Putin ha seguido la hoja de ruta que había planeado hace años invadiendo Ucrania. Seguramente apurando el calendario porque el plan inicial, una vez absorbida Crimea, parecía ser anexionar las regiones del este por el procedimiento habitual de los malditos dictadores que quieren parecer libertadores: Convencer a una parte de la población de las maravillas de la patria rusa, completar la población con rusos reales, hacer la vida imposible a los ucranianos desafectos de Rusia para que se vayan o se resignen a ser ciudadanos de segunda, provocar que estas regiones pidan la independencia, reconocerla y apoyarlos miliarmente para proteger a “los pobres rusos” y pro rusos de esos lugares de la maldad de sus opresores ucranianos. De manual.
Pero esta vez ha dado un salto cualitativo y parece que, además de las regiones del este, tiene prisa por ocupar las del sur, incluida la ciudad de Odesa y su puerto, con lo que deja a Ucrania sin costa en el Mar Negro y, como consecuencia, cercada por todos los flancos y estrangulada en sus vías de salida al resto del mundo.
Espero que Estados Unidos y Europa sean tan contundentes como dice que serán y consigan con sanciones económicas y otras medidas, dejar a Rusia fuera de las finanzas y los mercados del resto del mundo. Incluido, si es posible, cortar cualquier posibilidad de acceder a las redes de internet del mundo libre para evitar pirateos, bloqueos y ataques de cualquier tipo.
Y lo lamentable es que no hay absolutamente ninguna razón que justifique semejante despropósito, invadir terceros países y causando muerte y destrucción, que no sea la egolatría de un enfermo de vanidad, Putin, que engrosa la lista de los otros grandes ególatras de la historia mundial, como Alejandro Magno, Napoleón o Hitler, pongo por caso.
Y, curiosamente, los cuatro han sido, como Putin, bajos de estatura, tan cortos de estatura como gigantes en vanidad. Y no es que ser bajo de estatura sea una deshonra, pero no deja de ser una curiosidad
Porque no eran, como no lo es Putin, los líderes de países amenazados por el hambre que necesitaban invadir para subsistir. Tampoco ninguno de ellos lo hizo porque el pueblo les empujara a hacerlo.
Todos han sido, como lo es Putin, enfermos de soberbia y con delirios de grandeza sin límites ni control. Verdaderos monstruos versados y tratados como grandes hombres por gente indigna de versar ni de glosar, que solo ven la punta deslumbrante de un enorme iceberg de muerte y destrucción. Muerte y destrucción inútil y despiadada.
Lo pienso ahora y lo pensé cuando vi el enorme esplendor de la tumba de Napoleón en la Iglesia de los Inválidos, en el Museo del Ejército de París. Restos colocados en seis féretros, uno dentro de otro, siendo los dos últimos de ébano y de porfirio rojo el exterior, el último visible.
Un hombre que, según la historia escrita por franceses, personifico la “grandeur” de Francia. Grandeza sustentada por cadáveres, como la de sus compañeros Alejandro Magno o Hitler y como será la de Putin si el tiempo y los rusos, que son los primeros que sufrirán las consecuencias, bien luchando y muriendo por una guerra absurda e injustificada, bien empobrecidos, faltos de productos del cada día y aislados de ese otro mundo que tanto gustan de visitar.
Y nosotros, ¿Cómo podemos ayudar al hundimiento de Putin? Apoyando las decisiones del gobierno dentro del marco de la Unión Europeo y de la OTAN y aguantando las consecuencias de las sanciones económicas que impondrán a Rusia sin quejarnos. Nos quejemos o no son inevitables, pero está claro que lo que a nosotros nos supondrá un aumento importante en el coste de materias primas, a ellos, a los rusos de a pie, les supondrá perder mucho más. Que no deja de ser una forma de que vean que esos lujos del Klemlin, ese pasear ufano de su líder con pie de barro, tiene consecuencias.
Hay algo evidente: Rusia tiene un gran ejército, pero carece de los recursos económicos necesarios para soportar un conflicto armado por mucho tiempo. Y a China, aunque parezca aliada de Rusia, tampoco le interesa el conflicto si pasa de ser otra “Chechenia” a un enfrentamiento con el resto del mundo, por lo que puede ser un moderador conveniente o, simplemente, les abandonará a su suerte.