Pedro Sánchez, la estatua de la Justicia y la “sirenita de Copenhague”

Pedro Sánchez acaba de concretar su interpretación de lo que debe ser ostentar el poder absoluto en España: ser jefe de gobierno.

Y lo hizo en un tema tan sumamente delicado como es la verdadera utilidad de la justicia, ese paraguas protector de la ciudadanía que sanciona a quién nos agrede, roba, o comete cualquier acto que ponga en peligro nuestras personas, nuestros bienes o nuestras libertades.

Y lo concretó diciendo que “hay momentos en que es útil el castigo y momentos en los que es útil el perdón”. Toda una filosofía novedosa, especialmente viniendo de quién juró el cargo para “guardar y hacer guardar la Constitución”.

Lo cual parece una excelente noticia para los pedófilos, violadores, ladrones, asesinos, timadores o los que ejercen violencia doméstica, pongo por caso.

Pero no. Pedro Sánchez es Pedro Sánchez, la factoría Redondo y sus circunstancias y tiene un idioma especial, disfrazado de castellano, que consiste en que nada de lo que parece, es y que nada de lo que se dice es realmente lo que se quiere decir.

Porque, amigos delincuentes, abandonen toda esperanza. En España hace años, ahora mucho más, que existen dos categorías de humanos: los políticos y los mortales. Y en este segundo grupo estamos incluidos todos lo no-políticos de cualquier sexo y condición, desde el más ilustrado al que valdría la pena escuchar, hasta el más violento de los violentos, del que conviene huir.

Mientras que en el primero hay toda una lista de personas entre los que también hay algunos a los que vale la pena escuchar, pocos en este momento y otros que, realmente, no tienen nada que decir. O que más vale que estén callados porque no dicen más que sandeces. O que no se sabe lo que dicen.

Pero ni eso. Cuando alude a los “momentos de perdón” tampoco se refiere para todos los políticos. Se refiere, en ese mensaje críptico tan difícil de interpretar, a los suyos, a los que le apoyan. Esos sí, de cualquier sexo y condición, o de cualquier pelaje. A los demás, a los políticos de la oposición, “leña al mono”. Acusaciones particulares, comisiones de investigación con conclusiones escritas antes de que se convoquen, señalamientos y todo lo que haga falta. Incluso un poco más no sea que nos quedemos cortos.

Y ¿Quién decide cuales son los momentos de castigar y de perdonar? Porque la Constitución española no hace alusión alguna a este tema. Solo dice que uno de sus objetivos es “Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular”. Es decir, que los españoles queremos que en España impere la ley. Sin más.

Como soy mayor y he conocido muchos acontecimientos mundiales y muchos regímenes en los cinco continentes, me figuro que estos “momentos” no se regulan por planes quinquenales como hacían los países del este. Más bien pretende convencernos de que es el presidente del gobierno, “ÉL”, el único facultado para decidir en que “momento” estamos y quiénes son los galgos y quienes los podencos.

Y para más “inri”, otro de nuestros referentes morales, Don Quijote, aconsejó a Sancho cuando se suponía que iba a ser gobernador de la “Ínsula de Barataria” que “si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia

Es decir, Don Quijote ya entendía que la justicia, además de una balanza para sopesar y una venda para no dejarse influir, debía tener una vara para castigar.

Y, en este caso, más bien parece que Pedro Sánchez, que no se sí ha leído el Quijote, pretende doblar la vara de la justicia, que ni es suya ni está en sus manos, en dirección a la dádiva en forma de apoyo parlamentario. Por lo que ni está respetando a la justicia, ni atiende a los consejos de Don Quijote.

A la justicia porque, en una decisión legal, concede el indulto a personas que no cumplen precisamente los requisitos para beneficiarse y en contra de la opinión del tribunal que los juzgó, en un juicio tan legal, al menos, como la decisión del gobierno de dejar sin efecto parte de la sentencia.

Y porque, por si faltaba algo, está buscando algún subterfugio para quitarse de en medio al Tribunal de Cuentas para que no insista en continuar acusándolos por la malversación de fondos.

Empeño que defendió ayer como si tuviera razón un demócrata de toda la vida, menos en los últimos tiempos y un experto en leyes como es el ministro Ábalos.

Me figuro que en el ministerio de justicia, junto la estatua de la Justicia, la de los ojos vendados para no dejarse influenciar, la balanza para equilibrar hechos, pruebas y descargos y la espada del castigo, habrá que poner una «sirenita de Copenhague” de mirada distraída y pose relajada para simbolizar la otra justicia: la que aplicará el jefe del gobierno en los momentos del perdón, cuando quiera y a quién quiera.

Quedaría bien

Si este texto lo leyera un español que despertara de un coma después de cuatro años, se preguntaría ¿de que nación habla este hombre?

Hablo de España, amigo, de España.

P.D.

Se está insistiendo mucho, para ver si cuela, que la Constitución y las leyes se han escrito para fomentar la convivencia y el diálogo de los españoles. Y es un “sí pero no”. Lo que en definitiva no deja de ser un “no”

Las leyes no son cantos al amor y a la fraternidad. Son reglas severas para castigar a los que no respetan vidas y haciendas, para los que delinquen. Y si que favorecen la convivencia, claro, pero es de forma indirecta, sancionando a los delincuentes y, si procede, retirándolos de la sociedad.

La estatua de la justicia no tiene un corazón ardiente o los brazos extendidos en un gesto de amor. Ojos cubiertos y espada.

Valencia, 26 de junio de 2021

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