Cuando Shakespeare hace que Hamlet, en su soliloquio, se plantee su gran duda sobre lo que debe o no debe hacer, que es lo que hay detrás del famoso “ser o no ser”, está tratando de decidir entre el dilema de hacer lo que es más conveniente y lo que entiende como más correcto.
To be, or not to be, that is the question:
Whether ‘tis nobler in the mind to suffer
The slings and arrows of outrageous fortune,
Or to take arms against a sea of troubles
(Ser o no ser, esa es la pregunta:
Si es más noble en la mente sufrir
las hondas y flechas de la fortuna escandalosa
o para tomar las armas contra un mar de problemas)
Y, desde la experiencia de los años, creo que cualquiera de las dos opciones, opinar o no opinar, es válida porque depende exclusivamente de la idiosincrasia y de las circunstancias personales de cada uno de nosotros.
Aunque cuando digo que cualquiera de las dos opciones es válida, quiero decir exactamente que cualquiera de las dos opciones es válida, no que una sea mejor que la otra, o que los que adopten una de ellas deba considerarse poseedor de la razón y criticar al que elige la otra.
Estamos, y no es la primera vez en la historia de España, en una situación sumamente confusa, con una evidente pérdida de valores, una falta de claridad en los mensajes políticos, un claro intento de manipulación desde muchos grupos de opinión o de intereses personales, y un ir cada uno a la suya realmente sorprendente en una sociedad tan globalizada y tan comunicada por la tecnología y las redes sociales.
O será por eso porque, en mi opinión, el acceso a las redes ha provocado un nuevo perfil humano. El de los que evitan el contacto social directo, no salen de casa, y solo se comunican con el exterior a través del ordenador o del teléfono.
Es otro de los nuevos fenómenos, desconocido hasta ahora.
En cuanto al mundo de la comunicación, la gran diferencia es que en épocas anteriores los opinadores lo hacían a cara descubierta, sin disfraces ni avatares, y con muy pocos disimulos. Los lectores y/o asistentes a sus mítines sabían que Blasco Ibáñez era ateo, anticlerical y enemigo de la monarquía, que el diario Arriba era el órgano oficial de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas Obreras Nacional Sindicalistas, que el ABC era claramente monárquico, que El Pueblo era un diario católico que en su primer número anunció que “defenderá siempre las bases de la sociedad cristiana”, o que el Liberal era, como su nombre indica, liberal y de ideología republicana moderada.
Y ahora ¿podemos saber quién es quién en el mundo de las comunicaciones? ¿Qué intereses empresariales motivan algunas líneas editoriales?
En el fondo y lamentablemente, parece que a todos los que son algo en estos ambientes, el de lo público y el de las comunicaciones, les une el “cuanto peor mejor”, porque les permiten disfrazarse de “buenos”, aportar “ideas revolucionarias” para mejorar las cosas, o porque, simplemente, consiguen más audiencia, que equivale a tener mayores ingresos. Y a muy bajo coste. ¿Alguien analiza cuanto metraje se obtiene siguiendo, amplificando y repitiendo tomas sobre los casos mediáticos? Hay escenas que nos las sabemos de memoria. Mismas caras, mismas preguntas, mismos silencios de los interrogados, o mismas respuestas estúpidas dichas con cara de completa seguridad.
Y para garantizar su presencia en todos los foros, los grandes empresarios del audiovisual no dudan en poner una vela a Dios y otra al diablo, como Atresmedia, con Antena 3 o la Sexta, Mediaset con la Cuatro y Telecinco, o Roures, dueño de Mediapro, que ha apoyado la cusa soberanista. Algunos de ellos relacionados con personajes internacionales tan poco recomendables, como Silvio Berlusconi por poner un caso, personaje al que pocos le dejaríamos la cartera.
Son el auténtico «yin y yang» de la información. Como las bancas de los casinos. No importa quién pierda, ellos siempre ganan.
Puestas así las cosas y atrapados en este torrente de manipulación informativa, se puede adoptar varias posturas:
Mantenerse al margen de lo que ocurre y no crearse molestias o enemigos opinando sobre temas de actualidad o actuaciones concretas de políticos o notables del reino. Actitud perfectamente respetable y que puede deberse a muchas causas, como la falta de información, dificultades de expresión o, simplemente, el no querer significarse o enemistarse con alguno de los criticados.
Comentar estos mismos temas desde el punto de vista de la pertenencia a un partido o compartir una determinada ideología. Exactamente igual de respetable, siempre que no escondan estos condicionantes y aparenten una neutralidad inexistente.
O hacerlo desde la independencia. Teniendo claro que nadie es totalmente libre porque todos tenemos nuestra forma de entender las cosas, quisiéramos un determinado modelo de sociedad, o tenemos una opinión formada sobre cuál debería ser la actuación correcta de los servidores públicos. Seguramente muy cercanas a la utopía.
Lo que no vale es optar por cualquiera de las tres posiciones anteriores y criticar a los que se deciden por alguna de las otras dos. Eso es poco ético y bastante ventajista.
Y, estando donde estamos, es muy peligroso adoptar las posturas de los tres monos, “ni ver, ni oír, ni hablar”. Porque mientras, el mundo sigue y los manipuladores ganan. Seguramente ganarán de todas formas, pero por lo menos que se escuche nuestra última palabra.
Los que opinan, los que opinamos porque me incluyo en este grupo, lo hacemos desde plataformas conocidas y con una difusión limitada, al menos en mi caso. Y los que leen lo que escribimos lo hacen de forma voluntaria y, por supuesto, pueden opinar asintiendo, disintiendo o con el clásico “no sabe no contesta” tan popular entre los encuestados. Ese silencio, que puede significar no tener clara una posición, o la indiferencia sobre lo opinado.
Lo que no vale es etiquetar ni adjetivar. Una opinión es una opinión, con el mismo valor que la opinión contraria. Los que insultan a terceros tienen carencias sociales, una cierta sociopatía que les impulsa a odiar al que piensa otra cosa, y los que hacen juicios de valor o buscan intenciones ocultas, suelen manifestar, sin saberlo, el “otro yo” de su propia personalidad.
Es decir, los que piensan que un comentarista actúa por afán de notoriedad, no están demasiado lejos de descubrir su propia necesidad de protagonismo, su deseo de que se reconozca sus méritos y valores, obteniendo rédito en imagen de todas sus actuaciones. Los que buscan malicia o dobles intenciones suelen ser maliciosos. Muchos de los que opinan que deberíamos callarnos pueden pensar que haríamos mejor escuchándoles a ellos, e incluso algunos de los que manifiestan disconformidad cuando criticamos a los que mandan, también lo hacen en la intimidad, como el catalán hablado del ex presidente Aznar, pero prefieren “no mojarse”, en público.
No hay nada más desolador que una reunión en la que se proponen temas controvertidos, incluso conflictivos, sin que se escuchen comentarios discrepantes. Mucho más si, una vez fuera, en el pasillo, lejos del alcance de los oídos de los proponentes, no falta quienes se manifiestan claramente en contra.
En España se inventó el “silencio administrativo” (no se si existe en otros países) para forzar respuestas oficiales a preguntas de particulares, pero, en según qué temas, debería ser obligatoria una respuesta de la ciudadanía. De cada ciudadano. Porque lo que está pasando no es bueno.
Y, por supuesto, unos tendrán más preparación que otros, pero cada opinión es igualmente válida y digna de tener en cuenta porque refleja la de diversas capas sociales o intelectuales de la sociedad española. La mía, la de un pastor, la de un funcionario, la de un ama de casa, la de un joven en el paro, la de un jubilado, o la de un juez del tribunal supremo. Porque todos nosotros conformamos el conjunto de la ciudadanía, y los poderes públicos deberían satisfacer, dentro de lo posible y sin mentiras ni populismos, las necesidades básicas de todos los ciudadanos.
Que no se pueden simplificar encuadrándolas en unos pocos grupos.
Y no estaría de más librarse de tanto “influencer” y de tanto Community Manager casi siempre interesados. Son miles, y como son interesados no buscan tanto la verdad como crear polémica y provocar sensacionalismo. Casi ninguno se apoya en hechos. Son comentarios, juicios de valor y chascarrillos lanzados cada minuto. Están esperando que alguien, sea quien sea, diga algo para entrar en la bulla. Porque lo que quieren es presencia para buscar “me gustas” y “seguidores”.
Nunca les he seguido ni me importan demasiado pero el otro día, y como consecuencia de un cambio de impresiones con un amigo, salió el nombre de Miguel Angel Revilla como si se tratara de un referente cualificado, cuando, en realidad, es el fruto de los milagros de un buen marketing. Como ocurre con los personajes centrales de los “sálvame” de todas las cadenas de televisión. Las que consiguieron que Chikilicuatre nos representaran en Eurovisión. Magnífico ejemplo de cómo se puede influir en las masas si se preparan buenas estrategias. ¡Y casi mandan a Karmele Marchante, la que ahora es tan súper separatista y se hace fotos según el modelo “libertad guiando al pueblo” del excelente cuadro de Delacroix, aunque, en este caso, sin el gorro frigio y envuelta en la “estelada”!
Revilla nunca arrastró masas en las elecciones de Cantabria. Se benefició de ser bisagra de los grandes y se hizo un nombre público porque tiene muy buen rollo y un gran vocabulario, maneja de forma excelente los gestos, las pausas y los énfasis y, pese a que no tenga el mejor físico, es absolutamente fotogénico.
Ayer investigué la posición de Revilla y pude comprobar que tenía 1.197.245 seguidores en Facebook, y 712.000 en Twitter. Cualquiera de sus intervenciones en YouTube se mete rápidamente en miles de visualizaciones, aunque ninguna de ellas, que yo sepa, ha alcanzado las 308.707 de José Mota cuando le imita en su versión humorística de “En la tuya o en la mía”.
Desconozco si la práctica de esta nueva actividad es altruista, pero ahí hay mucho dinero.
Y, con todo respeto para su persona, el criterio y la opinión de este señor no tienen más valor que el de cualquier otro ciudadano. Posiblemente menos porque, en el fondo, el muy simpático Sr. Revilla, que lo es, se ha fabricado un personaje, como tantos otros en España, y lo explota magníficamente.
Y partiendo de esa base, dudo de que su opinión sea sincera porque, como he dicho antes, tiene intereses. Económicos o de proyección política. Lo desconozco.
Y necesita buscar el sensacionalismo porque, en la mayoría de las ocasiones, la verdad es aburrida y los datos tediosos. Nada mejor que un chascarrillo o una “maldad” dicha en su momento para provocar reacciones. ¿Quién gana audiencias con gráficos y datos?
Aclarando que no considero al Sr. Revilla de lo peor que circula por las redes. Ni mucho menos. Pero me sirve como ejemplo.
Y, claro, si cedemos toda la palabra a políticos en activo, propietarios de periódicos y de cadenas de televisión, o a los manipuladores de masas que mandan a “chikiliquatres” a Eurovisión, les dejamos el campo libre.
Que es lo que quisieran. Ellos a adoctrinar, nosotros a tragar y a consentir.
Lo que, mira por donde, en este momento de esplendor, libertades y tecnología, es otra forma del “vivan las cadenas” del absolutismo, o el “pan y toros” del franquismo.