El “conflicto político” del PSOE.

Pedro Sánchez hizo una campaña afirmando rotundamente, muy especialmente en los últimos días, que no pactaría con los nacionalistas y que no podía dormir pensado en la posibilidad de que Podemos entrara a formar parte de su gobierno.

Y con estos mensajes, lanzados con ese lenguaje corporal estudiado de apretar las mandíbulas hasta hacer que se destaquen claramente sus maseteros, obtuvo 6.752.983 votos.

Pero al día siguiente de las elecciones anunció que habían empezado las negociaciones con Podemos y, como consecuencia natural porque necesitaría más votos, con partidos independentistas. Y lo decidió como primera opción, porque no se había puesto en contacto ni con el PP ni con Ciudadanos.

Lo que le cataloga como mentiroso  profesional con premeditación, nocturnidad y alevosía. No cabe la menor duda de que la suya era una decisión meditada previamente, y  no consecuencia de un fracaso de negociación con los que él llama extrema derecha porque, según aseguran desde los partidos constitucionales, ni siquiera les llamó.

O, mejor aún, actuando como un auténtico trilero de la política que escondía la bolita en un cubilete diferente al esperado.

Pero la cosa no queda ahí y, como necesita los votos de Esquerra, no ha tenido ningún reparo en cambiar su definición de los disturbios de Cataluña, a los que llamaba “problemas de convivencia” por “conflicto político”, definición que muy probablemente tendrá importantes consecuencias de cara a la imagen internacional de lo que está ocurriendo en esa comunidad.

Pero, como buen trilero, también necesitaba comparsas y cómplices, conscientes o inconscientes, para dar una apariencia de normalidad y honorabilidad al timo.

En este caso los comparsas fueron los ministros que afirmaron, unos con más convencimiento, otros más forzados, lo mismo que decía su presidente en funciones. Que de ninguna manera se iba a pactar con Podemos, y menos con los independentistas o los pro etarras.

Los cómplices, la coartada, fueron los 95.421 militantes del PSOE que dieron carta blanca a su decisión de cambiar las reglas de juego y convertir a los que hasta entonces eran indeseables políticos en la única alternativa para formar un gobierno “progresista”. Y digo cómplices necesarios porque estos, los militantes que votaron “sí”, ya conocían la nueva estrategia de su líder.

Que, como he dicho,  nunca se ha planteado otra alternativa porque sabe que, por muchos problemas que tenga para conseguir la investidura y para gobernar, si la consigue,  sus aliados en potencia son los únicos que pueden mantenerle en la Moncloa porque le necesitan mucho más a él, que él a ellos.

Sánchez, aunque fuera actuando contra su voluntad, sabe que podría conseguir el respaldo o la abstención del PP y Ciudadanos si formalizara un pacto de legislatura con los cuatro o cinco puntos más urgentes para los ciudadanos. Podemos y los independentistas saben que sin el PSOE perderían cualquier posible influencia en la política española. Y también el PNV.

Por lo que su tesitura, la de sus “socios preferentes”,  es mantener a Pedro Sánchez cueste lo que cueste. En el fondo Rufián dijo la verdad cuando hablaba de un Sánchez derrotado, pero se equivoca al suponer que lo tienen en sus manos. Sánchez es un superviviente nato y tiene recursos suficientes para salir de situaciones complicadas, como ya ha demostrado en varias ocasiones.

En cuanto a la gobernabilidad, que para cualquier otro resultaría imposible, sería cuestión de ir “comerciando” con “los suyos” cada iniciativa parlamentaria. España es rica en recursos, las leyes se pueden retorcer, y todavía quedan muchas competencias que se pueden transferir.

Y si no, conociendo su mentalidad tan poco democrática y su demostrado desprecio por las reglas del juego, podía pasarse toda una legislatura utilizando repetidamente y con todo descaro el recurso extraordinario del decreto ley. Ya lo ha hecho.

Y con una buena imagen pública, que para eso ha colocado a personas de toda confianza en los medios de comunicación. Para explicarnos cada día lo malos que son “los otros” y lo poco que quieren a España porque no apoyan sus iniciativas.

El problema será, de nuevo, aprobar los presupuestos, pero ¡ya inventará algo!

Y el resultado de toda esta estrategia tan complicada es que 95.421 militantes, el 1,45 % del total de votantes al PSOE, han blanqueado la decisión de este candidato tan poco de fiar.

Pero una cosa es ser militante y otra muy diferente ser votante. Seguro que a una buena parte de los 6.657.562 votantes “no militantes” que le votaron en las elecciones generales se les habrá quedado cara de bobo, pero lo cierto es que ellos se quedan con su cara, y Sánchez con la posibilidad de formar gobierno en unas condiciones diametralmente opuestas a las anunciadas.

Y, mientras y como siempre, el PNV continúa recogiendo las nueces que otros han hecho caer sacudiendo los árboles. Sin ningún sufrimiento en propia carne. Sin despeinarse. En tiempos fue ETA, ahora son los independentistas catalanes los que les están haciendo el trabajo sucio.  

Yo he conocido, desde la distancia claro, a todos los presidente de gobierno que hemos tenido desde la transición, y todos,  ideologías al margen, han tenido muchas luces y algunas sombras. Y todos, a su manera, han trabajado por España y han aportado nuevas protecciones, nuevas ventajas sociales, más libertades.

Hasta que en un determinado momento apareció Zapatero y fue el único verso suelto porque en lugar de seguir avanzando en el camino de la modernización del país, intentó retroceder en la historia y, como consecuencia, descompensó la economía, hizo subir el paro, y provocó un inicio de división de los españoles con su memoria histórica y leyes similares.

Pero Zapatero era un iluminado que creía lo que decía y no era consciente de los daños que causaba. Incluso ahora, que trata de hacernos creer que Otegi fue el gran conseguidor de lo que él llama “el final de ETA”. Y para ello no puede  usar el término real, “la derrota de ETA”, conseguida por las Fuerzas de Orden Público con la colaboración de Francia y otros países,  y por la valentía y el sacrificio de tantos políticos, personal de la judicatura, o simples civiles.

Decir “el final” suena a ambiguo. Derrota es mucho más real, porque ETA no decidió su final por propia iniciativa. Se disolvió cuando perdió toda su capacidad operativa y gran parte del apoyo ciudadano.

La versión del ex presidente es mucho más simple y pretende dar un cierto aire romántico a lo que solo fueron actos criminales realizados por asesinos.

Nosotros, los que vivimos esa época, sabemos la verdad absoluta: que ETA ejecutó a más de ochocientos cincuenta españoles de toda condición, realizó un montón de secuestros y provocó ni se sabe cuantos heridos,

Y que parte de todos estos hechos luctuosos, terribles, fueron posibles gracias a la colaboración del propio Otegui.

Pues bien, según la versión más simple de  Zapatero, da la impresión de que una mañana cualquiera, estando ETA en su total plenitud,  el “hombre de paz” se levantó y decidió que aquello se había acabado.

Pues bien. Doy fe de que muchos españoles de hoy, lo escuchan y se lo creen.

Entre ellos el propio Zapatero que, como digo, es un iluminado que actúa como Don Quijote, porque cree ver gigantes donde solo hay molinos. O quizás como Sancho que solo veía molinos cuando le decían que habían gigantes.

Sánchez no. Sánchez es un hombre de gran ambición, con muy poca ideología política, y con un ego desmesurado, que ha aprovechado todas las oportunidades que se le han brindado para medrar a costa de quien fuere y de lo que fuere.

Y utilizo la segunda acepción del diccionario de la RAE que dice “Dicho de una persona: Mejorar de fortuna aumentando sus bienes, reputación, etc., especialmente cuando lo hace con artimañas o aprovechándose de las circunstancias.”  

Lo que en la empresa privada se conoce como un escalador, un “trepa”. Que no tiene nada que ver con las personas que tienen interés en promocionar dentro de sus empresas, y lo hacen con buenas artes, preparándose para ello y actuando con honradez.

Lo trágico de esta historia es que el PSOE poco puede hacer para  renovarse porque el comité ejecutivo actual es un auténtico fortín que impide cualquier asalto. Ni siquiera una escaramuza. Nunca un Secretario General del PSOE tuvo tanto poder como lo tiene él. Nunca el PSOE tuvo menos democracia, por mucho que se trate de dar una falsa visión de consultas a militantes con preguntas dirigidas.

Sánchez, con la ayuda de unos pocos incondicionales de rango menor, hicieron una especie de OPA hostil al partido, al PSOE, y la ganó. Y llegados a este punto no puedo evitar que la ejecutiva actual, que es tanto como decir todo el partido, me recuerde bastante al antiguo sindicato vertical del franquismo. Algunas frases rimbombantes, pequeñas discrepancias, pero en lo que se refiere a la toma de decisiones, y como su propio nombre indicaba, total verticalidad. De arriba abajo, naturalmente.

El PSOE de “antes”, cuando era partido democrático, tuvo y mantuvo familias como Izquierda Democrática, la Unidad Socialista de Tierno Galván, o Izquierda Socialista, posiblemente el ala más radical. Y un montón, legión, de militantes con fuerza y criterio como Alfonso Guerra, Ramón Rubial, Felipe González, Pablo Castellanos, Luis Gómez Llorente, el mencionado Tierno Galván, Francisco Fernández Ordoñez, Eduardo Sotillos, Solana, Barrionuevo, Boyer, Solchaga, Barón, Moscoso, Felix Pons, Leguina,  de la Cuadra-Salcedo, Ernets Lluch, Nicolás Redondo, o más recientemente, Rubalcaba, Maria Teresa Fernández de la Vega, o Carmen Chacón. 

Y esta relación de nombres solo es una pequeña muestra de la gran cantidad de grandes políticos que colaboraron en la transición, engrandecieron el partido y trabajaron para la nación.

Pues bien, en este momento, todos ellos juntos serían incapaces de poder convocar un Congreso Extraordinario abierto para valorar los nuevos tiempos y las nuevas estrategias, que es lo que está necesitando el partido, porque el PSOE actual es Pedro Sánchez, solo Pedro Sánchez,  y nunca lo permitiría.

Y todos los citados anteriormente tenían en común, pisotones, zancadillas y algún que otro navajazo al margen, que eran, ante todo, socialistas, y que les unía un proyecto superior a sus propios intereses.

Un PSOE que se adaptó  a los nuevos tiempos y que en su XXVIII Congreso renunció a que el marxismo fuera su ideología oficial. Me refiero, ¡que añoranza! a un PSOE presidido por Felipe González, y con cuadros de ministros y representantes de mucha calidad.

Por lo que, al margen de quejarnos, escribir, advertir y rebelarnos, poco podemos hacer. El PSOE está encallado en un fondo  muy rocoso, y la única forma de regeneración posible es que Sánchez fracase y tenga que retirarse.

Y es una solución que me da pánico que se produzca, porque para llegar a ese punto tendría que dejar tras de sí tal cantidad de brechas  en nuestro sistema político, económico y social, que costaría mucho tiempo repararlas. Y la peor de todas, la más dolorosa, la división que está creando a los españoles.

Por lo que creo que es el PSOE de Pedro Sánchez y no Cataluña quien tiene un verdadero “conflicto político”

Las elecciones de 2019 y la oportunidad de los resultados

Estaba revisando los resultados de las últimas elecciones, generales, europeas, autonómicas y locales, y creo que pueden suponer una oportunidad  para el país, teniéndolo como lo tenemos y estando en la situación en la que estamos.  Me temo que nuestros sabios dirigentes no harán lo que a mí me gustaría, pero ¡quién sabe!

Lo disperso de los resultados y la falta de mayorías permitiría una composición como esta:

El partido socialista, al que  todavía llamo Partido Sanchista Obrero Español porque no le identifico con el ideario del PSOE histórico, consiguió la mayoría en votos, pero solo 123 escaños. Esta situación le proporciona una relativa seguridad para gobernar, pero no sin recibir serias dentelladas en todo el cuerpo, y manteniéndose en esa posición ambigua y contradictoria tan perjudicial para la imagen del presidente.

Pero, gracias a la situación actual, creo que tiene soluciones que le permitirían  rectificar alguna de sus actitudes más controvertidas y cambiar su perfil por el de un gobernante más al uso.

Para ello, en primer lugar, debería recuperar la confianza de los sectores marginados del PSOE, (algunos de su “barones” han conseguido mayorías absolutas en su comunidades), y nombrar un gabinete con ministros con la suficiente personalidad para plantearle alternativas y algún que otro desencuentro, como ha ocurrido con todos los gobiernos de calidad desde la transición.

No como hasta ahora, que se ha rodeado de figuras que representaban un papel, diseñadas por un asesor de marketing para visualizar que el presidente respeta a colectivos muy variados, y con acusada tendencia al “si bwana”. Un gabinete “bonito” y sumiso al “ordeno y mando”.

Y si quiere romper el nudo gordiano con el que nos han atado los independentistas y la extrema izquierda, ahora tiene la oportunidad. Buscar una alianza sólida con Ciudadanos, a pecho descubierto, incluida la entrada de miembros de este partido en su gobierno.

Como decía, le daría una imagen de mejor estadista en España y en Europa, tendría mejor aceptación en el mundo empresarial, y facilitaría la negociación de acuerdos con el PP en los temas de estado que tenemos pendientes.

Evidentemente esta decisión supondría una mayor enemistad de los independentistas, que ya son sus enemigos como lo son de todos  nosotros, y el cabreo de Podemos. Pero Podemos tampoco es ni ha sido nunca un aliado claro del PSOE porque su objetivo es ocupar su lugar en el espectro político.

Ciudadanos, mejor dicho su hiperactivo líder, porque este es un partido claramente presidencialista, podría desempeñar por primera vez un papel importante en España si accede a llegar a acuerdos con el PSOE en una alianza de gobierno, y con el PP en los gobiernos locales y autonómicos donde estos partidos tenga mayoría de votos.

Su inclusión en el gobierno le daría visibilidad, le aportaría experiencia en gestión de mucho nivel, abandonando el toreo de salón al que nos tienen tan acostumbrados, y ayudaría a moderar alguna de las posturas más radicales de Pedro Sánchez.

Y, como decía, debería llegar a acuerdos con el PP para apoyarse mutuamente las listas más votadas de ambos partidos en las comunidades y los gobiernos locales. De esta forma podrían  tener presencia real en toda España y cambiar su imagen de partido inútil desde el punto de vista de la inoperancia de sus votos.

En cuanto al PP, que ha amortiguado lo que parecía una caída libre, con estos resultados tendrá tiempo para reconsiderar algunos de sus planteamientos, ajustar mejor su ideología de centro derecha, y definir sus objetivos como partido de gobierno.

Que son estos fundamentos, y no el nombre de determinadas personas, por muy brillantes que sean, los que deben cimentar su futuro y dar confianza a sus electores.

Son las figuras estelares del pasado reciente, esas que “querían” tanto a su partido, las que lo han hundido abandonando el barco cuando han perdido protagonismo político, cuando se han aprovechado de sus puestos con fines particulares cayendo en la corrupción, o cuando se han sentido poco valorados si  les han apeado de las listas electorales o no les han colocado en los primeros puestos.

Como dice el refrán, hay amores que matan.

Y daría nombres, muchos nombres, de personas retiradas de la política o que se han buscado acomodo en otros partidos después de que, tras muchos años, han descubierto donde estaba la verdad verdadera.

Como los futbolistas que fichan los clubes: Prácticamente todos coinciden en que jugar en el nuevo club era su ideal de toda la vida.

Y defiendo al PP  porque España necesita que se recomponga, como necesita que lo haga el PSOE. Después de muchas vueltas y revueltas y de tantos experimentos, siguen siendo los únicos partidos de gobierno, aunque sea con pactos, y los necesitamos como alternativa.

De Podemos poco que decir. Están bajando rápidamente hasta su nivel de competencia, porque es un partido, o una agrupación, sin sentido, sin norte y sin sur, con el único objetivo, hasta hace un mes, de desacreditar la transición, derogar la Constitución, y fraccionar España.

Amigos de nuestros enemigos, abanderados de banderas separatistas, partidarios de medidas anticonstitucionales, y defensores, hasta hace poco, de los valores de los regímenes bolivaristas. Es un partido de importación, sin ninguna posibilidad de echar raíces en Europa.

Sigo opinando que ni nos conviene como ciudadanos españoles, ni tampoco como sociedad civil. Digan lo que digan no es un partido de izquierdas ni tiene sus condicionantes éticos. Han actuado como auténticos antisistema que empezaron diciendo que la democracia real está en las calles, aunque ahora, acomodados en el parlamento, ha rectificado alguna de sus posturas iniciales. ¡Como diría yo!: Podemos no parece un partido español, y no porque sea de derechas o de izquierdas. Es porque está desubicado, fuera de cualquier lugar reconocible.

Y digo que mucho de todo esto ha durado hasta hace un mes, porque desde ese momento, Pablo Iglesias se  transformó en una especie de telepredicador con la Constitución bajo el brazo y exigiendo que el gobierno cumpla ese articulado tan denostado hasta ahora.

Y adoptando un todo de moderador enemigo de los insultos y las agresiones verbales. Es que hasta en el postureo son inconsistentes.

Si IU recobrara la sensatez volveremos a tener un partido de centro izquierda, el PSOE, y otro de izquierda más radical, IU, pero me temo que han salido demasiado dañados con la aventura de aliarse con el gran depredador y están casi en muerte cerebral.

¿A que todo lo dicho anteriormente parece una buena solución? ¿A cuántos españoles les disgustarían pactos como los que señalo?

Pero me temo que no será lo que suceda porque la política de los últimos tiempos, gracias al personalismo de sus líderes y sus ambiciones personales, se ha convertido en el arte de complicar todo que pueda tener una solución sencilla.