Venturas y desventuras de las elecciones de la Comunidad de Madrid.

Pasaron las elecciones en la Comunidad de Madrid y los resultados, aunque esperados, no han dejado de ser realmente sorprendentes. Los resultados en sí mismos, los daños colaterales que se han producido y también los que no se han producido.

En primer lugar y por encima de todo, mi gran satisfacción porque se ha alcanzado un 76,25 % de participación, que incluso subirá un poco más cuando se escruten los votos por correo, porque así es como se actúa en democracia. Votando libremente y decidiendo, supongo que en conciencia en la gran mayoría de los casos, en quién se debe depositar la confianza.

Porque esta participación indica que los madrileños han sido conscientes de que tenían que tomar las riendas de las decisiones y elegir a los que consideran más convenientes para gestionar el mal momento que atraviesa la comunidad. Ha habido otras muchas elecciones, pero con bastante más abstención, síntoma inequívoco de que los ciudadanos “pasaban”, bien porque consideraban que la cosa no tenía arreglo, por puro aburrimiento, o porque pensaban que un voto, su voto, no decidía nada. Olvidando sabio refrán castellano que dice que “un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”.

Analizando los resultados de participación, se aprecia que 19.186 madrileños han votado en blanco, que es una forma de manifestar el verdadero enfado o un “descontento activo”. Son madrileños que han dicho “yo soy demócrata y he cumplido con mi obligación de votar, pero no he sabido por quién hacerlo”

Posición totalmente contraria a la de la abstención, siempre sujeta a mil interpretaciones interesadas de los políticos candidatos. Por lo que los 1.135.201  votos no emitidos, los de la abstención, no suponen una manifestación clara de “cabreo democrático” o de no saber a quién votar como, repito, los votos en blanco.

Lo de menos, y lo digo con toda sinceridad, es a quién ha votado cada uno. Los ciudadanos han decidido y los resultados obtenidos por cada partido han sido los  que han sido.  Decididos libremente, lo repetiré varias veces y basados en la mayor o menor confianza que le han merecido las opciones políticas de cada candidatura.

Pero el desarrollo de la nefasta campaña electoral, sobre la que ya manifesté mi opinión y el resultado de las votaciones, me sugiere algunos comentarios.

El primer lugar es de destacar el descalabro sufrido por el PSOE en la persona de Ángel Gabilondo, candidato a la fuerza, sacrificado en esa especie de circo romano absurdo que ha pretendido montar nuestro preclaro presidente y su numerosísimo gabinete de asesores, pagados por el gobierno de la nación y no por el partido socialista madrileño. Y contando con todo el apoyo político y mediático que supone  disponer del gobierno de la nación, del BOE, de Tezanos y de todo el aparato de poder asociado a esa circunstancia.

Estrategia totalmente fallida que ha quemado, creo que de forma definitiva, a una persona como Gabilondo que ni tenía el perfil adecuado ni, evidentemente, ningún interés en presentarse. Pero Pedro Sánchez suele resultar tóxico para buena parte de los que le son fieles y en esta ocasión ha conseguido, muy posiblemente, desbaratar su futuro previsto como Defensor del Pueblo porque no es muy de recibo que al hombre que ocupe ese puesto le hayan hecho decir que “había que crear un cordón sanitario” a un partido homologado, democrático, registrado y legal, como es VOX, por muchos peros que tengan sus opiniones.

Porque si le nombraran para el cargo, ese baldón aparecería día sí y día también en cuanto hubiera ocasión, como aparece y aparecerá la parcialidad de Dolores Delgado,  la Fiscal General del estado.

Y todavía estoy intentando descifrar el sentido de esa frase triste y enigmática que pronunció desde la soledad el gran perdedor de las elecciones: “Yo soy Ángel Gabilondo y esto es el PSOE”.

Porque no sé si se refería a que él seguía siendo del PSOE o que el verdadero PSOE era el que estaba en el hotel y no grupo reunido en la calle Ferraz.

Y, aunque esto no sea novedad,  es de destacar la enorme cobardía de Pedro Sánchez que cuando vio venir la debacle desapareció de la escena y dejó solo al candidato en la noche electoral, al que ni siquiera permitió esperar los resultados en la sede oficial del PSOE.

El eterno “todo esto ocurre pese a lo bueno que soy yo”, que ha defenestrado a otro de sus fieles, José Manuel Franco, el secretario del PSOE de Madrid, pese a que no tuvo arte ni parte en el nombramiento del candidato ni tuvo nada que ver con la campaña electoral. Un presidente del gobierno y secretario general del partido socialista que, por lo que sé, no se molestó en acercarse al hospital para visitar a Ángel Gabilondo el día que fue ingresado por la taquicardia por si habían periodistas.

Un cobarde manipulador que de inmediato lanzó a Ábalos, a la vicepresidenta Calvo y a toda su tropa para informarnos de que “el” y su gobierno no habían tenido nada que ver con un resultado tan negativo. Voceros que en su afán de justificar lo injustificable se atrevieron a dudar del buen juicio de los votantes “de derechas” madrileños, tabernarios y vinculados a no sé qué trama de campos de concentración nazis.

Nunca, nadie en democracia había llegado  tan lejos:  a casi afirmar, o al menos dejar caer, que la mitad del censo electoral madrileño no es más que una colección de descerebrados, con mentalidad de asiduos a  barras de bar y, por supuesto, ignorantes de lo que les convenía.

Con lo que han demostrado que no solo se trataba de Pablo Iglesias. En democracia, señores ministros y otros “interpretadores” de lo ocurrido, los votantes siempre, siempre, siempre  tenemos razón. Y ellos, los que aspiraban a ser  representantes, solo deben callar, felicitar a los madrileños por haber votado y a la ganadora por haber merecido su confianza.

Pero eso, naturalmente, solo lo hacen los liberales de verdad, los de manual y no todos estos demócratas de boquilla, profundamente sectarios en el fondo, que no aceptan más verdad que su verdad. La falsa verdad de sus posverdades.

En la historia de Europa solo ha habido dos doctrinas políticas que han considerado que son las élites las que deben dirigir a las naciones, al estilo de los Aristos de Esparta y han sido el Despotismo Ilustrado, con su lema “todo para el pueblo pero sin el pueblo” y  el comunismo. Porque la dictadura no cuenta por ser el anticristo del buen gobierno. Sería falso e injusto decir que el “sanchismo” tiene ideología comunista, pero no deja de ser verdad que parte de sus actuaciones, tratar de controlar a la judicatura por ejemplo y tantas otras cosas por el estilo, apuntan maneras.

En cuanto al otro gran farsante, Pablo Iglesias, el dimisionario, ha pasado por la política sin aportar ni una sola iniciativa realmente de calado. Ha demostrado ser tan poco eficaz en lo público como eficaz ha sido en lo privado, porque empezó siendo un simple profesor de universidad (simple en el sentido de sus ingresos) para acabar con un patrimonio muy respetable, una “jubilación que para mí la quisiera y, según parece,  contratado por Roures, el millonario poderoso e influyente al que nadie de la izquierda ha criticado nunca pese a que ha estado metido en todos los charcos del independentismo y de algún que otro “ismo”. Es decir, que en la calle precisamente no se queda.

Pablo Iglesias no se ha ido de la política por dignidad. No se ha sacrificado por “sus malo resultados” porque de ser así ya habría dimitido de sus cargos hace bastante tiempo. Se va porque ya no tiene ningún porvenir en la política activa. Pero el espectáculo es el espectáculo y no iba a decir que se iba porque había fracasado.

Tratando, eso sí, de seguir manipulando desde fuera y decidiendo sucesores. En una actitud tan pseudo mafiosa que solo ha engañado a una parte de sus seguidores. Y digo una parte porque muchos de ellos, algunos de mucho peso en el partido, han salido tarifando del que fue dueño y señor de Podemos y sus Corrientes.

Otro fenómeno muy interesante es el ascenso de Más Madrid, que ha superado en votos al PSOE  teniendo como cabeza de lista a Mónica García Gómez, casi una desconocida,

Por lo que esta formación pasa a ser la oposición oficial en Madrid y enseña una patita  muy interesante a nivel nacional. No creo que tenga grandes diferencias ideológicas con Podemos, pero desde luego si tienen mejores maneras y mucha más consistencia. Será muy interesante comprobar lo que ocurre con ellos dentro de dos años, cuando se celebren las próximas elecciones en la comunidad madrileña.

Lo de Ciudadanos estaba cantado y la buena campaña de Edmundo Bal no ha podido evitar su desaparición en la asamblea madrileña. Demasiados errores y decisiones equivocadas de Inés Arrimadas, muy especialmente la de haber caído en las redes “sanchistas” apoyando la moción de censura de Murcia. Una lástima pero, o definen una política y unos objetivos sólidos y que su bolsa de votantes entienda, o desaparecerán definitivamente.

Otro “veremos”.

Lo de VOX también tiene mérito. Ha crecido en votos pese a que los análisis de los resultados dan por hecho que parte de sus votantes han vuelto a PP y nadie o muy pocos del PP se ha pasado a VOX. Si añadimos datos cruzados que indican lo improbable que resulta pensar que ha conseguido votos del PSOE o  de cualquier otro partido de izquierdas, la única explicación es que ha movilizado votos de la abstención a los que ha atraído directamente a su candidatura.

La conclusión es que VOX ha sido uno de los beneficiados de la alta participación.

¿Y qué ocurre con el PP? Siendo evidente que Ayuso ha ganado porque estaba arropada por las siglas del PP y que ha sido una apuesta personal de Casado, también lo es que una gran parte del triunfo se ha debido a la peculiar personalidad de la ganadora. Una aparente mosquita muerta que ha manejado con acierto la pandemia en su comunidad, que ha tomado decisiones arriesgadas sin que le temblara el pulso y que ha sabido mantenerse al margen de las barbaridades que han dicho de ella durante la campaña, sin entrar al trapo de provocaciones y mentiras.

Ha ido a los suyo y eso ha sido un clarísimo acierto suyo y de sus asesores de campaña

Isabel Díaz Ayuso ha ganado porque ha sabido despertar en los madrileños el mayor capital que puede atesorar un político: inspirar confianza, ser reconocida como “uno de los suyos”. Confianza en su persona y confianza en su capacidad para administrar un presupuesto tan elevado como el madrileño en una situación tan complicada

Así que, Señor Casado, aprovéchese del tirón por el triunfo del PP en Madrid, pero no intente capitalizarlo como suyo. Ni siquiera como de su partido. Han arrasado, sí, pero ha sido por un conjunto de factores que han concurrido en las votaciones y sería muy arriesgado tratar de extrapolar resultados a nivel nacional porque nunca se darían las mismas circunstancias.

Han dado un salto cualitativo importante, eso sí, pero no escuche cantos de sirena porque podrían morir de éxito.

Porque el PP, como partido, no ha cambiado. Es exactamente el mismo que fracasó estrepitosamente en el País Vasco y en Cataluña. Así que no se precipite, aproveche el impulso, pero utilicen la cabeza y no el corazón.

Ojala todo esto sirva para que todo el mundo recapacite y podamos salir del lodazal en que nos han metido. Y especialmente un PSOE refundado que vuelva a ser un partido sólido en sus convicciones y fuerte en su ejecutoria, que represente a esa gran masa de moderados de izquierda que habitan en nuestra España y que vuelva a ser alternativa real de gobierno en lugar de este club de amiguetes y “fans” con líder en el que se ha convertido el que en otros tiempos fue el PSOE que contribuyo a afianzar la democracia en España y que participó muy activamente en la modernización de la nación y de sus instituciones.

Es decir: volver al bipartidismo que tan bien funcionó durante tantos años, atendiendo a las minorías y dejando en la cuneta a todos estos chantajistas medradores que han conseguido poder e influencia en decisiones de Estado por el simple hecho de tener la potestad de mantener en la Moncloa a un arribista como Pedro Sánchez.

Y para terminar un recadito para la Señora Calvo. Por mucho que ponga cara de sabelotodo malhumorada, ni el feminismo, ni el progreso, ni tantas otras cosas de las que presumen son patrimonio exclusivo de “la izquierda”. Y mucho menos la libertad. La libertad ni siquiera es patrimonio de las fuerzas políticas democráticas porque lo es del pueblo que les vota.

Y que “libertad sin ira” fue el canto que actuó como himno de la transición, este tiempo de ilusiones, proyectos y también de problemas, muchos problemas, que nos permitió pasar de una dictadura a una democracia plena.

Por lo que ni cincuenta mil “señoras Calvo” me impedirá proclamar que la libertad es mi patrimonio, como también es suyo como ciudadana, pero no tanto como gobernante en ejercicio u ocupando algún cargo político.

Porque en ese momento su libertad estará limitada voluntariamente por los condicionantes del cargo que ocupe.

Así que ¡menos lobos!

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