Los que tenemos cierta edad y vivimos la negra época de ETA, la de los asesinos cobardes que causaron 850 víctimas de todos los estamentos, que ejecutaron vilmente a militares, fuerzas de orden público, incluidos algunas ertzainas, miembros del poder judicial, políticos de todos los partidos, menos del PNV claro, y entre ellos varios niños, recordamos lo que era parte del manual de los valientes soldados gudaris en caso de que los detuvieran.
Una de las normas era que siempre, y en todos los casos, denunciaran brutalidad policial en el momento de la detención o en los interrogatorios. Siguiendo esta consigna se produjeron más de tres mil denuncias, soportadas y defendidas por sus abogados, la mayoría de los cuales militan hoy o son cargos de Bildu, la sucesora de los sucesores de ETA.
La inmensa mayoría de estas denuncias fueron desestimadas por los jueces porque no encontraron causa, aunque sí que prosperaron algunas de ellas, incluso con algunos encausados entre las fuerzas del orden. Pero, insisto, solo en una mínima parte de las denuncias.
La otra consigna, para los que estaban en territorio francés, era ir armados pero no ofrecer resistencia en caso de ser detenidos. La razón es que llevar armas en Francia es un delito por el que debían juzgarlos en el país, y de esta forma, al existir causa pendiente en territorio francés, no les podían deportar aunque estuvieran reclamados por la justicia española.
Esas, entre otras, eran las consignas difundidas entre los miembros de la banda asesina.
Pues bien. Los mismos, o casi los mismos ideológicamente hablando, que cometían estos desmanes son los que ayer montaron el espectáculo aberrante en el parlamento vasco, incomprensiblemente soportado por los parlamentarios de casi todos los partidos allí presentes, incluido el muy honorable lendakari, y con una presidenta que permitió que continuara con su discurso brabucón, torticero e intolerable, alegando que el parlamentario estaba en uso de la palabra, cuando no hay parlamento de país civilizado que permita que un diputado aproveche su turno en el estrado para insultar, ofender, provocar, y mentir como él lo estaba haciendo.
Y el pretexto para semejante espectáculo fue la defensa de una ley que permite reflotar todas aquellas denuncias por brutalidad policial, ley que ya fue derogada en un intento anterior por el Tribunal Constitucional, y que ayer, para nuestra vergüenza, fue aprobada, ¡con los votos a favor del PSE-EE , el partido socialista del País Vasco! El de Idoia Mendia, la que confraterniza con Otegui, la que dice que trabaja “para que la izquierda abertzale reconozca que nunca se debió matar»
Y, evidentemente, lo está consiguiendo. No hay más que prestar atención. Porque son legión los etarras que se manifiestan arrepentidos por lo hecho, los que colaboran con la justicia para esclarecer los más de trescientos asesinatos sin resolver, y los que se niegan a que les reciban como héroes cuando salen de las cárceles.
Y es que, señora Medía, hágase cargo. Es casi imposible convencer al escorpión de que debe amputarse el aguijón.
Porque, naturalmente, es necesario hacer justicia a aquellos pobres asesinos capturados injustamente por las fuerzas de orden público cuando luchaban descerrajando tiros en la nuca de inocentes por su noble causa.
Ley que, por supuesto y una vez recurrida, como se hará, volverá a ser declarada inconstitucional.
Pero el problema de fondo, el gran problema, es que los radicales, en este caso concreto radicales peligrosos, están envalentonándose cada vez más, y lo hacen amparados por esas leyes nuestras, tan garantistas, que permiten los excesos de personas o partidos que comienzan a ser muy preocupantes.
Y que, en ausencia de protección legal contra semejantes intentos, están provocando movimientos pendulares de otro signo, como puede ser el crecimiento de VOX, al que, lamentablemente, están alimentando con los extremismos de cada día de los partidos nacionalistas, independentistas, o simplemente antisistema
Todos ellos enemigos de nuestro país y de nuestra convivencia.
Y lamento comprobar que la sociedad civil, la famosa mayoría silenciosa, asimila día a día este ambiente enrarecido e insano de los fanáticos iluminados como si fuera un panorama normal en nuestro horizonte. Habitual sí que lo es, pero indeseable.
Y continúo pensando lo que siempre he pensado: que todo el mundo tiene derecho a opinar como estime conveniente, a expresar sus ideas con toda libertad, y a luchar políticamente para conseguir sus objetivos, pero desde el respeto, sin violencias físicas o verbales, y asumiendo que episodios de matonismo y de ocupar las calles de forma violenta por los que no son sus propietarios, ya son historias superadas. Las de nuestra España en blanco y negro.
Y está bien que nos ocupemos de nuestros asuntos, que nos quejemos de las injusticias de la sociedad, que gocemos o suframos con el futbol según el caso, o que disfrutemos con las cosas pequeñas o grandes de nuestra comunidad, pero lo cierto es que cada vez estamos más adormecidos. O porque no nos damos cuenta de lo que está pasando en nuestra sociedad, o, lo que sería peor, porque no queremos verlo
Y defiendo sin ninguna duda que debemos pasar página de muchas cosas como se hizo en la transición, incluso de la historia de ETA, pero sin permitir que se niegue o se tergiverse lo que ocurrió.
Pasar página sí, pero no permitir ese continuo intento de blanqueo de la violencia y de los violentos, incluso propiciado por otros partidos como Podemos, Izquierda Unida, todos los nacionalistas y, en ocasiones, algunos miembros del PSOE, que quieren hacernos creer, y pueden hacer creer a los más jóvenes, que el lobo del cuento era una víctima de los tres cerditos.
Y, si no recuperamos el control de la información, nos puede ocurrir como el ejemplo de la rana y el agua de la cazuela. Y cito literalmente la fábula:
“Si echamos una rana en una olla con agua hirviendo (a veces dicen agua muy caliente), esta salta inmediatamente hacia fuera y consigue escapar. En cambio si ponemos una olla con agua fría (a veces dicen temperatura ambiente) y echamos una rana esta se queda tan tranquila. Y si a continuación empezamos a calentar el agua poco a poco, la rana no reacciona sino que se va acomodando a la temperatura hasta que pierde el sentido y, finalmente, morir achicharrada”.
Y en eso estamos. Si no hacemos nada, y hacer algo es manifestar opiniones, no admitir imposiciones ni mentiras, y votar con conocimiento, acabaremos achicharrados.
Y no quiero exagerar poniendo como ejemplo a países sudamericanos. Los populismo son una de las desgracia de nuestros tiempos y se está estableciendo cada vez más en nuestra muy avanzada civilización occidental. Y, como ejemplo, basta con ver lo que ocurrió en Grecia, lo que está ocurriendo en Italia (¿alguien podía imaginar lo que ocurre en Italia?) y lo que apunta en otros países de la Unión Europea.
Quizás tengamos que volver a cantar con Jarcha aquel casi-himno de la transición:
Libertad, libertad
Sin ira libertad
Guárdate tu miedo y tu ira
Porque hay libertad
Sin ira libertad
Y si no la hay sin duda la habrá