Tus muertos, mis muertos, nuestros muertos.

El que siga las cosas que digo habrá adivinado que suelo escribir muy “a vuela pluma”, pasando al papel o al ordenador mis pensamientos sin meditar demasiado las consecuencias de lo que digo. Tratando de que la sinceridad predomine sobre el formalismo.

Pero hoy es un caso especial porque quiero opinar sobre los trágicos acontecimientos que han ocurrido a lo largo de mi vida. Solamente los mayores, y no todos, porque desgracias “menores”, entendiéndolos como menores por el número de afectados y no por la gravedad de los hechos, las estamos sufriendo cada día. Las vemos en cada telediario.

Todo ello provocado por algunos comentarios, seguramente poco afortunados por mi parte, pero también mal interpretados por los que los han leído, a propósito del aniversario de la liberación de algún campo de concentración nazi. Malas interpretaciones que son mi responsabilidad, porque cuando decimos o escribimos algo, tenemos que asegurarnos que el mensaje sea tan claro para el que lo recibe como lo es para el que quiere transmitirlo,

Pues bien. En esta ocasión, y después de darle muchas vueltas, he pensado que lo mejor es comenzar con una anécdota de mi vida, un hecho real que me ocurrió en Munich en el año 1989.

En aquella época yo organizaba viajes anuales para mis amigos y nuestros hijos, unos 55 viajeros en autobuses de dos pisos, aprovechando las vacaciones escolares de Semana Santa, que duraban once días. Ese año había planificado un “sur de Alemania” con dos días de estancia en Munich, y una de las visitas previstas era el campo de Dachau, muy cerca de la ciudad.

Pensé que sería bueno que mis amigos conocieran mejor los horrores del nazismo, pero, llegado el momento, decidí no participar en la visita. La razón era muy sencilla: la visita no aportaría nada a lo que ya sabía de los campos de exterminio, no sé porque les llaman de concentración, ni haría que me sintiera más cerca de los muertos ni más lejos de los verdugos. Sinceramente pensé que no podría soportarlo. Que si entraba en el recinto oiría sus lamentos y sentiría sus angustias. Y no me atreví.

Como era de suponer, los que sí se atrevieron a ir, que fue una buena parte del grupo, volvieron horrorizado por lo que habían visto.

Dicen, como yo pensaba hace muchos años, que estas visitas puede evitar que la historia se repitiera, pero no ha sido así. Desde 1945, año de la derrota de Hitler, la humanidad no ha cejado en sus luchas por el poder, la supremacía o las guerras religiosas. Y han sucedido muchas más cosas.

Dice el Apocalipsis que “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente que decía: «Ven». Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra«.

Y así, no hace tanto tiempo que vivimos la disolución de la antigua Yugoslavia y el comienzo de la última guerra de los Balcanes, en la que se masacraron poblaciones enteras, se fusilaba a los varones bosnios, y se violaba a sus mujeres para que tuvieran hijos servios. Una auténtica limpieza étnica que costó unas 200.000 vidas, poblaciones destruidas, y miles y miles de refugiados. Y no se hizo nada.

Y se ha consentido las matanzas africanas o la de los Irán, Afganistán, Irak, Siria, Líbano, etc. Y no se ha hecho nada o, lo que es peor, hay quién ha sacado provecho vendiendo armas y logística para alimentar sus guerras. Y muchos de los beneficiados han sido los mismos países que se horrorizaron cuando sus ejércitos abrieron las puertas de los campos nazis y descubrieron lo que había ocurrido.

Y me parece bien que salgamos a la calle y pongamos altares de flores en Barcelona, en París, en Londres, en Niza, o en tantos otros lugares de nuestra Europa o de Estados Unidos donde los tentáculos del mal han segado vidas humanas. Pero me parece indigno que apenas detengamos un momento la cuchara que nos llevamos a la boca cuando vemos en los telediarios que los musulmanes chiitas mueren a cientos en atentados de talibanes, musulmanes como ellos, en los países que hemos “liberado”.

O cuando asesinan a cristianos en Nigeria o en Pakistán.

O cuando personas de todas las edades, gente, seres vivos, mueren a miles en el Mediterráneo buscando una tierra prometida a la que nunca llegarán.

Y seguimos sin hacer nada.

Y todos ellos, los judíos, los gitanos, los homosexuales, y todos los que llevaron como ganado en camiones o en vagones de tren a los campos de exterminio, nunca fueron héroes. Fueron víctimas. Ellos no quisieron morir por su raza, su cultura o su condición. Querían vivir como había vivido, con sus grandezas y sus miserias, pero querían vivir.

Ni tampoco murieron como héroes los bosnios fusilados en las cunetas junto a las fosas comunes que les habían preparado. Fueron víctimas. Y víctimas fueron las mujeres bosnias a las que violaron los soldados servios.

Ni los muertos en China a causa de las directrices de Mao Zedong primero, y de las purgas de la Revolución Cultural. Los que fueron ejecutados por los Guardias Rojos que seguían las directrices de su famoso “libro rojo”, dirigidos por Jiang King, esposa de Mao. Y estas muertes se estimaron en muchos millones de personas. ¡Muchos millones de personas!

Tampoco se hizo nada para evitar los dos millones de muertos causados por Pol Pot y sus Jemeres Rojos en Camboya. Muertes, una economía desaparecida, y un patrimonio cultural totalmente destruido.

Ni por los más de 21 millones de ciudadanos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas muertos bajo el mandato de Stalin. Y estos muertos, como todos, tampoco eran héroes. Fueron víctimas.

Antes de eso tuvimos la primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, en la que millones de franceses fueron arrancados de sus puestos de trabajo, de sus hogares, de sus escuelas o de sus universidades, les dieron un fusil y les mandaron a morir en los campos por gas o por fuego, rodeados de miseria, parásitos y fango, mucho fango. Guerra que dejó unos 9 millones de muertos y 20 millones de heridos.

Y apenas tuvieron tiempo de enterrar a los muertos y reponer las armas destruidas cuando empezaron la Segunda Guerra. Y en Hiroshima y Nagasaki lanzaron sendas bombas atómicas “por el bien de la humanidad”, dijeron. “Para que se acelere el fin de la guerra y se eviten más muertes”. ¡Que cinismo!

Pero lo único cierto es que en estas ciudades murieron 225.000 personas y que 130.000 resultaron heridas. Con heridas horrorosas. Todas víctimas civiles. ¡Pero eran japoneses! ¡Los malos!

¿Por qué todo el mundo “toma medidas” drásticas para acabar con las guerras? ¿No son los mismos que las empezaron? ¿No podían haberlas evitado?

Héroes sí que hubieron, y muchos. Pero fueron héroes anónimos que ayudaron a los que estaban en su misma condición o en peores circunstancias en los campos de exterminio, en las trincheras, o en los montes de Bosnia.

Y no se trata de poner nombre a los asesinos, aunque tengan nombres y rangos. Son la misma maldad con diferentes uniformes: guerreras con cruces gamadas o con cualquier otra insignia que indique supremacía, camisas negras, turbantes árabes, chilabas africanas, o lo que vistan las mafias africanas.

Estén tranquilos. Ni Hitler resucitará ni volverá a existir el nazismo excepto en grupos minoritarios. Pero no importa. El mal está ahí y no se evitará con visitas a los lugares de los muy diferentes holocaustos, aunque es bueno, muy bueno, recordarlos y homenajear a los muertos. Sin parcelarlos ni darles colores. Todos ellos, los de los campos nazis, los bosnios, los iraquíes, etc. murieron a manos de diferentes verdugos, pero se igualaron cuando murieron.

Colores se pueden adjudicar a los voluntarios de las guerras o de las revoluciones, pero voluntarios para guerras reales hay pocos y para morir muchos menos.

En nuestra guerra civil hubo voluntarios requetés, falangistas, de la CNT, y de muchas otras agrupaciones, como las Brigadas Internacionales. Pero, aunque fueran muchos miles, era una minoría comparada con los que fueron movilizados para ir a una guerra en la que no querían participar. Y, como en las antiguas levas, los forzaron a uniformarse en función de sus edades, y en el bando que les tocó según una línea que ellos no trazaron.

No creo que ninguno de los nombres que figuraban en la desaparecida Cruz de los Caídos de Bocairent fuera voluntario a la guerra. Ni tampoco los nombres que nunca se escribieron porque murieron en el bando perdedor. Y, aunque parezca una fantasía, ya lo pensaba cuando hacía guardia en el monumento, junto con la mayoría de los niños del pueblo, en los días señalados, con nuestros uniformes de boina roja y camisa azul con el yugo y las flechas bordados sobre el corazón. No creía que ninguno de ellos muriera porque quiso morir.

Incluso los que fueron voluntarios a guerras sabiendo el riesgo que corrían, porque me recelo que alguien les engañó. Como ocurre en este momento con los captadores y adoctrinadores yihadistas. Hasta en esa miseria, en esa negación de nuestra razón de ser, hay quien es capaz de transmitir transcendencia y poesía.

El marketing de las guerras de los tiempos modernos, el maldito marketing de las maltitas guerras declaradas o solapadas, usa sabiamente los mecanismos para llegar a esos rincones del romanticismo y la poesía ancestral de las mentes juveniles.

Y quiero recordar una frase repetida pero muy real: Las cosas grandes, las buenas y las malas, empiezas con pequeñas cosas. Y, añado, ni nos damos cuenta ni las atajamos cuando estamos a tiempo, cuando vemos la evolución de los hechos y los acontecimientos.

Y es que la liturgia de las armas es francamente euforizante. Como los carteles de guerra. “Cara al Sol con la camisa nueva, que tú bordaste en rojo ayer, me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver”, cantábamos entusiasmados sin saber lo que decíamos.

I wont you for U.S. Army”, apremia el americano de la Estrella en la chistera mientras apunta con el índice.

Tomorrow belongs to me”, “el futuro me (nos) pertenece”, cantaba el joven nazi de la película Cabaret. Y, cuando acaba el canto que enfervoriza a los presentes, menos al anciano que se frota la cabeza con tristeza viendo que la historia se repetía con otros nombres y otros pretextos, el amigo de protagonista le dice: ¿”Crees poder controlarlos”?

Fanatismo, imperialismo y supremacía edulcorados con una excelente música, de ritmo creciente en tiempo y volumen, y con una letra tan inocente y romántica como esta:

El sol sobre el prado es cálido en verano .
El ciervo corre libre en el bosque.
Pero se reúnen juntos para saludar a la tormenta.
El mañana me pertenece.
La rama del tilo es frondosa y verde,
El Rin da su oro al mar.
Pero en algún lugar aguarda una gloria oculta.
El mañana me pertenece.
El bebé en su cuna está cerrando sus ojos
La flor que florece abraza a la abeja.
Pero pronto susurra:
”Levántate, levántate”.
El mañana me pertenece.

Que acaba en una estrofa vibrante, poderosa, que pone a todos en pie:

Alemania, Alemania,
Muéstranos la señal
Tus hijos están esperando a verla,
Llegará la mañana en que el mundo será mío.
El mañana me pertenece
”.

Hoy existen otras herramientas y los agentes del mal han descubierto el enorme poder de las redes sociales. Es cierto que son un inmenso avance y que la gran mayoría las utilizan de forma responsable, pero todas las plataformas pueden ser un vehículo directo entre una mente perversa y otra con traumas o con debilidades. O una mente enferma. Espero que, como parece, las grandes plataformas sean conscientes de lo que ocurre y pongan coto a los usos malintencionados, respetando, eso sí , la libertad de opinión.

Hay una frase que se atribuye a Platón: “Solo los muertos han visto el final de la guerra”. Y tenía razón porque los vivos nunca ven el final de “la guerra” universal y eterna que se disfraza de guerras parciales, de “conflictos armados”, o de matanzas localizadas.

Y, dicho todo lo anterior, entiendo que muchos de nosotros, especialmente si son más jóvenes o han seguido más de lejos la historia reciente de la humanidad, necesiten visualizar, referenciar en algo concreto lo que solo son sentimientos. Volviendo a los textos sagrados,

Si alguno dice: «Yo amo a Dios», y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.

Los humanos somos muy limitados por naturaleza y necesitamos “ver”, concretar nuestras ideas, y canalizar nuestros sentimientos, simbolizándolos en algo real y tangible. Puede ser los muertos en campos de exterminio, tratando de evitar las matanzas africanas, curando a los heridos por arma o por miseria, o rescatando náufragos en las costas del Mediterráneo.

No importa el cómo ni el donde. Si algo hacen es porque algo han aprendido y están luchando, a su manera, contra Hitler, contra Stalin, contra Mao, y contra todos los que han sido o los que serán.

Pero, eso sí, desde el mayor de los respetos y de la objetividad. Sin decir nunca “estos muertos son mis muertos”, sin envolverlos en banderas de conveniencia. Porque todos son “nuestros muertos”.

Para terminar quiero afirmar que este escrito no significa que haya perdido la confianza en la humanidad. Sigo siendo optimista y creo que tenemos un futuro, pero también que no se nos dará gratuitamente. Tenemos que luchar por él.

Hace muchos años que llegué a la convicción de que “el mal” siempre ha estado presente y que nunca desaparecerá. Partiendo de esa base, solo veo una posibilidad de equilibrio. Reforzar al “bien” fomentando valores, solidaridad, y proyectos comunes.

Puede que no ganemos pero, desde luego, no perderemos. Y mis hijos y mis nietas podrán descubrir, como yo, que por mucho ruido que haga el mal, somos más los que disfrutamos de la luz y de la solidaridad. Saludando a nuestros amigos y nuestros vecinos, sin reparar en si son de esta raza o de esta otra manera de pensar. Son diferentes porque nacieron en lugares diferentes o en capas sociales diferentes. Un simple accidente del tiempo y del espacio.

2 comentarios en “Tus muertos, mis muertos, nuestros muertos.

  1. Hoy es un día precioso. Luce un espléndido sol, pero sin ese calor agobiante que suele producir en nuestra tierra. La humedad todavía no se ha disparado y podemos caminar bajo ese sol sin sudar como haremos en pocas semanas. Es domingo y vuelvo de un paseo por la ciudad que parece especialmente alegre, confiada y esperanzada.

    Y me siento a leer tu artículo y me transportas en segundos al horror.

    Paso a contestarte para decirte simplemente que, acaso por primera vez, suscribo cada una de tus palabras.
    Y que, siguiendo el hilo de tu escrito, tal vez millones de personas como yo pasaron del bienestar y la satisfacción de vivir bajo ese sol que calienta sin quemar al horror, pero el de verdad, el de los bombardeos como en Dresde o Londres, o Berlín o Hiroshima y Nagasaki. Y tú has hecho que entienda mejor la monstruosidad que eso supuso. y cuantas monstruosidades más sucedieron antes y después.

    Y acude a mi mente la eterna y aun no contestada pregunta: ¿Cómo el ser humano, capaz de sobrevivir a los dinosaurios y de llegar a crear obras de arte como el Partenon, la Venus de Milo, el Quijote, Hamlet o la música de Bach, también puede matar a sus semejantes sin distinguir género, edad y ni siquiera su físico, enviando bombas desde un avión o apretando la tecla que dispara el misil?…

    La respuesta es la que tú das: es que nuestra especie es así.

    Es cierto que la Evolución continúa y tal vez en un lejano e incierto futuro el Homo Sapiens sea por fin sólo hombre y pierda su parte animal. Pero es que, aun así… ¿Es que la codicia, el hambre de poder, la necesidad de ser superior, el desprecio a los inferiores, son defectos exclusivos de nuestra parte animal?…

    Me temo que no. Es más, según nos cuentan los científicos, detrás de la aparente crueldad animal siempre está la conservación del individuo y por lo tanto de la especie. Y sin embargo, en el hombre y hoy mismo, cuando Trump rompe el acuerdo de limitación nuclear con Iran, poniendo al mundo algo más cerca de la hecatombe y nadie podría asegurar que lo hace por defenderse él o a su país, o cuando aquí mismo, en nuestra España, se rebajan las pensiones, última garantía de supervivencia para millones de ancianos, para rebajar el enorme gasto que suponen, sin admitir que el déficit actual del sistema ha sido provocado por la bajada de salarios, y por lo tanto de cotizaciones, que se produjo para conseguir aumentar los beneficios de las empresas y así salir de la crisis… Esas cosas, esas crueldades hacia miembros de la misma especie, e incluso del mismo país, me temo que pertenecen en exclusiva a la mala condición natural de algunos individuos capaces, en otras circunstancias, de construir cámaras de gas para exterminar judíos o soltar una bomba nuclear sobre ciudades japonesas, sobre mujeres, niños y ancianos, no sobre militares, para obligar al enemigo al cede de las hostilidades.

    Lo siento, tocayo, pero estoy contigo, me temo que ni con 10.000 años más de Evolución llegará a existir un ser humano incapaz de ser más cruel con los suyos que los más fieros animales.

    Así que no nos queda otro remedio que conformarnos con el indudable Progreso que hemos alcanzado en una pequeña parte de este mundo, donde nos explotan y nos saquean de vez en cuando, pero sin olvidar a las víctimas colaterales, al menos ya no nos matan.

    Hasta el miercoles

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  2. Hace años que dejé de ver el mundo como quieren que lo vea, o como me gustaría que fuera. ¿La madurez? El mal existe y existirá porque siempre habrá hombres interesados en hacerse “grandes” cueste lo que cueste. No son muchos, pero son poderosos y arrastran masas.
    Son los líderes. Líderes con mucho poder de persuasión, capaces de hacer creer lo increíble y de empujar a la gente en direcciones sin sentido. O a precipicios.
    Unos por el poder, otros por fanatismo religioso, otros por el dinero, otros… ¡yo que sé!
    Creo haber leído en alguna parte, no sé dónde ni cuándo, que dos casas muy antiguas de Asturias y Cantabria tenían estas leyendas heráldicas.
    “Antes que Dios fuera Dios y los peñascos, peñascos, los Quirós eran Quirós, y los Velasco, Velasco”.
    Luego suavizado por un modesto “después de Dios, la casa de Quirós”
    El mundo de los contrastes sociales e individuales. Creo que te dije una vez que no descarto la posibilidad de que un asesino en serie arriesgue su vida por salvar a una persona en peligro de ahogarse. ¡Quién sabe!.
    En fin. Lo mío no es sicoanalizar por que no estoy capacitado, pero intento contribuir al “equilibrio” aportando ideas positivas, y con alguna que otra actuación personal en favor de la integración y de la socialización de las personas.
    Lo cual no tiene ningún mérito si recuerdas, como deberías, la parábola de “los talentos”

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