Vamos de mal en peor y muchos representantes de partidos y simpatizantes de la izquierda están perdiendo totalmente los papeles y no tienen ningún reparo en insultar y menospreciar a los que sienten más simpatías por la ideología de centro o de derecha, a la que, para empezar y continuando con la magistral utilización del idioma como herramienta política, han englobado como “las derechas”.
Como estoy viendo que ocurre cuando califican a los organizadores y asistentes a la manifestación del pasado domingo en la plaza de Colón.
Y que conste que no hablo de los políticos “profesionales”. A mí de disgusta que un líder de la oposición tilde al presidente actual de felón y de traidor, como tampoco me gustó que un líder de la oposición, ahora presidente, acusara al presidente de entonces de corrupto. Pero ese mundo, el de los profesionales, ni lo juzgo ni lo entiendo, porque la mayoría de las veces acaban de medio matarse, parlamentariamente hablando, y a continuación se van a tomar unas cervezas y a bromear sobre los momentos más álgidos de la discusión. Que lo he visto.
Me preocupo por nosotros, por los que nos encontramos en las aceras de las calles todos los días o, según edad, en el mismo ambulatorio, y debemos hablarnos y respetarnos.
Volviendo al principio, hay mucho descerebrado al que no se le puede pedir cuentas, pero me desmoraliza ver que entre los insultantes, que no digo discrepantes, hay personajes de los que se podría esperar mucho más. Y, como ejemplo de menor entidad porque también han entrado en el juego hasta ministros de gobierno, pongo a Eva Hache, monologuista y actriz mimada por el público español y que, seguro, no pone ningún obstáculo a que los participantes en la manifestación, “esos mierdas”, acudan a sus espectáculos si abonan las entradas.
Vamos mal, muy mal y ya es hora de que refrenemos el “forofismo” y respetemos las libertades de todo el mundo, incluso la de los adversarios políticos. Por mucho que se pretenda evitar, según la estrategia de Göbbels, una mentira repetida muchas veces no es más que una mentira repetida muchas veces, aunque algunos la quieran convertir en verdad divulgando masivamente noticias falsas, a las que ahora llaman “fake news”, como si no tuviéramos un idioma mucho más rico que el inglés.
En España, señores de la izquierda, no hay millones de franquistas, fascistas, fachas, o como quieran llamarlos. Ni mucho menos. Si atendemos a los resultados de las últimas elecciones generales, el partido “Falange Española de las JONS” obtuvo 9.862 votos a nivel nacional, lo que supone un 0,04 % de los votos totales. Y habrá otros partidos menores de ideología similar, pero de muy poco tirón electoral.
Hay, eso sí, millones de españoles que prefieren un modelo de estado y un tipo de organización social, como hay millones que prefieren otro. Y la gente de nuestra edad hemos olvidado a Franco y practicamos la muy sana y solidaria “desmemoria histórica” que se acordó en la transición cuando se decidió empezar de cero, con mucha ilusión, sin mirar atrás, y con los menos rencores posibles. Decía hoy de broma a un amigo, que la Fundación Francisco Franco, que he descubierto gracias a los últimos intentos de exhumación, debería conceder sus galardones anuales, si es que los tiene, a los gobiernos socialistas por lo mucho que han hecho por mantener viva su memoria.
Y, en cuando a los bloques ideológicos, añado un hecho irrefutable: los primeros son mucho más moderados cuando ocupan plazas y asisten a manifestaciones que los segundos, que tienen en su seno a gente más radical. En la plaza de Colón no se produjeron disturbios, ni se quemaron contenedores, ni se saquearon tiendas, ni se rompieron cajeros.
Y si alguien piensa que por ser “de izquierdas” es más importante o más ciudadano que otro que es del centro o de la derecha, el que tiene el problema es él. Todos somos iguales y a todos se nos valorará, o así debería ser, por lo que hacemos y no por lo que decimos. Y todos tenemos un solo voto y la misma autoridad moral. Y el voto del presidente del gobierno o del presidente dela Conferencia Episcopal vale exactamente igual que el mío o el de mi vecina de 85 años. Por mucho que les pese a la sarta de “iluminados” que florecen en nuestros país que se creen con más autoridad que el resto. Aunque, por mucho que les pese, no consiguen avances en las intenciones de voto.
Yo tengo amigos de todos los colores con los que, afortunadamente, discutimos posturas políticas con un mínimo de acritud. Porque sabemos que hay un punto final, casi sin retorno, que no debemos pasar porque no afecta a los hechos, sino a los sentimientos y las convicciones. Y no se debe sobrepasar para evitar daños irreparables en lo que es más mucho más importante que la política. La convivencia en paz.