Mucho se ha escrito sobre la Guerra de Sucesión, y son demasiadas las interpretaciones interesadas por esa pasión española de cambiar la historia en función de lo que nos gustaría que hubiera pasado, como menos, o con intención de falsearla en beneficio de otros intereses.
Pero los hechos son tozudos, y los que se derivaron de la muerte de Carlos II sin sucesor no fue más que una disputa entre dos casas reales europeas por ocupar el trono. Las clases dominantes de todos los rincones de España estudiaron sus posibilidades y tomaron partido por el que estimaron más conveniente para sus propios intereses, intentando formar parte del bando ganador.
Y, terminada la guerra, unos ganaron y otros perdieron. Y me refiero, repito, a las clases dominantes, porque para el noventa por ciento de la población, los agricultores, los artesanos y la gente asalariada en general, era un conflicto que ni le iba ni le venía porque no conocían muy bien las razone que justificaban la disputa. Como máximo preferirían que ganara el favorito de su amo “por si las moscas”. ¿Qué sabrían ellos de derechos, beneficios, o fueros?
Serían, como siempre, los perdedores de otra guerra que no habían provocado y que no sabían cómo había empezado, pero de la que, seguro, pagarían las consecuencias. O les reclutarían, o sufrirían en sus espaldas los gastos de la guerra. Si su señor perdía, porque perdería su hacienda. Si ganaba porque los beneficios que obtuviera no llegarían a sus asalariados. Eso si no les arrasaban los combatientes entrando en sus casa a sangre y fuego, violando a sus mujeres y robándoles lo poco que tenían. Como siempre había sido.
Digo que los señores tomaron partido en función de sus propios intereses, ajenos a derechos dinásticos y otras zarandajas. Sí que sabrían que el austríaco podía ser más tolerantes con la “descentralización”, que en aquella época se traducía en mantener privilegios que pervivían desde el feudalismo, mientras que el triunfo del Borbón suponía un reino más centralista, más de someter el poder de los señores a la autoridad real.
Pero eso también sería causa menor porque los ganadores saldrían beneficiados en cualquier caso, y lo perdedores perjudicados, fuera el que fuera el triunfador.
Hay puntos geográficos especialmente sensibles a la llamada derrota del “pueblo” y la pérdida de “sus fueros”, como Xativa o Barcelona. Se diga lo que se diga, y sufrieran los daños que sufrieran, la guerra de sucesión no dejó de ser una batalla entre extranjeros por ocupar el trono de España, en la que participaron tropas francesas, austríacas, holandesas, portuguesas, españolas, y quien sabe de qué otros lugares, adobada, como no, por la presencia activa de los británicos que se movieron por España defendiendo sus intereses, y que acabaron firmando un pacto con los franceses por el que apoyarían su causa a cambio de que les dieran Gibraltar, Menorca y otras concesiones en América.
Y de que el futuro Felipe V renunciara a su derecho a ser heredero en Francia, y reconociera como legítima la línea protestante de los aspirantes a la corona inglesa, que tenía como representante a Jorge de Hannover, que más tarde reinó con el título de Jorge I de Gran Bretaña. Rey inglés que, por cierto, no quiso saber nada del caso “de los catalanes”.
Porque no creo que ninguno de los grandes intervinientes tuvieran especial interés en minucias como fueros o cosas similares. Iban a lo suyo. A lo gordo.
Es un hecho que en Cataluña, por ejemplo, Rafael Casanova y Antonio Villarroel cayeron heridos el 12 de septiembre de 1714. Pero también lo es que Casanova, el héroe al que rinden respeto cada año los nacionalistas catalanes, y no quiero quitarles rezones porque es cosa de ellos, permaneció oculto algún tiempo y poco después fue “exonerado de sus cargos políticos y militares y volvió a ejercer la abogacía hasta poco antes de su muerte, en 1743”. Afortunadamente no fue fusilado ni siquiera encarcelado.
¿Cuál es la trampa de los desinformados o de los interesados? Relatar la historia como si hubiera ocurrido el año pasado o como si la sociedad del siglo XVIII fuera exactamente igual que la actual. Una auténtica falacia.
Nuestra sociedad, pueblo llano incluido, nunca permitiría hechos como aquellos porque ahora si “que sabe” y tiene poder para votar y decidir. Porque hay una democracia que entonces ni se asomaba, porque los “señores” actuales siguen teniendo poderes económicos muy poderosos, pero no lo son de “horca y cuchillo”, y porque las leyes y las instituciones españolas y europeas les protegen.
Yo no defiendo que estuviera bien, claro que no. Por supuesto que critico una Europa bárbara que mataba por intereses, pero es lo que había. Que nada tiene que ver con lo que hay, por lo que no se pueden formular silogismos ni extrapolar hechos absolutamente irrepetibles.
¿Qué los gobernantes eran muy brutos? Claro que sí. Tanto como despóticos e injustos eran los dueños de tierras y haciendas de toda la geografía hispana, los que decidieron y comprometieron a los habitantes de sus territorios por uno u otro aspirante.
Por lo que entiendo que referirnos a hechos pasados en términos de reivindicaciones pendientes no es más que ganas de marear la perdiz, y/o de remover conciencias permeables sin beneficio ni fundamento. Nuestra historia es la que es y hay que aceptarla como fue. Aprendamos de los errores y no los repitamos. Limitemos la denuncia de hechos dolorosos pasados a las aucas de los juglares o a los relatos folclóricos de cada lugar, pero no pasemos de ahí.
Porque cualquier otro camino, lleno de cruces de caidos en ruta, conduce a un destino al que nadie, nunca, jamás, ha llegado: a la utopía
José Luis, estoy conforme con todo lo que expones, y como lo haces, sin embargo, y en mi modesta opinión, todo lo por ti narrado, no conduce a la utopía, al menos, en lo que yo entiendo por tal, con toda su carga de, concepto/ fin, deseado pero a todas luces, inalcanzable a sabiendas, lo que no le quita ni un ápice de toda su fuerza, siendo precisamente esa carga de «inalcazabilidad» , lo que le confiere todo su valor.
En el caso que nos ocupa, yo diría que todo lo orquestado por la mayoría de los sobrevenidos nacionalistas/independentistas de nuevo cuño (hace 70 años, todos, o casi todos, juraban ser franquistas «pata negra»), a lo que tiende ahora es al puro y burdo «engaño». Resumiendo, cambia utopía por burdo engaño, y suscribo tu artículo, de la Cruz a la raya
Abrazos
Juan
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