Quien ataca al gobierno ataca a la democracia

Nadie como la ministra portavoz resumió el otro día y con tanto acierto el verdadero pensamiento del gobierno de la nación, que es lo mismo que decir de nuestro presidente Pedro Sánchez, el gran cerebro que controla al resto de ministros-marioneta de su camarilla y les dice “lo que deben decir” en cada momento y en cada circunstancia.

Instrucciones modelo Epi y Blas que repiten textualmente cuando se les ordena. Hasta la última coma.

Y la frase lapidaria pronunciada por Isabel Rodríguez fue, “quien ataca al gobierno ataca a la democracia”

Un “el Estado soy yo”, “L’État, c’est moi”, frase atribuida a Luis XIV en versión Siglo XXI, corregida y aumentada, porque en aquellos tiempos sí que existía el Estado francés, pero no la democracia.

Porque semejante disparate, teniendo como tenemos una forma de Estado estructurado como monarquía parlamentaria inspirada en la Constitución y siendo como somos una nación de democracia plena en la que la oposición tiene la obligación de controlar al gobierno, y el Poder Judicial vigilar que no cometa ilegalidades, no hace más que aclarar lo que piensa el presidente y explicar lo que lleva haciendo desde que accedió al cargo gracias a aquella moción de censura apoyada por el bien definido “gobierno Frankestein”.

Que no es más que la continuación de lo que empezó cuando declaró de facto “el socialismo soy yo”, costara lo que costara, protagonizando aquel bochornoso episodio de la urna colocada tras una cortina en la sede del partido cuando se votaba su continuación como secretario del partido. Evidenciando que, para colmar sus ambiciones, cualquier medio sería bueno para conseguir el fin propuesto.

Desde entonces comenzó su carrera desenfrenada por recuperar la perdida secretaría general del partido, laminar a todos los que pudieran hacerle sombra por muy cualificados que estuvieran, intrigar, mentir y conspirar hasta conseguir rodearse de una auténtica guardia pretoriana fiel hasta un extremo casi incomprensible y, como remate, conseguir la presidencia del gobierno, que ha sobrevivido practicando una estrategia de tierra quemada, de cuestionar la transición, y de enfrentar a los españoles resucitando rencores del pasado.

Todo muy legal, por supuesto, pero muy maloliente.

Todos los gobiernos de la historia han “colocado” a amigos en empresas públicas, pero lo han hecho, sobre todo, para favorecerles en lo personal. Pero Pedro Sánchez no. Para él ha sido una auténtica partida de ajedrez en la que ha colocado a sus peones en puestos clave de las entidades más importantes de la nación, hasta donde las leyes y la opinión pública le ha permitido: en TVE para controlar la información, aunque haya sido a costa de destrozar su audiencia y su buena imagen pública, en el CIS para que actúe como generador de opiniones, “influenciador”, en lugar de ser el termómetro de la opinión pública que siempre ha sido.

Colocó a una ministra, Dolores Delgado, como Fiscal General del Estado para intentar amordazar a la fiscalía, cosa que no ha conseguido, y a otro, Juan Carlos Campo, en el Tribunal Constitucional en una jugada con dos movimientos, para que se votara como presidente, con voto de calidad, al mismísimo Cándido Conde-Pumpido, su servidor más fiel en la judicatura, el juez que fue Fiscal General del Estado con Zapatero y el redactor de una frase en una des su sentencias que luego tuvo que retirar por fuera de lugar y no justificada, pero que sirvió de palanca en la famosa moción de censura.

Tribunal Constitucional que, dicho sea de paso, tiene como única misión comprobar si las decisiones del gobierno se ajustan a la Constitución, pero que, a partir de su última sentencia y dando un salto cualitativo que no le corresponde, ha dictaminado que el aborto es “un derecho de la mujer”, como si fuera constituyente en lugar de defensor de la constitución.

Insisto: La misión del Constitucional es determinar si una ley se ajustó o no a la Constitución, guste o no guste como en este caso, pero nunca declarar “derechos”, porque es la propia Constitución la única que puede hacerlo. Y para que la Constitución cambie algo de su texto es necesario un determinado procedimiento, según los casos, indicado en la propia Constitución

Lo que hizo ayer el Tribunal Constitucional, el “fabricado” a medida de Pedro Sánchez, el que a partir de ahora será una continuación “seis a favor, cuatro en contra”, o viceversa si el caso lo merece para “la causa”. A esta situación tan lamentable hemos llegado gracias al incremento de la politización en las elecciones de jueces desde hace tantos años.

Porque estamos hablando del que debería ser la máxima garantía de que los españoles estamos protegidos de errores o abusos de la clase política o de la judicatura, el “juzgador de jueces”. Y no el que el otro día, en una actuación antinatura, invadió competencias que no son suyas y se atribuyó una autoridad que no tiene. Como tampoco la tiene el Tribunal Supremo, por ejemplo.

Y eso es muy grave y claramente anticonstitucional.

Tenemos un presidente que ha tratado de minar, que está minando continuamente, la figura del Rey, o interfiriendo en temas que son competencia del Estado y no del gobierno de turno, incluso saltándose protocolos para demostrar que es “más que el que más”. Que ha bloqueado las competencias reglamentarias del Consejo del Poder Judicial como represalia a su “no obediencia”, como si este órgano fuera de su propiedad y no otro poder del Estado. Y que ha manifestado a bombo y platillo, cínicamente, que la no renovación de sus vocales y las consecuencias que ello ha provocado, son responsabilidad del PP, incluso acusándoles de incumplidores de la Constitución, cuando se trata de una negociación a dos bandas y, por tanto, los dos son responsables por la defensa numantina de sus listas de candidatos o de sus modelos de elección.

Un presidente que, a petición de los nacionalistas catalanes, ha reventado las funciones del CNI, básicamente trabajar en la clandestinidad investigando, con la autorización de un juez, los temas que puedan afectar a la seguridad nacional.

Que tiene a su entera disposición y acatando sus órdenes sin ningún tipo de recato, a Meritxel Batet, la presidenta del Parlamento, ¡la responsable de garantizar la imparcialidad del Poder Legislativo!

Y que, sabedor de que nunca podrá modificar la Constitución para hacerla “suya”, más peronista, ha dejado sin contenido alguno de sus puntos fundamentales, como el hecho de eliminar el delito de sedición, o de rebajar las penas por otros delitos graves, como la malversación. Y no me extrañaría que cualquier día de estos, su gobierno y los antiespañoles que lo apoyan, decretaran que abofetear al Rey se castigue con una semana de trabajos comunales.

Podría dedicar páginas y páginas a relatar sus promesas incumplidas, sus mentiras flagrantes, o sus traiciones a unos y otros, pero no puedo terminar mi opinión sobre su personalidad política y su forma de gobernar, sin resaltar su perfil autoritario, evidenciado porque, cuando ha tomado decisiones de calado, ni ha atendido las recomendaciones del Consejo de Estado, ni las del Tribunal Supremo, ni las de otros organismos oficiales o de los profesionales de los sectores afectados por muchas de sus decisiones.

Y que ha abusado, mucho más que ningún otro gobierno, de los decretos ley para evitar el paso previo por el Parlamento.

El único presidente de gobierno que ha sido sancionado por la Junta Electoral Central, y lo fue por usar la Moncloa con fines electoralistas en aquella entrevista de la Sexta y el muy imparcial Ferreras en 2019. Y que, en este momento, tiene a una ministra portavoz advertida y sancionada varias veces por utilizar la rueda de prensa posterior a los consejos de ministros con fines electorales y para atacar a la oposición. Todo muy limpio y democrático.

Incluso sus ínfulas de “caudillo de España” cuando decidió por su cuenta y riesgo, sin consultar al parlamento, ni siquiera a su propio gobierno, dar un vuelco a la política exterior de España en el tema del Sahara.

En fin: un hombre paradigma del oscurantismo, que ha declarado “secreto de estado” sus idas y venidas por España o por otros países del mundo alegando problemas de seguridad, cuando hasta el pocero de Agamenón sabe que podría ser un riesgo anunciar previamente algunos desplazamientos del presidente, curiosamente no lo son los del Rey que tiene agenda pública, pero nunca los viajes ya realizados. ¿Dónde está, en este caso, el riesgo a la seguridad?

Que no ha respondido en el parlamento a una sola pregunta, bien manteniendo silencio o contra preguntando con el consabido “¿Cómo se atreven ustedes a preguntarme esto cuando…? O que se declara paladín del movimiento contra el cambio climático y utiliza el helicóptero y el Falcon hasta para ir a merendar al Pardo.

Incluso su extraño comportamiento como defensor de la mujer, cuando tiene el dudoso mérito de haber firmado y obligado a firmar a su bancada la famosa ley del “sí es sí”. La que, según sus propias palabras, “iba a ser la que imitarían todos los gobiernos” y luego tuvo que rectificar con el apoyo de la oposición.

Eso es lo que hay y lo que tenemos: un personaje verdadera aberración democrática, que llegó al poder de forma totalmente legal, aunque mantenga un modo de gobernar profundamente inmoral, y que está donde está por las debilidades y las fisuras de los sistemas democráticos, muy poco protegidos de personajes siniestros como Hitler, por poner un ejemplo extremo, o, a otro nivel, muy, muy inferior, sin comparación en cuanto a la maldad, de trileros como el expresidente Trump o el propio Pedro Sánchez.

E insisto que no quiero establecer paralelismos entre el primero y los segundos porque sería absolutamente injusto. El primero fue un asesino psicópata, los segundos simples medradores ególatras y amorales que han encontrado en la democracia un caldo de cultivo para conseguir objetivos personales, como lo hicieron en su día Hugo Chávez o Daniel Ortega.

Ignoro que clase de poder mental, que influencia tiene sobre los que le rodean, para destrozar carreras políticas o los brillantes currículum de personas que en otro momento fueron limpias, de gran nivel y ejemplo para la ciudadanía, convertidos en marionetas de usar y tirar después de aceptar el caramelo envenenado de ser ministros de su gobierno.

Pedro Sánchez ha manifestado varias veces su preocupación de “como” pasará a la historia, e incluso ha llegado a afirmar la posibilidad de hacerlo por haber desenterrado a Franco, acontecimiento sideral para su máquina de propaganda y acto ridículo, posiblemente justificado desde el punto de vista de la lógica, por el desproporcionadísimo seguimiento que se hizo del momento. Momento para gloria de nuestro gran líder que ha evitado con elegancia los familiares de José Antonio Primo de Rivera.

Y esto es lo que hay porque nosotros lo hemos votado los españoles, aunque no consiguiera una mayoría suficiente que completó con su famoso pacto electoral con Podemos y los apoyos de “los otros”. Los que le dijeron sí por su profunda convicción socialista y se creyeron sus promesas electorales y los mucho que se quedaron en su casa y no dijeron “no”.

Y observarán que no he criticado en ningún momento al socialismo que el dice representar. Porque el socialismo es algo mucho más noble que ha hecho grandes cosas para favorecer la transición y modernizar España.

Sánchez, el que está preparando el gran video reportaje de sus logros y sus hazañas siendo presidente, no es más que el clásico trepa que te puedes encontrar en cualquier gran empresa. Un trepa con mucho poder, por supuesto, pero un trepa sin talla política. Un político de bajo nivel parlamentario, de discursos plagados de muletillas y frases hechas, que evita comparecer en Las Cortes tanto como puede.

Y así pasará a la historia por muchos viajes que haga y mucho marketing que se dedique a resaltar su figura. Medrará en su post poder moviéndose en el mundo de segundo nivel, como lo hace Zapatero, pero nada más. Seguro que no le recordarán como recordamos a los grandes políticos que han construido Europa desde Alemania, Francia, Italia y el resto de las grandes naciones, entre las que está España.

Ni siquiera como Felipe Gonzalez que, sombras aparte, si que figura en los anales de la historia reciente de España y de Europa.

Porque Pedro Sánchez es un presidente muy poco de fiar, e igual lo sería si se hubiera presentado con las siglas del PP, de Podemos o de VOX. Porque en el fondo, y los hechos lo demuestran, no tienen más ideología que sus intereses personales.

Habrá muchos que difieren de mi opinión, incluso que me acusarán de lo que quieran acusarme, pero desafió a quien quiera hacerlo que, además de descalificarme, diga en que parte de lo escrito digo mentira. Que disientan con el cerebro y no con las vísceras. Con datos, por favor.

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