A Franco muerto, gran lanzada.

“A moro muerto, gran lanzada” es una expresión con la que “se satiriza a los que se muestran valientes contra algo o alguien cuando ya no hay riesgo en ello”. Se utiliza para referirse a los cobardes que “aparentan un gran mérito” atacando a quien ya está vencido

Gente que nunca ha arriesgado nada y que se ponen a la cabeza de  las manifestaciones cuando ha pasado el peligro. No sé si se reproducen por esporas como las setas, pero cada vez hay más. Nacen a montones.

En tiempos de la dictadura algunos colectivos y no pocas personas luchaban con más o menos discreción contra el régimen. Se decía que teníamos a la policía más culta del mundo porque pasaban los días en las Universidades, “la secreta” tenía fichados a muchos españoles, especialmente para controlarlos cuando venía Franco a Valencia o iba a cualquier otra ciudad, o cuando se preparaba “algo especial”, y hasta Don Vicente, el cura de Marchalenes que se hizo famoso por protestar airadamente por el mal trato que dieron a los modestos de aquel barrio después de la riada como consecuencia de la especulación, era controlado por la policía “por si acaso”. Nosotros, a modo de respaldo, hacíamos alguna reunión en su parroquia en momentos “delicados”.

Y a más de uno detuvieron por hablar donde no debía o con quién no debía, que chismosos/as de barrio habían más de los que parecían haber, o por quemar “las vietnamitas” multicopiando panfletos o convocatorias de manifestación.

El Partido Comunista, ilegal por supuesto, fue especialmente beligerante y, por lo que recuerdo, el que más “daba la cara” en aquellos tiempos, tanto desde el punto de vista político como sindical. También algunos socialistas, igualmente sin legalizar, se movía por los ámbitos universitarios, habían “curas obreros”, y hasta teníamos una Unidad Militar Democrática.

Y muchos de los aludidos, comunistas y socialistas, algunos con mucho nombre, acabaron en las cárceles de Franco. Y quizás, mira por donde, fue allí donde se hicieron amigos, aprendieron a dialogar, a entenderse, a buscar puntos comunes, y a pensar en un futuro exento de tanta lucha absurda.

Personajes que tenían en su haber una honorabilidad a prueba de bombas, haber conocido lo peor de la guerra y la posguerra, y haber tenido tiempo para pensar. Mucho tiempo.

Y no es que le tuvieran que agradecer a Franco haberles encarcelado, pero ocurre en ocasiones que de un mal sobrevenido se pueden sacar cosas positivas.

Los Marcelino Camacho, Ramón Tamames, Simón Sanchez Montero, ¡Ramón Rubial!, y tantos otros, salieron de las cárceles después de bastante tiempo, y cuando lo hicieron volvieron a sus tareas políticas y sindicales sin haber presumido nunca de haber sido ellos, ni mucho menos cada uno de ellos, los que “nos salvaron”.

Ni siquiera lo hizo Carrillo desde el exilio o después en España

Y héteme aquí que personajes que no habían nacido en aquella época, que se han criado en un estado democrático extremadamente garantista en sus leyes, protegidos por un montón de servicios sociales y que les ha proporcionado educación y bienestar, se pasan el día diciendo que “hay que rehacer lo hecho”.

Son los que portan simbólicas banderas victoriosas  de batallas que no han librado,  que se adjudican méritos de cosas que ni siquiera saben lo que son, y que encabezan manifestaciones defendiendo derechos que ellos ni han sugerido y  por los que no han luchado aunque, eso sí, siempre tendrán un vídeo o una intervención de tertulia demostrando cuanto han hecho por “la causa”.

Sin ningún rubor ni la más mínima vergüenza.

Son los que van buscando moros muertos para darles grandes lanzadas, perdón por la expresión porque es medieval y los moros eran los enemigos de entonces,  pero que huirían despavoridos si el moro diera la más mínima señal de vida.

En este caso el moro muerto es Franco, del que es imposible olvidarnos gracias a estos valientes paladines que le dan lanzadas casi cada día.

Y a fe que tienen mucho mérito en la labor de mantener viva  la memoria del dictador. Porque si no fuera por su dedicación, y preguntáramos por Franco a un menor de treinta años, o no sabría quién es, o diría que es el último fichaje del Valencia F.C.

Claro que me dirán que lo hacen porque “no hay que olvidar los crímenes cometidos”. ¡Anda ya!

¿Conocen las palabras transición, reconciliación, generosidad o “mirar hacia  adelante”?

A, perdón, sí que las conocen. Las utilizan cuando hablan de los criminales de ETA que solo hace cuatro días que dejaron de matar.

Nota al margen: quiero dedicarle este comentario a Rufían, otro notable alanceador de moros muertos, que tanto ha disfrutado con el accidente que sufrió ayer el paracaidista Luis Fernando Pozo cuando portaba la bandera de España.

Paracaidista que siempre estará disponible para defenderle si alguna vez necesita de su ayuda. Y él lo sabe perfectamente porque, como todos los independentistas, es extraordinariamente eficaz disfrutando de los recursos, las salvaguardias, y las garantías que le ofrece la nación opresora.

No exageraré diciendo que Luis Fernando es un héroe, porque solo es uno de tantos militares que cumplen con su deber adiestrándose para protegernos, pero si le pongo en uno de los platos de la balanza y en el otro a semejante “padre de la patria”, se rompería el fiel por el peso del que hasta ayer era paracaidista anónimo, hoy valorado y apreciado.  

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