El machismo, el sexismo y la violencia de género

En los últimos días, y con motivo de la trágica muerte de Laura Luelmo, proliferan los pescadores en rio revuelto y muy especialmente los movimientos ultra feministas que están distorsionando la realidad partiendo de supuestos totalmente falsos, y aplicando reducciones al absurdo sin ningún fundamento.

En primer lugar, los hombres no somos una amenaza para las mujeres como parece desprenderse de algunas declaraciones, ni España es un país especialmente peligroso para ellas, ya que ocupa un lugar muy destacado entre los más seguros. Es muy cierto que se dan demasiados casos de violencia doméstica (uno ya sería demasiado) y que de vez en cuando nos sacude la conciencia algunas noticias especialmente dramáticas, como es el caso, que nos confunden y nos hacen dudar de la propia raza humana.

Pero no se puede confundir a la opinión pública española con mensajes tan falsos como definir el caso de Laura como de violencia doméstica. Se trata de un asesinato puro y duro con todas las agravantes posibles conocidas. Sexista sí, porque el objeto del asesino era violar, pero en ningún caso se puede definir como de violencia doméstica, porque para serlo es imprescindible que exista una convivencia previa que no se ha dado. Como tampoco lo son otros extremadamente graves causados por depredadores varones. Y me remonto, que ya hace años, al caso de las niñas de Alcacer y a todos los sucedidos durante las últimas décadas.

Y me pone la carne de gallina escuchar los mensajes que se están lanzando desde algunas manifestaciones feministas, tan peligrosos y tan fuera de lugar, como “quiero ser libre para correr por donde me apetezca”. ¿Estamos locos? Jamás, por mucho que se esfuerce el gobierno de turno, se conseguirá la seguridad total, y mucho menos con la presión de las redes sociales y los “reality” de las cadenas de televisión que buscan audiencias mostrando sexo más o menos explícito, presentando a las mujeres como de “quita y pon”, y “animando” a que se practique la sexualidad sin ningún tipo de condicionantes, como si todo valiera.

Cadenas que en lo formal presumen de posturas igualitarias y animan a denunciar abusos, al mismo tiempo que en sus programas asignan a las mujeres el papel de objetos sexuales. Malditas cadenas y malditos sus anunciantes.

¡Claro que hay que guardar precauciones! ¡Claro que hay que evitar sitios alejados o solitarios! ¡Claro que sería deseable, muy deseable, correr o caminar por donde corren o caminan otras personas! Nosotros, los hombres, también evitamos calles oscuras o zonas poco seguras si tenemos otras alternativas.

Y no, señores y señoras de la izquierda política. La barbarie no es culpa de la “derecha”. Ni desde el PP, ni desde Ciudadanos se alientan semejantes conductas. Ni tampoco desde el PSOE. Es más, suelen ser mucho más respetuosos con el lenguaje y con las actitudes que los “torquemadas” de pacotilla, esos señaladores profesionales que parecen haber venido al mundo con la misión de separar a los buenos de los malos, cuando, ¡qué paradoja! no se avergüenzan de sus propias conductas machistas. Hace unos días escuché al Sr. Iglesias, el gran líder de los puros, pedir un perdón que sonaba más a estrategia que a sinceridad, por haber manifestado que azotaría hasta hacerla sangrar, a una mujer famosa y atractiva.

Y ¡claro que hay excepciones! En todos los partidos políticos y todos los colectivos sociales aparecen indeseables de tanto en cuanto. Y, como ejemplo, entre los implicados judicialmente en casos de violencia doméstica reciente hay algunos políticos profesionales de derechas y de izquierdas.

Hoy no quiero hablar de leyes ni de ayudas para que las mujeres consigan una igualdad de oportunidades reales sin perder su condición de mujer, porque el tema es la violencia, pero insisto en que este problema, como tantos otros, no es responsabilidad de “progres” ni de “carcas”.

Es en situaciones como esta cuando todo el parlamento, y toda la sociedad, deberían lanzar un mensaje claro y rotundo, sin fisuras ni matices, de que no hay excusa para el maltratador. Sabiendo, repito, que la seguridad total no existe y que se necesita la atención vigilante de todos nosotros, la denuncia de conductas sospechosas, incluidas las de nuestra propia escalera, y la protección de los/las más débiles.

Y en el grupo de los maltratadores no incluyo a los violadores, a los asesinos, o a los que causan daños importantes a mujeres que no conocen o con las que no conviven, porque son caso aparte que requiere un trato legal diferenciado. Son criminales y, en muchos casos, asesinos. También los que abusan de menores.

Y hay que insistir en la educación sexual de los jóvenes. ¿Qué razón hay para que entre los alumnos de institutos se siga practicando el sexismo, muchas veces apoyado o permitido por las jóvenes? Y la mezcla de todo ello, bombardeo de que todo vale en el sexo en los programas y tertulias de las teles, los comentarios de las redes sociales, el apoyo a esta postura de ciertos partidos de izquierda, (no a la violencia, sí a la “libertad” total) y la falta de criterio de algunos jueces, tiene como consecuencia que el que era sexista casi inofensivo en lo físico, se haya convertido en acosador sin disimulos, cuando no se asocia en “manadas”, el colmo de la degeneración en las relaciones hombre-mujer, que alardean de su prepotencia grabando las agresiones.

Y todos estos no son enfermos mentales. Solo son degenerados sociales, fruto de la falta de ética y de valores entre la población, incluidos colectivos de buen nivel de formación o de posición social.

Educación objetiva, profesional y sin ningún tipo de carga ideológica, incluyendo el conocimiento de los perfiles psicológicos particulares de cada sexo, para reconocer a tiempo el peligro que corren las mujeres antes de tener que llegar al “no es no”, y de interpretar los signos y los mensajes corporales que lanzan las mujeres, en el caso de los hombres, para que sepan respetar tiempos y voluntades.

Y, por cierto, también necesitamos reforzar la represión legal y dejar de lado de una vez ese “buenismo” de suponer que todo reo es reinsertable a la sociedad, porque es evidente que no es así. En casos muy especiales y estudiados con toda seriedad y toda objetividad, prisión permanente revisable para los que se la merezcan. Sin ninguna duda. Y déjense de populismos y postureos tratando de desprestigiar una ley que está vigente en la gran mayoría de los países que nos dan sopas con ondas en experiencia democrática.

Partamos de una evidencia: la violencia de género nunca terminará, por mucho que se castigue a los violentos, ni tampoco los abusos sexuales cometidos por varones. Desde este punto de partida las únicas herramientas de que disponemos son las citadas anteriormente:

• La educación, como principio necesario para concienciar a los jóvenes en los valores y los límites de la convivencia y la sexualidad.
• La prevención, en forma de evitar zonas o situaciones de peligro que faciliten la acción de los abusadores y de los criminales acechantes.
• Y la represión legal, cambios en las leyes incluidos, para castigar con dureza a los infractores, evitar permisos carcelarios poco controlados que faciliten la reincidencia a los catalogados como peligrosos, e incluso retirando de la sociedad de forma permanente a los que han demostrado con hechos ser una auténtica amenaza para las mujeres.

Pero tampoco exageremos la nota. Se trata de un problema real, muy importante, pero la responsabilidad de conseguir mejoras es de ambos sexos, y no con sensacionalismos, sino con actitudes prácticas y decididas.

Sin dejar de reconocer que la sociedad ha mejorado. Y mucho. El machismo, indeseable e incómodo para la gran mayoría de las mujeres, ya no implica necesariamente abusos ni amenazas físicas porque las leyes han puesto las cosas en su sitio, y porque la opinión pública reconoce cada vez más la igualdad de género y no acepta como antes actitudes discriminatorias.

Y del mismo modo que una parte de los varones siguen o han empeorado las actitudes sexistas, también es cierto que la mayoría de los varones jóvenes, y no tan jóvenes, que viven en pareja colaboran activamente en las tareas domésticas y actúan en un plano de igualdad con sus compañeras, que antes no existía.

Y también son mayoría, inmensa mayorías, los varones que están con las mujeres y que acuden a las manifestaciones, o que escriben o comentan su apoyo a la causa de la igualdad de género y de protección a la mujer.

Hace unos días leía en la prensa una entrevista a la actriz Aitana Sánchez-Gijón, y haciendo referencia a la obra que está representando, “la vuelta de Nora”, secuela de “la Casa de las Muñecas”, decía que en ella se defiende un “discurso feminista, pero no panfletario”, con el que se mostraba de acuerdo.

Y es que, en España, una gran mayoría, y no solo las mujeres, defienden el feminismo, pero huyen de su utilización política de bajo nivel. Aunque no lo parezca por el ruido mediático de las “ultra feministas” y algunos partidos políticos. Los pescadores en rio revuelto que comentaba al principio del comentario.

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