Ayer fue el día en que Pedro Sánchez, luciendo su mejor sonrisa, absolutamente relajado y en carne mortal, hizo la gracia de regalarnos una rueda de prensa con preguntas de periodistas incluida.
¿Y qué dijo? Pues tal como lo vi nada nuevo. Los tópicos de siempre
Empezó, como no, atribuyéndose el papel de gran negociador que tiene que pelear con grupos incompetentes, obstruccionistas y poco menos que enemigos de España, personalizados en esta ocasión en el Partido Popular y en Pablo Casado, ya que uno de los temas fundamentales fue la elección de los miembros del Consejo del Poder Judicial.
Naturalmente no comentó que los inmovilistas sí han negociado la elección del consejo de Radiotelevisión Española porque eso ya es agua pasada.
Y es que en esta ocasión, como siempre ocurre con las “verdades” del “sanchismo”, todo lo expuesto fue una sarta de medias verdades y de datos caramente tergiversados.
Lo primero es que en esta ocasión y siendo Sánchez presidente del gobierno y el que marca las reglas del juego, la elección de vocales dependía exclusivamente de la voluntad de los partidos negociadores. Y me explico:
En la ocasión anterior recibimos la buena noticia de que la elección se hizo tomando nombres de una lista de solicitantes al puesto que pasaron un filtrado previo por méritos para poder ser elegidos.
Esta vez no. Esta vez se cumplirían condiciones mínimas, que fuera juez de carrera por poner un ejemplo muy elemental, pero cada partido podía presentar a quien le apeteciera con independencia de su experiencia y méritos en la judicatura y su currículum profesional.
Y de eso no se ha dicho prácticamente nada, cosa que me sorprende muy especialmente por parte del Partido Popular que lleva tiempo diciendo que una de sus propuestas legislativas es devolver a los jueces la capacidad de elegir a los vocales que indica la Constitución, los que los políticos esquilmaron a los jueces para conseguir mayor influencia en la judicatura.
En segundo lugar, todos los que hemos trabajado en empresas de cierta entidad sabemos lo que es planificar negociaciones destinadas a conseguir determinados acuerdos, a que no se llegue a ningún resultado, e incluso para que una de las partes, la contraria a la “tramposa”, aparezca como la responsable del fracaso.
Y este ha sido el caso.
Y un ejemplo palmario son las negociaciones sindicales en las que una de las partes permite grandes avances hasta que se saca de la manga “esa” condición, aparentemente de menor entidad, sabiendo que la contraria nunca lo aceptará.
En la negociación de vocales, el PP siempre ha puesto como condición que no participara Podemos ni ninguno de sus partidos afines. Estará bien o estará mal, pero era una condición previa
El “sanchismo” aparentó aceptar, pero ha presentado dos nombres a sabiendas de lo que iba a pasar. Uno de ellos porque era una línea roja del PP, el juez que provocó la caída del gobierno de Rajoy por un párrafo que incluyó en la sentencia y por el que fue amonestado por el Consejo del Poder Judicial porque lo consideró impropio y argumentativo y el otro porque se trata de una juez de muy dudoso perfil personal, que ha protagonizado algunos escándalos a casusa de su prepotencia, que pertenece al grupo “podemita” y que ocupa un puesto importante en el ministerio de la confusión sexual.
Es decir, “Podemos no participa, pero yo actúo como su quinta columna en la negociación”. Si eso no es jugar con cartas marca y con el propósito de, o llevarse al gato al agua o presentar al PP como el gran bloqueador, no sé qué más podría ocurrir.
El otro punto gloriosos fue su condena al rey emérito por sus problemas con hacienda y el halago al Rey actual. No hace falta que repita, por repetitivo, mi cabreo y mi decepción con la actitud personal de Juan Carlos I, pero no deja de ser una novedad que Sánchez, el gran prestidigitador de la política, haya tocado este tema personalmente en lugar de dejar ese papel a Pablo Iglesias como hasta ahora. Porque no creo que le convenga.
Ayer, por ejemplo, alabó como contraste la gran labor en transparencia que implementó en la Casa Real Felipe VI. Y es absolutamente cierto. He dicho alguna vez y repito en este momento que de las páginas que consulto de vez en cuando, no las hay más transparentes que la de la Casa Real y la de la Conferencia Episcopal. Precisamente las dos que siempre están en boca de quienes debería respetarlas.
Y si quieren comprobarlo, no tienen más que visitar sus web. La de la Casa Real, por ejemplo, contiene toda la información sobre las actividades de los monarcas y, muy importante, una justificación muy detallada de los ingresos y gastos de la casa, sin ocultar nada. Partida a partida. La versión femenina de la famosa frase del Cholo Simeone.
Todo lo contrario. Todo lo contario, repito para que no hayan dudas, de lo que ha hecho Pedro Sánchez, que desde que está en la Moncloa ha seguido una escalada continuada de ocultación de datos hasta llegar al oscurantismo más absoluto.
Porque, en este caso, es absolutamente imposible conocer una gran parte de los detalles de costes y actividades de nuestro presidente porque los que ha etiquetado como “secretos de estado”. Y, como consecuencia, el nivel de transparencia ha caído en picado si se compara con el de anteriores presidencias de gobierno.
Y, al hilo de este mismo argumento, conoce y ataca las actividades del Rey emérito, pero es imposible saber si él mismo está usando los recursos del estado, transportes aéreos incluido o alojamientos en palacios y fincas de propiedad pública, para usos particulares, para los que puede tener algún derecho, o al servicio de alguno de sus amigos personales.
Ya no me meto con el uso de estos medios al servicio del partido y no del gobierno, cosa que no hacía ninguno de sus predecesores, sino para usos personales. Todavía recuerdo el escándalo que se montó cuando Alfonso Guerra utilizó un avión myster para que le tarjera de Portugal a Madrid al finalizar sus vacaciones.
¿A quién invita y adonde nuestro presidente? ¿Cuándo, dónde y porqué utiliza los falcon del Ejército del Aire?
Y este contraste entre la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio, no deja de ser sorprendente. Y más que lo exhiba públicamente. Pero a estas alturas ya sabemos que entre su labia y las estrategias de la factoría Redondo, Pedro Sánchez es capaz de vendernos todos los burros viejos que quiera y cuantas veces le dé la gana.
Yo quiero que se negocien los vocales, claro que sí, y me gustaría la mayor limpieza posible aunque, por otra parte, soy un convencido de que los jueces, salvo contadísimas ocasiones, cuando ejercen como tales mantienen una independencia de criterio muy alta. Y que los que se dejan “querer” por unos, los corruptos, lo menos, pueden dejarse querer por otros al día siguiente.
Y, precisamente por eso, a los que hay que excluir es a los pocos que entran en ese grupo de “las contadísimas ocasiones”.
Y la prueba del algodón de la sensatez final de los jueces la tenemos en que, ayer mismo, el consejo aprobó por unanimidad suspender el calidad democrática y legal el bodrio del “sí es sí” de nuestra muy preparada ministra de igualdad. Consejeros que, como es bien sabido, pertenecen a todas las tendencias existentes en la judicatura.
A mí, por ejemplo, me ha parecido bien que se haya consensuado el consejo de Radiotelevisión Española. Seguro que ha ganado el sanchismo pero no me importa. Primero porque cualquier cosa es mejor que la que había y segundo porque, por desgracia, soy consciente de que todos los gobiernos han arrimado el ascua a su sardina mientras tuvieron poder.
Unos más que otros, pero todos.