Si alguien que me conoce quisiera hacerme daño, le bastaría con lanzar esta frase desde un escenario o en una red social: “Yo no creo que José Luis sea corrupto”. Sin más.
Porque lo que acaba de hacer es introducir deliberadamente un concepto nuevo asociado a mi nombre que, indudablemente, marcará mi futuro en mayor o menor medida dependiendo de la importancia del concepto y de la imagen que los demás tengan de mí.
Porque la mecánica de los acontecimientos a partir de la frase será la siguiente:
Una parte se sorprenderán, o contestarán en la red, “de ninguna manera, José Luis es una persona honorable”. A otros les entrará alguna duda y pensarán “¿por qué se cuestiona la honorabilidad de José Luis?”, y otro grupo, quizás el menor en número pero el más peligroso, opinará, comentará o retwitteará la noticia en términos de “ya me parecía a mí que detrás de esa fachada podría haber algo oscuro”.
¿Qué ha ocurrido? Que al lanzar esa primera frase, maliciosa porque se ha difundido sin venir a cuento, ha conseguido asociar mi nombre a la palabra “corrupción”, y causar impacto en muchos niveles de opinión, siendo los más importantes “no lo creo”, “supongo que no, pero” y “algo habrá de verdad cuando se dice”.
Te parecerá una solemne tontería, pero no te confundas. Esta es una de tantas técnicas de manipulación conocidas y utilizadas desde hace mucho tiempo, que siempre ha funcionado. Bastante más eficaz que la calumnia, pese al refrán de “calumnia que algo queda”, porque en este último caso, si se trata de un hecho concreto y se puede demostrar la falsedad de la afirmación, es relativamente fácil aclarar la verdad, e incluso puede acarrear responsabilidades penales a los calumniadores.
Sin embargo, la frase del ejemplo no tiene ningún tipo de recorrido judicial porque, realmente, no me están acusando de nada.
Este tipo de malicias, que siempre ha existido, se ha hecho mucho más evidente en los últimos tiempos, especialmente cuando las campañas electorales españolas han adoptado el modelo estadounidense, ¡que no importamos de Estados Unidos sea regular, malo o peor!, el mejor “utilizador” de estas técnicas de tan dudosa ética.
Son el equivalente popular al “si yo te contara”, “no quiero opinar” o “no me tires de la lengua”, frases malvadas que dicen muchísimo y malo sin necesidad de decir nada.
Y en esta campaña electoral no hay candidato que no haya contratado a un asesor que le indique lo que debe decir, cuando debe decirlo, que cara debe poner cuando lo dice, que gesto debe hacer con las manos o con las cejas, y el entorno en el que debe decirlo.
Y todos picamos. Es cierto que de vez en cuando avanzan alguna frase del programa electoral, pocas y en la mayoría confusas porque dicen que es lo que “van a hacer” pero no explican cómo lo costearán, pero, otra vez o quizás más, se prefiere atacar al adversario diciendo lo que dicen que han hecho, lo que dicen que hace y lo que dicen que hará si consigue poder. Lo hará, “sin ninguna duda”, porque lo dice el adversario-enemigo-político-personal. Y lo sabe seguro.
Y seguimos cayendo en la trampa: En España no hay ningún partido que pueda atentar contra las libertades, ni contra la mujer, ni contra el progreso, ni contra la unidad de España, salvo los muy extremos, que solo tendrán influencia si los “grandes” les dan protagonismo.
Y no existen porque ni el PP, ni el PSOE, ni Ciudadanos son ni siquiera sospechosos, y porque estamos en la Unión Europea, ¡gracias a Dios!, que no permitiría veleidades ni salidas de tono.
Pero da lo mismo: nuestros muy cultos y comedidos candidatos aceptan, unos más que otros y se nota claramente en los dichos, los hechos y los gestos, las consignas de sus asesores, que no siempre aciertan en indicarles quién es su adversario más peligroso o el público objetivo al que atraer.
No se si acierta o no, pero creo saber porque lo hace: El PSOE califica a VOX, que no es su adversario natural, como paradigma de la super derecha. Y ¿por qué lo hace? Supongo que para marcar una referencia válida del anticristo de la tolerancia y la modernidad y, a continuación, asociarlos con los partidos que están la derecha del PSOE: el PP y Ciudadanos.
“Las tres derechas”, gran frase de campaña en la que les agrupan, los “tres temores” en la última versión.
Ahora se usa menos el término “franquista” porque en España este título es demasiado concreto y conocido. Es mejor “fascista”, término cajón de sastre que lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Y hasta se puede ver a un “proetarra” llamar fascista a uno de Ciudadanos, pongo por ejemplo.
Podemos introdujo con cierto éxito, los términos “república”, “libertades”, y otros parecidos, que abrieron falsos debates sobre algo que, o es historia común con muchas luces y muchas sombras, o es común a la gran mayoría de los partidos políticos. Pero, en ambos casos, el mensaje subyacente era “la república es la alternativa deseable frente al sistema corrupto actual” o “en España no hay libertades”.
Aunque aprecio cambios en los mensajes subliminales del resto de partidos, y cito las dos acepciones de la palabra, “que es percibido sin que el sujeto llegue a tener conciencia de ello” y “que está aparentemente implícito y sugerido”, sigo pensando que de los tres “grandes” es el PSOE el que tiene la estrategia mejor definida, porque no en vano tiene detrás a Iván Redondo, politólogo al que he seguido con interés desde hace años.
Y lo personalizo en este asesor que “ni es de aquí ni de allá”. Es un extraordinario profesional que ha trabajado para alguna comunidad del PP, por ejemplo, y al que cualquiera de nosotros puede contratar mañana, si tuviéramos suficientes recursos para hacerlo, si quisiéramos ser director general de nuestra empresa, u ocupar un determinado cargo político o social. Él nos diría lo que tenemos que hacer y es muy probable que tuviéramos éxito.
Esto es lo que yo creo que está pasando. Y es así, porque nosotros nos dejamos engañar, o al menos seducir, por la parafernalia y la envoltura de los mensajes, sin que lleguemos nunca a analizar la calidad o la solvencia del propio mensaje.
Tierno Galván, “el viejo profesor” para sus seguidores, aunque murió relativamente joven, y “una víbora con gafas” para la afilada lengua de Alfonso Guerra, dijo con ese cinismo profesional que le caracterizaba que «las promesas electorales están para no cumplirse». Y así ha sido durante mucho tiempo. Yo creía que estábamos avanzando hacia un concepto de la política más germánico o más anglosajón pero, como en tantas otras cosas, estaba equivocado.
Lo visceral es lo que sigue contando, quizás más hoy que ayer, y cualquier fórmula para “enamorar” como se dice ahora, o para convencer, vale.
Sin ir más lejos, ayer mismo escuché al más auto valorado de los candidatos, a nuestro presidente, decir que si no les convencía del todo como futuro presidente, le votaran “como al menos malo”. Seguramente le costó bastante no decir “porque soy el mejor”, pero las estrategias son las estrategias, y ante el enorme número de indecisos que aparecen en las encuestas, tocaba “una de humildad”
¡Vivir para ver!
Y, lo cierto, es que por unas cosas y por las otras, esta campaña es la más crispada, más violenta verbalmente e incluso físicamente, de los últimos años.
Ayer mismo vi las imágenes de Rentería, pueblo natal de mi abuela María, como he visto las de otros acosos, y los rostros de los participantes son verdaderamente preocupantes, porque no reflejan oposición. Manifiestan odio, mucho odio.
Pero no hay problema. España es muy fuerte y sobrevivirá, una vez más, a ese espíritu autodestructivo que nos caracteriza.
Estoy de acuerdo contigo en casi todo y fundamentalmente en el trasfondo de tu artículo, que, a mi juicio, destila pesimismo («España es muy fuerte y sobrevivirá», dices al final, dando a entender que estamos pasando un trance). No somos ni germánicos ni anglosajones, ni siquiera nos aproximamos a ellos. Tampoco sé si es necesario ser como los germánicos o los anglosajones. Pero es verdad que los candidatos nos manipulan, sobre todo en campaña electoral. Ninguna verdad («las promesas electorales están para no cumplirse»), pocas medio verdades y muchas «técnicas de dudosa ética». Fascistas, casta, los que quieren romper España, los enemigos de la patria… ¡Qué barbaridad! Como si fuéramos niños. ¿O es que lo somos? Ni siquiera podemos remitirnos al día después de las elecciones para esperar a que se establezca la verdad. Porque ese día puede que se imponga la peor de las falsas verdades.
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Ya me conoces y sabes que soy pesimista a corto plazo y optimista a largo. Estamos en un momento de gran confusión, gran convulsión, bastante violencia, al menos verbal, y un muy bajo nivel de la clase política, el más bajo desde la transición, que no parece capaz de aplicar la generosidad suficiente para solucionar los problemas reales porque están enredados con los problemas «inventados»..
Pero todavía no es tiempo de catarsis, que según la RAE significa el «efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones».
Para ello todavía nos tienen que desconcertar o «cabrera más» los nacionalistas excluyentes catalanes y vascos, endeudar más al pais, y que los políticos insensatos nos enfrenten un poco más los unos a los otros.
Pero estan haciendo progresos…
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