Últimamente nos pasamos demasiado tiempo discutiendo si este le ha guiñado el ojo a esta o no, o si este ha dicho lo que dicen que dijo, o si tal “noticia” auténtica de la muerte, compartida miles de veces, compromete o no compromete a determinado personaje.
No soy sabio pero soy viejo, y creo distinguir entre lo fundamental y lo accesorio, entre los árboles y los bosques.
Porque mientras nos cabreamos entre nosotros por semejantes minucias, los problemas reales del país, los que son causa-raíz de todo lo que nos pasa, no solo no mejoran, sino que empeoran.
Y empeoran porque nuestra sagrada clase política así lo quiere. Porque parece que les interesa que así sea y porque es una verdad indiscutible que, desde la transición, jamás hemos tenido políticos profesionales de menos nivel que los actuales. Desde lo que entonces era Partido Comunista, hasta Alianza Popular.
Una buena parte son egoístas, egocéntricos y muy pagados de sí mismos. Y sus prioridades son “yo”, el partido y, si queda algo, la nación. Egocentrismo que se hace extensivo a los partidos políticos.
Y así podemos ver en el congreso de los diputados o en el parlamento de Cataluña que un excelente discurso de Arrimadas, por ejemplo, se aplaude con entusiasmo por sus correligionarios de Ciudadanos ante la más absoluta indiferencia de los miembros del PP o del PSC. Y lo mismo ocurre si el orador es del PP o del PSC. Dirán verdades como puños, pero no es “de los suyos”.
Y estamos asistiendo al drama de que se quiere mantener más o menos con pinzas la eterna división entre derechas e izquierdas, cuando las diferencias entre el PP y el PSOE son mínimas en lo político y en lo social. En España, por desgracia para nosotros y forzados por las circunstancias, existen los constitucionalistas y el resto. Y en Europa, que ya nos llegará, existen las mayorías sociales que votan al que lo hace mejor o menos mal en cada una de las elecciones, siendo los mismos votantes, excepto minorías con mayor carga ideológica, los que se decantan por liberales o por conservadores en el Reino Unido, por ejemplo.
Y no es de extrañar que en esta situación sea tan del interés de los políticos y los medios de comunicación afines dar carnaza “al pueblo”. Hay que magnificar las cosas pequeñas para que parezcan grandes y nos distraigan de las verdaderas carencias de la nación. Si el presidente ha tenido un despiste sin ninguna importancia en la recepción del día de la Hispanidad, ríos de tinta. Si a Franco le sacan de tal sitio y lo llevan ellos sabrán donde, ríos de tinta.
Mientras, no pensamos en como reformar la ley electoral para evitar las listas-abrevadero, como conseguir un pacto de estado por la educación, como reformar la justicia, como, como…
Porque lo importante, lo que nos hace discutir y posicionarnos tan enfáticamente, son las cosas de Rufián o de Pilar Rahola. Lo demás nos viene grande. Como si no fueran “nuestras cosas”.
En tiempos de Franco decían que para distraer a la gente “pan y toros”. Ahora ni eso. Basta con las tertulias de super sabios y con los apologetas de las redes sociales.