Siempre he distinguido, por razones evidentes, los orígenes y las estrategias de los separatistas radicales de Cataluña y los nacionalistas del País Vasco.
Los primeros siguen una ruta perfectamente calculada desde hace mucho tiempo, más de un siglo, con un destino muy claro, la independencia de su república, hasta que algunos recientes acontecimientos, en mi opinión personal la amenaza sobre la familia Pujol coincidente con una debilidad evidente del gobierno de la nación, ha hecho que algunos menos iniciados hayan pretendido acortar tiempos y buscar atajos por donde, por lo que se ha visto, solo existían terrenos inseguros y peligrosos para ellos. Habían acaparado mucho poder en Cataluña conseguido durante mucho tiempo, pero no el suficiente para desafiar al Estado español. Era demasiado pronto.
Resultado: dicen que tenemos un gran problema en Cataluña y que es muy difícil de solventar, y es cierto, pero opino que el problema ya existía, aunque solo ahora ha salido a la luz en toda su magnitud, lo que, evidentemente nos ha ocasionado una gran convulsión que, efectivamente, será difícil de solucionar.
Pero que, aunque parezca contradictorio, es lo mejor que podía pasarnos. Entiendo, como siempre he entendido, que para cambiar o mejorar una situación, el primer paso, el imprescindible, es identificar claramente el problema, dimensionarlo, y averiguar su causa raíz.
Y todos estos hechos han provocado que aflore lo que estaba oculto, para mal de los independentistas conjurados y para bien de los catalanes no independentistas y para el resto de la nación.
Y que todavía no hemos llegado al punto más bajo, el que generará la catarsis, pero que estamos muy próximos a ello.
Pero el nacionalismo vasco siempre ha sido otra cosa. Es más reciente y se radicalizó por la locura de un paranoico, tomado a modo de adjetivo y no como sustantivo, Sabino Arana, que en lugar de desconfiar de todos los demás, como describe la patología del paranoico, promulgaba que su colectivo, el de los auténticos vascos, desconfiaran del resto de colectivos, y muy especialmente de “los españoles”.
Un Sabino Arana, que entusiasmado con los planteamientos del nacionalismo catalán, del que se inspiró, animó frases como estas, dichas por él mismo o por sus más cercanos colaboradores:
“Antiliberal y antiespañol es lo que todo vizcaíno debe ser”, o “El aseo del vizcaíno es proverbial […]; el español apenas se lava una vez en su vida y se muda una vez al año […]. Oíd hablar a un vizcaíno, y escucharéis la más eufórica, moral y culta de las lenguas; oídle a un español, y si sólo le oís rebuznar, podéis estar satisfechos, pues el asno no profiere voces indecentes ni blasfemias.«
Un Arana que, no lo puedo entender, convenció a muchos ilustrados e incluso a parte de la iglesia vasca de que su verdad, la de Arana, era la verdad esperada.
Pero el actual Partido Nacionalista Vasco ha actuado con más sutileza aunque, en mi opinión, igual de desleales y de carroñeros con la nación española, su nación por mucho que no lo acepten, a la que ha explotado siempre que ha tenido ocasión.
Y lo han hecho con el chantaje de sus votos, tantas veces necesarios para los sucesivos gobiernos nacionales, siempre insensatos y faltos de visión de futuro, que mantuvieron una ley electoral que beneficiaba a las minorías radicales de cada región, y que siempre accedieron a sus exigencias.
Y se veía venir porque ellos, los nacionalistas vascos, ni siquiera tuvieron un personaje generoso en la transición, como fue Tarradellas en Cataluña, que tuvo la visión de que podía existir un futuro con una Cataluña diferenciada, pero unida a España.
Visión que se encargó de destruir el muy ladino Jordi Pujol, su gran enemigo interior, que siempre ha presumido de “apoyar” a España cuando, como lo vascos, pasaba la bandeja a cambio de las ayudas puntuales en forma de más dinero, más transferencias, o más mirar para otro lado, dígase en el caso Banca Catalana por ejemplo.
Pasito a pasito. Pavimentando, losa a losa, la ruta trazada del “prosess”.
Me gusta formarme imágenes de personas y colectivos asociadas a mis lecturas o mis vivencias, y en el caso del PNV lo tengo muy claro:
Me recuerda a aquellos pueblos costeros enclavados en zonas de gran riesgo para los navegantes, que en los últimos siglos salían a la costa cuando habían grandes tormentas confiando en que se produjera algún naufragio.
Y no lo hacían para ayudar a los náufragos, no. Lo hacían para apoderarse la carga que las olas empujaban a las playas o a los arrecifes.
Incluso hay leyendas sobre que en algunos de estos lugares se apagaban los faros o se encendían grandes luces en sitios estratégicos para confundir a los marinos y provocar las desgracias.
Pues bien. Así ha sido desde la transición, y bien que les ha ido amagando con el independentismo sin llegar a cruzar líneas rojas, no porque fueran peligrosas para el Estado, sino para sus intereses.
Pues bien: hoy, día de sorpresas, me entero de que en el próximo Aberri Eguna, su día de la patrias vasca, van a exigir al gobierno que les autorice un referéndum de autodeterminación, como el de los catalanes.
Y no me lo puedo creer. ¿El PNV?
Porque se habrán dado cuenta, digo yo, que para ello se necesita reformar la Constitución, y que si se abre esa posibilidad, también será posible anular ese anacronismo insensato del cupo vasco, reconocido como parte de las cesiones necesarias para conseguir el consenso en la firma de la Constitución, y que sobrevive con las dudas del resto de los españoles y de las suspicacias de la Unión Europea, que ya se ha interesado varias veces por esa anomalía.
Y que el título X de la Constitución, cuarta “disposición transitoria”, dice que, en el caso de Navarra, y a “ efectos de su incorporación al Consejo General Vasco o al régimen autonómico vasco que le sustituya, en lugar de lo que establece el artículo 143 de la Constitución, la iniciativa corresponde al Órgano Foral competente, el cual adoptará su decisión por mayoría de los miembros que lo componen (sic). (sigue)
Otro de los objetivos indudables del PNV y de los independentistas vascos más radicales. Anexionar Navarra al País Vasco. Posibilidad real, según la Constitución, si se cumplen ciertas condiciones.
Y la Constitución, que yo sepa, no dice nada de deshacer lo hecho en caso de que se produzca.
¿Qué el PNV quiere provocar una reforma de la Constitución pensado que solo se van a tocar los puntos que les molesta?
Se nota que ya no está con ellos Javier Arzallus, una mente sibilina y peligrosa, desde el punto de vista de la política por supuesto, porque no creo que lo hubiera permitido.
Preferiría, y así actuó el PNV en sus tiempos, el juego de tensar la cuerda y, si me apuras, de encender alguna hoguera en la costa, la dudosa actuación del PNV en el caso ETA pongo por ejemplo, para confundir a los navegantes.
Me parece bien que “exijan” el referéndum. Quizás así, y tengo mis dudas, se consiga una reacción esperada de los partidos “nacionales”, incluido el cambio en la ley electoral, para lo que creo no es necesaria la reforma de la constitución.
Y pongo tres ejemplos que lo ilustran. En las elecciones de 2016:
- Ciudadanos obtuvo 3.123.769 votos y consiguió 32 escaños. Necesitó 97.618 votos por escaño.
- El PNV consiguió 286.215 y consiguió 5 escaños. 57.243 votos por escaño.
- El Partido animalista, PACMA, con 284.848 votos, no obtuvo ninguno.
¿Alguien entiende este disparate? La ley d’Hont, que se consideró conveniente en la transición por la enorme atomización de partidos que se suponía, y que se produjo, no tiene ningún sentido en el día de hoy. Es absurda, injusta y solo favorece de forma descarada a los que se presentan en una comunidad.
Ha llegado la hora de poner a cada uno en el sitio que le corresponde.
Y es en estas cosas en las que los tres partidos mayoritarios, PP, PSOE y Ciudadanos, deben ponerse de acuerdo sin excusa ni pretexto. Y digo los tres porque haciendo un frente común no hay ninguna posibilidad de que los disidentes se alíen con uno de ellos contra los otros dos, o tomen represalias políticas con alguno de ellos.
Y digo los tres porque el cuarto, Unidos o Unidas Podemos, no creo que esté por la labor.
No he leído los programas electorales, pero me figuro que ninguno de ellos plantea esta posibilidad. Pero para eso estamos los ciudadanos. Para empujarles.
Y para los vascos o catalanes no implicados en esta insensatez, llegado el caso no se confundan de enemigo. Son sus dirigentes egoístas y manipuladores los que les han colocado en esta situación. Y, lamentablemente, son ellos o sus antepasados, y no nosotros, los que les votamos.