Estamos en puertas de otras elecciones, y hace años que los políticos nos tienen inmersos en una gran confusión. Hasta el punto que, llegado el momento, no sabemos a quién votar.
Lo lógico es votar a un partido. Es cierto que para una gran parte de los votantes no hay ninguno que se acerque a los mínimos exigibles para cada uno de nosotros, pero siempre habrá alguno que se aproxime más a lo que nos interesa, el “menos malo”. Y recomiendo votar porque los radicales de todos los signos sí que votan y, si no lo hacemos, estamos dejando en sus manos un porcentaje de participación que no se corresponde con la realidad.
Yo, por poner un ejemplo, no votaría a ningún partido que no se comprometa a cambiar la ley electoral por la anglosajona de distrito único, por ejemplo, y que tenga capacidad de legislar o de influir en la legislatura, pero ni lo hay no lo espero. Así que veré por quién me decido.
Dada la situación, cada vez conozco a más desengañados que manifiestan su intención de no votar, de abstenerse,
Considero que de todas las fórmulas posibles esta es, con mucho, la menos recomendable, porque la marrullería de los políticos siempre encuentra una justificación para salir bien librados. Dirán que la gente no vota porque hace frio, o hace calor, o llueve, o que son vacaciones, o por cualquier otra razón externa que justifique la baja participación
O, lo que es peor, dirán que la culpa no es de todos, sino de “los otros”: “No me extraña que estén cabreados y que tengan tan mala opinión de los políticos sabiendo la corrupción del PP”, dirían los del PSOE. “¿Cómo no van a desconfiar de los políticos conociendo los ERE de Andalucía?” argumentarán los del PP. Y así todos los partidos.
El resultado es que, si antes dejábamos en manos de los radicales un porcentaje de participación que no les corresponde, ahora les daremos más poder, porque ellos votarán todos, y nosotros solo una parte.
La tercera opción, la más democrática si no te decantas por ningún partido, es el voto en blanco. El voto en blanco manda un mensaje muy claro a los políticos. Inequívoco: yo creo en la democracia y participo en las elecciones, pero como no me fio de ninguno de los partidos, o de los componentes de las listas cerradas, voto en blanco.
En resumen:
Votar a un partido, aunque sea tapándonos la nariz, es la forma de participar más razonable. No lanza ningún mensaje especial al elegido, porque no puedes matizar si lo haces convencido o a regañadientes, pero ¡qué le vamos a hacer! La única defensa es denunciar en medios de comunicación o de todas las formas posibles que es lo que no te gustas de los políticos en general, de un determinado partido político en particular, o del programa del partido que has votado.
No votar es la peor opción, con diferencia. También podrás opinar, pero para entonces lo que era malo puede ser peor porque te encuentres cogobernando o influyendo, con poder, a partidos extremos, rupturistas o sacamantecas del estado que cambian votos por prebendas. A tanto el escaño.
Votar en blanco evidencia, como he dicho, el fracaso de los políticos y la convicción democrática de los votantes.
Pongamos tres supuestos:
- 30% de abstención, y del 70 % del ceso que han votado, 5 % votos en blanco, y 95 % a diferentes partidos. No salta ninguna alarma, excepto el alto grado de abstención. Ningún partido dirá nada, excepto los menos votados que justificarán su fracaso con fantasías varias.
- 50% de abstención. Del 50 % del ceso que han votado, 5% votos en blanco, y 95 % a diferentes. Saltan alarmas entre los políticos, pero lo justificarán como he dicho anteriormente, por factores externos o por la desilusión y la desconfianza que han generado “los otros”.
- 30% de abstención, y del 70 % del ceso que han votado, 60 % votos en blanco, y 40 % a diferentes partidos. Saltarían todas las alarmas, porque sería un claro mensaje de que una gran parte de los votantes no confían en ningún partido, ni tampoco en los políticos en general. Tratarían de justificarlo como con la abstención, pero no “colaría” y obligaría, en este caso sí, a una reflexión profunda sobre la enorme diferencia entre lo que esperan los ciudadanos y lo que ofrecen los políticos, y la desafección entre los ciudadanos y sus representantes.
Así que, votemos, nos abstengamos o votemos en blanco, hagámoslo con la cabeza y no con el corazón. Nos jugamos mucho en ello.