de un determinado partido político en particular, o del programa del partido que has votado.

No votar es la peor opción, con diferencia. También podrás opinar, pero para entonces lo que era malo puede ser peor porque te encuentres cogobernando o influyendo, con poder, a partidos extremos, rupturistas o sacamantecas del estado que cambian votos por prebendas. A tanto el escaño.

Votar en blanco evidencia, como he dicho, el fracaso de los políticos y la convicción democrática de los votantes.

Pongamos tres supuestos:

  • 30% de abstención, y del 70 % del ceso que han votado,   5 % votos en blanco, y 95 % a diferentes partidos. No salta ninguna alarma, excepto el alto grado de abstención. Ningún partido dirá nada, excepto los menos votados que justificarán su fracaso con fantasías varias.
  • 50% de abstención. Del 50 % del ceso que han votado,   5% votos en blanco, y 95 % a diferentes. Saltan alarmas entre los políticos, pero lo justificarán como he dicho anteriormente, por factores externos o por la desilusión y la desconfianza que han generado “los otros”.
  • 30% de abstención, y del 70 % del ceso que han votado,   60 % votos en blanco, y 40 % a diferentes partidos. Saltarían todas las alarmas, porque sería un claro mensaje de que una gran parte de los votantes no confían en ningún partido, ni tampoco en los políticos en general. Tratarían de justificarlo como con la abstención, pero no “colaría” y obligaría, en este caso sí, a una reflexión profunda sobre la enorme diferencia entre lo que esperan los ciudadanos y lo que ofrecen los políticos, y la desafección entre los ciudadanos y sus representantes.

Así que, votemos, nos abstengamos o votemos en blanco, hagámoslo con  la cabeza y no con el corazón. Nos jugamos mucho en ello.

Otra vez Franco y la misma cantinela.

He repetido en muchas de mis reflexiones que Franco es historia desde hace muchos años, especialmente para los que vivimos en tiempos de la dictadura, como lo es el franquismo, que murió con el jefe del estado por mucho que algunos nostálgicos quisieran alargarle la vida artificialmente, como ocurrió con el propio general.

Y si queda alguno a la sombra de esa ideología, que nunca pude identificar porque Franco no la tenía, son muy pocos. De hecho, y por esa carencia, tuvo que fagocitar a la Falange de la época, debidamente modificada en sus fundamentos para que fuera útil al régimen. Por lo que sería más apropiado decir que “quedan falangistas” que catalogarlos como franquistas.

Pero eso “no vende” porque los falangistas son reconocibles, se les puede identificar  y son pocos. Es mejor continuar con la cantinela del “franquismo” que, como se está quedando pequeña y sin contenido, se está modificando hacia la denominación de origen “fascismo”.

Bandera a derrotar de una España inexistente, alimentada por colectivos de izquierdas interesados en dinamitar los pactos de la transición y reescribir la historia. O, mejor dicho y en el orden correcto, reescribir la historia para dinamitar la transición. Utilizando la misma técnica que se está utilizando para blanquear a ETA, por ejemplo.

Seña de identidad inexistente, porque decir que la derecha actual de España es franquista está tan fuera de lugar como decir que la izquierda es marxista, leninista o trotskista. Seguramente más fuera de lugar.

Una posible reacción ante estos “historiadores” de partido o de tertulia puede ser no hacerles caso y  tomarlo como una broma. Y en esa línea quiero expresar mi sorpresa al enterarme por los telediarios que la Guardia Civil está “ensayando” un traslado del féretro de Franco en helicóptero. ¿La Guardia Civil convertida en empresa funeraria?

Insisto en que debe de ser una broma. Lo del helicóptero no es ninguna tontería porque sería un transporte eficaz y discreto, pero ¿uno de la Guardia Civil?

Yo creo que sería mucho más apropiado utilizar el del presidente en funciones, que se podría hacer una foto para la campaña electoral con sus gafas de sol junto al féretro. Aunque quizás no se atreva a estar tan cerca del finado porque ¿quién sabe?

Y siguiendo la broma, sería mejor llevar el féretro colgado del helicóptero con Sánchez a caballo sobre el ataúd por los cielos de Madrid, agitando una bandera del PSOE.

Es una imagen trágico cómica que recuerdo de una película que vi hace  muchos años en la que un piloto de un B54 de EEUU recibe la orden de atacar Moscú con una bomba nuclear. El gobierno intenta anular la orden, pero el protocolo indicaba que esa orden, una vez dada, no se podía revocar.

En resumen. Después de muchas peripecias, la película acaba con el comandante del avión cabalgando por los cielos sobre una bomba nuclear que se ha lanzado desde el avión sobre Moscú, agitando un sombrero tejano entre gritos típicos de un rodeo.

Pero, pese a lo escrito anteriormente, este no es un tema que se pueda tomar a broma.  Y no por Franco, sujeto pasivo de todo este culebrón y que me despierta pocas, muy pocas emociones. Es porque los guionistas de esta farsa son los  que están intentando torpedear, sea por intereses políticos o por intereses electorales, lo que tanto costó de conseguir. La transición.

Y, en cualquier caso y sean cuales fueren sus intereses,  no me merecen ningún respeto. Absolutamente ninguno.

Porque ese hecho histórico fue una mini epopeya protagonizada por mucha gente generosa que acordó pasar página, en un momento político-social que los menores de cincuenta años de  hoy no puede ni imaginar.

Hubo una parte, una minoría, que no estuvo de acuerdo con el pacto, pero en una democracia deciden las mayorías. Y este referéndum no dejó ninguna duda sobre lo que pensábamos los españoles.

No os dejéis engañar con mentiras o falsas interpretaciones.

El 15 de diciembre de 1976 se celebró el referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, con el siguiente resultado:

Sobre un censo de  22.644.290 electores votamos 17.599.562, el 77,8 %.

Se contabilizaron 16.573.180 votos a favor, uno de ellos el mío, lo que suponía el 94,17 % de los votantes.

450.102 votaron en contra, el 2,56 %,

Otros 523.457 votaron en blanco, el 2,97 %, y se contabilizaron 52.823 votos nulos, el 0,30 %.

Quiere  esto decir que 450.102 votantes, solo un 2,56 % de los votantes, estaban en contra de pasar página, que 523.457, el 2,97 % no lo tenían claro, y que hubo 52.823 de los que no sabemos si estaban a favor o en contra.

Y que 5.044.728, ejercieron su derecho de no ir a votar, o no pudieron hacerlo, y se quedaron en sus casas. Nunca sabremos porque lo hicieron ya que en aquellos no eran tan fáciles ni los desplazamientos, ni los votos por correo. Y porque los censos electorales tenían deficiencias, especialmente en las zonas rurales.

Es decir: que en un referéndum libre, sin presiones, y con una población con muchas ganas por ejercer su derecho a opinar, solo 450.102 españoles, el  2,56 %, no estuvieron de acuerdo con la transición.

Y casi podría asegurar que una mayoría de ellos eran gente de ideología de derechas, por nostalgia, o porque veían peligrar sus prebendas. Porque los partidos comunistas y socialistas de la época defendieron el “sí” con muy pocas reservas. Diría que con profundo convencimiento de que era lo que debían hacer por el bien el país y para consolidar la democracia.

Y porque fueron conscientes de que era una forma inédita de pasar de una dictadura a una democracia, en la podrían ejercer sus derechos, participar en las decisiones políticas y cambiar a la sociedad, sin ninguna violencia

Y si alguien os dice que aquello fue un “pacto del silencio” o  que la gente voto atemorizada, os miente muy descaradamente. Maliciosamente. Como bellacos que son.

El franquismo ya hacía años que había dado paso al “tardo franquismo”, y se habían superado muchas de las presiones de la dictadura. Y hasta gente que había estado en las cárceles franquistas por sus ideas políticas defendieron la iniciativa con entusiasmo.

No fue “un pacto de silencio”, porque se siguió hablando de lo ocurrido y de sus terribles consecuencias. Los hechos eran los hechos y no desaparecieron de la memoria de los españoles. Se miró hacia delante, esos sí, tratando de compensar de alguna forma, como se hizo en muchos casos,  a los perjudicados por la guerra y por la dictadura,  reconociendo los derechos civiles y militares de los que habían pertenecido al bando republicano, por ejemplo.

La transición no fue un “reset”, un reinicio en la memoria de los españoles. Ni mucho menos.

Los recuerdos y las vivencias permanecieron en las mentes de los individuos, de las familias y de los colectivos, pero todos tratamos de buscar puntos de concordia y metas comunes. Y es evidente que se consiguió. Y digo que es evidente porque, en contra de la teoría actual de toda esta sarta de falsarios, la sociedad de la época dio un suspiro de alivio y supo rehacer su futuro sin renunciar al pasado.

Yo, por mi edad, no tenía ni pasado ni cargas emocionales, pero sí que las tenían mis padres, mis abuelos, mis suegros y todos los mayores de la época. Y doy fe de que, sin olvidar lo que pasó, supieron convertirlo en “lección aprendida” en lugar de mantener cuentas pendientes.

Por mucho que quieran vendernos el burro pintado a rayas como si fuera una cebra, la transición fue un “pacto de concordia”. Un compromiso de la ciudadanía para buscar el objetivo común de la convivencia pacífica y de aunar esfuerzos para perdonar los errores pasados, los de todos, y de trabajar por el bien de la nación.

Muy pocas personas en el mundo han vivido situaciones como esta, incluso en una época de terrorismo asesino. Yo sí la tuve, y nadie me distorsionará la realidad por mucho que se empeñe.

Ninguno de esos emponzoñadores de mentes poco informadas me cambiará esa historia con “relatos”, medias verdades, posverdades, o mentiras.

Yo estuve allí, lo viví, y en una muy pequeña escala, participé en los hechos.

Y deseo lo peor, en lo político naturalmente, a los que mienten sabiendo que lo hacen. Porque muchos de ellos  no participaron por edad en los hechos históricos de 1976, pero saben perfectamente lo que ocurrió, y  tratan de distorsionarlo mezclando el hecho de la transición con otros ocurridos en la República, en la guerra civil, o en la dictadura de Franco.

Los mismos que serían capaces de afirmar, con todo cinismo y sin pestañear, que Don Pelayo era franquista, por ejemplo.

Post data: decir que con la exhumación de Franco “se cierra el círculo democrático”, como ha dicho nuestro presidente en funciones, es una manipulación falsa y rastrera. Ud., Sr. Sánchez, no es el que nos ha traído la democracia.

La democracia la trajimos nosotros, los españoles, el 15 de diciembre de 1976, cuando Ud., nuestro gran libertador, andaría por los cuatro años, y los padres de Iván Redondo, su gran guionista y excelente “apuntador”, nacido en 1981, es posible que ni se conocieran.

El voto, una obligación y una oportunidad.

Esta semana tenemos una segunda convocatoria de elecciones, y de nuevo hay que tomar una decisión. Decisión que, como digo en el título, tiene mucho de obligación y también es una oportunidad de tratar de reconducir la política en la dirección que creamos más oportuna para nuestra forma de pensar y nuestro ideal de nación.

Pero para ello necesitamos salvar muchas barreras, algunas de ellas de mucha altura.

La primera es tratar de desapasionar el voto. Soy consciente de que la emotividad es inevitable y comprensible, pero conviene rebajarla al máximo porque es indeseable

Todavía hay una gran cantidad de población para la que el amor y la fidelidad a unas siglas, que no a las ideas, es un gran condicionante, pero no debería bastar para decidir el voto.

Y digo las siglas y no las ideas porque cada momento histórico tiene sus circunstancias y hacen que el PSOE o el PP de hoy, por ejemplo, defiendan posiciones diferentes a las que defendieron en algún otro momento. Dentro de una horquilla de ideario, pero sensiblemente diferentes.

Sin embargo cada vez es más frecuente que las campañas estén dirigidas por politólogos, coacher (entrenador  en inglés)  y asesores de imagen, que preparan a sus empleadores para que convenzan con su aspecto, sus gestos, o su forma de expresarse, con independencia del “mensaje”, generalmente repleto de frases hechas y lugares comunes.

Es más, parece que hay una norma no escrita y común a todos los partidos que les predispone a eludir los temas conflictivos para “no meter la pata”, y evitar las preguntas porque pueden ser embarazosas. Es mucho mejor “decir” lo que se quiere en un mitin, o en las redes sociales, que despejar dudas de electores o periodistas en foros abiertos o ruedas de prensa tradicionales.

Y entre las formas elementales de lanzar mensajes populistas, una muy frecuente es decir que defienden a colectivos. Que “todos los pensionistas”, o “todas las viudas”, o “todos los parados deben votarme a mí porque…”  Como si los problemas de cada uno de los jubilados, de las viudas o de los parados fueran exactamente los mismos.

Todos ellos, eso sí, tienen un mínimo común denominador de malestar, pero también es cierto que casi todos los partidos llevan en sus programas soluciones para estos problemas. Y, siendo muy fácil detectarlos, los problemas, es mucho más difícil decidir la fiabilidad de las ofertas de solución.

El voto es una decisión muy personal, de cada individuo, y por mucho que lo intenten con frases recurrentes o alzando el todo de voz, ellos son los primeros en saber que ningún partido tiene “la solución”.

La única solución a los grandes problemas, la solución real, definitiva o a largo plazo, requiere grandes acuerdos de los partidos con capacidad de gobierno, solos o cogobernando con otros.

Y por eso, considerando la gravedad de los problemas actuales y  la complejidad de la situación política, creo que es imprescindible aplacar la visceralidad, y  racionalizar la mejor opción.

No será necesario llegar al extremo de emplear alguna “herramienta” que ayude a tomar la decisión, que existen,  pero hay algunas normas que pueden ayudar a decidir, empezando por excluir a los partidos que incluyan en su programa electoral alguna medida  que vaya contra nuestra propia conciencia:

Un ejemplo: Si estoy en contra de división de España, o de cambios en la estructura del Estado, descarto de inmediato a cualquier partido que la defienda, aunque el resto de su programa sea de color de rosa. O viceversa. Si eres partidario de estas opciones, descarta a los que las cuestionan.

Y no se oculta que los partidos tienen propuestas realmente peligrosas para la convivencia y la estabilidad, y como muestra de lo variopinto y disperso de los planteamientos, bastará con escuchar los juramentos o promesas de sus señorías en la sesión de apertura de la legislatura en el parlamento español.

Hay que tener en cuenta algo incuestionable: los líderes cambian y, como he dicho antes, el ideario de los partidos evolucionan, pero las decisiones que toman los gobiernos (leyes, sistema educativo, sistema electoral, modelo de justicia, o la misma Constitución) son muy difíciles de cambiar y agarrotan a la ciudadanía durante mucho tiempo, puede que por generaciones, porque la cobardía de los ejecutivos, tan en cuarto creciente en los últimos tiempos, les impide realizar cambios aunque sean necesarios.

Puede que en algún tiempo se realizaran sondeos para saber lo que opinamos sobre determinados temas, no lo sé, pero tengo la seguridad de que ahora se realizan encuestas de opinión para conocer cuántos votos le sumarían o le restarían al proponente determinada decisión. Puede parecer lo mismo, pero no lo es.

Por lo que es importante leer propuestas y programas porque, aunque suelen incumplirlas o cumplirlas a medias, casi siempre al final de las legislaturas, lo cierto es que cada vez las respetan más, entre otras cosas porque nosotros se lo perdonamos menos.

Y ese es otro punto importante a considerar: La historia de formalidad electoral, de compromiso con la ciudadanía con las promesas electorales del pasado. Tan importante como la eficacia de las políticas que aplicaron. Aquí sí, memoria histórica.

Luego está la valoración de si las ofertas, por muy buenas que sean, pueden cumplirse. Este es un punto muy delicado porque ni somos capaces de cuantificarlas ni conocemos el grado de fiabilidad de las partidas de ingresos y gastos, aunque cada vez sabemos más y vamos descubriendo que administrar un estado procurando el bienestar de los ciudadanos, que eso y no otra cosa es gobernar, es como llevar las cuentas de una familia. Solo que la familia es muy numerosa.

Desconfiemos de frases huecas como “defensa de las libertades” o “de la justicia” o “de la democracia” porque eso, afortunadamente, está muy superado y no depende en absoluto del gobierno de turno. Prácticamente todos, y especialmente  los mayoritarios, la garantizan. Y además tenemos el paraguas de la Unión Europea que no permitiría veleidades.

Claro que, jugando con las palabras, los más populistas incluyen en el catálogo de los “derechos” y de las “libertades” cosas sin el adjetivo de “fundamentales” y que, de hecho, no lo son. Yo podría defender como “libertad” el botellón, por mucho que moleste a los vecinos y ensucie las calles, o ir en patinete por donde me da la gana.

Libertades fundamentales son las que se incluyen en la carta internacional de los derechos humanos, o las que define los estados democráticos una vez que comprueban que no perjudican a terceros. Solo esas. En nuestro caso las que define la Constitución, que no son contradictorias con las anteriores.

Lo demás son opiniones interpretaciones personales e interesadas sin ningún fundamento.

Y no nos dejemos engañar. Tenemos problemas, pero este es un país muy bien estructurado en lo social, no tanto en lo laboral, con ventajas que muy pocos países tienen. Imaginaos que vuestro hijo, vuestra mujer, o cualquiera de tus familiares tienen un cáncer u otra enfermedad grave,  y no les tratan  porque no tienes seguro privado, que cuesta una fortuna, pese a que hay tratamiento.

Eso, que lo vemos como lo más normal del mundo, ocurre en países tan avanzados como los Estado Unidos, por ejemplo, cuando aquí subvencionamos hasta los cambios de sexo.

No perdamos el horizonte influidos por las peleas de políticos barriobajeros que en lugar de luchar por su país, hay ocasiones en que no se sabe por lo que luchan.

Y como siempre, eximo de estas reflexiones a los gobiernos municipales de pueblos y ciudades con pocos habitantes.

Conocéis a los candidatos. Olvidaos de las siglas y votad a los que más confianza os merezca. Tendréis más posibilidades de acertar

Y no te quedes en casa. No existe la democracia sin votos.