Seguramente soy el único de España que lo cree, pero pienso que una vez llegados a este punto es el momento de la catarsis, para que, contemplando los defectos adquiridos por nuestra democracia, el gobierno ponga “pies en pared” y aborde con firmeza todos los retoques necesarios para reconducir la deriva de este país hacia un rumbo más adecuado.
El gobierno, ahora del PP, ha empezado a mover la maquinaria del Estado, que es muy potente, y no puede ceder ante presiones. Todo lo contrario. Debe fortalecer su postura de regulador y garante de las leyes. Y si lo hace así, nosotros, la mayoría de los españoles, redescubriremos que el Estado existe, y que España no está en manos de agrupaciones territoriales de corta y pega que quieren hacernos creer que hemos llegado al final de un ciclo, que son las que tienen el poder absoluto en cada uno de sus territorios, no el delegado del gobierno, y que desaparecido el Califato es el momento de descomponernos en Reinos de Taifas.
Como ocurrió en la Primera República.
Pero, ya puestos, puede ser una magnífica ocasión para desparasitar la nación y liberarla de vicios políticos, también sociales, recuperar parte de la ética perdida, y abrir un horizonte de valores y proyectos comunes. Encontrar el mínimo común denominador que une a todos los españoles, en contraposición a toda esta basura destructiva tan de moda, empeñada en buscar cualquier cosa que nos separe. Y no hablo solo de los nacionalismos, aunque sean la máxima expresión de estos hechos, el paradigma del absurdo.
Y pueden estar seguros de que la gran mayoría de los españoles lo entenderían, por mucho que parezca que España arde en críticas por los cuatro costados gracias a las redes sociales, esa caja de resonancia que amplifica los despropósitos, los malos modos, y el mal gusto, haciendo parecer como cierto lo que solo lo es en parte. Son porcentualmente pocos, aunque muy ruidosos, y no ofrecen alternativas, sino eslóganes. Una técnica muy utilizada, y con gran éxito, por la Alemania nazi.
No se podrán abordar todos los asuntos a la vez, claro está, pero si una cosa detrás de la otra. O de dos en dos, porque si algo sobran son parlamentarios. Sin prisas y sin pausas. Y exponiendo muy bien las iniciativas parlamentarias para que el resto de partidos tenga que explicar igual de claro a la ciudadanía porque apoya o no cada una de ellas. O como las mejoraría.
Y estamos hablado de la erradicación definitiva de la corrupción, y no solo la relacionado con el dinero, del reajuste de los presupuestos de las autonomías obligando a que todas ellas “se mojen” en el foro adecuado y no presionando de una en una, de la reforma de la justicia, de la ley de huelga, de la política fiscal, de la educativa, de la ley electoral…
Y tienen que empezar por sacudirse de encima los chantajes habituales cuando confeccionan presupuestos generales o promueven leyes. Y digo chantajes y no negociaciones, tan deseables, porque hemos aprendido a distinguir lo uno de lo otro. Por si alguien tiene dudas, doy mi propia definición con dos ejemplos muy simples. Chantaje es lo que beneficia a unos pocos (“te apoyo los presupuestos si das “tantos” euros a mi comunidad o me transfieres tales competencias”), y negociación lo que beneficia a la mayoría (“te apoyo los presupuestos si eliminas o reduces el impuesto de sucesiones”, pongo por caso).
Y llegado el momento, y no me importa qué partidos compongan el gobierno de entre los tres que son “más” de fiar, dejémonos de eufemismos. El castellano tiene suficientes voces para exponer muy claramente las cosas, poniéndolas al alcance intelectual de los españoles sin necesidad de interpretaciones de terceros. Lo he dicho antes y lo repito. Nada de tomarnos por tontos. Nuca más. Eso sí que sería un “nunca máis” plenamente justificado.
Ahora tenemos un caso que me viene al pelo. Ayer escuché que el lehendakari Urkullu ha anunciado que bloquearán los presupuestos de 2018 si no se le transfieren algunas competencias, como prisiones o la Seguridad Social, creo recordar.
Pues que los bloqueen. Y que se ponga fin a este goteo de extorsiones al estilo Cataluña, que se paró en su día en el País Vasco, pero que ahora intentan recuperar suponiendo debilidad en el gobierno.
Vaya por delante que se trata de una comunidad que me resulta especialmente querida, en la que tengo raíces y donde viven muchos de mis familiares. Y, naturalmente, quiero lo mejor para todos ellos.
Pero me temo que lo mejor no es que su Lehendakari empiece con majaderías y a marear la perdiz. Aunque se trate de mensajes de consumo interno para tranquilizar a su izquierda y a los pocos independentistas del PNV.
Por lo que sé, los vascos están cómodos como están y se sienten privilegiados sobre el resto de los españoles por su concierto económico. Está bien defender el nacionalismo cultural, pero no se confunda Sr. Urkullu. El Gobierno no está tan débil como Uds. creen y puede que se encuentre con un ¡hasta aquí hemos llegado! Y si no se aprueban los presupuestos de 2018 que se renueven los de 2017. O que los apoye el PSOE después de negociarlos. O que los apoyen parte de los parlamentarios de otro partido si lo consideran conveniente para el interés de país. ¡Quién sabe! ¡Podrían darse tantas variables si se recupera parte de la cordura perdida y se piensa en país sin dejar de pensar en partido!
Y si no hay acuerdo, que expliquen las razones del bloqueo a los funcionarios, a los gobiernos locales, a las autonomías, que serán los más perjudicados.
O que se empiece a hablar de su concierto, contemplado en la Constitución española pero fuera de las normas y objetivos de la Comunidad Europea, que ya se ha interesado varias veces por esta “anomalía” española. Tantas como el gobierno central defendió su permanencia. ¿Se acuerdan? Y ya empiezan a levantarse voces que reclaman igualdad fiscal para todos los españoles. Las de Ciudadanos, por ejemplo. ¿No hay quien pide reformas de la Constitución?
Que estamos hablado de poco más de dos millones de españoles, que son muchos y muy queridos, pero favorecidos en su peso político por los errores de nuestra ley electoral.
No hagan populismo con las cosas de comer y dejen las cosas como están, que están bien, para jugar a “yo tengo al Estado a mi merced”. O lo que es peor: “yo soy más importante que el gobierno central”. Porque no es cierto. Nunca lo serán.
Es muy importante que las comunidades, especialmente las que se creen con derechos históricos, entiendan la importancia del equilibrio en las relaciones con los gobiernos de turno, de los que tienen delegada la autoridad, y que los gobiernos y los partidos constitucionales no vuelvan a cometer los mismos errores que han llevado al desastre actual de Cataluña: Cesiones bienintencionadas que nunca debieron producirse, y chantajes descarados que se han asumido por intereses electorales de los partidos de gobierno en la nación española.
En cuanto a los ciudadanos ¿han comprobado cómo crecen las equidistancias? El “no mojarse” ha comenzado a ser deporte nacional y el “sí pero” actúa como un teórico tapa traseros que, en el fondo, deja en muy mal lugar a los equidistantes. ¿Tan difícil es decir lo que se piensa? La Biblia dice “Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Y nuestros abuelos, apoyándose en la religión, pero menos, inventaron la figura de poner una vela a Dios y otra al diablo.
Son personajes que a mí me merecen muy poco respeto por muy bien que argumenten sus posiciones. En el caso catalán ya sabemos que Rajoy podría haber hecho más, como Zapatero, que quizás debió hacer menos. Y también debieron hacer más, o menos según se mire, José María Aznar, el que hablaba catalán en la intimidad, Felipe González y sus acuerdos con Pujol, y el mismísimo Adolfo Suarez que no supo prever las consecuencias de la organización del Estado en la transición. No podía haberlo hecho.
Pero los auténticos malos de estos hechos, los que incumplen la leyes, son los dirigentes independentistas de toda la vida, y los que solo eran nacionalistas y se han visto abocados a pasarse al extremo por fuerza mayor, para su mal y para su desaparición. Comparar aciertos o desaciertos políticos con incumplimiento de leyes o rebelarse contra el Estado, es falaz y mentiroso. Pero, mira por donde, han convencido a muchos, inocentes unos, desinformados otros, arribistas no pocos, que los malos son los que no dialogaron sobre cómo hacer posible un referendum anticonstitucional.
Esto es España y así actúa la influencia de los medios de comunicación, con sus audiencias, y las redes sociales. Todavía anoche escuche a un independentista argumentar en una cadena privada lo malo que era Rajoy y las muy fundadas razones que tenían para hacer lo que estaban haciendo.
¡Váyanse a paseo señores! No los independentistas, sino la cadena que continúa actuando como plataforma conveniente para los que están desafiando al Estado. No hace falta que me contesten. Me conozco lo del sagrado deber de la información, el derecho de los españoles a ser informados, y lo de que la democracia es atender todas las opiniones. Y es cierto. Pero cuando algunos de los opinantes están fuera de la ley, se traspasan todas las barreras al darle audiencia. Es como si entrevistaran a un pedófilo condenado para que defendiera su derecho a abusar de menores.
Lamentablemente, una buena parte de los medios audiovisuales tienen programas absolutamente impresentables. Mientras sus propietarios presumen de dignos, de benefactores, de intelectuales y de hombres de bien en foros de la cultura y de la alta sociedad. Porque, asómbrate, compaginan sus basuras “teleradiofónicas” con su apoyo a causas dignas de elogio.
Que alguna vez tendremos que hacer un “quién es quién”, con sus luces y sus sombras, en el mundo empresarial. Parece que en España el único malo es Amacio Ortega, posiblemente porque no es propietario de cadenas audiovisuales.
Señores del gobierno, ya que han sacado al Estado de su letargo, no lo vuelvan a adormecer. Avancemos hacia atrás, para poner las cosas en su punto. Como se suponía que estarían si no se hubieran producido tantos abusos, tantos egoísmos y tantas deslealtades.
Que algunos presidentes de gobierno, como Winston Churchill, gobernaron tomando decisiones duras por el bien de su país. Luego no le reeligieron, pero ha pasado a la historia. Y con letras mayúsculas.
Buscando información sobre Blasco Ibañez, he tenido la suerte de toparme con tu blog. He leído un poco, y me quedo con este artículo que me ha parecido excelente.
En tiempos tan convulsos y donde las estupidez y la irracionalidad parecen tener el control de todo, es inspirador y reconfortante leer a gente que escribe tan bien y que además tiene pensamiento propio.
Hace falta un club o un café donde gente con ideas nuevas como tú se junte y surjan proyectos nuevos, como aquellos ateneos o cafés de principios del siglo XX
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Gracias por el comentario, pero me temo que no tenemos nada que hacer. Yo escribo porque creo que debo hacerlo, a sabiendas de que lo que yo diga no tiene apenas eco. Estamos en el mundo de los twitter y similares, y una gran parte de sus usuarios, o no conocen nuestra história reciente, o se dejan llevar por «opinadores» interesados. A margen de que sea un vomitorio para locos. El buen uso de las nuevas herramientas de comunicación es una batalla perdida. Una lástima.
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