La ética y la estética de la destitución de Marcelino.

Yo soy muy aficionado al futbol, insisto “al futbol”, accionista del Valencia y con abono durante muchos años, que dejé de ir al campo cuando Paco Roig empezó a mezclar la velocidad con el tocino y quiso seguir el ejemplo del Barcelona con el eslogan de “fem valencianisme”.

Como siempre he sido partidario de diferenciar las cosas y enemigo acérrimo de que manipulen, pensé que me quedaba con el futbol, que he seguido a otros niveles y desde otros escenarios, y decidí dejar a Paco Roig con sus sueños de grandeza que nunca prosperaron.

Ahora el Valencia es propiedad privada  de un señor, Peter Lim,  que vive en la lejanía y que, seguramente, no ha entendido que siendo el futbol, como es, un negocio y teniendo como tiene el derecho de hacer lo que quiera con y en su propiedad, el soporte de su “negocio”, el “fondo de comercio” del club,  es una clientela muy atípica. Lo componen los seguidores de un equipo con mucha historia, y es bien sabido que el único vínculo que une a la propiedad y a sus clientes es la pasión y el orgullo.

Socios y seguidores que están siendo muy castigado por las últimas maniobras alrededor del entrenador y de Mateu Alemany, con el que formaba un gran equipo. Equipo que ha resultado muy molesto para el gran “hacedor-deshacedor” Jorge Mendes, el gran muñidor, junto con su socio Peter Lim, del negocio de los fichajes de futbolistas.

Y Marcelino, que tiene como virtud el amor a su profesión, su conocimiento del futbol y el buen manejo de las plantillas, tiene como defectos su tozudez y un amor propio tan impropio, valga la redundancia, en un mundo donde los entrenadores aguatan lo que no está escrito para mantenerse en el puesto.

Estoy seguro de que la plantilla está muy en contra de esta decisión, pero no tienen más remedio que acatarla y obedecer a un técnico sin ninguna experiencia y que, seguramente, será sumiso, sumiso, sumiso a “los de arriba” y que no cuestionará en absoluto los fichajes, aunque sean a coste desproporcionado y destinados a ser carne de banquillo. Que tenemos algunos ejemplos.

También lo estoy  de que surgirá la indignación popular de la afición, incluida las de los socios/simpatizantes de mundo empresarial, que no tienen derecho a abrir la boca porque ¿dónde estaba el capital valenciano cuando el Valencia se puso en venta? Mucho te quiero, perrito, pero pan “poquico”, diría mi abuela.

Y ¿que se puede hacer?: nada excepto aguantarse y esperar que los hados del futbol hagan el milagro de convertir el agua en vino y el Valencia resurja de sus cenizas, “resurget ex favilla”, y escale puestos en la tabla de clasificación hasta conseguir una plaza para Europa.

Si yo fuera socio mostraría mi disgusto no acudiendo al próximo partido. ¡qué espectáculo sería ver las gradas vacías y que “lección aprendida” para el tal Petel Lin que nos vino de tierras lejanas! Pero eso, naturalmente, no ocurrirá.

“Lacrimosa die illa”

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