Cuando Antonio Machado escribió
“Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios,
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.”
Era el año 1912 y se sentía sobrecogido por lo que había visto y por lo que estaba sucediendo, pero estaba muy lejos de suponer que hoy, ciento ocho años después, podría volver a escribir los mismos versos y con la misma angustia.
Este hombre del que todos quieren encontrar similitudes ideológicas con sus propios pensamientos, republicano convencido, andaluz de nacimiento y castellano de vocación, fue un profundo enamorado de su España rota hasta el punto que, según la tradición, se llevó tierra española en una caja de madera para que le enterraran con ella en su destierro de Colliure. Murió en febrero de 1939, en plena guerra civil, casi al mismo tiempo que su madre, con solo tres días de diferencia, consciente él, inconsciente ella, agonizando ambos en la misma habitación.
Trágico destino para el que fue un gran hombre, admirado por muchos, odiado por nadie, de sentimientos encontrados, que todavía recibe cartas que depositan en su tumba los peregrinos que la visitan.
Hombre que pasó gran parte de su tiempo sin entender lo que ocurría ni en los cielos ni en la tierra, que se lamentó a Dios con un:
“Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.
Versos dolorosos, desgarradores, escritos cuando falleció su amada Leonor con solo 19 años, fallecimiento que le forzó a abandonar su Soria adoptiva porque no podía soportar la soledad.
Y viene a colación porque Antonio Machado y Ruiz parece una representación de la misma España. Su vida transcurrió en una sucesión de sobresaltos, como la pérdida de Cuba, la Guerra Mundial y grandes titulares que repetían cada día tragedias y amenazas. Y que culminaron en una guerra civil que ensangrentó España y le obligó a abandonar su querido país. Convulsiones que soportaba sumergiéndose en sus paisajes profundos, en esas ciudades lejanas y solas, en esos caminos que hacía al andar.
Y ¿cuál es la razón de que hoy, en pleno siglo XXI y rodeados de democracia y bienestar sigamos en nuestras trece, quizás más divididos cada día que pasa?
Yo tengo una teoría, pero en contra de lo que suelo publicar no se basa en hechos contratados. Son impresiones entresacadas de esto y de aquello y de la experiencia de mis muchos años de vida.
Estoy convencido de que todo lo que nos ocurre se debe, casi exclusivamente, a que somos la única nación del mundo civilizado que ha tenido una guerra civil en los últimos tiempos. Porque las de los Balcanes no fueron civiles. No lucharon serbios contra serbios ni croatas contra croatas. Ni lucharon entre si los eslovenos o los macedonios. Fueron guerras entre países por los malditos nacionalismos y por la prepotencia de los fanáticos que quisieron restaurar la Gran Nación Serbia.
En España sí. En España lucharon españoles contra españoles por el fracaso de unos y la insumisión de otros y como consecuencia de semejante disparate una buena parte de la juventud española fue reclutada a la fuerza para luchar bajo una u otra bandera sin que fuera esa su decisión. No fueron a matarse los unos y los otros de forma voluntaria.
Acabó la guerra y empezó una postguerra durísima, especialmente en los primeros tiempos a causa de las represiones, muchas veces motivadas por rencores personales, y por la miseria en la que estábamos sumidos.
Pero, pasado el tiempo, un grupo de personas de mucho nivel y diferentes ideologías empezaron a trabajar planificando una transición pacífica desde la dictadura hasta la democracia.
Y se consiguió porque una gran mayoría de los españoles aceptamos con alegría la nueva situación y nos mantuvimos unidos frente a la adversidad, los asesinatos de la calle Atocha, frente a los asesinos de ETA y hasta del intento de golpe de Estado del 23 F.
Pero hace unos pocos años, personajes que ni vivieron esos tiempos ni tuvieron que reconstruir España porque se la encontraron “hecha”, siendo ya un Estado democrático y garantista, organizado, con Universidades y con una gran cobertura social, decidieron que querían ser “alguien” en la política y no encontraron mejor forma que volver a dividir a los españoles.
Y reescribieron la historia reverdeciendo rencores ya casi desaparecidos y trataron de convencernos, casi lo están consiguiendo, de que la transición fue una gran farsa y que todos los españoles que eran algo en la política de aquellos tiempos y todos nosotros en general, los auténticos protagonistas de la transición, somos una generación de ovejas crédulas y desinformadas.
Y como ese es el argumento, no se dirigieron masivamente a los que fueron protagonistas de la guerra o lo fuimos de la posguerra, de la dictadura y de la transición, porque sabían que no les haríamos ningún caso. La gran mayoría de sus “víctimas emocionales” preferidas, su campo de cultivo, han sido los hijos o los nietos de los directamente afectados.
Porque nosotros nunca olvidamos, pero decidimos pasar página en beneficio de la convivencia y del bien común. No había olvidado Dolores Ibárruri cuando estrechó la mano de Adolfo Suarez. Ninguno de los dos. Ni tampoco Fraga cuando presentó a Carrillo en el Club Siglo XXI, ni los que estuvieron en las cárceles franquistas y ocuparon escaños en el congreso.
Ninguno olvidó, pero todos miraron hacia adelante y la cosa salió bien. ¡Eso sí que fue una verdadera reconstrucción del país!
Y es por eso por lo que me siento tan frustrado y tan dolido. Porque tengo la impresión de que los que ahora reclaman derechos de sus padres y abuelos convencidos de que hay una sentencia pendiente que nadie quiso dictar en su momento, en el fondo les están engañando. Violentando su voluntad. Porque están haciendo algo que ni nosotros sin nuestros padres quisimos hacer, no por miedo, porque se había terminado la etapa de mirar hacia atrás por encima del hombro, sino por convencimiento. Porque era lo mejor.
Y a los emponzoñadores sociales, los falsarios “inventa historias” que tanto daño han hecho y están haciendo al país y a la convivencia de los ciudadanos, los que buscan confrontación y quieren reverdecer errores, lo peor para ellos. No les deseo ningún mal personal ni para ellos ni para sus familias, pero tengo la esperanza de que en algún momento la sociedad reaccione y les pondrá en su verdadero lugar: el de agitadores profesionales y malintencionados, intelectuales del tres al cuarto, manipuladores del baratillo, que nacieron cien años más tarde de lo que deberían haber nacido.